Los cambios al interior de la Casa al Saud, con la serie de movimientos, renuncias, retiros y nombramientos efectuados y catalizados por el Rey Salman bin Abdulaziz al Saud muestran que el Clan Sudairi ha vuelto a reforzar sus posiciones de liderazgo, tras la muerte del nonagenario Monarca Abdolá bin Abdulaziz al Saud el 22 […]
Los cambios al interior de la Casa al Saud, con la serie de movimientos, renuncias, retiros y nombramientos efectuados y catalizados por el Rey Salman bin Abdulaziz al Saud muestran que el Clan Sudairi ha vuelto a reforzar sus posiciones de liderazgo, tras la muerte del nonagenario Monarca Abdolá bin Abdulaziz al Saud el 22 de enero del año 2015.
Esos cambios se dan en el marco de la agresión de Arabia Saudita a la República de Yemen, secundada en esta acción violatoria del derecho internacional, por una coalición de países – principalmente Monarquías ribereñas del Golfo Pérsico – que responden a los objetivos de la triada Washington-Riad-Tel Aviv. Propósitos destinados a mantener su hegemonía política y militar en Oriente Medio, tratando en ello de contender contra la República Islámica de Irán, devenida en fuerte oponente a los planes de esta triada y sus apoyos a los movimientos terroristas takfirí, que operan tanto en Siria, Irak como en la propia Yemen.
La Casa Al Saud y su doble cara
Esto grupos radicales, nacidos bajo el alero del wahabismo han sido organizados, financiados, armados y apoyados por Arabia Saudita con el aval de Estados Unidos y la implicancia de Israel en materia de labores desarrolladas principalmente por el Mossad – su servicio de inteligencia – destinados a crear una política regional que conduzca a la fragmentación de Oriente Medio y con ello el fortalecimiento del dominio occidental de este importante espacio geoestratégico y como efecto secundario pero funcional a Washington y Riad las ofensivas aéreas y la posible intervención terrestre saudí en territorio de Yemen ha allanado el camino para el fortalecimiento y avance de Al Qaeda en la zona sur de la península arábiga.
Mientras el mundo es testigo de la agresión saudí a su vecino del sur y con ello los intentos de aplastar al Movimiento Ansarolá, los Comités Populares – conformados por civiles yemeníes – y el Ejército Yemení contrario a la acción de Riad, el Monarca Salman bin Abdulaziz emitió un decreto real por el cual nombró, como príncipe heredero, a su sobrino Mohamed bin Nayef de 55 años, que suma a este importante papel, los cargos de Ministro del Interior y Presidente de una macrocomisión que es la responsable de la seguridad interna y la política exterior saudí.
El rey reemplazó así su propio hermano Muqrin bin Abdulaziz en la sucesión al trono. Muqrin en un acto inusual para la política interna de la familia real, emitió un comunicado que no sólo da cuenta de las dificultades al interior del régimen saudí, sino también los efectos derivados del ataque a Yemen y las consecuencias que tal hecho puede tener para la propia sobrevivencia de la Casa al Saud. Muqrin mediante una carta pública criticó la invasión saudí contra el pueblo yemení, pidiendo el fin de esta agresión de manera tal de «trabajar en serio para detener lo que está sucediendo en Yemen y preservar la soberanía de ese país y emplear una solución política para zanjar la crisis». Muqrin bin Abdulaziz, cuya madre es de origen yemení, señaló con esta carta que «por asumir mi responsabilidad y dar a conocer el peligro que representa esta situación, decidí renunciar a mi cargo como príncipe heredero».
A las críticas de Muqrin se unió también la de su hermano Talal bin Abdulaziz al Saud, quien rechazó en forma categórica los cambios, nombramientos y decretos emitidos por Salman, que incluye la remodelación en la línea de poder de la Monarquía Wahabita. Efectivamente, en una jugada considerada temeraria, el Monarca Saudí nombró a su primogénito Mohamed bin Salman, como sucesor de Nayef, lo que marca una mutación interesante en la manera en que se proyectaba la sucesión monárquica del país de los Saud: de los hijos del fundador de esta casa a los nietos. Bin Salman, no sólo deviene así en un importante lugar de sucesión monárquica, sino que acumula en estos cambios otros cargos de importancia en el acomodo de piezas de su padre: Ministro de Defensa, Jefe de la Corte del Rey – por tanto quien da el pase para ver o no ver al rey – y Presidente de una macro comisión encargada del desarrollo económico saudí, tomando a su cargo la empresa de Petróleo Aramco, en forma independiente del Ministerio del Petróleo.
En esta serie de decretos, el rey saudí también destituyó al veterano Ministro de Asuntos Exteriores, Saud al Faisal, siendo reemplazado por el hasta entonces embajador en Estados Unidos, Adel al Jubeir -quien fue el encargado de anunciar el inicio de las operaciones de agresión contra Yemen-. Igualmente el Monarca saudí sacó de la primera línea al omnipotente Ministro de petróleo, Alí al Naimi. Todas ellas, medidas que refuerzan el poder de Salman no sólo al interior del Clan Sudairi, sino también una clara señal al resto de la Casa al Saud que llevará las riendas del país con mano dura, como lo está demostrando de igual manera en el plano externo con la agresión a Yemen, el apoyo a la represión contra el pueblo bahreiní, sus oposición a los acuerdos nucleares aes entre el G5+1 e Irán y la clara implicancia en los afanes de derrocamiento del gobierno Sirio.
Temor a Irán.
El análisis fino de estos cambios ejecutados por Salman muestran que la supuesta continuidad anunciada por Riad tras la muerte de Abdolá bin Abdulaziz ha dado paso a una política, sobre todo en el plano regional, mucho más activa y agresiva. Ello, bajo el temor de la Casa Real Saudí frente al papel que está jugando la república islámica de Irán en los acontecimientos políticos y bélicos de Oriente Medio, en materias, sobre todo de combate activo de los grupos terroristas de raíz takfirí, que responden a los lineamientos generados en Washington-Riad y Tel Aviv.
Temor que se une a la posibilidad de ver concretado el entendimiento entre Teherán y el G5+1 en materias del diálogo nuclear iniciado en noviembre del año 2013 y que tendrá antes del 30 de junio del 2015 una solución definitiva. Inquietud, pues ello conduce a pensar que la hábil diplomacia iraní y la férrea defensa de su derecho a desarrollar su programa nuclear en el marco de un desarrollo alejado de la posible construcción de armamento nuclear, llegaría a buen puerto.
Ese panorama de un Irán pleno, fortalecido, reconocido y sobre todo libre de sanciones que impiden hacer uso de sus recursos, aterroriza no sólo a Riad, sino que también a Israel y a los Halcones republicanos estadounidenses. Un trío que no ha escatimado esfuerzos para echar abajo cualquier atisbo de solución al contencioso por el programa nuclear iraní. De allí la agresión contra Yemen, el incremento de los apoyos de los grupos terroristas que combaten al gobierno sirio e iraquí, la intensificación de la represión contra los afanes de libertad en Bahréin y el fortalecimiento de alianzas con el régimen egipcio, la Monarquía marroquí y el gobierno libio afincado en Trípoli de corriente radical en comparación con el gobierno de Bengazi, mucho más pro occidental.
Los Sudairi ha vuelto a retomar posiciones al interior de una familia real, los al Saud que reúne a 3 mil miembros entre príncipes, jeques, sus familias, lo que convierte a Arabia Saudita, no sólo en un Estado cuyo nombre asume el nombre de su casa reinante, sino también crea un Estado Absolutista donde la familia del Monarca reúne todos los cargos de gobierno y en aquellos que la participación familiar es menor, como por ejemplo la Majlis as Shura – la Asamblea Consultiva – donde es el propio Monarca quien designa a dedo a sus miembros, controlando de hecho su accionar.
El nombre de Clan Sudairi se utiliza, comúnmente, para denominar la alianza de siete hermanos – tres de ellos ya fallecidos – dotados de plenos derechos y sus descendientes dentro de la familia real de Arabia Saudí, hijos de Hassa al Sudairi, esposa favorita del fundador de la dinastía; Abdulaziz bin Saud, para ser parte de la sucesión dinástica. Transmisión de poder que se ha ido se ha ido efectuando en función de ser hijo del fundador del clan ya sea para ocupar la corona o para ser nombrado Príncipe heredero.
Hoy, con Salman bin Abdulaziz ese tránsito contempla ya a los nietos – a partir de la decisión de nombrar a Mohamed bin Nayef como Príncipe heredero en primerísimo primer lugar y a su propio primogénito, Mohamed bin Salman como reemplazo de bin Nayef. Constatando, de ese modo que la gerontocracia saudí va dando pequeños pero significativos espacios a las noveles generaciones. Descendencias, que a contrapelo de lo que podría pensarse suelen tener una visión y un actuar más agresivo, como lo ha demostrado la actual agresión contra Yemen y el ímpetu político de seguir cercando a Irán, de la mano con los intereses israelitas y estadounidenses en la zona.
Frente a los cambios tanto públicos como aquellos más soterrados llevados a cabo por el rey Salman, algunos análisis han alertado sobre la posibilidad de un Golpe de Estado en el Reino Saudí, alentado por aquel grupo de Príncipes y Jeques que han sido alejados de las esferas más cercanas al poder o definitivamente sin posibilidades de acceder a cargos de importancia. El Instituto Británico de Defensa IHS Jane´s señaló en un informe dado a conocer a principios del mes de mayo que «los intentos del príncipe heredero adjunto para consolidar el poder podrían desencadenar una reacción desestabilizadora de su rivales – en la familia al Saud -. El ritmo de los cambios llevado a cabo por el rey Salman están cambiando la estructura de poder en Arabia Saudita en una forma sin precedentes«.
Este informe y aquellos análisis más finos de los cambios implementados permiten avizorar algún tipo de rechazo a las medidas de cambio, sobre todo de uno de los hijos del difunto Rey Abdolá bin Abdulaziz, el Príncipe Mutaib bin Abdolá quien controla a la poderosa Guardia Nacional saudí, conformada por 200 mil miembros. Informes de inteligencia occidentales han revelado que Salman está considerando abolir el Ministerio de la Guardia nacional y dejar a ese cuerpo armado bajo el mando del Ministerio de Defensa, que es dirigido por su hijo Mohamed bin Salman.
Esa posibilidad ha generado algún tipo de acercamiento entre el Príncipe Heredero Nayef y Mutaib destinado a tratar de alejar a Salman del poder, a través de labores de lobby efectuadas con el poderoso Consejo de la Lealtad, que es el órgano responsable de determinar la futura sucesión en el trono de Arabia Saudita. Este órgano fue creado en diciembre del año 2007 por el fallecido rey Abdulá bin Abdulaziz quien sostenía que su labor se enmarcaba en la codificación de las reglas no escritas, que han regido la selección de los gobernantes saudíes desde el fallecimiento del Rey Abdulaziz en el año 1953.
La fundación del Consejo fue visto como una forma de disminuir la influencia de los hermanos Sudairi que, sin embargo, mediante pago de favores, compra de apoyos e intrigas palaciegas han logrado reforzara aún más su poder en este Consejo conformado por 30 príncipes entre hijos y nietos del fundador de la dinastía al Saud.
La radicalización de las intrigas al interior de la familia reinante podría desencadenar el enfrentamiento y un posible Golpe de Estado entre las fuerzas leales al Príncipe Mutaib y aquellas cercanas a la del Príncipe Nayef, que eventualmente podría oponerse a traicionar la confianza depositada por su tío Salman al nombrarlo como Príncipe heredero. La mesa en esta Guerra de Tronos está servida en la Monarquía más absolutista que rige los destinos de un país, sin que ello signifique ninguna crisis moral o impedimentos de relaciones políticas, comerciales, militares y diplomáticas con las democracias occidentales, que suelen ser tan críticas frente a gobiernos que esas democracias representativas consideran como no democráticos.
El desafío interno al que se enfrenta Salman bin Abdulaziz es saber cómo va a utilizar el poder absoluto que ha logrado aglutinar en estos tres mese de reinado y si va a tomar algún tipo de ventaja de los liderazgos más jóvenes que está colocando en puestos claves de la Monarquía saudí. Mientras la lucha por el poder sigue su curso al interior del país, Arabia Saudita, en el plano externo, sigue agrediendo a su vecino del sur. Generando con ello más muertes y destrucción a través de bombardeos aéreos, incursiones terrestres y el apoyo sostenido a las fuerzas takfirí con la entrega de armas y apoyo logístico.
Suele decirse que no hay mejor solución para descomprimir los problemas políticos y económicos internos de un país, que exteriorizar esas dificultades – sacarlos de las fronteras – y ojalá con una guerra que frene las críticas a esos problemas domésticos en función de la defensa de la patria, de la seguridad nacional o en apoyo de los llamados de auxilio de un gobierno amigo en peligro. Arabia Saudita no es la excepción, el problema radica que Yemen está muy cerca, le radicalismo takfirí puede significarle un dolor de cabeza más que un paliativo y tenerlo a las puertas de sus fronteras y tensionar aún más el precario equilibrio al interior de la familia de la Casa al Saud.
Texto del Autor cedido por Hispantv
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.