El pueblo kurdo es una nación «sin estado» con la necesidad histórica de resistir. En buena parte, porque en sus 6.000 años de historia ha estado oprimido por diferentes estados, imperios y sultanatos. No resulta extraño que uno de los adagios de este pueblo resistente sea «El único amigo de los kurdos son las montañas». […]
El pueblo kurdo es una nación «sin estado» con la necesidad histórica de resistir. En buena parte, porque en sus 6.000 años de historia ha estado oprimido por diferentes estados, imperios y sultanatos. No resulta extraño que uno de los adagios de este pueblo resistente sea «El único amigo de los kurdos son las montañas». Los 40-45 millones de personas que conforman esta nación no abrazan una ideología revolucionaria, pero culturalmente han interiorizado la idea de oposición al enemigo en las montañas. El 21 de marzo, día de la celebración del año nuevo, se representa con un guerrero que mata al tirano. Ahora bien, a la hora de referirse al movimiento kurdo, ha de tenerse en cuenta que éste no es homogéneo, de hecho, incluye una gran diversidad cultural, lingüística, política y religiosa. Héctor Martínez, miembro de la plataforma Azadí de Barcelona (colectivo de solidaridad con el Kurdistán), introduce así algunos de los grandes rasgos del pueblo kurdo en las XIII Jornades Llibertàries de CGT València, tituladas «Utopia en moviment».
La heterogeneidad de la realidad kurda se plasma también en las diferentes realidades políticas. Si el kurdistán iraquí está gobernado por un presidente marcadamente conservador, Masud Barzani, en la década de los 70 nace el PKK con una identidad marxista-leninista clásica. Este partido reivindicaba la independencia y el socialismo con bases estatales. En la década de los 90 el PKK empezó a modificar su ideología y abandonar el marxismo-leninismo, explica Héctor Martínez. A partir de 2000, esta organización incorpora la teoría política del «Confederalismo Democrático», que en parte se inspira en autores libertarios como Murray Bookchin además de asumir idearios como el ecologismo y el feminismo. «Uno de los grandes rasgos es la heterodoxia, se huye de los dogmas rígidos», asegura Martínez. El «Confederalismo Democrático» es un método, más que un objetivo, que se caracteriza por su flexibilidad.
El feminismo es una de las columnas vertebrales del movimiento. Se considera, afirma Héctor Martínez, que sin una revolución feminista «no es posible una lucha eficiente contra el capitalismo y el estado, que se fundamentan en el patriarcado». Las estructuras tribales, que tienen un enorme peso en Oriente Medio, poseen también una fuerte componente patriarcal. Uno de los principales elementos de ruptura del «Confederalismo Democrático» es que se abandona la reivindicación de un estado, sea socialista o de la nación kurda, porque entre otras razones implicaría la opresión de las nacionalidades minoritarias. «Pero el pueblo kurdo continúa siendo muy nacionalista y patriota», explica el activista.
El kurdistán turco y sirio son las dos zonas donde se da un mayor desarrollo del «Confederalismo Democrático». Héctor Martínez explica que el Estado de Turquía «está reprimiendo todo lo que puede, sin embargo el movimiento de liberación kurdo está más fuerte que nunca: han perdido el miedo». En Rojava (kurdistán sirio) el pueblo kurdo ha conseguido derrotar al Estado Islámico, pero se halla sometido a un embargo económico y a presiones muy fuertes.
Mediante las «Comunas Confederadas» se trata de superar la realidad estatal. Las comunas intervienen en la realidad de la calle, los barrios y a través de la delegación a diferentes niveles se gobiernan las ciudades. Según Héctor Martínez, «los delegados son revocables y se conserva la democracia de base». El consenso es decisivo porque fundamenta la toma de decisiones, aunque también opere la ley de las mayorías aunque sin imposiciones. A ello se añaden las cuotas mínimas de participación, por género, etnias, organizaciones políticas, sindicales, de jóvenes o mujeres, entre otras. La economía, socialista y autogestionaria, tiene asimismo su raíz en la base, y la ecología resulta capital: la patria se preserva respetando los ríos y los bosques. En esta caracterización a grandes rasgos, el activista de la Plataforma Azadí destaca la autodefensa, lo que incluye el uso de las armas a nivel individual. «Las milicias están ligadas a las comunas, que además las someten a control, porque la defensa no debe delegarse en cuerpos especializados».
Otra de las características es el pragmatismo, es decir, se pretende la coherencia entre fines y medios pero se asumen las contradicciones que implica la lucha. «No se estancan en el purismo de las etiquetas». Rojava al igual que Chiapas son, en definitiva, dos ejemplos de «utopía en movimiento», lo que permite una reflexión más general: «Las experiencias de mayor éxito en la resistencia al capitalismo se producen en la periferia de Occidente, donde la base de la población ha conservado mejor los lazos comunales», destaca Héctor Martínez. Por ejemplo en el Kurdistán turco se desarrollan ya las cooperativas, sin esperar a que el capitalismo sea totalmente destruido.
«En Rojava (kurdistán sirio) y Chiapas hallamos similitudes muy grandes». Frente a las «primaveras árabes» y el 15-M, que básicamente fueron movimientos ciudadanistas que planteaban «cambios desde arriba», explica el activista, en Rojava y Chiapas «los cambios se producen desde abajo». En las comunidades zapatistas estuvieron durante décadas preparando a las bases para el levantamiento; en Rajova, muchos años organizando las comunas e iniciativas reales. Además, subraya Martínez, «en los dos casos las poblaciones han demostrado una capacidad de sacrificio enorme». «¿Estaría en Occidente la gente dispuesta a cambiar radicalmente su modo de vida?», se pregunta el activista.
El profesor del departamento de Sociología y Antropología de la Universitat de València, José Manuel Rodríguez Victoriano, señala otra experiencia de «Utopía en movimiento», el 15-M. Para ello toma como punto de partida al maestro de historiadores, Pierre Vilar, cuando sostenía que si se quiere comprender adecuadamente el presente hay que estudiar el pasado. Así, afirma el docente, en el caso español hay que partir de la decepción por las expectativas de transformación social que supuso la Transición, y que señalaron autores de la sociología crítica como Jesús Ibáñez, Alfonso Ortí o Ángel de Lucas. «La Transición representó una transacción entre las élites españolas, el paso a una monarquía programada, en la que la corona fue algo más que un parque temático, de hecho, cerraba la posibilidad de una república federal y consagraba el pacto entre las élites».
Frente a la idea de la «inmaculada» Transición, el consenso dialogado y series como «Cuéntame» o «La Transición» de Victoria Prego, autores como Ibáñez, Ortí o de Lucas explicaron que se cambió la ciudadanía plena por un modelo social que aceptara las desigualdades y acelerara la entrada en el capitalismo de consumo. José Manuel Rodríguez Victoriano detalla cómo la música se hizo eco de estas transformaciones sociológicas: «Caer enamorado de la moda juvenil, de los precios y rebajas…» como cantaba Radio Futura; o desde el punto de vista del desencanto, los «malos tiempos para la lírica» que musicaban «Golpes Bajos». Unas décadas después, el 15-M con la consigna de «No nos representan» y Democracia Real Ya reivindicaban la democratización de la democracia para la transformación de la realidad.
Poco a poco, afirma Rodríguez Victoriano, fue abriéndose camino la racionalidad neoliberal, que se concreta no sólo en el modelo económico. También afecta a la construcción de subjetividades y a las formas de vivir en lo cotidiano. Según el sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot, autores de «Común» y «La nueva razón del mundo», «la competitividad se extiende por toda la vida social». «El neoliberalismo produce subjetividades contables que obligan a los individuos a competir entre sí y a cada uno consigo mismo; por ejemplo, con ideas como poner en valor o capital humano», considera Rodríguez Victoriano. La mercadotecnia es el instrumento de control social, y el hombre encerrado pasa a ser un hombre endeudado.
El Informe Foessa sobre Exclusión y desarrollo social en España da cuenta de los efectos del modelo. El séptimo informe, de 2014, sitúa el porcentaje de población excluida en el estado español en el 25%, más de 11,7 millones de personas. Además, entre los años 2012 y 2013 se perdieron 1,3 millones de empleos. Son las pervivencias más o menos profundas de las estructuras de desigualdad, el despotismo y la corrupción «las que posibilitan y acaban convirtiendo a tu jefe en un odioso hijo de puta», afirmaba el sociólogo Alfonso Ortí.
No con números ni con palabras sino con una elocuente viñeta, «El Roto» representó esta realidad con dos magnates consumiendo un puro y brindando por otra crisis como la actual, en la que tantos beneficios han obtenido. Otro dibujo de «El Roto» ilustró la respuesta popular en 2011: «Los jóvenes salieron a la calle y de pronto todos los partidos envejecieron». En ese contexto, señala José Manuel Rodríguez, el 15-M fue «un estallido del pueblo» que canalizó el sentimiento de frustración. Se trataba de recuperar los derechos de ciudadanía que los ajustes neoliberales estaban desmantelando, «pero la política oficial no comprendió nada de lo que estaba sucediendo…».
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