Señalaba Marx hace un siglo y medio que el modo capitalista de producción convertía la fuerza de trabajo en una mercancía para que la gran mayoría de los seres humanos se ofrecieran «libremente» a ser explotados por una clase planetaria de delincuentes burgueses. Un sistema que hoy, sin careta, nos ha convertido directamente a un […]
Señalaba Marx hace un siglo y medio que el modo capitalista de producción convertía la fuerza de trabajo en una mercancía para que la gran mayoría de los seres humanos se ofrecieran «libremente» a ser explotados por una clase planetaria de delincuentes burgueses. Un sistema que hoy, sin careta, nos ha convertido directamente a un artículo más del mercado, donde se nos compra-venden enteros o ‘desintegrados’, vivos o muertos, al por mayor o por pieza.
Y para cosificar a cientos de millones de personas en el menor tiempo posible, ¿qué situación mejor que la de estos largos conflictos armados?
Si bien existía en Oriente Próximo unos pequeños mercadillos de tráfico de órganos (ante los ojos de los autoridades), las guerras imperialistas que azotan la región en las últimas décadas han hecho disparar el índice de pobreza entre sus desesperadas gentes, atrayendo a las mafias internacionales de órganos humanos, que antes tenían que secuestrar a sus víctimas para cubrir la demanda.
Ahora, cerca de 100 millones de afectados por dichas guerras hacen que los traficantes, que recorren la región y, sobre todo, los campos de refugiados afganos, iraquíes y sirios, reciban tanta oferta de órganos ‘no esenciales’ como riñones. La increíble oferta ha hecho, además, bajar los precios, animando aún más a la industria criminal.
Según el Departamento de Medicina Forense de la Universidad de Damasco, entre 2011 y 2014 se habían realizado unas 20.000 operaciones de extracción de órganos en las zonas fronterizas del país. La Organización Mundial de la Salud debe actualizar su informe que afirmaba en 2014 que cada año se trafica con cerca de 7.000 riñones en el mundo.
Los vendedores
Los pobres entre los pobres, que ya pusieron en alquiler su cuerpo en el turbio mercado del sexo, o vendieron incluso a sus hijas a algún «marido», ofrecen lo único que les queda con la falsa ilusión de sobrevivir durante un poco más, a pesar de sus efímeros beneficios: con su dinero pueden comprar alimentos, ropa de invierno, o pagar un viaje lleno de incertidumbre y peligro hacia cualquier sitio que no sea el infierno de la guerra.
El negocio es muy simple: las partes cierran el trato en menos de una hora. Luego, y sin realizar ninguna prueba previa, se traslada al todavía propietario del órgano a un piso ubicado en un edificio residencial de Beirut, por ejemplo. Allí, será operado por los doctores de Frankenstein que no dan ninguna garantía de sobrevivir a la intervención, mientras sí que cuentan con equipamientos más avanzados para garantizar la vida del órgano extraído. Tampoco se les informa de los riesgos físicos y psicológicos por desprenderse de la parte de su ser, y además, de esta manera.
No existen cuidados tras la operación, ni analgésicos. Los ‘pacientes’ regresan a su ‘casa’ en taxis.
Una gran parte de los vendedores mueren durante o tras la operación. Los tribunales sirios recibieron, entre los años 2011 y 2014, unas 20 denuncias de los familiares de las personas fallecidas en el comercio de órganos. Incluso, en el suelo europeo se baraja que parte de los miles de menores refugiados que han desparecido -¡a pesar de que el continente está sembrado de cámaras de vigilancia y cientos de miles de policías!-, han sido víctimas de éste tráfico. Nunca se sabrá de la mayoría de ellos.
Los vendedores de órganos que sobrevivan serán marcados físico y emocionalmente para siempre. Tampoco podrán realizar duras labores físicas. El hecho de que en su mayoría habían sido trabajadores ‘no intelectuales’, significa que se enfrentarán a un futuro de dependencia y miseria. La guerra, en esta zona, ha acabado incluso cualquier debate sobre la bioética.
Los compradores
En este negocio están implicados delincuentes libaneses, turcos, sirios, iraníes, iraquíes o israelíes, entre otros. La Policía turca anunció el pasado diciembre la detención del veterano traficante israelí Boris Volfman, fichado años atrás en su paso por Kosovo, Azerbaiyán y Sri Lanka. Estaba convenciendo a los refugiados sirios para vender sus órganos.
La organización criminal ha repartido el trabajo entre varios grupos, y cada uno está especializado en un órgano: En Beirut, un tal Abu Hussein, conocido como el ‘Gran Hombre’, dirige la compra de riñones, que antes eran extraídos de palestinos y ahora de sirios y afganos. Otros van a arrancarles la córnea o el hígado de sus víctimas.
Los principales beneficiarios de este crimen muy organizado son los intermediarios de los receptores millonarios que pagan por un riñón. Un promedio de 85.000 dólares, de los que 2.000 serán destinados al vendedor y el resto va directamente a las cuentas bancarias de los mercaderes.
En España, un libanés ofrecía 50.000 euros a inmigrantes sin papeles para comprarles su hígado. Las complejas y costosas pruebas de compatibilidad de estas personas (unos 16.000 euros), realizadas en una clínica privada, fueron las que levantaron la sospecha de los médicos. Este es el caso típico de una demanda concreta y urgente. Se estima que hasta un 40% de los receptores ‘no vip’ de órganos mueren por falta de compatibilidad del órgano o por los informes falsos sobre el ‘donante’.
Lo habitual es que el órgano sea depositado en ‘bancos’ clandestinos para luego venderse al mejor postor de entre decenas de miles de pacientes que en todo el mundo esperan un nuevo órgano. Por cierto, entre los clientes se encuentran los millonarios ancianos que desean rejuvenecerse con una nueva córnea o un nuevo riñón.
De este negocio también se han forrado los diferentes grupos terroristas, como el llamado Estado Islámico, que operan en la zona. Este grupo ejecutó en 2015 a 12 médicos iraquíes por negarse a extraer los órganos de los cuerpos de las personas que habían sido previamente asesinadas.
Parar las guerras es un deber revolucionario, y paliar el sufrimiento y la desesperación de los afectados por la barbarie armada también. Se debe perseguir el rastro de la cuantiosa ayuda prometida por la Unión Europea a los refugiados sirios en Turquía además de controlar a las autoridades que la van a manejar.