Las producciones Disney, incluyendo ya, y en lugar prioritario, las que Pixar pone en el mercado, pueden ser enfocadas de dos maneras. La primera, muy frecuente, consiste en examinar sobre todo sus logros técnicos y comparar el resultado con otros productos de la misma fábrica. La otra posibilidad es tomárselas en serio y reparar en […]
Las producciones Disney, incluyendo ya, y en lugar prioritario, las que Pixar pone en el mercado, pueden ser enfocadas de dos maneras. La primera, muy frecuente, consiste en examinar sobre todo sus logros técnicos y comparar el resultado con otros productos de la misma fábrica. La otra posibilidad es tomárselas en serio y reparar en la multitud de referencias a las ideas dominantes de una época que aparecen en ellas. No en vano, Walt Disney fue calificado de príncipe del mal precisamente por lo que escondían sus películas, o sea que no estaría de más echar un vistazo por si, haciendo girar el dvd al revés, pueden escucharse invocaciones satánicas.
1. El tema central de las últimas películas Disney ha sido la posibilidad de cumplir los propios sueños y los escollos que lo impiden. Descubriendo a los Robinsons nos hablaba de los problemas internos para que alcancemos los objetivos con los que soñamos, como eran la incapacidad para superar los fracasos o el quedarse fijado al pasado. Ratatouille nos habla de los impedimentos externos, como pueden serlo el origen humilde o la dificultad para cambiar tradiciones rígidas. Pero mucho antes del siglo XXI, Disney ya había utilizado ese motivo para muchas de sus producciones, y su manera de abordarlo nos permitía radiografiar la mentalidad de un tiempo con una precisión que no se hacía presente en otra clase de narraciones culturales. Por ejemplo, tanto Pinocho como Merlín el encantador eran explícitos sobre el destino que esperaba a los trabajadores manuales, esto es, a quienes no habían querido aprovechar las oportunidades que la formación intelectual ofrecía. Quienes sacrificaban el tiempo de diversión y se esforzaban por aprender, podrían utilizar las ventajas (la magia) que la ciencia les ofrecía, lo que les llevaría a cumplir su sueño, que entonces (eran las décadas centrales del siglo XX) no implicaba más que disponer de ciertas ventajas materiales. Dumbo también incidía en esos motivos, sólo que nos instaba a aprovechar lo que otros llamaban anomalías, explotando nuestro talento especial, exactamente igual que le ocurre al joven Remy en Ratatouille. Había algo innato en el elefante de las grandes orejas que le capacitaba para llegar más alto que el resto de sus congéneres, pero para alcanzar su verdadero sitio debía creer en sí mismo y luchar contra los prejuicios y las envidias de quienes le rodeaban. Más o menos como le ocurre a Remy, aunque las armas de éste no provengan de disposiciones físicas.
2. Aquí también hay, como ocurre en muchas producciones Disney, un huérfano. Linguini, hijo ilegítimo de Gusteau, cocinero de prestigio que acaba de fallecer, es el heredero legal de su pequeño imperio. Por supuesto, habrá un malvado que quiera robarle la herencia, pero lo que no podrá quitarle será el talento, porque no lo tiene. A pesar de contar con los genes del chef genial, Linguini carece de la más mínima habilidad para llegar a las cotas que su padre alcanzó. Como tampoco la tiene el resto del personal del restaurante, fieles servidores que trabajan duro y que son capaces de repetir con exactitud las recetas del maestro, pero que no poseen el talento necesario para ir más allá y crear un mundo (culinario) propio. Algo con lo que sí cuenta la rata Remy, cuyo genio se explica por su enorme pasión por la cocina. Remy vive para disfrutar de esos sabores, para adecuarlos, combinarlos e inventarlos; Remy tiene hambre de cocinar. Lo que finalmente, le llevará hacia un conocimiento bastante avanzado de cómo conseguir platos exquisitos. No son, pues, los genes, sino su predisposición; no es algo innato, sino la fuerza de su deseo lo que hará triunfar a Remy.
3. Aunque deba enfrentarse a poderosos enemigos, siendo el principal la tradición. En dos sentidos: su numerosa familia no ve bien que alguien rompa la costumbre y se marche lejos y solo a emprender nuevos caminos profesionales; y el mundo al que llega no ve bien que alguien de orígenes tan modestos (tan sucios) tenga pretensiones tan elevadas. En realidad, la revuelta contra la tradición ha sido usual en las tres últimas décadas en numerosos frentes. El mercado no la tiene en estima porque ve en ella un punto de fijación enormemente molesto para el mundo just in time que pretende. Tampoco buena parte de la política la observa con simpatía, ya que la culpa de las disfunciones del presente. Y qué decir del arte, que adquiere valor en la medida en que logra situarse inequívocamente frente a ella, y llama al resultado novedad. Lo que Ratatouille hace es utilizar los tres frentes para intentar ofrecernos algo novedoso. Y fallido, en la medida en que su elemento diferencial es una contradicción, justo la que convenció al equipo Pixar de que tenían una buena historia entre manos. La contraposición entre lo refinado y lo absolutamente otro- que el más sucio y para muchos repulsivo de los animales quiera convertirse en el chef más exquisito de la comida moderna- les pareció una idea potente y original. Pero es también una fuente de problemas para el guión, ya que no siempre los puntos de partida llamativos soportan desarrollos sólidos. En definitiva, que su novedad no es más que un intento extravagante de salirse de lo habitual, como ocurre con la mayor parte del arte contemporáneo
5. Su mensaje final es también muy usual en nuestra época: «no todo el mundo puede ser un artista, pero el artista puede venir de cualquier parte». Una máxima que, puesta en contraposición con sus predecesoras, nos señala hasta qué punto han cambiado los tiempos. En las viejas películas Disney, producidas en el fordismo, se hablaba de un sueño que cualquiera podía alcanzar: todos podíamos formarnos, aspirar a un mejor nivel material, pretender y conseguir una vida digna. Hoy, sin embargo, nos muestran los problemas que la sociedad causa a esos seres especiales que gozan de las cualidades necesarias para llegar a la cima. Ratatouille no llega, desde luego, al aliento liberal/ libertario a lo Ayn Rand de Los increíbles, pero no bebe de fuentes muy distintas.
6. La cuestión final no está, pues, en si los avances técnicos de Ratatouille superan a producciones recientes o si encubre reflexiones sobre el hecho artístico, sino en que nuestras pequeñas ratas no hacen más que repetir tres o cuatro ideas que figuran en lugar destacado en El libro de mano del ejecutivo contemporáneo. La importancia del hambre para triunfar, el adocenamiento de la clase media y su falta de deseo, la enorme entrega de quienes no tienen nada, la necesidad de combatir la tradición (es decir, lo que fue consagrado cinco minutos antes) y los privilegios de los que debe gozar el talento son lugares comunes en el mundo empresarial. En fin, ratas que cuentan cuentos para aprendices de consejero delegado.