La Plaza Tahrir de El Cairo volvió a rebosar de pueblo el martes pasado. Igual que ocurrió a partir del 25 de enero de 2011 y durante 18 días hasta el derrocamiento de Hosni Mubarak, hombre de confianza de Washington y Tel Aviv, ríos humanos inundaron el histórico espacio. Ahora para exigir que se impida […]
La Plaza Tahrir de El Cairo volvió a rebosar de pueblo el martes pasado. Igual que ocurrió a partir del 25 de enero de 2011 y durante 18 días hasta el derrocamiento de Hosni Mubarak, hombre de confianza de Washington y Tel Aviv, ríos humanos inundaron el histórico espacio. Ahora para exigir que se impida competir en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales al general Ahmed Shafiq, ex primer ministro del régimen mubarakista, aplicándole la vigente ley de exclusión política, y para rechazar recientes fallos judiciales que involucran a Mubarak y allegados a su régimen. Uno de los asombrosos veredictos condenó a cadena perpetua a Mubarak y su ministro del interior, para quienes la fiscalía pedía la horca por los cientos de muertos ocasionados en las movilizaciones que lo derrocaron, pero absolvió a seis altos jefes de policía directamente implicados en los hechos. Otra agraviante sentencia absolvió de cargos de corrupción al ex dictador, sus dos hijos y un multimillonario socio de negocios.
Aunque el desenlace de los juicios ha hecho estallar la indignación en tanto consagra la impunidad para los personeros del régimen anterior, a la vez actuó como detonador de la gran inconformidad popular con el resultado de la primera vuelta en las elecciones presidenciales, contenida hasta ese momento. A ello se suma la subyacente animadversión, especialmente juvenil, contra la junta del mariscal Tantawi, que más de año y medio después de la caída de su antiguo patrón continúa al mando, reprimiendo y encarcelando mientras los jerarcas militares siguen usufructuando fastuosos privilegios en un país con mayoría en la pobreza.
El saldo de la primera vuelta, con los dos candidatos más cercanos a la Plaza Tahir derrotados y el pase a segunda vuelta del declaradamente contrarrevolucionario general Shafiq apenas un punto por debajo de Mohamed Morsi, candidato también ligado a Tahrir de los bien organizados Hermanos Musulmanes (HM) ha sumido en la perplejidad y luego en la rabia a la población. Existen evidencias de una sofisticada campaña mediática de factura gringa para inducir al votante, de compra escandalosa de votos a los campesinos del Valle del Nilo, de astronómico gasto de campaña con recursos públicos y datos sólidos que apuntan a un fraude en las urnas, todo a favor de Shafiq. Pero esta no es la causa principal de la debacle electoral de las fuerzas populares sino su división y ausencia de coordinación y organización.
Sumados los por cientos de votación obtenidos por los tres candidatos con simpatías en Tahrir (Morsi, 25; el nasserista Hamdein Sabahi, 21 y 18 el islamita independiente Abdelmoneim Aboul Fotou) lograron casi las dos terceras partes, lo que indica que con un candidato de unidad habrían barrido a Shafiq, cuyos sufragios, mas los de de Amr Moussa, el otro candidato del régimen anterior, sólo sumaron la tercera parte. Pero los HM, contrariamente a su compromiso previo, decidieron postular candidato propio y no hubo forma de hacer que unieran empeños los otros líderes populares, que aún sin el apoyo de los HM habrían derrotado a Shafiq en primera vuelta.
Ahora las fuerzas populares partidarias del estado laico -no se diga las altivas jóvenes egipcias- se debaten ante la disyuntiva de dar el voto a Morsi, que promete implantar una versión moderada de la Sharia (ley islámica) ante la horrible perspectiva de que gane Shafiq, cuya única promesa es la típicamente reaccionaria de asegurar «estabilidad y seguridad». De allí que como plan emergente se haya decidido en Tahrir, y las plazas de Alejandría y otras ciudades exigir a la junta militar la inhabilitación del general como candidato. Asimismo, los candidatos populares derrotados negocian con Morsi, como condición para llamar a votar por él en segunda vuelta, que acepte la instauración de un consejo presidencia plural, un primer ministro ajeno a los HM y la integración de una asamblea constituyente y un gobierno representativos de todos los sectores del país, que incluya a las demás fuerzas populares y a los cristianos coptos. De otra manera estos votarían en masa por Shafiq por temor a un repunte del islamismo extremista. Es interesante que estas demandas fueron aclamadas en Tahrir con nutrida asistencia de la juventud de los HM. Pero lo más alentador es la vuelta de la juventud y el pueblo a las calles, nuevos aprendizajes, multiplicación de energías y opciones abiertas a inesperados desarrollos de la rebelión egipcia.
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