Concuerdo con quienes argumentan que la democracia socialista existe para conseguir en la práctica los enunciados que la democracia capitalista solo es capaz de prometer en la teoría. Porque, si bien el capitalismo prometió desde la modernidad la realización del Estado de derecho, ha incumplido su programa con el mayor empeño. En contraposición a la […]
Concuerdo con quienes argumentan que la democracia socialista existe para conseguir en la práctica los enunciados que la democracia capitalista solo es capaz de prometer en la teoría. Porque, si bien el capitalismo prometió desde la modernidad la realización del Estado de derecho, ha incumplido su programa con el mayor empeño. En contraposición a la situación de la Atenas antigua, donde al menos los hombres libres -ni los esclavos ni las mujeres- se manifestaban como seres esencialmente políticos, que asistían al ágora, la plaza, a participar directamente en los asuntos de la polis, el capitalismo lleva a niveles sumos la separación del espacio público y el espacio privado, porque el homo economicus se refugia en su vida egoísta, mientras delega su interés político en un «especialista», sobre cuyo mandato solo influirá en el momento del voto.
En cambio, el socialismo alcanza su plenitud si realiza el ideal. Si asume cabalmente la democracia directa. Si rompe con la separación de vida privada y vida pública, logrando que la ciudadanía participe en el proceso de producir política, eso que muchos denominan socialización del poder, o empoderamiento. Recordemos que uno de los principales factores por los que fracasó el «socialismo real» -socialismo de Estado lo llamaba Engels; comunismo tosco, lo nombraba Marx- fue el hiato, el abismo que la burocracia representaba entre las masas y el ejercicio de la política.
Insisto: si vamos a hablar de transición hacia el socialismo, tendremos que hablar de democracia creciente, y si de democracia creciente se trata, habremos de incluir como uno de los puntos nodales la transparencia en la gestión de los dirigentes y de toda la vida económica y política de la nación. Y para esto está la prensa, que primero debe comenzar a eliminar las zonas de silencio, como hizo recientemente con el plausible desmentido de que la policía golpeara, hasta provocarle la muerte, a un contrarrevolucionario de Villa Clara, asunto que asomó con rapidez encomiable de los medios, los blogueros revolucionarios y del Gobierno.
Sucede que, aun en el caso hipotético de que orear nuestros pecados en público haga favor al enemigo, de lo que se trata es de no pecar, o de confesar los pecados «en busca de perdón», o sea, denunciarlos en voz alta, prensa mediante, para que con el concurso del debate amplio puedan ser erradicados. Lo otro, el aferrarse a que las cosas permanezcan en el estrecho coto de los sabios funcionarios, no es más que demagogia, consciente o insconciente. Y de desprecio a la capacidad de discernimiento del pueblo. ¿Qué miedo puede haber cuando nos asiste la razón?
En nuestro país, como consecuencia del silencio mediático, el prestigio de la prensa se ha venido deteriorando, no sé en qué medida, porque lo constato desde la observación empírica. Y ese desdoro contribuye a la hegemonía ideológica, cultural del capitalismo tardío, que ocupa nuestras áreas de mutis con la mentira, entreverada de alguna verdad descontextualizada, etc. Ahora, sé que es harto difícil «abrir» la prensa en medio del sitio imperial. Si «abres», corres el riesgo de humanos errores de los periodistas y los medios. Pero peor si no lo haces: más tarde o más temprano se desacredita totalmente el periodismo -y la fuerza política que lo dirige-, porque la censura implantada por el Estado -esto es una hipótesis- aparece a los ojos de la conciencia común como más gravosa que la censura proveniente de la propiedad privada, ya que suele tener menos maña, ser más explícita, menos hipócrita que la abroquelada en la visión liberal.
Tenemos que lidiar con ello. Y con el hecho de que, dada la propiedad estatal centralizada al máximo y casi excluyente, esa capa que es la burocracia, dueña de un poder inusitado, podría haber pasado de mediadora entre sociedad civil y sociedad política (las instituciones del Estado) a considerarse un fin en sí misma, al extremo de constituir ya la posibilidad de un regreso al capitalismo, como en el caso del campo socialista, donde se «consagró» como carne de la traición. No es que esté contra la burocracia en general, porque a la altura de esta época de transición, con la división social del trabajo, resulta necesaria. Más bien me pronuncio contra el burocratismo, o fetichismo de la burocracia. Y precisamente uno de los elementos para la lucha contra ese mal devendría la apertura a la información rápida, crítica, a despecho de la burocracia, lo cual coadyuvaría a recomponer el poco o mucho prestigio perdido. Así estaríamos ejerciendo la contrahegemonía: propinando un robusto golpe a la hegemonía del capitalismo, sistema que no solo se sirve de la coerción estatal, sino que, a través de sus falaces medios, logra consenso en el seno de su sociedad y contribuye a sembrar la desconfianza en los medios socialistas, más si estos no aceptan el reto de «abrirse» a la verdad en toda su concreción, en todas sus aristas.
Además, una prensa democrática, transparente, puede contribuir a lo que, en la Crítica al Programa de Gotha, Marx consideró misión del obrero: como parte de la libertad revolucionaria, convertir al Estado de órgano por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella. De lo contrario, estaríamos sustituyendo el fetichismo de la mercancía, del mercado, por el fetichismo del Estado. Y con esto, y siguiendo lo mejor de la tradición marxista, estoy aludiendo a la necesidad de la participación popular, uno de cuyos medios es la prensa.
Convengamos con autores como el cubano Miguel Limia David en que resulta insostenible desde el punto de vista científico y político-práctico pretender que la manera como que se organiza política y estatalmente la incorporación de las masas populares a la cosa pública -res-pública- en los inicios del proceso de tránsito al socialismo sea cualitativamente idéntica a como requiere la dinámica social de etapas ulteriores, incluida la de la prensa, cuando ya se ha resuelto en principio la cuestión de quién vencerá a quién, por lo menos en los marcos nacionales. Esto es un problema de relación vanguardia-masa, vanguardia-clase. Partido-pueblo.
Las evidencias arrojan que la naturaleza de las tareas, así como las características socioclasistas básicas de las masas populares, el estado de su cultural espiritual y los rasgos personológicos dominantes en ellas requieren que en el origen del proceso, es decir en la creación de los fundamentos de un nuevo tipo de vida pública y de su enlace con la vida privada, el involucramiento de las más amplias masas en la política se organice de «arriba hacia abajo», con el fin de capacitarlas para resolver las tareas destructivas del régimen de explotación anterior y defensivas del poder revolucionario, frente a las amenazas de la contrarrevolución interna y externa. Sí, ello condiciona por necesidad que el involucramiento se canalice de forma movilizativa, verticalista y centralizadamente, al punto de que la prensa llegue a parecer un bloque monolítico, incluso en su grisura escritural, acotaría yo. Se trata de una prensa que se desarrolla en la lógica de una estructura y un estilo de dirección sin los cuales resultaría imposible que la revolución fuera capaz de defenderse y de poner en manos del pueblo trabajador los medios fundamentales de producción y de vida, así como el acceso a la riqueza espiritual de la sociedad.
Esos rasgos son también consecuentemente fijados por el discurso ideológico de carácter político y ético que se configura en esa etapa histórica, ya que responden a las premisas básicas que condicionan la objetivad revolucionaria. «Téngase en cuenta que la ideología revolucionaria funge socialmente como premisa espiritual de la actividad práctica revolucionaria y en sus inicios ella posee un carácter heroico trascendental, atendiendo al modo como relaciona los intereses individuales, colectivos particulares y sociales generales» ( Limia: «Estado de transición y participación política a la luz de la Crítica del Programa de Gotha», en Política, Estado y Transición Socialista, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2008). Modo de vincularlos que supone la construcción de la unidad de las masas revolucionarias, del pueblo, sobre la base de la identidad de sus intereses frente al enemigo de clase interno y externo. Entonces, en efecto, no puede haber mucha cabida para la diferencia, pues esta se manifiesta esencialmente como contrarrevolucionaria, antidemocrática y socavadora del nuevo poder popular. Por eso no creo que debamos desgastarnos en criticar la prensa que fue, la que se erigió en reflejo de la situación que, con ayuda de la Academia, describimos in extenso.
Se impone pensar la prensa que vendrá. La convocada a responder al hecho de que, en la medida del avance del poder revolucionario, se producen modificaciones radicales no solo en la redistribución de los ingresos, sino en la redistribución de las condiciones de producción, en las relaciones dirigentes-dirigidos, en el ciclo socializador, en el sistema integral de la producción espiritual, hasta en la estructura de la personalidad.
Puede decirse que no existen razones científicas ni políticas para asumir una simetría, una identidad, en los fundamentos del modo de participación popular, de acuerdo con la fuente arriba citada. Ni en el modo de concebir y ejercer la prensa revolucionaria, agregamos nosotros en son de tesis deducida. Una prensa que, como el patrón de hacer política, se deberá a la naturaleza y la estructura socioclasista de las masas populares, su composición generacional y las relaciones intergeneracionales, la estructura personológica de los individuos. En fin, ha variado, se ha enriquecido incluso en proyecciones, la propia naturaleza de los sujetos populares que se involucran, o aspiran a involucrarse, en la cosa pública.
Y, a todas luces, esos sujetos están pidiendo más transparencia, más multidimensionalidad de una prensa que se encargará de reflejar -muchos dicen «construir»- una realidad ídem, o sea multimensional. Es decir, si antes la prensa era monolítica hasta en la redacción, y, en sintonía con el modo de hacer política, se centraba en las tareas destructivas del régimen anterior, sobre la base de más homogeneidad en los sujetos, ahora deberá actuar en la lógica de tareas mayormente constructivas, las cuales plantean nuevos paradigmas de vida, atendiendo a sujetos más diversos, y mejor pertrechados intelectualmente, por tanto más capaces de confrontar puntos de vista distintos para extraer sus conclusiones. Una prensa que aborde melifluamente las rispideces de la vida nacional, incluso la batalla librada entre la cultura socialista y la capitalista en el seno de la sociedad cubana, quedará definitivamente anclada en el pasado.
Por otra parte, si convengo con quienes se pronuncian por un único partido en la construcción del socialismo cubano, por probadas premisas históricas, también convengo con quienes abogan por la democratización de ese partido, y por consiguiente de su prensa. Y que conste: cuando me refiero a la democracia no hablo de darle espacio a la contrarrevolución, desatinadamente conocida como disidencia. Aludo a un prisma polícromo de opiniones dentro del humanismo y el concepto clasista de nuestro sistema. De manera que cuando el periodista opine, sea en toda la línea fiel a sí mismo, y no se avenga a pergeñar un artículo en lo formal y un editorial en cuanto a contenido. Es necesario que se diferencie en sentido estricto la opinión oficial de la opinión singular, con más matices personales de quien escribe. Y eso sí: el lector tiene que llegar a comprender que esa última no es la opinión literal de la dirección del medio, o del Partido. El periodista no puede ser un ventrílocuo, ni aparentarlo. Y el Partido, precisamente por único, debe hacer más hincapié en la pluralidad de opiniones, dentro de la ideología del sistema. Incluso por mera supervivencia histórica.
Ahora, como la ampliación de los derechos implica más responsabilidad -esto es simple sentido común-, se podría concebir una ley de prensa, que proteja a los periodistas, a las fuentes, que obligue a la transparencia de los medios y vele por la objetividad – no neutralidad- de estos, y que enmarque a la prensa en un Estado de derecho a la altura de los tiempos… No, a la altura de la democracia socialista.
PD: Sinceramente, no concibo en la lógica de este anhelo hechos como el que un ministerio suplante, siquiera en parte, el fuero del PCC en lo tocante a la orientación de la divulgación de temas candentes para el país. Ah, y si resulta imprescindible, por causas que desconozco, entonces tal vez huelgue discutir aquí sobre el papel de los medios, que en nuestro sistema responden a las pautas del Partido, ese elemento rector de lo que Marx, tropológicamente, denominó superestructura.
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