La tarde del 17 de mayo se tornó gris para intelectuales y artistas. Con profundo pesar se despidió para siempre a quien fuera una de las figuras más ilustres de las letras cubanas: Guillermo Rodríguez Rivera, quien dejó al pueblo que tanto amó una vasta obra literaria y una vida entera de acciones a favor […]
La tarde del 17 de mayo se tornó gris para intelectuales y artistas. Con profundo pesar se despidió para siempre a quien fuera una de las figuras más ilustres de las letras cubanas: Guillermo Rodríguez Rivera, quien dejó al pueblo que tanto amó una vasta obra literaria y una vida entera de acciones a favor de la cultura autóctona. De esa estirpe están hechos los grandes hombres y mujeres que saben honrar a la patria con su impronta.
Desde joven se sumó a la lucha contra el dictador Fulgencio Batista y participó activamente en la obra cultural de la naciente Revolución.
Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana, miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y colaborador de la Fundación Nicolás Guillén, apostó siempre por la universalización de la cultura, de ahí su apoyo al programa Universidad para todos.
Publicó en 1966 su primer libro de poemas, Cambio de impresiones, y participó en la fundación de la revista cultural El Caimán Barbudo, donde sería el primer jefe de redacción.
En 1970 resultó finalista del Premio Casa de las Américas en poesía con El libro rojo, y en 1976 escribió junto a Luis Rogelio Nogueras la exitosa novela policial El cuarto círculo.
En 2003 publicó Canta, antología personal de su obra poética, que le valió el Premio de la Crítica. Dos años después lanza la primera versión de Nosotros, los cubanos, libro que fue un acontecimiento literario y que ha sido calificado como una de las más entrañables aproximaciones contemporáneas a las esencias de nuestra idiosincrasia.
Escribió también los ensayos Exploración de la poesía (1981, en colaboración con la doctora Mirta Aguirre), Sobre la historia del tropo poético (1984) y Crónicas del relámpago (2008).
Como buen santiaguero orgulloso, Guillermo Rodríguez dedicó a su ciudad natal disímiles escritos. Luchó siempre por que se reconocieran los grandes aportes de esa ciudad a la conformación de la cultura y la identidad nacional.
Gran defensor de la trova cubana y amigo de Silvio Rodríguez, no tardó en colaborar en el blog del trovador, Segunda Cita. Recientemente se presentó en la pasada Feria del Libro una recopilación de sus crónicas realizadas en este espacio, cuya edición corrió a cargo del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Este volumen, titulado Las crónicas de Segunda Cita, sirvió como una suerte de homenaje a la valiosa obra del ensayista santiaguero.
A propósito de la presentación del libro, Rivera expresó:
«Desde los días de mi adolescencia, pensé que me gustaría seguir diversas profesiones.
Cuando escuchaba a Benny Moré, al primer Elvis Presley, a Miguelito Cuní o a Johnny Mathis, habría querido ser cantante. Pero la naturaleza, que me dio el gusto por la música, me negó la voz para cantar.
Después pensé ser abogado y hasta director de cine. No me hice periodista porque me di cuenta que la del periodista es una habilidad que se adquiere escribiendo y leyendo a los maestros sobre la base de una formación humanística. El mayor de los periodistas cubanos, nunca estudió periodismo: José Martí fue abogado y doctor en Filosofía y Letras.
Al fin, estudié Letras y me hice escritor y profesor. Sin embargo, los primeros trabajos que tuve fueron de periodista: la revista Mella, Radio Reloj Nacional, la revista Cuba.
En Mella hice grandes amistades: Víctor Casaus, Carlos Quintela, Silvio Rodríguez, Norberto Fuentes. La vida se encargó de separarme de algunos y unirme más a otros.
Intervine en la fundación de El Caimán Barbudo y a los viejos amigos se unieron otros: Jesús Díaz, Luis Rogelio Nogueras, Orlando Alomá, Aurelio Alonso.
Quien lea lo que escribo, aunque sea un poema de amor, advertirá que del periodista mantengo el gusto por la realidad de todos los días, por esa historia que irá a los libros pero que ahora transcurre ante nuestros ojos junto a lo menos trascendente, y mi espíritu polémico ante lo que creo que no está bien (los dogmáticos de los años setenta le pusieron el nombrete de diversionista) acaso sea la supervivencia litigante del abogado que nunca llegué a ser».
El Centro Pablo expresa sus más profundas condolencias a familiares y amigos. No es un adiós cuando se ha vivido con honra, cuando se ha regalado a todo un pueblo tan valiosa obra. La cultura cubana está de luto, pero bien se sabe que quedará en sus páginas la huella de este intelectual, pues su aporte es, desde hace mucho, imborrable. ¡Hasta siempre amigo, sirva la historia de esta nación como refugio para tu eternidad!
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