Avanzo lo que debería ser conclusión de esta nota. Es probable que la crítica cinematográfica especializada apunte, ignoro si ya lo ha hecho, que «Looking for Eric», el último film de Ken Loach, es una película menor, no totalmente conseguida, con altibajos, excesivamente larga, con escenas no acabadas y poco planificadas. Etc. No es imposible […]
Avanzo lo que debería ser conclusión de esta nota. Es probable que la crítica cinematográfica especializada apunte, ignoro si ya lo ha hecho, que «Looking for Eric», el último film de Ken Loach, es una película menor, no totalmente conseguida, con altibajos, excesivamente larga, con escenas no acabadas y poco planificadas. Etc. No es imposible que las personas que aman el cine más contundente de Loach se sientan decepcionadas y piensen que «Buscando a Eric» no es «La canción de Carla» ni «Riff Raff» ni, desde luego, «Tierra y libertad». Demasiado tierno, escasamente político, muy futbolero, muy del Manchester, demasiado cómico en numerosas escenas, podrán pensar.
Mi opinión es muy distinta: creo que estamos ante una de las mejores películas del Loach de las últimas décadas, a la altura de «My name is Joe», esta última una película excelente que contiene una de las escenas de amor más entrañables que yo he visto nunca en las pantallas: el reencuentro de Louise Goodall, la razonablemente inconsistente asistente social de la película, y Peter Mullan, el obrero protagonista, cuando este último está en su casa leyendo un libro -¡un obrero lee, por fin, en una película!- mientras escucha un pasaje de una cinta que robó de joven en un supermercado: el tercer movimiento de la novena sinfonía, el Beethoven más mozartiano.
También en «Looking por Eric» el protagonista central es un obrero, un cartero abrumado por las penosas, y aparentemente sin salida, circunstancias familiares en la que está envuelto y que le llevan a la depresión y al disparate. Intenta salir como puede, con coraje, con autoayuda real, no publicístico-literaria (las escenas críticas sobre este punto son de una comicidad hilarante), fumando y dialogando con su mito futbolístico, un Eric Cantona espléndido, convertido en alter ego del protagonista, un compañero-filósofo que le sugiere no rendirse, que le muestra cómo recorrer nuevos senderos, que le da ánimos, que le trasmite pasajes de su propia historia, que le muestra el interés del riesgo y sus potenciales rentas vitales, y que incluso se aproxima en algún momento en sus formulaciones a los conocidos versos de Hölderin: «De donde nace el peligro /nace la salvación también».
También aquí, como en «Mi nombre es Joe», hay una hermosa y creíble historia de amor que enseña sobre las dificultades que nos acechan, sobre nuestras debilidades y sobre la misma inexistencia de caminos inexorables que nos conduzcan al aislamiento, al desánimo y al «no puedo más y aquí me quedo».
Hay sin duda otra arista a destacar: «Looking for Eric» es un sentido y documentado alegato contra el individualismo, ese vértice frecuente y dominante en numerosas versiones del neoliberalismo dominante. No es que, como a veces se le critica injustamente, el director británico haya querido ilustrar una idea-fuerza de crítica política a la que supeditaría guión, vida y consistencia de sus personajes, sino que de la propia historia contada se desprende como reflexión anexa la sensata conclusión de que somos con los otros, con el cuidado, saber y apoyo de los otros, sin que eso conlleve la apuesta por ningún comunitarismo omnipresente que niegue nuestra singularidad y necesidades. El desarrollo de cada uno, como querían los jóvenes Marx y Engels, sigue siendo condición sine qua non para la libre autodeterminación de los demás. Pero no somos mónadas sin ventanas y sin ningún contacto con el exterior. Crecemos haciendo crecer y creciendo a un tiempo con los otros. No se equivocó Günther Stern cuando tomó Anders como nuevo apellido.
Ni que decir tiene que Loach y Paul Laverti, su guionista habitual, conocen bien las tradiciones y la cultura del movimiento obrero inglés. Lo dejan claro en casi todas las escenas de la película. El puño levantado que se regalan Cantona y Eric Bishop, el cartero protagonista, en las escenas finales recuerda, por si fuera necesario, lo que hemos cantado millares de veces, que el género humano sigue siendo la Internacional, y que no estamos condenados a vivir ni a avanzar solos.
PS: No tengan la descortesía e imprudencia de levantarse ante de leer los títulos finales. Cometerían un grave error y no tendrán posibilidad de subsanarlo.
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