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Sangre y champán

Fuentes: Rebelión

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

Cada pueblo encumbra la profesión en la que sobresale.

Si a una persona de la calle se le pidiera que señalara el área empresarial en la que nosotros, los israelíes, destacamos, su respuesta probablemente sería: alta tecnología. Y de hecho, en este campo, hemos conseguido algunos éxitos impresionantes. Parece que apenas pasa un día sin que una incipiente compañía israelí, nacida en un garaje, consiga vender cientos de millones. El pequeño Israel es una de las potencias en alta tecnología más importantes del mundo.

Pero la profesión en la que Israel no sólo es el más grande, sino el indiscutible Número Uno es la de «las liquidaciones».

Esta semana lo hemos comprobado una vez más. El verbo hebreo «lekhassel» (liquidar), en todas sus formas gramaticales, domina actualmente nuestro discurso público. Respetados profesores debaten con solemnidad académica sobre cuándo «liquidar» y a quién. Avezados generales discuten con celo profesional los tecnicismos de la «liquidación», sus reglas y métodos. Los sutiles políticos compiten entre sí sobre el número y estatus de los candidatos a la «liquidación».

Ciertamente, hace tiempo que no había semejante orgía de júbilo y autocomplacencia en los medios de comunicación israelíes como la de esta semana. Todos los reporteros, comentaristas y jamelgos políticos; todos los célebres transeúntes entrevistados por la televisión, la radio y los periódicos estaban radiantes de orgullo. ¡Lo hemos hecho! ¡Hemos tenido éxito! ¡Hemos «liquidado» a Imad Mughniyeh!

Era un «terrorista». Y no sólo un terrorista, ¡un maestro terrorista! ¡Un architerrorista! ¡El rey de los terroristas! De hora en hora su estatura crecía, alcanzando proporciones gigantescas. Comparado con él, Osama Bin Laden no es más que un principiante. La lista de sus hazañas crecía de informativo en informativo, de titular en titular.

No hay ni ha habido nunca nadie como él. Durante años se ha mantenido fuera de la vista. Pero nuestros buenos muchachos -muchos, muchos buenos muchachos- no lo han descuidado ni un momento. Trabajaron día y noche, semanas y meses, años y decenios, siguiéndole la pista. «Lo conocían mejor que sus amigos, mejor de lo que él se conocía» (literalmente, la cita de un respetado comentarista de Haaretz, regocijándose como todos sus colegas).

Bien es verdad que un aguafiestas comentarista occidental sostenía en Alyazira que Mughniyeh desapareció de la vista porque dejó de ser importante, que sus grandes días como terrorista fueron en los años ochenta, cuando secuestró un avión y derrumbó los cuarteles generales de los marines en Beirut e instituciones israelíes en el extranjero. Desde que Hezbolá se ha convertido en un estado dentro del estado, con una especie de ejército regular, él tuvo -según esta versión- que sobrevivir a su leyenda.

Pero, ¡qué diantre! Mughniyeh-persona ha desaparecido y Mughniyeh-leyenda ha ocupado su lugar, un terrorista mitológico de fama mundial, que durante mucho tiempo ha sido señalado como «un hijo de la muerte» (es decir, una persona destinada a ser asesinada) como declaró en televisión otro general fuera de uso. Su «liquidación» fue un éxito enorme, casi sobrenatural, mucho más importante que la Segunda Guerra de Líbano, en la que no tuvimos tanto éxito. La «liquidación» se iguala, por lo menos, a la gloriosa gesta de Entebbe, si no más.

Verdaderamente, las Sagradas Escrituras nos dicen: «Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, y cuando tropiece, no se alegre tu corazón / No sea que Jehová lo vea y le desagrade» (Proverbios 24:17). Pero éste no era un enemigo cualquiera, era un súper, súper enemigo y, por lo tanto, el Señor verdaderamente nos perdonará por brincar de alegría de programa en programa, de emisión en emisión, de discurso en discurso, con tal de que no distribuyamos caramelos por la calle; aun cuando el gobierno israelí niega débilmente que nosotros fuéramos quienes «liquidamos» al hombre.

Como por casualidad, la «liquidación» se llevó a cabo sólo unos días después de que yo escribiera un artículo sobre la incapacidad de las potencias ocupantes para entender la lógica interna de las organizaciones de resistencia. La «liquidación» de Mughniyeh es un excelente ejemplo de esto. (Por supuesto, Israel abandonó su ocupación del sur de Líbano hace algunos años, pero la relación entre las partes ha permanecido como estaba).

A los ojos de los líderes israelíes, la «liquidación» fue un gran éxito. Hemos «cortado la cabeza de la serpiente» (otro titular de Haaretz). Hemos infligido a Hezbolá un daño enorme, tanto que no podrá reponerse. «Esto no es venganza sino prevención», como declaró otro de los dirigidos periodistas (Haaretz de nuevo). Es un éxito tan importante que la inevitable venganza será más dura, cualquiera que sea el número de víctimas.

A los ojos de Hezbolá, la cosa parece muy diferente. La organización ha adquirido otro recurso precioso: un héroe nacional cuyo nombre llena el aire desde Irán hasta Marruecos. El Mughniyeh «liquidado» vale más que el Mughniyeh vivo, independientemente de cual fuera su estatus real al final de su vida.

Es suficiente con recordar lo que pasó aquí en 1942, cuando los británicos «liquidaron» a Abraham Stern (también conocido como Yair): de su sangre nació la organización Lehi (también conocida como la Banda Stern) y se convirtió, probablemente, en la organización terrorista más eficaz del siglo XX.

Por consiguiente, Hezbolá no tiene ningún interés en empequeñecer el estatus del liquidado. Al contrario, Hasán Nasralá, exactamente como Ehud Olmert, tiene todo el interés en inflar su estatura a enormes proporciones.

Si Hezbolá ha estado últimamente lejos del foco de todos los árabes, regresa ahora con un fuerte golpe. Casi todas las emisoras árabes dedican horas al «hermano mártir, el comandante Imad Mughniyeh al-Hajj Raduan».

En la lucha por Líbano -la principal batalla que ocupa a Nasralá- la organización se ha apuntado una gran ventaja. Las multitudes se unieron al entierro y ensombrecieron el desfile conmemorativo, casi simultáneo, organizado por su adversario, Rafic Hariri. En su discurso, Nasralá describió desdeñosamente a sus oponentes como cómplices del asesinato del héroe, colaboradores despreciables de Israel y Estados Unidos, y los invitó a abandonar el país y mudarse a Tel Aviv o Nueva York. Él ha subido otra muesca en su lucha por la dominación del País de los Cedros.

Y la cuestión principal: la ira por el asesinato y el orgullo por el mártir inspirará a otra generación de jóvenes que estarán dispuestos a morir por Alá y Nasralá. Cuanto más agranda la propaganda israelí las proporciones de Mughniyeh, más jóvenes chiíes se sentirán motivados para seguir su ejemplo.

La carrera del propio hombre es interesante en este aspecto. Cuando nació, en un pueblo chiíta del sur de Líbano, los chiíes eran una comunidad despreciada, pisoteada e impotente. Se unió a la organización palestina de Fatah, que dominaba el sur del Líbano en aquel momento, convirtiéndose con el tiempo en uno de los guardias personales de Yasser Arafat (incluso yo pude haberlo visto cuando me reuní con Arafat en Beirut). Pero cuando Israel tuvo éxito expulsando a las fuerzas de Fatah del sur de Líbano, Mughniyeh se quedó detrás y se unió a Hezbolá, la nueva fuerza luchadora que había surgido como resultado directo de la ocupación israelí.

Ahora Israel se parece a la persona cuyo vecino de arriba ha dejado caer una bota al suelo y está esperando a que caiga la segunda.

Todos sabemos que habrá venganza. Nasralá lo ha prometido y ha añadido que podría tener lugar en cualquier parte del mundo. Hace ya mucho tiempo que la gente en Israel cree mucho más a Nasralá que a Olmert.

Los órganos de seguridad israelíes están emitiendo terroríficas advertencias a las personas que van al extranjero -estar en guardia en todo momento, no ser claramente visible, no reunirse con otros israelíes, no aceptar invitaciones extrañas, etc.- Los medios de comunicación han magnificado estas advertencias hasta la histeria. En las embajadas israelíes, la seguridad se ha estrechado. En la frontera norte también ha sonado la alerta sólo unos días después de que Olmert alardeara en la Knesset de que, como resultado de la guerra, la frontera norte es ahora más tranquila que nunca.

Tales preocupaciones están lejos de no tener fundamento. Todas las «liquidaciones» de este tipo en el pasado han traído con ellas consecuencias horribles:

– El ejemplo clásico es, por supuesto, la «liquidación» del predecesor de Nasralá, Abbas Mussawi. Fue asesinado en el sur de Líbano en 1992 por el fuego de los apaches. Israel entero se regocijó. También entonces corrió el champán. En venganza, Hezbolá explotó la embajada israelí en Buenos Aires, así como el centro de la comunidad judía de allí. El planificador fue, se alega ahora, Imad Mughniyeh. Perecieron más de cien personas. El resultado principal: el lugar del bastante gris Mussawi, lo ocupó el hábil y sofisticado Nasralá.

– Antes de eso, Golda Meir organizó una serie de «liquidaciones» para vengar la tragedia de los atletas israelíes en Munich (la mayoría de los cuales murieron abatidos por la inepta policía alemana que intentó impedir que volaran a Argelia como rehenes). Ninguno de los «liquidados» tenía que ver con aquella barbaridad. Eran representantes diplomáticos de la OLP, blancos en sus despachos. El asunto se describe largamente en la película de mal gusto de Steven Spielberg, «Munich«. El resultado: La OLP se volvió más fuerte y se convirtió en un estado en marcha y Yasser Arafat, con el tiempo, volvió a Palestina.

– La «liquidación» de Yahyah Ayyash en Gaza en 1996 se parece al asunto de Mughniyeh. Se llevó a cabo por medio de un teléfono entrampado con explosivos. Las dimensiones de Ayyash, también, se elevaron a las proporciones de un gigante, como si ya se hubiera vuelto una leyenda en vida. El apodo de «el ingeniero» se unió a él porque preparaba los dispositivos explosivos usados por Hamás. Simon Peres que ocupó el cargo de Primer Ministro después del asesinato de Isaac Rabin, creyó que la «liquidación» le daría una gran popularidad y conseguiría la reelección. Sucedió todo lo contrario: Hamás reaccionó con una serie de sensacionales ataques suicidas y Benjamín Netanyahu se hizo con el poder.

– Fathi Shikaki, jefe de la Yihad islámica, fue «liquidado» en 1995 por un ciclista que le disparó en una calle de Malta. La pequeña organización no fue erradicada, sino que, al contrario, creció por medio de sus acciones de venganza. Hoy es el grupo que está lanzando los Qassam a Sderot.

– El líder de Hamás Jalid Mashal realmente estaba siendo «liquidado» en una calle de Amán mediante una inyección de veneno. La acción fue descubierta, sus perpetradores identificados y un furioso Rey Husein obligó a Israel a entregar el antídoto que salvó su vida. A los «liquidadores» se les permitió irse a casa a cambio de la liberación del fundador de Hamás, el jeque Ahmad Yassin, de una prisión israelí. Resultado: Mashal fue ascendido y ahora es el principal líder político de Hamás.

– El propio jeque Yassin, parapléjico, fue «liquidado» por helicópteros de ataque cuando salía de una mezquita después de la oración. Un intento anterior, que bombardeó su casa, había fracasado. El jeque se convirtió en un mártir a los ojos de todo el mundo árabe y ha servido subsecuentemente como inspiración para centenares de ataques de Hamás.

– El común denominador de todas estas y muchas otras acciones es que las mismas no perjudicaron a las organizaciones de los «liquidados», sino al revés. Y todas ellas dejaron en su estela dolorosos ataques de venganza.

La decisión de llevar a cabo una «liquidación» se parece a la decisión que se tomó para empezar la Segunda Guerra del Líbano: a ninguno de los que deciden le importa el sufrimiento de la población civil, que inevitablemente cae víctima de la venganza.

¿Por qué, entonces, se llevan a cabo las «liquidaciones»?

La contestación de uno de los generales a los que se les hizo esta pregunta fue: «No hay ninguna respuesta clara para esto».

Estas palabras están empapadas de «Chutzpa» (arrogancia, desdén): ¿cómo se puede decidir una acción semejante cuando no hay ninguna respuesta clara del valor de su precio?

Sospecho que la razón real es política y psicológica. Política, porque siempre es popular. Cada «liquidación» produce mucho júbilo. Cuando la venganza llega, el público (y los medios de comunicación) no ve la conexión entre la «liquidación» y la respuesta. Cada una se ve por separado. Pocas personas tienen el tiempo y la inclinación a pensar sobre ello cuando todos estamos ardiendo de furia por el último ataque asesino.

En la situación actual hay una motivación política adicional: el ejército no tiene ninguna respuesta a los Qassam, ni tiene ningún deseo de entramparse en la reocupación de la Franja de Gaza, con todas las bajas que supondría. Una «liquidación» sensacional es una alternativa simple.

La razón psicológica también está clara: es satisfactoria. En verdad, la «liquidación» -como la propia palabra indica- es más apropiada para el hampa que para los órganos de seguridad de un estado. Pero es un desafío y una tarea compleja, como en una película de la mafia, que da mucha complacencia a los «liquidadores». Ehud Barak, por ejemplo, fue un liquidador desde el principio de su carrera militar. Cuando la «liquidación» acaba con éxito, los ejecutores de la justicia pueden alzar copas de champán.

Una mezcla de sangre, champán y locura es un combinado embriagador pero tóxico

Texto original en inglés: 

http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1203196052/

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.