El levantamiento antirracista en Estados Unidos por el brutal asesinato de George Floyd reabre preguntas estratégicas: ¿Cómo articular la lucha contra el racismo, la represión y la explotación capitalista? Un contrapunto entre las teorías de la interseccionalidad y el marxismo.
Las imágenes de las protestas contra el racismo en Estados Unidos por el brutal asesinato de George Floyd han conmovido al mundo. El grito de Black Lives Matters se ha escuchado también en Francia durante una manifestación con miles de personas exigiendo justicia y verdad por el joven Adama Traoré, asesinado por la policía racista francesa. Las manifestaciones de los manteros en el Estado español, las huelgas de los temporeros agrícolas subsaharianos en Italia o de las migrantes rumanas que cosechan fresas en Alemania volvieron a poner en escena, en plena crisis de la covid-19, el agravamiento del racismo y la xenofobia que se suman a la precariedad del trabajo para millones que están en las “primeras líneas”.
La irrupción de la lucha de clases en el corazón del imperio norteamericano, motorizada por la protesta contra el racismo policial y la crisis económica que golpea en especial sobre los barrios pobres de mayoría negra y latina en ese país, reabre debates acerca la relación entre el racismo y el capitalismo en la actualidad y cómo articular una estrategia socialista y revolucionaria para la emancipación de todos los oprimidos y explotados.
Las teorías de la interseccionalidad sostienen que el marxismo arrastra alguna “falla” en su núcleo central que debería ser superada para abordar este tema, pero ¿es cierto esto o responde a una caricaturización del marxismo? Por otro lado algunos sectores, desde la izquierda, devalúan la lucha contra el racismo, como si fuera algo secundario. ¿Cuál es el método que ofrece el marxismo para comprender las relaciones entre género, raza y clase? Estos son algunos interrogantes que vamos a considerar a continuación, poniendo el foco en la cuestión del racismo.
Marx, la esclavitud y la rapiña colonial en la génesis del capitalismo
Para gran parte de quienes adhieren a las teorías de la interseccionalidad se ha convertido en un lugar común cuestionar al marxismo por un supuesto economicismo, como si fuera una tradición teórica que no le da importancia a la cuestión del racismo o la opresión de género. En realidad, polemizan con un “espantapájaros”, una versión vulgar del marxismo o una caricatura deformada del mismo.
Sin embargo, tanto en la obra de Marx y Engels, como en el pensamiento de Lenin, Rosa Luxemburg y Trotsky, se encuentran importantes aportes acerca del papel del racismo como uno de los mecanismos de la dominación capitalista, desde sus orígenes. En El Capital, Marx escribió:
«El descubrimiento de oro y plata en América, la expoliación, la esclavitud y el sepultamiento de la población aborigen en las minas, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión de África en una madriguera para la caza de las pieles negras», son parte de los albores de la época de la producción capitalista.
El desarrollo capitalista ha implicado en diferentes períodos históricos grandes desplazamientos de poblaciones y el sometimiento de pueblos enteros. Movimientos forzados a punta de fusil y con cadenas, como en el caso de la esclavitud del África negra, o provocados por la férrea necesidad, como fenómenos migratorios masivos para escapar de la pobreza, el hambre o las guerras.
Varios autores señalan que la idea de “raza” es una creación de la modernidad capitalista. La construcción de diferentes “tipos raciales” a los que se les atribuyen determinaciones físicas, de carácter o capacidades intelectuales, siguiendo un orden jerárquico donde la piel blanca es siempre superior y la piel negra es el extremo inferior, se consolida con la generalización de la esclavitud. Y la esclavitud, a su vez, es un elemento clave en los orígenes del capitalismo.
Como señala Kevin Anderson, el joven Marx ya había teorizado sobre el hecho de que el capitalismo industrial se fundaba no solo sobre la explotación de la clase obrera asalariada, sino también sobre la base de la existencia del trabajo esclavo de los negros. “La esclavitud directa es tanto el eje sobre el que gira nuestro industrialismo actual como la maquinaria, el crédito, etc. Sin la esclavitud no habría algodón, sin el algodón no habría una industria moderna”. Una esclavitud organizada en sentido capitalista, muy diferente de la esclavitud en la antigüedad, agrega Anderson [1].
Fue entonces cuando el concepto de “raza” adquirió su sentido moderno y se codificó en Leyes, estableciendo que algunas personas podían ser vendidas, azotadas, violadas, expropiadas de sus hijos y explotadas para trabajar hasta morir. La racialización del trabajo esclavo se combinó con los agravios de la opresión de género. En las colonias de Norteamérica, la Ley establecía que los hijos de una mujer esclava y un padre inglés nacerían como esclavos, con lo que se legitimaba la violación sistemática y se reducía a las mujeres a máquinas de parir para alimentar de mano de obra las plantaciones.
El saqueo y la violencia más brutal eran los métodos del sistema colonial, desde América a las Indias Orientales, pasando por la isla de Java, donde la “moderna” Holanda robaba personas para entregarlas a la trata. Pero esta situación de brutal explotación y racialización de la fuerza de trabajo no solo se vivía en el nuevo continente, también hubo pueblos tempranamente racializados en Europa, como las comunidades irlandesas, eslavas, rom y judías. En la misma época, los capitalistas se proveían de otras fuentes de mano de obra barata, mediante la esclavitud infantil en Inglaterra (el robo de niños pobres para llevarlos a trabajar era frecuente) o la esclavitud disfrazada de los asalariados, hombres, mujeres y niños sometidos a jornadas agotadoras en los talleres o las minas. Por algo Marx escribió que el Capital llegaba “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies” [2].
En un plano más general, un concepto clave para situar la cuestión del racismo en el corazón de la acumulación capitalista, y no como un fenómeno “accesorio” ni una “rémora del pasado”, es la necesidad del capital de crear y recrear de forma permanente un ejército industrial de reserva o una superpoblación obrera. Algo que, sostiene Marx, es una “condición de existencia del modo capitalista de producción”. Este ejercito industrial de reserva está compuesto en primer lugar por trabajadores y trabajadoras expulsados del proceso de producción o mantenidos fuera del mismo por diferentes motivos. La existencia de ese material humano suplementario permite al capital incorporar masivamente fuerza de trabajo en períodos de prosperidad y deshacerse de parte de esta en momentos de crisis. Pero, al mismo tiempo, cumple otros efectos benéficos para los capitalistas, ya que presiona por medio a la competencia a la clase obrera ocupada, obligándola a trabajar excesivamente y a someterse a los dictados del capital, si no quiere pasar a engrosar las filas de los desempleados.
Sin embargo, ese ejército industrial de reserva no se alimenta solo de las trabajadoras y trabajadores expulsados de la producción en los períodos de crisis, sino más en general por todas aquellas “manos disponibles” para trabajar, como un ejército industrial “latente”. Marx analizaba así la situación de los campesinos en Inglaterra, cuyas condiciones de vida eran paupérrimas y estaban dispuestos a migrar hacia las ciudades en cualquier momento, donde pasarían a formar parte del ejército industrial de reserva, ampliando sus límites. En la historia del capitalismo, millones de personas se han encontrado en esa misma situación: tanto las clases trabajadoras y empobrecidas de los países coloniales y semicoloniales como gran parte de las poblaciones migrantes y racializadas, así como las mujeres de las familias obreras, entrando y saliendo del mercado laboral, ocupando los sectores más explotados y oprimidos.
El racismo, uno de los grandes secretos de la dominación capitalista
El investigador Satnam Virdee [3] señala que hay una relación inseparable entre capitalismo, lucha de clases y el racismo, y sostiene que el capitalismo consolidó su dominio “a través de un proceso de diferenciación y reordenación jerárquica de la clase obrera global”. Su argumento es que el racismo no es solo un mecanismo utilizado para maximizar las ganancias, sino que históricamente ha sido un mecanismo de dominación promovido desde las clases dominantes y el Estado para dividir la fuerza de la clase trabajadora, allí donde existieron importantes experiencias previas de luchas multiétnicas que tendían a la unidad de diferentes sectores.
Virdee hace un recorrido histórico desde la colonización de Virginia en el siglo XVII hasta la Gran Bretaña victoriana y procesos en el siglo XX, y asegura que “el racismo constituyó un arma indispensable en el arsenal de las élites estatales, utilizado para contener las luchas de clase emprendidas por las poblaciones subalternas con miras a hacer que el sistema fuera seguro para la acumulación de capital” [4].
Este recorrido le permite situar el racismo como parte de los mecanismos de dominación del capitalismo, en relación con la lucha entre las clases, y no como producto de una polaridad entre Occidente y el resto del mundo, como hacen las tendencias poscoloniales. Según el autor, identificar “la fuerza estructurante del racismo y de las formas diferenciadas en que el proletariado se ha incorporado a las relaciones de dominación capitalistas” es importante para pensar una política de emancipación.
Definiciones en este mismo sentido también las podemos encontrar en la obra de Marx, en particular en sus análisis sobre la subjetividad de la clase obrera inglesa y su relación con los trabajadores irlandeses. Estos eran los “racializados” del momento, a los que se les adjudicaban determinaciones físicas y de carácter que los marcaban como inferiores y más proclives al trabajo duro y la pobreza. Y Marx encontraba en el racismo y el odio de los obreros ingleses hacia a los irlandeses uno de los “secretos” de la dominación de la burguesía inglesa.
Así lo expresaba:
“… la burguesía inglesa, además de explotar la miseria irlandesa para empeorar la situación de la clase obrera de Inglaterra mediante la inmigración forzosa de irlandeses pobres, dividió al proletariado en dos campos enemigos. El ardor revolucionario del obrero celta no se une armoniosamente a la naturaleza positiva, pero lenta, del obrero anglosajón. Al contrario, en todos los grandes centros industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletario inglés y el irlandés. El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard of life. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como los poor whites de los Estados meridionales de Norteamérica miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento de su poderío”.
A fines del siglo XIX, las tendencias de rapiña y expoliación capitalista pegan un salto, dando paso a la fase imperialista. El capital extiende sus tentáculos a los rincones más confines del planeta. En poco tiempo, como por arte de magia, levanta talleres y modernas fabricas donde hasta entonces solo había economías rurales y tradiciones locales que no habían cambiado por siglos; el desarrollo desigual y combinado, como lo llamó el marxista ruso León Trotsky, es un rasgo constitutivo de la nueva época del capitalismo, con los que se refuerza la opresión colonial y semicolonial del mundo entero. Nuevamente el racismo y la dominación colonial será utilizada por las burguesías imperialistas para forzar esas escisiones del proletariado mundial, entre sectores sometidos a la mayor explotación y opresión en las colonias, y también divisiones profundas en la clase obrera de los propios países imperialistas, entre una aristocracia obrera con mayores privilegios, y franjas de la clase obrera más explotadas y precarias.
Esta máquina infernal de dominación imperialista se valió cada vez más de las profundas diferencias que encontraba a su paso para poner a competir unos pueblos oprimidos contra otros y exacerbó las diferencias de género, “raza” y nación para sus propios fines. Para esa tarea, va a contar con la inestimable colaboración de las burocracias obreras, desde los partidos socialdemócratas y los sindicatos, que apoyaron las empresas coloniales como elementos de “civilización”. El punto álgido de esa tendencia llegó en 1914, cuando la socialdemocracia europea dio su apoyo a los créditos de guerra, apoyando a sus propias burguesías y avalando que trabajadores de los diferentes países se mataran entre sí para realizar un nuevo reparto de las colonias y los mercados mundiales.
Tanto Lenin, Rosa Luxemburgo como Trotsky y otros marxistas revolucionarios combatieron justamente contra esas fracturas al interior de la clase obrera, la consolidación de los prejuicios chovinistas, racistas y la influencia de la ideología burguesa entre los trabajadores, promovidos por las burocracias obreras.
Sobre la cuestión negra, en particular, la III Internacional se planteaba que el movimiento comunista no debía permanecer al margen del movimiento negro. Que debían, en cambio, participar del mismo para “desenmascarar la mentira de la igualdad burguesa y enfatizar la necesidad de la revolución social que no solo liberará a todos los trabajadores de la servidumbre, sino que también es la única manera de liberar al pueblo negro esclavizado.”
León Trotsky y la cuestión negra
Menos conocido es el pensamiento de Trotsky acerca de la cuestión negra, en sus debates y diálogos con los trotskistas norteamericanos en los años 30, y sin embargo tiene una riqueza estratégica enorme para pensar sobre estas cuestiones, en medio de una crisis social sin precedentes, y cuando comienzan a retomarse las tendencias a la rebelión.
En una carta de 1932, titulada “¡Más cerca de los proletarios de las razas de color!”, planteaba una cuestión muy importante sobre la relación del partido revolucionario con las razas oprimidas. El punto de partida era su visión sobre cómo debía ubicarse la Oposición de Izquierda ante el acercamiento que mostraran diferentes sectores sociales. Trotsky sostenía que había que poner “mil pruebas” a los pequeñoburgueses o intelectuales que se acercaran a sus filas antes de aceptarlos, y debía también ser muy cautos y sospechar de aquellos grupos de trabajadores que, perteneciendo a un sector donde hubiera trabajadores más oprimidos, no los agruparan, advirtiendo contra toda tendencia reaccionaria de la “aristocracia obrera”. Sin embargo, sería muy diferente cuando los que se acercaban eran un grupo de trabajadores negros.
“Aquí estoy dispuesto a considerar de antemano que tendemos a un acuerdo con ellos, aunque esto no sea todavía obvio; debido su posición no se dedican ni pueden dedicarse a degradar a nadie, oprimir a nadie o privar a nadie de sus derechos. No pretenden privilegios y no pueden aspirar a la victoria, salvo en el camino de la revolución internacional. Podemos y debemos encontrar un camino hacia la conciencia de los trabajadores negros, de los trabajadores chinos, de los trabajadores hindúes, todas estas razas de color oprimidas del océano humano a quienes pertenece la palabra decisiva en el desarrollo de la humanidad».
Más adelante, en febrero de 1933, Trotsky participa de un debate de los trotskistas norteamericanos acerca de la cuestión negra. El revolucionario, desde su exilio en Prinkipo, Turquía, responde a las preguntas de militantes de la Liga norteamericana y polemiza con su negativa a levantar la consigna de “autodeterminación del pueblo negro”. Trotsky plantea que la única forma de ganar a los trabajadores negros para el comunismo es si los revolucionarios convencen a los trabajadores blancos que deben dejarse “hasta la última gota de sangre” en el combate por garantizar al pueblo negro derechos democráticos plenos, incluso, si lo quisieran, el derecho a separarse como nación independiente.
En este intercambio, ante las reticencias de su interlocutor a defender este programa, Trotsky es categórico en repudiar todo prejuicio racista de la clase obrera norteamericana:
“Los negros aún no se han despertado y aún no se han unido a los trabajadores blancos. El 99,9% de los trabajadores americanos son chauvinistas, en relación con los negros son los verdugos y lo son también con los chinos. Es necesario enseñar a estas bestias americanas. Hay que hacerles entender que el Estado americano no es su Estado y que no tienen que ser los guardianes de este Estado. Esos trabajadores americanos que dicen: ‘Los negros deben separarse cuando lo deseen y los defenderemos de nuestra policía americana’, son revolucionarios, tengo confianza en ellos”.
Para reforzar su argumento, Trotsky sostiene que los negros podían transformarse en la sección más avanzada de la clase obrera norteamericana en la lucha de clases. Y asegura que la experiencia revolucionaria rusa lo confirma: “Los rusos éramos los negros de Europa”.
En Trotsky encontramos un pensamiento estratégico sobre la cuestión del racismo y la necesidad de formular un programa hegemónico desde la clase obrera, no solo para unir sus filas y superar esa escisión interna sino para conquistar aliados, contra las divisiones que promueve el imperialismo para mantener su dominación. La única forma de combatir la influencia de la pequeñoburguesía radical entre los trabajadores negros, que conduciría hacia un programa separatista, reformista o de conciliación de clases, es que los revolucionarios defiendan “hasta la última gota de sangre” un programa transicional para combatir el racismo y por plenos derechos democráticos, políticos y sociales para el pueblo negro, en el marco de un programa revolucionario más general.
Racismo, capitalismo y estrategia socialista
Si en toda la historia del capitalismo la cuestión racial ha sido inseparable de la cuestión de clase, mucho más en el siglo XXI, cuando la clase trabajadora se ha extendido a nivel mundial, con mayor precarización, racialización y feminización. Las leyes migratorias, muros y vallas son nuevas formas de «segregación» modernas (al estilo del régimen segregacionista que separaba legalmente blancos de negros en Estados Unidos hasta los años 60) adaptadas a un capitalismo globalizado donde se han multiplicado las migraciones y la clase trabajadora de los principales países imperialistas es profundamente multicultural y multiétnica.
Sin embargo, plantear que la cuestión racial está atravesada por la cuestión de clase, no es lo mismo que reducir la primera a la segunda. En primer lugar, porque el racismo afecta no solo a sectores de la clase obrera sino también a otros sectores sociales intermedios como el campesinado -por ejemplo, en países de América Latina, donde además la cuestión campesina está cruzada con la cuestión nacional indígena-, y amplios sectores de la pequeñoburguesía urbana. Por eso, los movimientos sociales antirracistas organizados alrededor de la identidad racial oprimida son también heterogéneos desde el punto de vista de clase.
Además, en las últimas décadas, individuos provenientes de las poblaciones negras o latinas han logrado alcanzar posiciones prominentes dentro de la burguesía mundial o en las instituciones de los Estados capitalistas. El caso de Obama -primer presidente negro del Estado imperialista más poderoso del mundo-, o el de Oprah Winfrey -una de las mujeres negras más ricas del mundo-, son paradigmáticos en este sentido. Sobre esta misma base, en los años 80 y 90, el debate sobre la trilogía de género, raza y clase fue asimilado como “multiculturalidad” o políticas de la identidad, en la órbita de las teorías posmodernas. El neoliberalismo tomó la forma de «neoliberalismo progresista».
Bajo este espíritu de época, las teorías de la interseccionalidad –aunque suelen ser críticas de las derivas liberales de ese muticulturalismo–, otorgaron más peso a la cuestión del racismo, la sexualidad o el género, mientras se devaluaba la cuestión de clase.
En el nuevo marco de la crisis del neoliberalismo y la reemergencia de movimientos sociales como el de mujeres, o el movimiento antirracista, en ciertos sectores del activismo existen posiciones que tienden a autonomizar la opresión racial o de género de una lucha más de conjunto contra el sistema capitalista. Subestimando o negando la centralidad de la clase trabajadora como sujeto revolucionario, que, por diversos motivos, sería reemplazado por otros sujetos, como el movimiento de mujeres, el pueblo negro, las personas migrantes y refugiadas, los movimientos juveniles contra el cambio climático, los campesinos que resisten la privatización del territorio, etc.
Por otro lado, en sectores de la izquierda se reafirman posiciones reduccionistas de clase, que subvalúan la cuestión del racismo, niegan su importancia o lo reducen a un fenómeno “cultural” secundario (como si no fuera una realidad material la violencia policial que mata y encarcela en mayor proporción a negros y latinos). Terminan así en posiciones sindicalistas sobre la clase obrera, corporativas o de cierto “chovinismo del bienestar” en los países imperialistas, donde se prioriza la obtención de escasas medidas sociales para algunos sectores de la clase obrera nativa, al tiempo que se mantiene el control policial de las fronteras y a las poblaciones racializadas se les imponen condiciones como trabajadores de segunda o sin derechos.
La clase trabajadora a nivel mundial sigue siendo la que, por las posiciones estratégicas que ocupa en la producción, circulación y reproducción, puede articular la fuerza social para subvertir el orden existente y derrotar a aquella minoría social de capitalistas que mantiene la explotación y la opresión para millones en todo el mundo. Millones de trabajadores y trabajadoras del campo, camioneros, sectores de la logística, de la industria de la alimentación, de las telecomunicaciones, del transporte, limpiadoras, enfermeras y personal sanitario, cajeras de supermercados, trabajadores de la banca y el comercio, de la producción de acero o la producción energética; nativos, inmigrantes, de todas las etnias y géneros, sin ellos no se mueve el mundo, como quedó claro durante la crisis de la covid y el debate sobre los “esenciales”.
Nada temen más las burguesías que esos momentos en la historia en que la lucha de clases logró superar las escisiones internas entre los oprimidos y oprimidas, los prejuicios raciales o de cualquier tipo, para construir una fuerza de lucha unificada contra el Estado y los capitalistas y conquistar hegemonía sobre sectores aliados. Esos momentos se han dado una y otra vez en la historia y es entonces cuando, como dijera el revolucionario negro C.L.R. James, los relámpagos anuncian el trueno.
Las tendencias profundas a la rebelión de los jóvenes negros en Estados Unidos, pero, más aún, las tendencias a confluir con los jóvenes blancos y latinos precarios, o con las trabajadoras y trabajadores de la “primera línea” en las manifestaciones y protestas contra la policía son en este sentido el preanuncio de algo verdaderamente nuevo.
Notas
[1] Kevin B. Anderson; Karl Marx and Intersectionality, Logos, Winter 2015: Vol 14, no. 1
[2] Karl Marx, El Capital, Tomo I, Vol. 3, Capítulo XXIV, La llamada acumulación originaria, Génesis del capitalista industrial, Siglo XXI Editores, 2004, Argentina.
[3] Satnam Virdee, Racialized capitalism: An account of its contested origins and consolidation, The Sociological Review 2019, Vol. 67(1) 3 –27
[4] Traducción propia, Ibidem.
Fuente: https://www.izquierdadiario.es/Racismo-capitalismo-y-lucha-de-clases