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Razonamientos y comparaciones de Sergio Ramírez sobre Fidel Castro y los biocombustibles: un apunte crítico.

Fuentes: Rebelión

    Sergio Ramírez, ex vicepresidente de Nicaragua en la admirable e inolvidable década sandinista de los ochenta, excelente novelista, ha escrito recientemente -«El pecado de quemar la comida», abril de 2008, http://www.lainsignia.org/2008/abril/soc_003.htm– sobre agrocombustibles, alimentación mundial y asuntos no afines con neta intencionalidad política. Vale la pena aproximarnos a las argumentaciones desplegadas en su […]

 

 

Sergio Ramírez, ex vicepresidente de Nicaragua en la admirable e inolvidable década sandinista de los ochenta, excelente novelista, ha escrito recientemente -«El pecado de quemar la comida», abril de 2008, http://www.lainsignia.org/2008/abril/soc_003.htm– sobre agrocombustibles, alimentación mundial y asuntos no afines con neta intencionalidad política. Vale la pena aproximarnos a las argumentaciones desplegadas en su artículo, pero antes veamos algunos datos básicos sobre la temática que he tomado de artículos publicados en rebelión y páginas amigas (y enemigas) y de diarios y revistas de información general.

Se calcula que tras el alza continuo de los precios de las materias primas alimentarias más de 37 países de África, Asia y América Latina, un total de 89 millones de personas, están afectados directamente por la crisis (la inseguridad alimentaria afecta actualmente a más de 850 millones de personas). Jacques Diouf, director general del Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas, ha señalado algunos de los factores que han conducido a la escalada de precios: una disminución de la producción mundial debida al cambio climático, niveles de existencias sumamente bajos, consumo más elevado de las economías emergentes (China e India básicamente), altísimo coste de la energía y transporte y, sobre todo la demanda, cada vez más alta, que exige la producción de biocombustibles, apuesta energética que está generalizándose entre los países más industrializados.

Estados Unidos, junto con Brasil, es el principal promotor de la política de los biocombustibles para hacer frente al alza de los precios del petróleo, ignorando (o pretendiendo ignorar) las consecuencias de la decisión. Washington está promoviendo una estrategia que puede llevar a parte de la humanidad al desastre. Grandes instituciones internacionales son unánimes en este asunto, incluso el FMI transita por este camino crítico. También la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ha subrayado que el aumento mundial de la producción de biocombustibles amenaza el acceso a los productos alimenticios de las poblaciones más empobrecidas del Tercer Mundo: la producción se hace en detrimento de los cultivos de plantas comestibles utilizando reservas de agua y desviando tierras y capitales.

Brasil, el segundo productor mundial de biocombustibles tras los Estados Unidos, se esfuerza en propagar la producción en América Latina y en África. El gobierno brasileño niega que esa política sea responsable del alza de los precios de los alimentos. Su ministro de Finanzas, Guido Mantega, ha expresado su desacuerdo: esa política pone en peligro la producción alimentaria en Estados Unidos, pero no en Brasil, no en los países africanos, no en los países de América Latina, que tienen mucha tierra para producir. También Lula da Silva ha rechazado esa crítica: la comida no es cara a causa del biocombustible, ha declarado, la comida es cara porque el mundo no está preparado para ver comer a millones de chinos, indios, africanos, brasileños y latinoamericanos. El problema de la humanidad, según la perspectiva de Lula, no es la falta de alimentos, los hay de sobra, sino que esos alimentos no llegan a los más pobres. Dedicar tierras agrícolas a producir etanol no tiene nada que ver con el hambre que existe y con las hambrunas que se anuncian.

Declaraciones de instituciones nada sospechosas de humanitarismo radical y los precios de las materias primas acaso contradigan u ofrezcan dificultades a la posición defendida por Mantega y el presidente brasileño. El precio del trigo explotó en un 120% durante estos últimos meses (su precio ha aumentado en un 181% en tres años). Lo mismo ha ocurrido con otros productos básicos como la soja, el maíz, el aceite, la leche, la carne y otros. Tomando las cifras en puntos sobre la base 100, calculada con la media de los precios en el período 1998-2000, el índice mundial de precios de los alimentos se ha incrementado un 57% en apenas un año: desde 140 en marzo de 2007 hasta 220 en marzo de 2008.

Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas, ha reclamado medidas de emergencia para poner fin a la crisis alimentaria. El Banco Mundial hizo un llamamiento a los gobiernos de los países miembros para que intervinieran rápidamente y eviten la propagación del cataclismo alimentario: la duplicación de los precios de los productos básicos durante los tres últimos años podría hundir más profundamente en la miseria a 100 millones de personas. Jean Ziegler, el relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, una fuente muy fiable, ha calificado la producción masiva de biocombustibles de «crimen contra la humanidad», de «asesinato masivo silencioso» y ha advertido que el mundo se encamina «hacia un largo período de motines», que de hecho ya se han propagado en el oeste africano. Ziegler señaló responsables: la desastrosa política del FMI, el dumping agrícola de la Unión Europea en África, la especulación bursátil internacional de las materias primas engendrada por los biocombustibles, el gobierno de Estados Unidos y la OMC.

El caso del arroz puede ilustrarnos. En Estados Unidos, los precios de futuro del arroz alcanzaron su máximo histórico el 23 de abril de 2008 ante el temor de escasez en el suministro. La cadena Wall-Mart ha impuesto límites en la venta de arroz en los centros Sam`s Club (de venta en grandes cantidades y donde hay que ser socio): 4 bolsas de 9 kilos de arroz importado por visita como máximo. El precio del arroz en Tailandia, el mayor exportador mundial, se ha incrementando más del doble en los primeros meses de 2008 (el día 24 de abril superó los 1.000 dólares por tonelada). Tras el salto del 5% experimentado en esta semana de abril, el precio está casi tres veces más alto que a comienzos de 2008. Algunos analistas señalan que parte del incremento proviene del pánico de los consumidores y de los propios gobiernos, más que de la escasez de oferta, pero -sin olvidar este factor psicológico acaso alimentado por fuerzas interesadas- el arroz, comida básica en la dieta diaria de miles de familias en el oeste africano, familias que gastaban hasta ahora del 50% al 80% de sus ingresos en comida, corre el riesgo de convertirse en un artículo de lujo inaccesible. Se habla, no sin razón, de un tsunami silencioso. El déficit mundial de la producción frente al consumo de arroz en 2003 fue de 20 millones de toneladas y en 2007-2008 hubo un superávit de 1 millón de toneladas. No valió la recuperación: el que los inventarios mundiales hayan caído un 8,5% para este cuatrienio sirvió para que los precios se hayan más que duplicado al pasar la tonelada de origen tailandés de 200 dólares (FAO, 2003) a 499 (Chicago, abril 2008).

Lo ocurrido con el trigo es muy similar. En 2003 el consumo mundial fue 50 millones de toneladas mayor que la oferta total; en 2007-2008, la diferencia se redujo a 13 millones. Pero, como los inventarios mundiales bajaron de 166 millones de toneladas a 110 millones, al mundo se le cobra la mayor demanda de pan incrementando los precios internacionales de 150 dólares por tonelada a 499 (Chicago, abril 2008). ¡Un crimen!, exclamaba Aurelio Suárez Montoya.

El mismo autor -«Commodities, una nueva arma para matar de hambre», Aporrea- recordaba otro arista del poliedro global. En 2004, e l Institute of Development Studies, en una investigación sobre las secuelas de la implantación del modelo de «libre comercio» para los productos agrícolas, encontró que al menos 43 países tenían valores muy altos de vulnerabilidad y que otros 23 suministraban menos de 2.500 calorías al día por habitante, conformando un numeroso grupo de «países en desarrollo importadores netos de alimentos». E ntre 1994 y 2004, la producción de alimentos de todos los países en desarrollo cayó 10% respecto a la década anterior, mientras sus compras alimenticias externas crecieron 33%. Los países del Norte, con Estados Unidos a su cabeza, tomaron el control mundial de los alimentos gracias a los 1.000 millones de dólares diarios de subsidios estatales que les permite exportar sus excedentes a precios por debajo de su coste de producción y quebrar las producciones domésticas del Sur, al cual se le obligó a eliminar o reducir los aranceles. El hambre que sufre el mundo, sostiene Suárez Montoya, tiene como primera causa ese perverso modelo comercial. Además de ello, coincidiendo con las crisis financieras, desde 2001 se inició un alza continua en el precio internacional de los alimentos. Los linces de las finanzas apuntaron a los mercados especulativos de los contratos a futuro de los bienes básicos (los commodities de las bolsas mundiales) como medio para resarcirse de las pérdidas en otras inversiones o de la devaluación del dólar.

Hasta aquí la información básica, sin duda parcial, sobre esta temáticas Volvamos ahora al ex vicepresidente nicaragüense que sin duda es un excelente escritor que ha emocionado y nos sigue emocionando y enseñando a numerosos lectores, y que ha criticado, con sosiego y fundamento, comportamientos, pactos y políticas posteriores del sandinismo, denunciando sin ceguera actuaciones, ciertamente incomprensibles por decirlo suavemente, del actual presidente de Nicaragua Daniel Ortega

En el «El pecado de quemar la comida», abril 2008, Ramírez defiende su tesis, su crítica política del modo siguiente:

Según su punto de vista, si algo visible divide a la izquierda latinoamericana en el poder es el asunto de los biocombustibles. Desde que el presidente Lula proclamó a Brasil como campeón de la producción de etanol extraído de la caña de azúcar para alimentar motores, no tardó en escucharse la voz de Fidel Castro denunciando como criminal la política de convertir alimentos en carburantes. El pique ideológico se inflama, según Ramírez, cuando aparece Hugo Chávez, echando combustible al fuego con petróleo puro. De este modo, se han creado dos estilos contradictorios de diplomacia en América Latina: la del etanol, encabezada por Lula, y la del petróleo, encabezada por Chávez. En su opinión, basada en datos oficiales brasileños, la política de diversificación de combustibles de Lula muestra resultados palpables: 45% del combustible para vehículos en Brasil es producido en base a caña de azúcar cultivada en apenas el 1% de la tierra arable del país.

Chávez y la revolución bolivariana no es asunto central del artículo del ex vicepresidente. El kern, el núcleo duro es otro. El azúcar, admite Ramírez, también es alimento, y usar comida para alimentar vehículos es aceptar que sean «condenados a muerte prematura por hambre y sed más de 3.000 millones de personas en el mundo», dice Fidel Castro. Esta es la diana a la que apunta. Aprovechar que el Orinoco queda lejos de Suiza, desde donde escribe, para construir una argumentación crítica y descalificadora del dirigente cubano. ¿Cómo la construye? En base a comparaciones y coincidencias. Veámoslo.

¿Quién da la razón a Castro, apunta Ramírez satisfecho? La muy conservadora revista Time, que dedica uno de sus últimos temas de portada a un extenso alegato contra del uso de los alimentos como combustibles y con argumentos gemelos a los del líder cubano. La energía limpia no es más que un mito, sentencia Time: al sustituir los combustibles fósiles por el etanol, lo que verdaderamente se está haciendo es elevar los precios mundiales de los alimentos y empeorar el calentamiento global.

¿Les suena? prosigue Ramírez. Claro, hace un año, había escrito Fidel Castro:

Pienso que reducir y además reciclar todos los motores que consumen electricidad y combustible es una necesidad elemental y urgente de toda la humanidad. La tragedia no consiste en reducir esos gastos de energía, sino en la idea de convertir los alimentos en combustible.

 

Observen que no es lo mismo, que no se dice exactamente lo mismo en ambas casos y que Castro no cree, como acaso pueda señalar el editorial de Time, que la aspiración a la energía limpia sea un mito.

Ramírez prosigue sus comparaciones:

Time escribe que se privilegia a 800 millones de personas con automóviles sobre 800 millones de personas con hambre; y si hace 4 años se calculaba, de acuerdo a científicos de la Universidad de Minessota, que el número de hambrientos caería a 625 millones en el año 2025, ahora más bien se sabe que ese número crecerá a 1.200 millones, todo por efecto de los biocombustibles. El maíz que se necesita para llenar una sola vez el tanque de un vehículo con etanol, es suficiente para alimentar a una persona por un año. Y Robert B. Zoellick, Presidente del Banco Mundial, y anterior mano derecha de Condoleezza Rice, afirma: «mientras muchos están preocupados por llenar sus tanques de gasolina, muchos otro luchan en el mundo por llenar sus estómagos».

 

Fidel Castro por su parte, remarca Ramírez, muy feliz por su hallazgo, ha señalado:

Hoy se conoce con toda precisión que una tonelada de maíz sólo puede producir 413 litros de etanol como promedio, de acuerdo con densidades, lo que equivale a 109 galones. El precio promedio del maíz en los puertos de Estados Unidos se eleva a 167 dólares la tonelada. Se requieren por tanto 320 millones de toneladas de maíz para producir 35.000 millones de galones de etanol.

 

Ramírez añade una última comparación pero acaso sea mejor no cansar al lector. No añade nuevos matices a la finalidad de su razonamiento.

Admitamos que las citas usadas por Sergio Ramírez, sobre las cuales no da referencia alguna, sean correctas, que no se haya colado ninguna errata. Supongamos, aunque no admitamos, que las posiciones en el análisis de Castro y la revista Time estén muy cercanas en el tema de los biocombusibles y el alza de precios. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué es una descalificación de una tesis, de un análisis, de una argumentación coincidir con alguien que pueda estar en las antípodas de nuestras posiciones políticas? ¿Qué problema puede haber en que Toni Negri y Bush II, por ejemplo, coincidan, si es el caso, en que la Luna es un satélite de la Tierra y que su influencia en la evolución de la vida de las personas es prácticamente nula? ¿Qué problema existe en que Nixon y el Ché Guevara coincidieran en la afirmación de que los problemas cardiovasculares pueden ser origen de enfermedades importantes? ¿Por qué es una descalificación de las posiciones defendidas en su momento por Julio Anguita que tanto él como, pongamos por caso, José Mª Aznar o Iñaki Gabilondo dijeran que el asunto de los GAL era un asunto turbio, muy turbio? ¿Dónde está problema? ¿Qué problema existe en coincidir con adversarios políticos si uno señala posiciones que cree verdaderas y argumenta de la mejor forma que le es posible para sostenerlas? ¿Qué tipo de crítica es esa que apunta Ramírez? ¿No ha coincidido él en infinidad de ocasiones con Felipe Gónzalez por ejemplo, que ha sido o es asesor de Carlos Slim y responsable en su etapa gubernamental de asuntos de terrorismo de Estado nunca aclarados suficientemente? ¿Qué importa esta singular coincidencia para calibrar el valor y fundamento de sus análisis y posiciones? Nada, absolutamente nada.

Sergio Ramírez no se conforma con las comparaciones y extrae una curiosa conclusión. La siguiente: «el próximo editorial de Time, lo puede escribir Fidel Castro»·.

Que la supuestamente brillante conclusión es una maldad política de alcance es claro y distinto como quería el moderado y prudente Descartes. ¿Por qué? ¿Por qué un ex dirigente sandinista, un ex revolucionario admirable, puede descender a esos infiernos de la descalificación falaz y malitencionada? Se me ocurren tres hipótesis:

Que no es fácil envejecer en política y que algunas personas y generaciones lo están (lo estamos) haciendo francamente mal.

Que un escritor de su talla, inmensa sin duda, piense o quiera hacernos pensar que los extremos opuestos se tocan, aunque es impropio un lugar común tan manido en una persona de su inteligencia.

La tercera, acaso la de más importancia cultural. Existe un sector de la izquierda, al que desde luego pertenece y quiere pertenecer Sergio Ramírez, y que cuenta entre sus filas con periodistas de nombre, intelectuales mediáticos, sindicalistas de pluma fácil, políticos renovadores, que suelen trazar una nítida línea de demarcación entre dos tipos de izquierda: el primer grupo, el suyo, es limpio de corazón, toca realidad, está en renovación permanente, piensa, lee, es sensato, está a la altura de los nuevos tiempos y las circunstancias cambiantes. La otra izquierda, la que ellos critican con insistencia y no siempre cortésmente, está trasnochada, definitivamente outside, es estalinista o neoestalinista, jamás toca suelo, es autoritaria, inculta, poco preparada, no describe, juzga siempre. Largo etcétera. Pero ¿éste es el caso?

Ramírez piensa así. Es libre de hacerlo. Pero como mínimo, en un punto, debería sopesar con más calma su posición. Esta nueva izquierda, nada nueva por cierto, suele pensar que ella es también la izquierda razonable, sensata, que piensa y razona con mesura, frente a la otra que o no razona o se aproxima al irracionalismo más clásico y al gripo proletario destemplado e impotente. Pues bien, en este asunto concreto cuanto menos, no parece que la demarcación trazada toque realidad y sí, por el contrario, que la posición más próxima a la mala argumentación, al razonamiento mal intencionado, a las falacias más transitadas, sea la que nos ha brindando aquel vicepresidente que muchos admiramos cuando estuvimos en el país de Sandino, Carlos Fonseca, Rubén Darío, Ernesto Cardenal y Gioconda Belli.