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Simposio Cuba en la historia II

Reflexiones puntuales

Fuentes: Rebelión

La posibilidad de conocer de cerca -y en distintas etapas- el proceso social cubano desde 1959 hasta hoy y el tener un cierto dominio de los antecedentes del mismo; permite esbozar algunas reflexiones en el marco de este evento orientado a celebrar el 60 aniversario de la gesta liderada por Fidel y que marcó un […]

La posibilidad de conocer de cerca -y en distintas etapas- el proceso social cubano desde 1959 hasta hoy y el tener un cierto dominio de los antecedentes del mismo; permite esbozar algunas reflexiones en el marco de este evento orientado a celebrar el 60 aniversario de la gesta liderada por Fidel y que marcó un hito en la lucha de los pueblos de todos los continentes. Espero, modestamente, poner el dedo en la llaga, y tocar temas candentes que tienen que ver con experiencias de América Latina pero, sobre todo, con las nuestras.

Se trata de poner en tinta sobre papel, ideas referidas a asuntos que forman parte del debate de la izquierda desde hace muchos años y que seguramente se proyectarán en la perspectiva, con la misma fuerza de antes. Al abordar estos asuntos lo que se busca obviamente, no es acabar con esa discusión sino, de alguna manera, ayudarla a procesarse de una manera más metódica y definida, para que sirva como aliento, y no como rémora; para que ayude a avanzar, y no sea usada para debilitar las fuerzas, o quebrar las posibilidades de desarrollo del movimiento popular. Veamos entonces, cuáles son los temas que nos interesan hoy.

Reforma y revolución

Es claro que en muy amplios sectores del movimiento popular, se vive un clima creciente de descontento ante las iniquidades de la sociedad capitalista. Bien puede asegurarse que todos estamos en contra de lo que constituye la esencia de la sociedad capitalista: la explotación del hombre por el hombre. Recusamos la injusticia social, condenamos la guerra, rechazamos las desigualdades que fluyen de la sociedad en nuestro tiempo y nos declaramos enemigos de todos los abusos y maldades de las que hace gala la clase dominante en cada uno de nuestros países. En todo eso -y quizá mucho más- tenemos unidad de criterio y -lo que es más importante- la posibilidad de sumar fuerzas para combatir estas expresiones horrendas.

El problema, que alude en el fondo a la crisis del sistema mundial de dominación vigente, llega así, y puede dar lugar a una primera diferencia sustantiva. Ella, estriba en la formulación de cómo hacer, para poner fin a esto. A partir de ese interrogante, asoman siempre dos enfoques. Y este tema, no es nuevo. En nuestro país fue planteado descarnadamente por José Carlos Mariátegui el 15 de junio de 1923 en la primera charla que hizo referida a la crisis mundial. Allí nos dijo que las fuerzas proletarias europeas se hallaban divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios.

Para unos, -y entre ellos estaba Mariátegui. y estamos nosotros- es posible construir una nueva sociedad sólo demoliendo la actual, cambiando de raíz las estructuras de dominación vigentes, y forjando un nuevo orden social, más humano y más justo. Esta tarea, solo será posible mediante una Revolución Social que nos permita comenzar desde abajo la tarea de forjar el futuro. Por eso, nos definimos revolucionarios

Pero a nuestro lado, hay otras fuerzas que creen que esa, es una posición extremista. Incuban la idea de cambiar la sociedad de otra manera, modificando sus expresiones más equívocas, subsanando sus injusticias flagrantes. Se convierten así, en abanderados de las posiciones evolucionistas, reformistas, sin que el término sea usado de modo despectivo, o peyorativo. Desde nuestro punto de vista, las reformas pueden ayudar, y ser útiles.

A nuestro juicio, sin embargo. Las reformas pueden ocurrir antes de una revolución, durante una revolución o incluso, después de una revolución. Lo que no podrá ocurrir, es que las reformas reemplacen a una Revolución. En ese marco, nos parece profundamente errado considerar que mediante reformas se pueden hacer cambios en la sociedad capitalista de modo tal que ya no sea necesaria una Revolución.

El proceso social latinoamericano hoy está planteado en ese dilema. Fuerzas avanzadas, progresistas, interesadas genuinamente en la lucha por atender las necesidades de los pueblos, obran convencidas que sí, que es posible hacer cambios en el marco de la sociedad capitalista, sin recusar su esencia. En el fondo, alternativas tan sugerentes como el proceso brasileño de Lula Da Silva y Dilma Roussef, han sustentado esa idea. También lo han hecho, Néstor y Cristina Kichner en Argentina. Y el Presidente Rafael Correa, en Ecuador. Esa misma opción, sin duda, la encarnaron los exponentes del Frente Amplio de Uruguay, José Mujica y Tabaré Vásquez.

Su empeño principal en el gobierno ha sido -con la mejor intención- disminuir los indicadores de pobreza, acabar con la desnutrición infantil, amparar a los más necesitados. Y han invertido inmensos recursos en programas orientados al cumplimiento de esas metas. En ese marco, han «pactado» con sectores de la burguesía comprometiéndose a no afectar sus intereses, a cambio de su apoyo o, en el extremo, su neutralidad ante sus políticas de gobierno.

La intención que los llevó a esa idea, no es mala. Ni tampoco es de por si mala la idea de andar por ese camino. Lo que ocurre es que ese camino se agota, termina, y no logra sus propósitos. Salvo el caso de Uruguay, las fuerzas que impulsaron esos cambios perdieron el poder, y fueron excluidos de un proceso de definiciones. Sus posiciones fueron afectadas por Golpes de Estado planteados de una u otra manera, como ocurrió en Honduras, en Paraguay, o en el mismo Brasil, en el caso de Dilma Rousseff.

La falta de preparación política de las masas, la carencia de una organización que luche en el terreno concreto, la división del movimiento popular; resultaron elementos fatales en cada uno de estos casos. Ellos explicaron el desenlace ocurrido, pero en verdad, eludieron el tema de fondo ¿es realmente posible hacer esos cambios en el marco de la sociedad capitalista? Los que creen que si, son muchas veces fuerzas sanas, que merecen el mayor apoyo, y la mas franca solidaridad; pero en el fondo, fueron víctimas de los limites que ellos mismos se impusieron. La vida les demostró que ese camino está cerrado; que las reformas, no cambian la esencia de la sociedad; y que los pueblos de nuestro continente, no tienen otro camino, sino el de la Revolución Social. En definitiva, en los países en los que se marcha por ese derrotero, contrario, donde se ha producido una Revolución, ha sido realmente posible defender los intereses de los pueblos. Lo confirma la subsistencia de Cuba, de la Nicaragua Sandinista, y de la Venezuela de hoy, que está haciendo su camino revolucionario enfrentando con heroísmo y destreza las más duras agresiones del Imperio.

Las reformas ayudan, pero no resuelven. Esa es una de las primeras lecciones que puede extraerse de la Revolución Cubana. Sostener eso, no significa alentar la idea que aquí hay que hacer «como en Cuba», o «·como en Nicaragua» o «como en Venezuela». No. Significa, simplemente decir que aquí hay que hacer una Revolución, y no alentar la idea que las reformas serán suficientes. Ellas podrán abrir una ruta, pero en una u otra circunstancia, será indispensable «dar el salto» y tomar al toro por las astas. Creer esto, es ser consciente que en esta parte del mundo, se vive un periodo revolucionario. Así lo sostuvo el Amauta.

Formas de lucha y vías de la revolución

Una Revolución -dijo Mariátegui- «no es un golpe de estado, no es una insurrección, no es una de aquellas cosas que aquí llamamos revolución por uso arbitrario de esta palabra. Una revolución no se cumple sino en muchos años. Y con frecuencia tiene periodos alt1ernados de predominio de las fuerzas revolucionarias y de predominio de las fuerzas contra revolucionarias… Mientras uno de los bandos combatientes no capitule definitivamente, mientras no renuncie a la lucha, no está vencido. Su derrota, es transitoria».

Pareciera que Mariátegui nos estuviese hablando de la URSS, de su ascenso y de su caída. Y que esté aludiendo a la Cuba de hoy y de los países que luchan por afirmar un nuevo modelo social, como Nicaragua, Venezuela. En la antigua URSS, hay un periodo de repliegue y de derrota, pero que no es definitivo. Y en los otros países, hay un proceso de lucha en el que los pueblos están resistiendo y batallando a pie firme, para no ser vencidos. El dilema es Revolución, o contra Revolución.

¿Hay alguna receta para hacer la Revolución en uno u otro país? ¿Es posible que en un país, se repita una experiencia igual a la vivida en otro? Es claro que no. No habrá ni en el Perú ni en ningún otro país, una experiencia igual a la ya vivida. Cada país debe -decía Lenin- «parir su movimiento». Nuestra propia realidad lo confirma. Tuvimos un proceso revolucionario -el de Velasco Alvarado- pero no fue una Revolución Socialista, y se basó en una alianza inédita en el Perú: la Unidad del Pueblo y la Fuerza Armada. De ese modo, en la circunstancia, la Revolución actuó con las armas en la mano, lo que intimido a sus adversarios que tuvieron que recurrir a una estrategia más compleja para acabar con tal proceso.

La formas de lucha, son eso, formas. No son esencias. La guerrilla fue consustancial a la Revolución Cubana y a la Nicaragüense; pero no necesariamente lo será en otros países. En Chile, o en Uruguay, las fuerzas progresistas arribaron al gobierno por vía electoral; pero no es probable que así ocurra en el Perú, o en otros países. En cada lugar, las cosas habrán de ocurrir de manera diferente. Pero hay reglas universales, que podemos llamar «regularidades» en los procesos liberadores:

No habrá nunca un proceso enteramente pacifico. Aún si las fuerzas de la contra revolución no fueran capaces de ofrecer resistencia a la hora de la toma del Poder, y entregaran los mandos con las manos en alto; incluso en ese supuesto, harán resistencia violenta cuando se procesen los cambios revolucionarios, porque éstos les habrán de afectar en una, u otra medida. Mariátegui, en el tema, fue bastante claro y preciso. Si la Revolución exige violencia, dijo, «estoy con la violencia, sin reservas cobardes». Y esto hay que recordarlo ahora porque ciertas gentes de izquierda buscan «tomar distancia» de procesos como el de Nicaragua o Venezuela porque dicen que «emplea la violencia». Se asustan del hecho. y acusan a sus gobiernos sosteniendo que son «dictaduras». Piensan que un fenómeno complejo y tan convulso, como es una Revolución, debe discurrir «por caminos enteramente pacíficos y democráticos». Como diría Lenin: «¡Nunca han visto una Revolución, estos señores!».  

Cuando las fuerzas revolucionarias hacen uso de la violencia, no actúan nunca de manera irracional. Ni siquiera, ante el enemigo. Cuando eso ocurre -sucedió, por ejemplo, en el proceso salvadoreño, en el caso del poeta Roque Dalton- finalmente se descubrirá otro tipo de motivaciones en el accionar de quienes actuaron en esa circunstancia.

No existirá, tampoco, un proceso revolucionario que se desarrolle al margen de las masas. Esa, bien podría ser una segunda regularidad de cualquier proceso. La fuerza que combate debe «dar la cara» y ser conocida por las acciones que desarrolla, más que por la «propaganda» que suele hacerle el enemigo cuando piensa que puede usar algo de lo que se hace en provecho de su sistema de dominación. Por eso los actos aislados, las acciones terroristas, no son propias de una fuerza empeñada realmente en impulsar cambios revolucionarios. Terrorismo y lucha revolucionaria, son incompatibles. Y la incompatibilidad, la constató el propio Lenin en 1887 con la dolorosa caída de su hermano.

En la experiencia cubana hubo acciones aisladas, si, pero nunca actos destinados a amedrentar a la población, intimidarla, o ganarla por el miedo. Los revolucionarios cubanos aun en las condiciones de clandestinidad, o de guerrilla, dieron la cara y lucharon abiertamente por sus objetivos más preciados. Y se empeñaron siempre en respetar escrupulosamente la libertad y la dignidad de los ciudadanos. El caso del secuestro de Juan Manuel Fangio, ocurrido en La Habana en el fragor de la lucha contra la dictadura batistiana, fue aleccionador. Tan pulcro fue el comportamiento de los integrantes del 26 de julio que participaron en la acción, que se ganaron la gratitud del campeón mundial de automovilismo y la admiración de amplios segmentos de la población.

La vanguardia

Para que haya una Revolución, será indispensable la existencia de una Vanguardia, de una fuerza que sea capaz de liderar el movimiento y que sea reconocida en ese papel por las masas populares del país en el que actúa. Históricamente, los Partidos Comunistas fueron la Vanguardia, porque jugaron ese papel en la lucha social contra el régimen de dominación capitalista. Pero en la Revolución Cubana, el Partido Comunista existente, objetivamente no cumplió esa función. Tampoco ocurrió eso ni en Nicaragua, ni en Venezuela. Pero en todos esos países, hubo una fuerza de Vanguardia. Su existencia, es consustancial al proceso revolucionario. Hoy, el Partido Comunista de Cuba no sólo es Vanguardia del proceso en Cuba, sino que irradia una influencia extraordinariamente positiva en el escenario continental, Y los comunistas de Nicaragua y Venezuela, están objetivamente incorporados a las tareas de conducción de esos procesos.

Lenin dijo siempre que no basta «proclamarse vanguardia», Hay que actuar de modo tal, que el pueblo mismo conozca a la fuerza que juega el papel de vanguardia en sus luchas. La Vanguardia debe estar a la cabeza de ellas pero, sobre todo, caminar al ritmo que le imponen los acontecimientos. NI «tan adelante» que el pueblo la pierda de vista; ni «tan atrás» como para que no la tome en cuenta. La Vanguardia debe buscar siempre su lugar exacto; pero sobre todo, debe tener una visión panorámica del escenario en el que actúa y una mirada de futuro. Debe saber qué ocurrirá en cada recodo del camino, y no deberá simplemente «esperar» que sucedan hechos, para analizarlos y procesarlos. El papel de la Vanguardia será constante: señalar el camino, y orientar el accionar de las masas; trabajando en el seno de ellas por lograr la unidad, la organización, la conciencia política de la población y el aliento a su lucha,

La Vanguardia debe proteger al pueblo y no simplemente esperar ser protegida por él, aunque este fenómeno se produzca como dialéctica de cualquier proceso revolucionario. Proteger al pueblo, implica respetar sus costumbres, cultura, prácticas tradicionales, creencias y sentimientos. Y nunca «castigarlo», como ocurrió en los denominados «años de la violencia» en el Perú, cuando poblaciones enteras fueron masacradas por acciones adjudicadas a presuntos integrantes de la estructura terrorista «Sendero Luminoso».

La Vanguardia surge siempre a partir de factores definidos: Una línea justa y un accionar consecuente. La línea justa debe partir de la realidad y estimar el sentimiento de las masas, no para «hacerse eco» de él y repetirlo; sino para recogerlo, procesarlo y proyectarlo, diseñando en todos los casos una estrategia y una táctica comprensible y asimilable. Por lo demás, la Vanguardia debe siempre plantear luchas, y objetivos, alcanzables; por una razón muy simple: debe procurar siempre que las masas registren avances, y tengan éxito en lo que se proponen. Cuando las fuerzas progresistas alcanzan victorias, aunque sean pequeñas y poco significativas; ellas les sirven como aliento para nuevas batallas. En cambio, cuando sufren derrotas, se corre el riesgo de la desmoralización y aún de la deserción.

La Vanguardia debe siempre cuidarse de no dar consignas falsas, de proponer objetivos inalcanzables, de hacer proclamas triunfalistas. Todo eso debilita su papel y su rol dirigentes.

La revolución no se exporta

Desde hace más de cien años en el escenario popular está planteado el tema de la cantada «exportación de la Revolución», vinculada al de la construcción del Socialismo en un solo país. Ese debate, que tomó fuerza en los años veinte del siglo pasado, parece resucitar ahora aunque en otras dimensiones, y hasta con otro carácter. Hace un siglo hubo quienes pensaron que la Revolución Bolchevique debía extender y ampliar su dominio, llevar el socialismo a Europa en la punta de las bayonetas del Ejército Rojo. La Segunda Gran Guerra y su desenlace, con el surgimiento de la llamada «comunidad socialista de naciones» -es decir, «Europa del Este»-; algunos pensaron que sí, que así había ocurrido en la práctica, y así podría acontecer en el futuro. Y que esa realidad, era la consecuencia de un aserto histórico: no era posible construir el socialismo en un sólo país.

Vino a la cabeza de algunos de nuestros compatriotas la idea que así había ocurrido en los años de la Independencia, y así habría de suceder más adelante. En aquellos años, en efecto, vinieron a nuestro suelo y combatieron en él, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, bolivianos, argentinos, uruguayos, cubanos, y hasta ingleses como Lord Cochrane. Con ellos fue posible ganar esa guerra en varios escenarios y finalmente coronar la victoria en Junín y Ayacucho. Hay quienes piensan hoy que así podría ser en esta segunda contienda para liberarnos del dominio yanqui. Ese esquema parte de la idea que en el Perú «la Revolución, vendrá de afuera». Aunque en la teoría nadie sostiene tal tesis, en la práctica parece que muchos la comparten. Por eso no hacen nada por la Revolución, y se limitan a espera que «pase el tiempo», confiados en que «vendrá sola», o «vendrá de afuera». No siempre ese esquema mental funcionó de ese modo en la Izquierda Peruana.

En los años 70 y 80 de siglo pasado, se trabajó intensamente en la base del pueblo. Se unió a amplios sectores en respaldo al proceso revolucionario; se organizó sindicatos, estructuras campesinas y organizaciones sociales en todos los niveles de la vida nacional; se politizó a la población sembrando sentimiento y conciencia de clase; y se promovió y alentó la lucha de los trabajadores. En otras palabras, se hizo activo trabajo revolucionario. Eso, después fue reemplazado por un episódico y esporádico trabajo electoral.

Es hora que las nuevas generaciones de revolucionarios peruanos, lleguen a la conclusión que ese, no es el camino. Construir la unidad para participar en proceso electorales sin debatir ni promover objetivos políticos dejar de lado tareas solidarias para no «malquistar» a probables «aliados electorales; no obedece a una línea justa ni tiene perspectivas de victoria.

El tema del socialismo en un solo país tiene que ver con la realidad. Aquí hay darle la razón a Goethe: «Gris es la teoría, amigo, pero verde y frondoso es el árbol de la vida». No fue Cuba quien escogió el camino de construir el socialismo en un solo país. Fue la realidad la que impuso eso. Y la realidad -también lo dijo Lenin- «vale más que mil programas».

Compromiso, solidaridad e internacionalismo

Estas tres palabras expresan en buena medida aquello que puede extraerse como enseñanza de la experiencia cubana a lo largo de las seis décadas de construcción del socialismo. Compromiso, en primer lugar, con su propio pueblo, para conducirlo con el menor riesgo posible por un camino nacional liberador rumbo a una sociedad más justa. Solidaridad con todos los pueblos que luchan contra el Imperialismo, aunque partan incluso de premisas distintas y busquen propósitos ulteriores diferentes. E Internacionalismo, para comprender lo que ocurre en el escenario mundial, afectado hoy peligrosamente por la política guerrerista del Pentágono.

Vivimos un periodo extremadamente delicado en la escena mundial. El Imperio siente que la tierra, se hunde bajo sus pies. Y está dispuesto a hacer uso de todas las herramientas que tiene a la mano, para defender sus privilegios y sus intereses. Es tarea nuestra -y no sólo deber de las «nuevas generaciones»- derrotar los planes guerreristas que hoy amenazan a los pueblos.

A los 60 años de la toma del Poder por las fuerzas más avanzadas de la sociedad; Cuba nos da ejemplo de muchas cosas. De firmeza, dignidad, decoro, resistencia; pero, sobre todo, de inteligencia revolucionaria..

Y eso, es lo que más debemos apreciar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.