Desde la más remota antigüedad Hebrón o el Khalil (su nombre en árabe) ha sido un destino obligado de peregrinación para todos aquellos devotos de las tres religiones monoteístas; judíos, musulmanes y cristianos. Y es que allí se encuentra la mezquita de Ibrahim o la Cueva de las Tumbas mejor conocida por los judíos como […]
Desde la más remota antigüedad Hebrón o el Khalil (su nombre en árabe) ha sido un destino obligado de peregrinación para todos aquellos devotos de las tres religiones monoteístas; judíos, musulmanes y cristianos. Y es que allí se encuentra la mezquita de Ibrahim o la Cueva de las Tumbas mejor conocida por los judíos como Machpela donde se asevera que están enterrados Abraham, Sara, Isaac, Jacob, Rebeca y Lea. De ahí que este enclave haya sido siempre un motivo de disputas y refriegas.
Se jactan los historiadores judíos que en la Guerra de los Seis Días en 1967 la ciudad de Hebrón fue tomada por un sólo hombre. Esa hazaña la hizo realidad el tristemente famoso rabino ultra-ortodoxo Shlomo Goren, general de Brigada de la Tzahal, quien el día 8 de junio de 1967 encabezara la entrada de las tropas sionistas a la ciudad vieja de Jerusalén. Él fue el encargado de tocar el shofar y de leer la plegaría de acción de gracias frente al Muro de las Lamentaciones mientras los soldados eufóricos entonaban cánticos de alabanza celebrando la victoria. Según sus propias palabras los judíos retornaban a la ciudad del rey David de la que fueron expulsados por los romanos hace 2000 años.
El rabino Goren no conforme con esa epopeya quería cubrirse aún más de gloria y liberar también la Cueva de las Tumbas, el Machpela (la mezquita de Ibrahim). Este es el segundo lugar más importante para el judaísmo y el cuarto para el Islam. Así que presuroso partió a bordo de un jeep Willys con dirección a Hebrón en compañía de sus guardaespaldas.
El rabino Goren de luengas y canosas barbas vestía traje de miliciano tocado con su quepis de general. En su mano diestra portaba su ametralladora Uzi, y en la izquierda el cuerno shofar y en un saco colgado del hombro guardaba los rollos de la Torá.
Cuando el rabino llegó a la ciudad se sorprendió al comprobar que estaba completamente desierta, que no había un alma en las calles. La población de Hebrón presa del pánico permanecía encerrada a cal y canto en sus viviendas creyendo que el ejército sionista iba a cobrarse la venganza por la masacre de 67 judíos acaecida en 1929. En todas las puertas y las ventanas de las casas colgaban banderas blancas en señal de rendición. Pero tampoco había rastro de las tropas hebreas que, según se supo más adelante, prefirieron atrincherase en las colinas que rodean la ciudad preparando el asalto final. No obstante los soldados jordanos al conocer la debacle de la Legión Árabe en Jerusalén se batían en retirada buscando la ruta del Mar Muerto.
Goren apuró el paso y se dirigió a la mezquita de Ibrahim pero cuando llegó a la puerta principal comprobó que estaba cerrada con llave. Entonces, cargó la ametralladora Uzi y disparó varias ráfagas sobre la puerta hasta que ésta se abrió de par en par. Acto seguido, y sin ni siquiera descalzarse- como es precepto en el Islam- penetró en al sagrado recinto ansioso por tomar posesión del mismo. Llorando de emoción tocó el cuerno shofar y colocó los rollos de la Torá en la quibla del mihrab. Con esta ceremonia según sus delirios místicos «comenzaba la era mesiánica». Así se consumó la más humillante profanación que tuvo como epílogo la izada de la bandera sionista en lo alto del minarete de la mezquita. A partir de ese momento los judíos la llaman «sinagoga» de Machpela y los árabes, si quieren ir a rezar en la mezquita, deben primero identificase y pasar por los checkpoints colocados por las autoridades israelíes.
No fue hasta 1997, tras el Acuerdo de Hebrón, (que luego en el 2002 anularía Sharon) que el 80% del territorio Hebrón (la zona H1) pasó a manos de la ANP. El resto, es decir, la zona H2 que incluye la Tumba de los Patriarcas y el asentamiento de Tel Rumeida permanece bajo la jurisdicción israelí. Increíblemente Arafat a cambio de consolidar la promesa de independencia en un plazo de cinco años, regaló la soberanía del 20% de la ciudad a los colonos ultra-ortodoxos, y, lo más grave, en pleno corazón del zoco milenario. Un hecho que sentó un nefasto precedente pues luego poco a poco se aplicaría en la expansión de los asentamientos en Cisjordania.
Antes de la firma del acuerdo la zona H2 tenía una población aproximada de 35.000 palestinos pero progresivamente se ha ido desocupando (un 42% de los hogares) por culpa del estado de sitio permanente que han impuesto los militares hebreos. Mientras, del otro lado, el índice demográfico de colonos judíos aumenta imparable. Para ellos lo prioritario es garantizar la seguridad del asentamiento de Tel Rumeida de 800 habitantes (donde dicen que está la comunidad judía más antigua del mundo) que cuenta con madrasas, escuelas talmúdicas, sinagoga y cuartel. También existen otros enclaves como Beit Hadasa, Abraham Avinu, Beit Romano, Ramat Yasha. ¡un colono israelí vale más que 35.000 habitantes palestinos! Aquí se encuentra la histórica calle Shuhada que es la arteria más importante de Hebrón y que en un pasado no muy lejano fue el eje principal de uno de los zocos más activos y de mayor vitalidad de toda Palestina. Aquel mercado en el que tradicionalmente -como es común en todas las sociedades árabes- se desarrollan los intercambios y transacciones comerciales y es el punto de encuentro de sus pobladores, hoy impera la decadencia y el abandono.
A partir de la guerra de los Seis Días Hebrón ha sufrido un sistemático proceso de aislamiento y bloqueo porque han enjaulado la ciudad entre barrotes, rejas, barricadas de alambre de púas, muros y checkpoints. Un implacable castigo colectivo que se trasforma casi en cadena perpetua. Incluso hasta desde el cielo se les vigila con globos sonda dotados de potentes y sofisticadas cámaras de filmación.
Pero en nuestro relato falta un hecho conmovedor y trascendental que marcará un antes y un después en su historia. Y este trágico suceso se produce el Sábado 25 de febrero de 1994 – la fiesta del Purim de los judíos- cuando el médico y colono de origen norteamericano (Brooklyn-New York) el Dr. Baruch Goldstein, residente en el asentamiento de Kiryat Arba de 8000 habitantes, -construido sobre el barrio palestino de Yabal Yohar- y miembro de las Liga de la Defensa Judía cometió la infame masacre de la mezquita de Ibrahim. Ese día el fanático sionista ultra-ortodoxo se levantó bien temprano y tras vestirse con su uniforme de capitán del Tazhal tomó una ametralladora Galil y varias granadas de fragmentación y apresurado se dirigió al Machpela con la intención de «exterminar a los gentiles que mancillaban la Cueva de los Patriarcas» – según el léxico utilizado por los miembros del partido fundamentalista Kach al que él pertenecía. Además Goldstein había jurado vengar la memoria de su mentor el rabino racista y xenófobo Meir Kahane quien fuera asesinado en 1990 en Manhattan, New York, a manos de un radical islámico.
Así que sin pensarlo dos veces y sin que nadie se lo impidiera -a pesar de que allí existe como hemos hecho referencia un checkpoint controlado por los militares israelíes -que misteriosamente desaparecieron en ese preciso instante- entró a la mezquita y sin mediar palabra alguna comenzó a disparar su ametralladora Galil y a lanzar granadas. Lo que provocó una pavorosa carnicería entre los fieles que en ese instante rezaban el salat al Fajr. Por la espalda cobardemente fue fusilando a la mayoría de sus víctimas (en el argot ultra-ortodoxo «terroristas») cuyo balance final dejó un saldo de 29 muertos y más de 120 heridos.
En el momento en que a Goldstein se le agotaron los cargadores de munición los sobrevivientes se le echaron encima matándolo a patadas y puñetazos.
A Goldstein podríamos definirlo como el típico colono judío psicótico de tendencia ultra- ortodoxa y ultra-nacionalistas -como otros tantos miles de judíos norteamericanos que hicieron aliyá en Israel- En su locura mesiánica se creía la mano ejecutora de Adonai. Ellos que esperan la pronta venida del mesías dicen que es imprescindible liberar todos los santos lugares de los «herejes extranjeros» (los palestinos) que ensucian la «Tierra Prometida».
Los soldados hebreos recogieron el cuerpo completamente despedazado de Goldstein y lo llevaron al asentamiento de Kiryat Arba para entregárselo a sus familiares. Al otro día se celebraron las exequias siguiendo los rituales talmúdicos al que asistieron cientos de colonos ultra-ortodoxos que lo aclamaron como a un verdadero héroe.
En su tumba se colocó una lápida que reza «Aquí yace El venerado Dr. Baruch Kapel Goldstein… Hijo de Israel. Dio su alma por amor al pueblo de Israel, su Torá y su Tierra. ‘Sus manos están limpias y su corazón es puro’ (Salmos 24:4)… Fue asesinado por la Santidad de Dios, el 14 del adar, Purim, el año 5754». Hoy su mausoleo es un sitio de peregrinación de los judíos ultra-ortodoxos que lo consideran un mártir del sionismo. El más santo de todos los mártires de la Shoah. ¡Torá, guerra y colonización! Es la consigna del líder espiritual el rabino Kook que cuenta con infinidad de incondicionales.
A partir de esta vil matanza las autoridades israelíes, ante el temor de que se produjeran represalias y actos violentos contra los colonos del asentamiento de Tel Rumeida, agudizaron aún más su política de apartheid. La primera medida que tomaron fue la de prohibir el tránsito de palestinos por la calle Shuhada (que es el núcleo comercial de la ciudad que con sus 175.000 habitantes es la segunda más grande de Cisjordania) estableciendo el puesto de control Bab a Zawiya que conecta las zonas H1 y H2. Una decisión que afectó negativamente la ya de por si frágil economía de la región.
La matemática racional sionista dice que para proteger a 850 colonos judíos es necesario acantonar a 650 soldados. Porque se hace indispensable el uso disuasivo de la fuerza para custodiar a los colonos y asegurar su libre circulación cuando transitan por las calles rumbo a la Cueva de los Patriarcas. En especial en las multitudinarias peregrinaciones con motivo de la fiesta del Pésaj, el Purim o la de la matriarca Sara.
Ante una situación tan humillante la respuesta no se hizo esperar por parte de los comandos de la resistencia palestina. Las organizaciones Hamas, la Yihad Islámica, Saraja Al -Jihad, Izzadin Al Qassam en venganza ejecutaron infinidad de atentados suicidas contra la población israelí, sobre todo, en los buses de transporte público o emboscadas a las patrulla del Tazhal.
Cuando en el año 2000 estalló la Segunda Intifada se extremaron aún más las medidas de seguridad en del centro de la ciudad. Entonces, la calle Shuhada fue bloqueada por completo y muchos de los residentes en el área no les quedó más remedio que subirse a los tejados o colarse por las ventanas para ingresar en sus casas.
La casbah o ciudad vieja tan bulliciosa y febril en otros tiempos ha sido clausurada y sus negocios sellados con planchas metálicas. De la prosperidad se ha pasado a la desolación más absoluta. Por sus calles es rutinario encontrarse a las patrullas de soldados israelíes que aleatoriamente detienen a cualquier sospechoso.-especialmente a los jóvenes palestinos- Es muy común ver en las paredes pintadas xenófobas como: «árabes a las cámaras de gas» o «Samaria y Judea es nuestra» además las estrellas de David marcan el territorio de los amos y señores para que no haya ninguna duda ante quien hay que agachar la cabeza.
Quizás el barrio que más ha sufrido la ocupación sea el del Bab al-Khan situado entre la Tumba de los Patriarcas y la calle Shuhada. Allí vivían cientos de familias palestinas que tuvieron que marcharse obligadas por la presión insostenible a que los sometían los soldados y colonos. Se les disparaba para intimidarlos, se les tiraban piedras, se hacían registros periódicos, allanamientos en las casas a cualquier hora, y detenciones y encarcelamientos arbitrarios. Porque las leyes israelíes amparan a los colonos y las leyes militares oprimen a los palestinos.
En Hebrón la crisis económica, como en el resto de Palestina, es inmisericorde. Desde hace décadas el empobrecimiento de la población es muy alarmante; la pérdida de poder adquisitivo y el alto costo de las vida es algo inaguantable. Y eso sin hablar de los dos campos de refugiados Al Fawar y Al Arroub manejados por la UNRWA donde la situación se pone aún más dramática. Y es que Hebrón como en general toda Palestina, depende por completo de la economía israelita; la moneda, los productos básicos, los insumos, las materias primas o los servicios de luz, agua, petróleo, gas. Sin duda que están metidos en un callejón sin salida, en una encrucijada perversa que los mantiene enajenados. El desempleo se eleva casi al 45% y la única posibilidad de encontrar un trabajo más o menos «digno» es en Israel. En especial en los asentamientos siempre hay una gran demanda de mano de obra barata. ¿Cómo mantener a sus familias, entonces? En una situación tan asfixiante hay que tragarse el orgullo y el amor patrio. Menos mal que las autoridades judías periódicamente extienden «visados humanitarios» para todos aquellos palestinos que demuestren un comportamiento manso y sumiso. Así que no hay otra alternativa que esperar, esperar y esperar a que esto cambie, a que se firme un tratado de paz justo y duradero, esperar que Palestina logre la independencia. Aunque como están las cosas parece que es demasiado pedir.
Por ahora habrá que seguir con la eterna dieta diaria de hummus, de mutabel y falafel untándolo con pan de taboon y acompañado con el tradicional té de menta. Bueno, pasa el tiempo y aún aguardan a que se cumplan todas las falsas promesas y mentiras que les han dicho ¿la paz? ¿la democracia? ¿la libertad? ¿un estado propio? Tal vez no son más que espejismos o vagas ilusiones pero al menos los mantiene en pie de lucha.
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