Son igual que los nazis. El sionismo ha adoctrinado a los israelíes para convertirlos en una máquina de matar, y ellos y ellas lo ejecutan a conciencia desde hace 66 años. Aquí ya no se puede hablar de ese eufemismo utilizado por los nietos del Holocausto, las «razones de sobrevivencia». Son sádicos asesinos y asesinas […]
Son igual que los nazis. El sionismo ha adoctrinado a los israelíes para convertirlos en una máquina de matar, y ellos y ellas lo ejecutan a conciencia desde hace 66 años. Aquí ya no se puede hablar de ese eufemismo utilizado por los nietos del Holocausto, las «razones de sobrevivencia». Son sádicos asesinos y asesinas seriales, que demuestran, con total impunidad sus deseos de echar a sus vecinos al mar. Es puro etnocidio. Hoy los «defensores de la pureza de la raza» son precisamente ellos, los descendientes de los gaseados en Auswichtz. Sus atrocidades, son indiscutiblemente idénticas a las cometidas en Iraq o Afganistán por sus tutores de Washington. Ambos practican matanzas a diestra y siniestra en nombre de la defensa del sacrosanto capitalismo. Artífices de un nuevo Holocausto, pero con una enorme diferencia: los sionistas cuentan con una infinita cobertura mediática a su favor, gracias a los lobbies que han desarrollados todos estos años para construir escenarios de victimización. Tiene razón el intelectual brasileño Emir Sader: duele la soledad de Palestina. Mejor dicho, quema las entrañas la indiferencia de quienes podrían ayudar y hacen mutis por el foro. Es el caso del mundo árabe en su conjunto, con la excepción de la resistencia islámica libanesa. Pero también, le cabe el sayo a gigantes bélicos como Rusia y China, a los que sólo parecen importarles los asuntos económicos mientras los pueblos se desangran.
Crímenes de lesa humanidad
Desde tanques, aviones y barcos, militares israelíes lanzan sus bombas y misiles contra población civil, y se abrazan cada vez que hacen un blanco. Familias enteras de israelíes se montan en un tour para presenciar «las hazañas» de sus uniformados. Periódica y perversamente, desde una colina cercana a Gaza, mientras almuerzan -el servicio incluye atención gastronómica-, se ríen, cantan, bailan y glorifican a su fuerza aérea cada vez que las bombas hacen impacto en las viviendas de mujeres, hombres, ancianos, niños y niñas palestinas. Maestras israelíes siguen llevando a sus alumnos a los sitios desde donde salen los bombarderos sionistas -al igual que hicieron en la anterior Operación criminal Plomo Fundido-, para que escriban leyendas de ánimo «a nuestros muchachos». Mujeres israelíes, madres seguramente muchas de ellas, participan junto con los soldados ocupantes, en cacerías y linchamientos en Cisjordania. Ocurre a la vez que en Gaza otras madres, abrazan a sus hijitos aterrorizados frente a lo que era su vivienda pocos minutos antes, cuando la convirtieran en polvo dos misiles lanzados desde un barco israelí. La misma nave que destruyó e incendió con sus bombas las barcas de humildes pescadores. En el otro extremo, padres palestinos marchan, dignos, con los cadáveres de sus hijos calcinados por bombas de fósforo y gritan al mundo: «paren este horror», «muévanse antes que Gaza desaparezca bajo las bombas». Mujeres palestinas hacen la V de la victoria (tarde o temprano será cierto aunque hoy nadie lo crea) frente a otra de las casas destruidas. Esa misma vivienda que con paciencia y mucho amor habían reconstruido después de que otros aviones israelíes la demolieran a bombazos en la incursión israelí de hace dos años. Niños palestinos gritan junto a sus hermanos adolescentes: «No nos moverán», mientras caen bombas por doquier a sólo cien metros del montículo de cemento que hasta hace pocos minutos era la escuela donde estudiaban. Niños, niñas, hombres y mujeres palestinos salen a la calle en masa a los pocos instantes que su barrio se convirtiera en un infierno de bombas y misiles, impactando en cada una de las casas y edificios (entre ellos un hospital atiborrado de heridos y una mezquita donde un centenar de personas oraban pidiendo por la paz) y se ponen a colaborar en la difícil tarea de sacar heridos de los escombros. Dan cuenta a quien lo quiera ver, lo que significa la SOLIDARIDAD con mayúsculas. No temen a los nuevas incursiones aéreas, sólo les interesa salvar a sus vecinos, dentro de un escenario salpicado de sangre inocente y gritos de dolor que llegan al alma.
Mientras tanto, la heroica Resistencia Palestina, la de Hamas, la Yihad Islámica, la del FPLP y el FDLP, la de Al Fatah y todos los grupos milicianos que le ponen el cuerpo a esta avalancha criminal, siguen haciendo lo que pueden: combaten con una desigualdad impresionante, auxilian a los heridos, abren el camino a las ambulancias, consuelan a los familiares de los caídos. Luchan, resisten, no se doblegan, no se arrodillan ni piensan rendirse. Están rodeados del amor de su pueblo.
Pasan las horas y la tragedia continúa. La maldita comunidad internacional sigue mirando hacia otro lado, los gobiernos (la gran mayoría de ellos, con la excepción honrosa de los países del ALBA) callan o apoyan descaradamente a los criminales sionistas. Algunos, oportunistas como siempre, hablan de dos bandos, dos demonios o se adscriben al «ni» (ni uno ni otro) ¿En Argentina, con 30 mil desaparecidos sobre las espaldas, cualquiera de estas últimas variantes, causan vergüenza ajena. Por su parte, la ONU o la Liga Árabe sacan declaraciones con las que Netaniahu se limpia el trasero. El terrorista mundial Barak Obama se ofrece como «mediador». Patético como siempre. Justamente él, que lleva la bandera sionista grabada a fuego sobre su frente. Como Clinton. Como Bush. Como el 90% del gabinete de Estados Unidos.
Domingo por la tarde en Buenos Aires, calles desiertas, los televisores aúllan jugadas peligrosas, ora de Argentina, ora de Alemania, y finalmente la caída honrosa del equipo rioplatense. Sin embargo, hasta la fiesta deportiva se convierte en paradoja, si se piensa que en ese mismo instante las bombas seguían cayendo en la ciudad mártir de Gaza, y los muertos y heridos continúaban acumulándose en sus calles. «El olor a carne quemada por el fósforo resulta insoportable», relata Ahmed, en una crónica que llega a la redacción de Resumen Latinoamericano, mientras otra colaboradora, la joven gazatí Nidáa sigue enviando sus testimonios escritos y fotográficos dolorosos desde el mismo corazón de la tragedia.
¿Qué hacer frente a tanto genocidio? Apretar los dientes, masticar la bronca y sobreponerse a la impotencia movilizándose cuanto antes, para que en cada rincón del planeta se escuche la voz de quienes condenan esta masacre y reniegan de la complicidad del silencio: Gaza no está sola, todos y todas, hoy más que nunca, somos palestinos y palestinas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.