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Respuestas al doctor Julio María Sanguinetti

Fuentes: Rebelión

«De lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse»Ludwig Wittgenstein El doctor Julio María Sanguinetti en un artículo publicado en el diario La Nación, de la República Argentina, el viernes 25 de enero de 2013, con el sugestivo título de Entre la falsedad y la ambigüedad, incursiona en el tema de la conflictiva […]


«De lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse»
Ludwig Wittgenstein

El doctor Julio María Sanguinetti en un artículo publicado en el diario La Nación, de la República Argentina, el viernes 25 de enero de 2013, con el sugestivo título de Entre la falsedad y la ambigüedad, incursiona en el tema de la conflictiva situación que el Estado de Israel ha generado desde su implantación en la región del Mundo Árabe, más conocida con el lenguaje colonialista, impuesto por las potencias imperiales, hoy como el Medio Oriente, aunque cuando esa potestad imperial era ejercida por Europa, se la conocía como el Cercano Oriente.

Para comenzar le diré doctor Julio María Sanguinetti que usted debiera leer el famoso Tractatus Logico-Philosophicus, de Ludwig Wittgenstein, publicado por primera vez en castellano por la muy reconocida editorial de la Revista de Occidente, en 1957, en Madrid, con un Prólogo del gran pensador Bertrand Russell, cuyos seguidores actuales acaban de crear hace 3 años el Tribunal Bertrand Russell por Palestina, que tiene entre sus miembros a muy distinguidos y destacados intelectuales y diplomáticos de diferentes países. Y cuya tarea es difundir la verdad de lo que ocurre en Palestina.

En su libro, L. Wittgenstein termina diciendo «De lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse», que yo, modificando su texto diría: «De lo que no se sabe, lo mejor es callarse», y eso le aconsejaría, doctor Julio María Sanguinetti, con toda humildad, pero con absoluta convicción.

Debiera usted saber, además, lo que el mismo Bertrand Russell poco antes de morir dejó escrito sobre el pueblo palestino y sus sufrimientos, del que le transcribo unos párrafos que son como una respuesta anticipada a sus superficiales y tergiversadoras reflexiones sobre una tragedia que desconoce, ignora o miente:

«La tragedia del pueblo de Palestina consiste en que su país ha sido «dado» por una potencia extranjera a otro pueblo, para la creación de un nuevo Estado. El resultado fue que muchos centenares de millares de personas fueron convertidas en personas privadas de su patria. ¿Por cuánto tiempo más querrá el mundo soportar este espectáculo de desenfrenada crueldad?

Ningún pueblo, de cualquier región del mundo que él fuere, aceptaría ser expulsado en masa de su propio país. ¿Cómo podría alguien pedir al pueblo de Palestina que acepte un castigo que ningún otro pueblo toleraría?

Frecuentemente se nos dice que deberíamos simpatizar con Israel, a causa de los sufrimientos de los judíos en Europa y a manos de los nazis. No veo en esta sugestión ninguna razón para perpetuar cualquier sufrimiento. Lo que Israel está haciendo ahora, no puede ser perdonado, e invocar los horrores del pasado para justificar los del presente es una grosera hipocresía.»

Y, también Yitzhak Laor, nos advierte sobre este tipo de evocaciones de Julio María Sanguinetti en este artículo, al señalar una actitud típica de los pseudo defensores del Estado de Israel:

«Nunca hay que menospreciar a los intelectuales. Pueden evocar el pasado (irrelevante) cuando el presente se cuestiona, pueden convivir con la injusticia más terrible mientras hablan de justicia, pueden apelar al genocidio de los europeos judíos -insistiendo en su nombre hebreo Shoa-aunque mientras tanto se esté perpetrando ante nuestros ojos la destrucción de la vida nacional palestina.»

No entraré a analizar la cantidad de errores que usted comete, doctor Julio María Sanguinetti, y lo hace por seguir la línea de lugares comunes de la propaganda pro sionista, asumiendo un discurso pseudo político para conformar a quienes seguramente le han ayudado a ganar elecciones en su país, nuestro hermano país de Uruguay.

Como es notoria la ignorancia que tiene el doctor Julio María Sanguinetti de lo que pasa en el Estado de Israel, si supiera algo no podría escribir semejantes barbaridades, en las que sigue la línea de los Marcos Aguinis de nuestro país, y leyendo cuidadosamente lo escrito se puede percibir que esos textos tienen la misma matriz porque repiten sin cambio alguno incluso las mismas palabras. Como si hubieran sido escritos por la misma persona, y lo firman distintos personajes en distintos países.

Tomaré solamente dos o tres de esos errores, para no extenderme demasiado, ya que lo he hecho en otras notas señalando las torpezas y necedades que escribiera oportunamente Marcos Aguinis. Y que Sanguinetti repite sin modificación alguna.

Y para comenzar diré que comete dos gravísimos errores en el inicio de su artículo diciendo que «Uruguay fue pieza fundamental de la resolución de la Naciones Unidas que en noviembre de 1947, creó dos Estados».

El primero, sin negar la participación que el representante uruguayo hubiere tenido en la redacción de la Resolución 181/47, de ahí a suponer que «fue pieza fundamental», sólo podemos atribuirle una ingenua pretensión o ambición de hacer del gobierno uruguayo de aquel momento una potencia imperial, comprensible por su orgullo de uruguayo, pero cándida apreciación que carece de toda posibilidad de veracidad histórica.

El segundo es cuando dice que las Naciones Unidas crearon dos Estados. Sorprende su ignorancia en derecho internacional ya que no estaba ni está en la potestad de las Naciones Unidas la creación de ningún Estado, y la Resolución 181/47 no fue sino una mera recomendación. Existe al respecto, documentación importante desmintiendo tal aseveración aventurada que, seguramente, usted, doctor Julio María Sanguinetti, por no ser un estudioso de este tema, debe desconocer. Y sigue repitiendo lo que, otros,  sin tener ninguna autoridad jurídica, han sostenido esa torpe falacia para engañar al lector ingenuo: la de que las Naciones Unidas crearon los dos Estados.

Además, debo agregar que esa misma recomendación sin la decisión y voluntad de las dos potencias imperiales de la época, Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, no habría tenido ninguna posibilidad de ser llevada a la práctica.

A ambas potencias hace mención el doctor Julio María Sanguinetti diciendo que la resolución elaborada por aquella Comisón «en aquel momento apoyaron Washington y Moscú». Su aparente ingenuidad política, no lo exime de saber que la Comisión formada no lo habría sido sino por la presión que ejercieran ambas potencias imperiales, que luego que fuera redactada la resolución que esas potencias patrocinaban, la votaron favorablemente.  Y no por influencia de ninguno de los redactores.

Y tampoco porque en la Comisión de redacción estuvieran poderosos países capaces de obligarlas a hacerlo. Y no apoyaron, no, sino que simplemente ratificaron lo que habían solicitado de esa comisión de redacción.

Pero el único reconocimiento como Estado lo tuvo el pedido del entonces designado primer ministro del Estado de Israel, David Ben Gurion, quien lo hizo el 15 de mayo de 1948, 6 meses después de la Resolución 181.

No fue, debiera saberlo un supuesto distinguido abogado como el doctor Julio María Sanguinetti, la Resolución 181, la «creadora» de los dos Estados, sino que fue la voluntad y decisión de las dos grandes potencias y sus países aliados a una y otra, lo que permitió la implantación del Estado de Israel.

Y por qué digo ¿implantación del Estado de Israel?

Porque ese proyecto colonial del Estado de Israel, ya había sido pergeñado en 1907, en el famoso Informe Henry Campbell-Bannerman,  aquel primer ministro inglés, quien soñaba conque la implantación de un enclave colonial, con habitantes judíos, en Palestina, lograría que el imperio británico no sufriera los avatares de los imperios europeos anteriores, esto es, su desaparición. Demás está decir que aquel primer ministro del imperio británico, quien también cándidamente soñaba con la perennidad del imperio, no pudo ser testigo de su desaparición. 

La literatura existente al respecto me hace abstenerme de citarla porque es de tal magnitud que impide hacerlo en este texto. Sólo le sugiero, doctor Julio María Sanguinetti, que lea las Memorias del entonces presidente de EE.UU. de América, doctor Harry Truman, que fueron publicadas en castellano por la Editorial Vergara en 1956. Asimismo la nota aparecida en el diario Clarín, el sábado 12 de julio de 2003, página 35, donde se revelan comentarios del propio Truman sobre su relación con los dirigentes judíos sionistas que le visitaron en su despacho presidencial, y las presiones que ejercieron sobre él, en la época en que se trataba en las Naciones Unidas la resolución que sería conocida como la Partición de Palestina.

Reitero, no voy a analizar críticamente cada uno de los párrafos en los que el doctor Julio María Sanguinetti, repite sumisa y genuflexamente, todas las absurdas acusaciones a las que, quienes conocemos sobradamente tales torpezas, estamos acostumbrados, y su lectura nos resulta aburrida por lo reiterativa y, a veces, significan pérdida de tiempo.
Y si a veces contesto, es porque me causan una profunda indignación declaraciones o escritos como este del doctor Julio María Sanguinetti, y de quienes pretenden desde una supuesta autoridad moral dictar cátedra de ética acusando al pueblo palestino de terrorista, y en su ignorancia y pedantería no advierten que sus diatribas e insolencias son producto de esa ignorancia de la que no tienen conciencia. Y más grave sería aún mi acusación si tuvieran conciencia y conocieran algunos de los hechos que relataré a continuación.

Y, a esta edad caminada y cansado de leer desde hace más de 40 años las mismas torpezas, me producen una profunda lástima esos políticos y escritores genuflexos que, apelando a un lenguaje harto conocido, no tienen  la hombría ni la dignidad de elevarse por encima de sus propias debilidades, y ser capaces de decirle la verdad al poder del dinero.
Como sí las tienen personas que nacidas y viviendo en el propio Estado terrorista, aumiendo la realidad con una actitud comprensiva describen la situación trágica que vive el pueblo palestino, de los que citaré sus textos muy difundidos en libros y ensayos que debieran ser leídos por personajes como Marcos Aguinis, Julio María Sanguinetti y otros, que prefieren recibir premios y viajes turísticos por difamar hipócritamente al pueblo palestino.

Entre muchos otros, que citaré a continuación, este texto de Yitzhak Laor, israelí, nos resume en una síntesis que debieran leer todos los que escriben a favor del Estado terrorista de Israel, antes de animarse a decir o escribir torpes diatribas:

«La historia la escriben siempre los poderosos, los vencedores. Aunque no hablemos abiertamente de derrramamiento de sangre, aunque no comparemos abiertamente el precio de nuestra sangre con ‘la suya’ a la hora de hablar de sufrimiento, todo debate sobre Israel ha te tener presente que más de 10 millones de personas viven en este Estado-nación y en los Territorios Ocupados. La mitad de esta población es árabe, pero casi 4 millones de ellos viven bajo ocupación militar, con apenas leyes que les amparen y protejan. El 50 por ciento de todos los prisioneros que están en las cárceles y centros penitenciarios israelíes -es decir, 10 mil personas- son «presos de seguridad», como los llama Israel, es decir, árabes de los Territorios Ocupados que están en prisión sin juicio alguno. Cerca de 4 millones de personas viven actualmente bajo la ocupación militar más prolongada de la época moderna, desposeídos del derecho de voto por las leyes que han gobernado nuestras vidas durante más de cuarenta años. 

    La Franja de Gaza, con su millón y medio de habitantes, está cercada por alambradas, desprovista de todo medio independiente de subsistencia; no es más que un enorme gueto. En Cisjordania, con sus 2 millones y medio de palestinos, hay por doquier bases militares y asentamientos sionistas en continuo aumento, conectados entre sí mediante una red de autovías que los palestinos tienen prohibido utilizar. Las restricciones de movimiento impuestas por Israel incluyen 75 puntos de control fijos, aproximadamente unos 150 puntos móviles, unos 445 obstáculos colocados entre carreteras y aldeas, con moles de hormigón y terraplenes, 88 puertas de hierro y 74 kilómetros de alambradas flanqueando las principales carreteras.

    Esta política de «bloqueo de carreteras» confina a la vasta mayoría de palestinos de Cisjordania dentro de su aldeas y ciudades. No pueden conducir por las mismas carreteras que los ciudadanos israelíes, ni siquiera en «su propios territorios», y ya no hablemos del «nuestro»»

   ¿Tiene usted, doctor Julio María Sanguinetti alguna idea de lo que describe muy sintéticamente Yitzhak Laor? ¿Podrá seguir escribiendo las superficialidades y banalidades repetidas una y mil veces por los escritores sionistas y que usted hace suyas con esta lamentable nota que le publica sólo un diario como La Nación? 

Debo recordarle, doctor Julio María Sanguinetti que la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas al país que más ha sancionado por justamente la violación de los derechos humanos es al Estado de Israel, desde su implantación hasta el presente, más aún, ningún país del mundo ha recibido más críticas y sanciones que el Estado de Israel. Y esas sanciones nunca han podido ser ejecutadas porque el gobierno imperial de Estados Unidos de América opone el veto en el Consejo de Seguridad para evitar la ejecución de las mismas.

Los gobiernos que pregonan la democracia, constituyeron una Organización de las Naciones Unidas, supuestamente democrática, pero se reservaron el derecho a vetar lo que no les gustaba o lo que se oponía a sus voluntades imperiales: el Consejo de Seguridad.

Pérmitame decirle, doctor Julio María Sanguinetti, que si usted desconoce esas resoluciones de la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y la cantidad de libros, ensayos y escritos, sólo de autores israelíes y también judíos de otros países, puedo comprender las insensateces que usted escribe, pero si las conoce y aún así escribe semejantes mentiras, no puedo sino acusarle de genuflexo e hipócrita.

Tan sólo le recordaré algunas de las críticas de personas a las que nadie en el mundo podrá acusar de lo mismo que a usted, luego de algunos hechos por todos conocidos.

Debo recordarle, doctor Julio María Sanguinetti que en 1982, luego de la invasión al Líbano por el Tzahal, y las masacres ocurridas en los barrios de Sabra y Chatila, el canciller austríaco, Bruno Kreitsky, de confesión judía, quien seguramente sabía de qué hablaba, dijo con relación a lo acontecido:

«El gobierno israelí no tiene el más mínimo derecho de hablar sobre el terrorismo, porque todos sus miembros fueron un día terroristas. Uno de los terroristas israelíes más destacados, Katz, que vive en Sudáfrica, contó todo esto en los Años de fuego.

     Con respecto a los atentados en Europa considero a los servicios secretos israelíes totalmente capaces de haberlos arreglado ellos mismos. Todos los servicios secretos del mundo son capaces de ello. Pero muy particularmente los servicios israelíes.»  

Y por esa misma fecha el filósofo judío, Yehoshua Leibowitz, gran figura científica y moral,  en aquel momento respondía así al periodista Sarit Yishai, del semanario israelí Haolom Haze, que dirigía Uri Avnery, respuesta publicada el 22 de setiembre de 1982:

«Es la consecuencia natural y necesaria de nuestra línea política desde hace 15 años. Si tenemos que dominar a otro pueblo, entonces es imposible impedir la existencia de métodos nazis. Somos los autores de esta masacre. Los falangistas son nuestros mercenarios, del mismo modo que los ucranianos, los croatas y los eslovacos eran los mercenarios de Hitler, quien los había organizado como soldados para que hiciean el trabajo por él. Del mismo modo hemos organizado a los asesinos en el Líbano para matar a los palestinos. Lo que pasó en el Líbano, la masacre horrible cometida en los campamentos de refugiados es un paso suplementario en el proceso de suicidio del Estado de Israel.

    La humanidad no tendrá opción, tendrá que destruir al Estado de Israel.»

Y, para mayor abundamiento, señor Julio María Sanguinetti, debo señalarle que quien fuera oportunamente primer ministro del Estado terrorista de Israel, Yitzhak Shamir, en un reportaje realizado por la agencia británica Reuter, antes de su visita a la Argentina, y reproducido por el diario Clarín el 5 de setiembre de 1991. dijo exactamente todo lo contrario de lo que afirma usted, por ignorancia o petulancia.

Por si no lo sabe, permítame recordarle, doctor Julio María Sanguinetti, que Yitzhak Shamir, nombre hebraizado, fundó el grupo de europeos judíos terroristas, conocido como la Banda Stern, que el 6 de noviembre de 1944 asesinó al embajador inglés, residente en El Cairo, lord Walter Guinness Moyne. Luego tuvo participación en la muerte del Mediador de las Naciones Unidas para la paz en Palestina, conde Folke Bernadote, quien fue asesinado en Jerusalén el 17 de septiembre de 1948.

El ex primer ministro Shamir reconoce y justifica el recurso al terrorismo, pero sólo para los judíos. Como usted podrá ver por el texto que incluyo aquí mismo del diario Clarín, en el que el terrorista Shamir sostiene que sólo los judíos tenían derecho a recurrir al terrorismo.   

Espero que usted, doctor Julio María Sanguinetti no comparta semejante aseveración, ya que perdería todo mi respeto por su persona.

Por ello, apelando a su conciencia moral y como una sugerencia que no debiera dejar de tomar en cuenta, usted, doctor Julio María Sanguinetti, tiene que y debe conocer qué piensan quiénes viven hoy en el Estado de Israel y no repiten discursos hartamente conocidos, los que, debiera saber, esos discursos no sirven para ayudar a encontrar solución a la tragedia que vive el pueblo palestino, en particular, desde hace 64 años, y el recién nacido pueblo israelí.
Ese gran pensador que es Shlomo Sand, quien vive y enseña en el Estado de Israel y conoce mejor que nadie esa sociedad, y sin duda infinitamente mejor que usted y que yo, doctor Julio María Sanguinetti, en un texto que podría servirle como advertencia a personas que como usted hablan y escriben repitiendo discursos sobradamente conocidos, alteradores de la realidad que se vive en ese Estado de Israel, dice al final de su libro La invención del pueblo judío, que:

«Todavía es posible cerrar los ojos a la verdad. Muchas voces continuarán manteniendo que el «pueblo judío» ha existido durante cuatro mil años y que «Eretz Israel» siempre le ha pertenecido.

Sin embargo, los mitos históricos que una vez fueron capaces de crear, con la ayuda de un buen puñado de imaginación, la sociedad israelí, ahora son poderosas fuerzas que contribuyen a provocar la posibilidad de su destrucción.»

Vaticinio que muchos otros autores, israelíes, europeos y estadounidenses judíos, reiteran frente a las secuelas de crímenes y asesinatos del Tzahal y de los colonos mercenarios ¿judíos? que invaden los llamados Territorios Ocupados, que son los que constituyen lo que debió ser el Estado Palestino.

Un escritor y músico, nacido en ese Estado terrorista, quien ha renunciado doblemente a su condición de israelí y judío, Gilad Atzmon, señala más profundamente lo que entiende se ha convertido la sociedad israelí, gobernada por enfermos mentales, todos admiradores del nazismo y del fascismo,  y seguidores de Vladimir Jabotinsky, a quien David Ben Gurión llamara «el Duce Vladimir»:

«Independientemente de la lucha palestina, Israel ya no podrá mantenerse. Es una sociedad malsana movida por una codicia implacable. Está a punto de explotar. El Estado judío ha ampliado la cuestión judía en vez de eliminarla. Y creo que es el momento propicio para admitir que puede que no haya una respuesta colectiva a la cuestión. Supongo que cuando los israelíes aprendan a querer a sus vecinos, la paz podrá prevalecer, con todo, cuando esto ocurra puede que también dejen de considerarse elegidos. Se convertirán en personas normales.»

Debería saber, además, que tanto los dirigentes nazis como los dirigentes fascistas, en este último caso, el mismo Benito Mussolini, colaboraron con las facciones nazi y fascista dentro del movimiento sionista, mientras que otros buscaban el apoyo del imperio británico, que fue el que al final impuso su impronta colonial.

Pérmitame decirle que, con respecto a su acusación de terroristas a los palestinos, debe  saber que Edward W. Said denunció esa hipocresía de los dirigentes del Estado de Israel, en una entrevista que le hiciera Timothy Appleby, para el The Globe and Mail, en Toronto en 1986:

«Desde mediados de los setenta los israelíes intentan convencer al mundo de que eso es lo que somos, de que lo que los palestinos llamamos actos de resistencia son actos de terror. Es una flagrante hipocresía, es una mentira procedente de un Estado que manda sus bombarderos a bombardear campamentos de refugiados desde una altura de 3.000 metros.»

Y no se equivocaba Edward W. Said, no, si bien no lo fundamenta, la defensa de su pueblo la ejercía en función de lo que la propia Asamblea General de las Naciones Unidas, había afirmado muchos años antes, en la famosa Resolución 3070/1973, en su artículo 2º, en el que daba legitimidad y legalidad a los pueblos sometidos a la «subyugación fornánea», en los memorables escritos sobre la necesidad de descolonización de los pueblos del Tercer Mundo:

«Reafirma igualmente la legitimidad de la lucha de los pueblos por   librarse de la dominación colonial extranjera y de la subyugación foránea por todos los medios posibles, incluida la lucha armada».

Organizaciòn de las Naciones Unidas / Asamblea General
Resolución 3070/1973 – Artículo 2º

Podría agregar muchos textos más que convalidan la lucha del pueblo palestino para liberarse de la opresión y el sojuzgamiento al que lo quiere someter el Estado terrorista de Israel,  y al que ese pueblo palestino, asumiendo virilmente la muerte de miles y miles de sus hijas e hijos asesinados, selectiva y colectivamente, por un ejército y colonos extranjeros, muchos de ellos meramente mercenarios que se incorporan a ese Tzahal, resiste heroicamente y ha dado muestras que no entregará su Patria a esos mercenarios que, hebraizando sus nombres, pretenden pasar por judíos descendientes de aquellos antiguos cananeos.  Que no lo son.
 
Y ahora, además, y para terminar, quisiera sugerirle al doctor Julio María Sanguinetti, y a todos aquellos que firman textos como ese, la lectura de algunos libros que habrán de enseñarles quiénes son los terroristas y quiénes son los que sufren la tragedia de ver su patria invadida y usurpada por europeos kázaros conversos, además de los cientos de mercenarios con nombres hebraizados para incorporarse al Tzahal, ejército del Estado de Israel, para masacrar individual y colectivamente al pueblo palestino y en especial a niñas y niños palestinos de entre 4 y 10 años, como lo denunciara honrosamente en el diario Haaretz ese gran periodista judío: Gideon Levy.

Israel Finkelstein y Neil Silberman, La Biblia desenterrada.
Shlomo Sand, La invención del pueblo judío.
Shlomo Sand, Comment la terre d’Israel fut inventée.
Ilan Pappe, La limpieza étnica en Palestina.
Miko Peled, The General’s Son.
Nuritl Peled Elhanan, Palestine in Israeli School Books: Ideology and Propaganda in Education.
Abigail Abarbanel, Beyond Tribal Loyalties, Personal Stories of Jewish Peace Activists.
Gilad Atzmon, La identidad errante.
Yitzhak Laor. Las falacias del sionismo progresista.
Israel Shahak, El Estado de Israel armó las dictaduras en América latina.
Idith Zertal, La nación y la muerte. La Shoá en el discurso y la política de Israel.
Lenni Brenner, Sionismo y fascismo.
Lenni Brenner, 51 Documentos. Colaboración de los dirigentes sionistas con los nazis.
Gideon Levy, Todos los artículos publicados en la página web rebelion.org  traducciones de sus escritos en el diario Haaretz,  editado en el Estado de Israel.
Juan Gelman, cuyos libros y ensayos puede encontrarlos fácilmente. Por si no lo conoce, le informo que es argentino y sus escritos y libros son de fácil obtención, en cualquier librería de Montevideo o Buenos Aires.

Todos autores judíos, que han vivido, algunos de ellos nacidos en el propio Estado de Israel, cuyos escritos, a los efectos de evitar caer en falsas acusaciones y torpezas, toda persona  honesta y seria, para hablar o escribir sobre este tema, debiera leer.

Si no lo hicieran, podrían escribir o firmar, como el doctor Julio María Sanguinetti,  superficialidades sólo admitidas por quienes, que no es su caso, no tienen posibilidades de acceso a tales informaciones académicas y solidamente fundamentadas.  

La tragedia palestina, y el drama que se vive en la región nos exige un mínimo de comprensión, seriedad y honestidad, y por ello, debemos evitar discursos y escritos genuflexos, que forman parte de campañas electorales con intenciones de ganar votos en  elecciones que satisfacen sólo urgencias personales y transitorias.

Y para quienes desoigan estas reflexiones, para nosotros que vivimos dedicados a estudiar y comprender esa tragedia, es nuestra obligación moral y nuestra responsabilidad como universitarios, como intelectuales, llamarles la atención y sugerirles lecturas académicamente serias y de alto nivel cientifico, que les ayuden a reflexionar para evitar seguir acumulando mentiras que en nada ayudan a que alguna vez, esos dos pueblos, el antiguo palestino y el recientemente creado israelí, encuentren una forma de convivencia que les permita evitar toda confrontación, porque como bien lo señalara Victor Hugo, «debemos deshonrar la guerra».

Porque toda guerra es inútil, inmoral e injusta.

Y para ello debemos deconstruir y desmentir todos los absurdos y anacrónicos discursos y escritos sobre la base de ideas como «pueblo elegido» y «tierra prometida», ya que nuestro Planeta Tierra es nuestra única Madre Patria y sólo si nos reconocemos residentes transitorios de ella, y la cuidamos como a una madre, podremos alcanzar algún día la convivencia fraternal y solidaria de todos los seres humanos, porque ser ser humano es nuestra condición primera y última.

Las culturas, las religiones y las nacionalidades no son sino pasajeras y transitorias identidades que nos inculcan cuando venimos a este Planeta Tierra, las que, cuando nos vamos, ninguna de ellas puede acompañarnos, quedan borradas por el viento sutil de la aún desconocida e inefable trama de la vida en la eternidad, eternidad de un universo cada vez más desconocido, pero más bellísimamente atrayente, con sus miles de millones de galaxias, agujeros negros, antimateria, materia oscura, mundos paralelos, y lo mucho que aún nos queda por descubrir y comprender. Y sobre todo, amar.
 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.