Se ha hecho común la protesta pública, por lo general pacífica, que en muchos países del mundo desarrollado refleja la inconformidad de grandes segmentos de ciudadanos con la opresiva realidad en la que viven, o sobreviven. Cada vez se constata más, a cielo abierto, la toma de conciencia y el repudio a las formas de […]
Se ha hecho común la protesta pública, por lo general pacífica, que en muchos países del mundo desarrollado refleja la inconformidad de grandes segmentos de ciudadanos con la opresiva realidad en la que viven, o sobreviven.
Cada vez se constata más, a cielo abierto, la toma de conciencia y el repudio a las formas de dominación, subordinación y total dependencia a los poderes económicos -que rigen los destinos políticos y sociales- de naciones supuestamente en la cresta desarrollada de una ola global que amenaza con arrasar a la civilización actual, a la humanidad como especie.
En Europa, Estados Unidos e incluso por América Latina, hay muchos y constantes ejemplos de este estallido casi ignorado por los todopoderosos -incluyendo los grandes conglomerados de prensa que dominan- que no cesa de gotear sobre la piedra de las estructuras prevalecientes, en una lenta pero persistente erosión que dará frutos futuros.
Y en esto reflexiono en un contexto muy alejado del que viven esos indignados de muchas latitudes porque en Cuba no hay oligopolios que ponen sus beneficios por encima de cualquier otra consideración. Aquí conceptos como solidaridad y justicia social son esenciales y el ser humano está en el centro de los desvelos y propósitos de mejoría para las autoridades.
Son dos mundos diferentes en muchísimas cosas -muy larga la lista para relacionarlas ahora- que explican porque no hay indignados manifestándose por nuestras plazas y calles, a pesar de las esperanzas e intentos de replicarlos entre nosotros de enemigos foráneos y los pocos lacayos internos que les siguen.
Sin embargo, los cubanos estamos molestos, de forma constante y por múltiples motivos, y nuestro deber es canalizar esa desagradable sensación en acciones prácticas para resolver los problemas que la causan.
El llamado llega desde la cúspide de la sociedad, que convoca a cambiar todo lo que tenga que ser cambiado para enriquecer el socialismo cubano, subrayando valores como eficiencia y racionalidad.
Por tanto no hay contradicción entre la base -el cubano simple- y sus dirigentes principales, en el derrotero a seguir. El nudo que hay que cortar es el que traba en lo cotidiano el desarrollo de la vida a la que aspiran, unos y otros.
Desde la corrupción que permea muchas actividades comunes, la indiferencia enmascarada que aborta las mejores intenciones, los usos de recursos estatales para lucro individual, la improductividad y la carencia de exigencias, la ausencia de ética e, incluso, de buenos modales, en las relaciones laborales -en especial en el comercio minorista… hasta otro listado de insuficiencias lastran los nobles propósitos generales del país y llegan a ponerlos en peligro.
Aquí no hay codicia corporativa ni represión, temas centrales hoy de las protestas de los indignados en Estados Unidos. El problema del cubano de hoy tiene que ver con un deterioro del tejido social en buena medida provocado por las penurias impuestas por un prolongadísimo bloqueo estadounidense y, también, por nuestros propios errores e insuficiencias. En ese último sentido, nosotros mismos somos causantes y, a la vez, víctimas, de nuestro propio malestar. Y es nuestra obligación erradicarlo no sólo mirando la paja en el ojo ajeno.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2011/11/09/realidades-cubanas-el-nudo-que-hay-que-cortar/