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Entrevista a Salvador López Arnal sobre "Amianto: un genocidio impune" (y II)

«¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!»

Fuentes: Rebelión

Salvador López Arnal es profesor de ciclos formativos en el Instituto Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) y profesor-tutor de Matemáticas en la UNED. Colabora en el diario electrónico rebelión y en las revistas Papeles de relaciones ecosociales y cambio global y El Viejo Topo.   -¿Ha repuesto fuerzas? -Estoy en plena forma. […]

Salvador López Arnal es profesor de ciclos formativos en el Instituto Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) y profesor-tutor de Matemáticas en la UNED. Colabora en el diario electrónico rebelión y en las revistas Papeles de relaciones ecosociales y cambio global y El Viejo Topo.

 

-¿Ha repuesto fuerzas?

-Estoy en plena forma. Gracias.

-Vamos con la siguiente pregunta. En el sub-capítulo número 2.8 de mi libro, y más concretamente, refiriéndonos a lo manifestado en él, en las páginas 380-384, en las que vengo a enumerar hasta un total de seis indicios que apuntarían a que la propiedad y la alta dirección de la empresa Uralita podrían haber tenido un conocimiento de los efectos nocivos -letales-, del amianto, desde muchos años antes de que la citada empresa así lo reconociese ante los representantes de sus propios trabajadores, y habiéndolo, por consiguiente, ocultado deliberadamente, mi pregunta en relación de todo ello, es la siguiente: ¿qué opina usted, acerca de la pretendida fuerza probatoria de tales indicios? Considerados separadamente, uno a uno, y de forma conjunta, atendiendo al conjunto de los seis.

-Si me dejo llevar por lo que siento, le respondería sin más: separadamente y, en su conjunto, la fuerza probatoria es innegable. Si me sitúo fuera y lo analizo como si fuera (sin serlo) una demostración «lógico-social» (sabiendo, como sé, que no tiene sentido exigir ese rigor formal cuando nos enfrentamos a asuntos como los que hablamos), le respondería en los mismos términos.

Hacerlo en detalle, desde mi punto de vista, podría agotar al lector/a. Usted ha dado la referencia y me parece que lo mejor que puedo hacer desde aquí es aconsejar la lectura de lo que usted expone en esas páginas. Nos alargaríamos mucho (y me temo que yo sería muy aburrido) si lo comentáramos punto por punto. Si le parece imprescindible, acaso lo mejor sería que me preguntara por alguno de esos seis indicios probatorios. ¿Le parece?

De entrada reitero lo que pienso: uno de los lógicos que más admiro, un gran conocedor de las complejidades de la argumentación humana, Luis Vega Reñón, no encontraría pegas en su razonamiento.. y suele ser muy exigente. No tengo dudas sobre ello.

-Abordemos ahora otra cuestión, que podemos considerar que de alguna forma podría estar relacionada con la pregunta anterior. Pese a las varias condenas acumuladas por la empresa Uralita, en la que se le ha considerado responsable del daño causado a sus trabajadores, y en las que se han descrito pormenorizadamente situaciones varias, en sus fábricas, calamitosas, y que suponen un claro incumplimiento de las normas relativas a la higiene industrial, específica para el asbesto, y sin embargo, todo ello no ha sido óbice para que en su momento -tiempos de la dictadura, mayormente-, las mismas autoridades que debían de velar por el estricto cumplimiento de las normas aplicables, se han prodigado en los melifluos elogios al supuesto «excelente comportamiento» de la citada compañía. ¿A qué considera usted que ha obedecido esta contradictoria apreciación?

-Al servilismo, a la permanente subordinación político-cultural a la hegemonía, a la cosmovisión y a los intereses de las clases dominantes y dominadoras, a nuestra incapacidad en algunos momentos para dejar de soñar en quienes no merecen que soñemos, a la pasividad en algunos momentos -no hablo de los años de la dictadura fascista- del movimiento sindical en su conjunto (no entro en detalles y en siglas pero es cierto deberíamos hacer distinciones) para plantar cara antes situaciones que lo exigían, al contagio ciudadano por algunos valores de las élites que dominan e intentan dirigirnos, etc.

Que eso fuera así durante el fascismo, es grave, muy grave. Que eso continuará de modo muy similar en años posteriores, durante la época que hemos llamado «democrática», muestra o incluso demuestra, sin identificar desde luego FASC con DEMDEM (no es lo mismo el fascismo que las situaciones de democracia muy demediada como diría su admirador Vicenç Navarro) que el núcleo central de los grandes poderes no ha sufrido cambios sustantivos en nuestro país de países. Mandan los que mandan herederos, en general, de los que ya mandaban en viejos y criminales tiempos.

Las autoridades que debían de velar por el estricto cumplimiento de las normas aplicables y que se han prodigado en los melifluos elogios al supuesto «excelente comportamiento» de Uralita, como usted señala, no son reales ni leales servidores públicos. Son voces serviles, que permiten y ejecutan acciones viles, al servicio de sus amos. La historia está llena, hasta la náusea, de ejemplos así. En algunos casos, de mayores, cuando la situación para ellos ya está asegurada, se permiten algún disenso, alguna nota crítica. Para la posterioridad… y en algún caso por sincero (y muy tardío) arrepentimiento.

Por eso, bien mirado, no existe ninguna contradicción. Dicen una cosa y obran o permiten obrar de manera contraria. En su concepción de las cosas no asoma ninguna inconsistencia. Es el ABC de su forma de funcionar socialmente. Las palabras para ellos son parole, parole, parole, retórica útil para convencer a quienes no ofrecen mucha resistencia crítica. Nada más. Actuar de forma contraria, señalar que el decir y el hacer deben estar hermanados en la medida de nuestras fuerzas, siempre ampliables, es para esas gentes y para sus amigos y colegas, quimeras, utopías, sueños juveniles, buenismo estúpido que desprecian, irrealismo izquierdista. Lo que ha pasado estos días en Grecia, lo que sigue pasando, nos ha dado mil y una lecciones sobre todos estos asuntos. ¿No le parece?

«¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!», se gritaba con razón atendible en mayo del 68. «¡Seamos realistas, hagamos lo que nos mandan los que mandan y sea cual fuere el mandato!», es su grito de conformismo social y de guerra… de guerra de clases, hablando en términos clásicos un pelín olvidados, contra los y las trabajadoras y ciudadanos afines y solidarios. El primero tuvo vigencia hace casi 50 años. El segundo, para algunos, tiene carta de naturaleza eterna.

-Vamos a otra cuestión. En el sub-capítulo número 2.4, titulado «El lobby en acción: el cloro», expreso mi opinión acerca de que el mantenimiento, por parte de la Unión Europea, de una excepción respecto de la prohibición del amianto, y en favor de la industria del cloro, a pesar de existir tecnologías disponibles, que tanto técnicamente como desde el punto de vista económico permitirían prescindir de tal uso del asbesto, digo que todo ello constituye un ejemplo de dobles estándares, basándome en que esa disposición asume implícitamente que el amianto debe de seguir extrayéndose, fuera del ámbito de la U.E., para que sea posible importarlo. Es obvio: si no hubiera amianto extraído disponible, no habría forma de poder importarlo (¿de dónde, si no?). Añado, además, que sólo bajo la hipótesis de que esa extracción sea económicamente rentable, tiene sentido poder contar con ella, y que eso sólo es factible, si el amianto extraído se lo ha de destinar a otros usos distintos del de la elaboración del cloro, porque ésta, por sí sola, no bastaría para poder asegurar esa rentabilidad. La mayor parte del amianto extraído, se le destina al amianto-cemento. Por tanto, la susodicha excepción sólo tiene sentido, si se asume que el uso industrial del asbesto va a seguir produciéndose, fuera del ámbito europeo, en el que rige esa prohibición con excepciones. De ahí, lo de los dobles estándares. Mi pregunta también es doble. Le pregunto, en primer lugar, si suscribe por su parte ese análisis mío, y al propio tiempo, le interrogo acerca de qué calificación moral, ética, le merece lo que yo he considerado como un ejercicio de hipocresía y de cinismo.

-Lo suscribo. Más aún: si tuviera que poner ejemplo de razonamiento claro, válido y brillante en una clase de teoría de la argumentación usaría lo que usted acaba de exponer. Sin cambiar una coma. Añado que en mi concepto plural de dialéctica (que ha aprendido de Manuel Sacristán, Paco Fernández Buey, Miguel Candel y Joan Benach) está también lo que usted hace: girar el calcetín, mirar desde otra perspectiva, pensar desde otro punto de vista, darse cuenta de las consecuencias y de los presupuestos implícitos y explícitos de las situaciones analizadas.

Lo segundo que me pide es fácil: es deleznable, absolutamente deleznable desde un punto de vista poliético que diría un profesor y amigo mío, vuelvo a citarle, que tenía su nombre, Francisco Fernández Buey (se llamaba también como mi padre). Presupone, por otra parte, o puede presuponer cuanto menos, una concepción nada equitativa del ser humano. En Europa, por las movilizaciones que se han generado, por las muertes denunciadas y por los escándalos que pueden producirse, obramos de un modo, nos hemos visto obligados a obrar de un modo tras dejar un paisaje desahuciado lleno de sufrimiento y muerte en una horrible batalla; en el resto del mundo, o en parte del resto del mundo, operamos con otros criterios y a la brava, sin miramientos, sin estupideces humanistas. El «progreso» es el «progreso». De paso, engañamos e intoxicamos moralmente todo lo que podemos. En el fondo, y casi en la superficie: algunos seres humanos, millones y millones de seres humanos, son para esos poderes seres infrahumanos, carne de cañón, obreros-ciudadanos que no merecen otra consideración que ser esclavos de la modernidad y posmodernidad y de su cuenta de resultados. Como en «Tiempos modernos» o en «Metrópolis»… pero peor aún.

Por debajo, siempre en puesto de mando, los negocios son los negocios y una concepción fáustica de la tecnología. Somos la especie de la hybris, escribió Manuel Sacristán, alguien que usted conoce muy bien. Algunos, algunas clases sociales, se comportan con una hybris ilimitada, y con el máximo desprecio hacia tantos otros y otras. Benjamin, el gran Benjamin, también Bloch desde luego, hubieran escrito páginas llenas de indignación sobre todo ello.

Todo la náusea concebible se acumula en los entresijos de ese mundo, insensible al sufrimiento de tantos seres humanos que ellos, en el fondo y a veces en las formas, no consideran tales.

-Aterricemos ahora en el sub-capítulo siguiente, el número 2.5, titulado «Filantrocapitalismo y amianto», en el que relato cómo empresas o personas que se han distinguido por comportamientos nada ejemplares y relacionados con el amianto y con sus estragos, han sido homenajeadas, sin embargo, presentándolos como benefactores filántropicos, a los que se les conceden premios y honores. Cito expresamente los ejemplos de la empresa WR Grace, y de los individuos Stephan Schmidheiny, y Baljit Singh Chadha. Por parte de los receptores de tales honores, la cosa está bastante clara: si no han tenido el menor empacho en tener unas conductas netamente reprobables, ¿por qué han de tenerlo en ser complacientes receptores de tales «joyas para fantasmones»? Sin embargo, y por lo que respecta a quienes otorgan tales supuestos honores -a lo que nadie les ha obligado-, no resulta fácil de entender para qué se exponen a unas críticas, de las que, por lo se puede apreciar, les importa un bledo. Mi pregunta es la siguiente: olvidándonos ahora de los homenajeados ¿qué juicio ético le merecen tan «generosos» otorgantes de un supuesto reconocimiento de méritos?

-Siento ser tan plano y poco complejo: el mismo juicio que he manifestado en sus anteriores preguntas. Insisto en lo que dije al principio. En esta entrevista lo importante son sus preguntas, no mis respuestas.

Para no parecer descortés añado casi repitiéndome: esos generosos otorgantes de reconocimientos son siervos, no cegados a no ser que quieran permanecer cegados, de los poderosos. Está en su liturgia: serviles, adorarles, lavarles la cara. Puede ser que algunos de ellos lleguen a creerse que, en el fondo, no son malas personas, que su comportamiento es inevitable. Lo que hay, lo que tenemos, se dice ahora. Ciertamente: cometieron, cometen algunos «fallos» pero compensan luego con su gran espíritu benefactor y humanista. Además, salen en su prensa, les ensalzan, se organizan jornadas en su «honor», pasan a la historia,… En síntesis y para no aburrir más: un asquillo… o un gran asco.

¿Recuerda usted aquella película de Agustín Díaz Yanes «Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto»? Yo la suelo tener muy presente (aunque alguna escena, en mi opinión innecesaria, podía haberse evitado). Nosotros siempre hablaremos de ellas, de esas personas de las que no se suele hablar. De quienes no hablaremos es de esos destructores de la vida, la humanidad y la justicia. Sobre ellos, habitará, debe habitar, no el olvido sino nuestro desprecio, absoluto a poder ser. El servilismo, la falta de dignidad., tampoco es un humanismo. Los historiadores no harían bien su trabajo si revisarán la Historia y la transformaran en falsedad.

-Vamos, finalmente, a referirnos al contenido del último capítulo del libro, dedicado a la situación que se ha convenido en denominar como «mesotelioma familiar», consistente en la afectación, simultánea o sucesiva, de dos o más miembros de una misma familia, con o sin consanguineidad entre sí, por el cáncer denominado mesotelioma, en cualquiera de sus asentamientos: pleural, peritoneal, pericárdico, túnica vaginal testicular, u otros asentamientos más exóticos. Obviamente, esa circunstancia es muchísimo menos frecuente que la que representan los casos individuales de mesotelioma. Observo que, en mi opinión, y posiblemente por esa rareza, esta situación de máxima malignidad asociada al asbesto, no encuentra adecuado resalte y mención en todos aquellos trabajos que se publican, en favor de una prohibición del amianto. Yo he procurado contribuir a remediar ese relativo olvido, dedicándole todo un capítulo exclusivamente a esa situación. Si tratamos de empatizar con la situación creada en esas familias, alcanzadas reiteradamente por el zarpazo del mesotelioma, creo que no cabe duda de que cualquier énfasis que se ponga en ponderar la extremada crueldad de un mal que en principio tendría que ser evitable, siempre estará sobradamente justificado. Ésa es, al menos, mi opinión, y la pregunta que le formulo sobre toda esta cuestión, es la siguiente: ¿estima usted que he obrado atinadamente, al confeccionar e incluir en mi libro ese capítulo dedicado al «mesotelioma familiar»?

-Sí, sin ninguna duda porque este es otro de lo temas donde el desconocimiento de una gran parte de nosotros es más patente. Yo mismo, y sé del tema desde los años setenta gracias a Manuel Sacristán que nos hablaba de ello en sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales, no había reparado en ello. ¿Por qué peguntará usted? Porque no había pensando suficientemente Había hecho una aproximación mecánica al tema. Un ciudadano obrero trabaja en una empresa relacionado con el amianto y es él, y no otras personas de su entono o del entorno de la empresa, quienes pueden adquirir la enfermedad. No fui más allá. Pido disculpas, no pensé bien, no siempre lo hacemos.

Por lo demás, los casos que usted incluye son dramas humanos que penetran o deberían penetrar en el corazón de todos nosotros (ejecutivos de grandes empresas y subespecies humanas parecidas excluidas de este conjunto a no ser que quieran hacer un esfuerzo real). Está bien acercarnos a cuestiones así a través de historias que nos afecten en lo más íntimo. Gris es toda teoría, advirtió Goethe, necesitamos humanidad y un color más vivo para hacerla más nuestra. No para adulterarla, para decir A donde debemos decir Z, sino para ser más conscientes de las dimensiones inconmensurables de algunas tragedias humana.

El amianto como usted señala es un auténtico genocidio industrial. No en nuestro nombre, nunca en nuestro nombre.

-Terminamos ya; ¿quisiera añadir alguna otra reflexión, por su parte?

-¿Terminamos ya dice usted? ¿Y no vamos a contar ya con su magisterio en estas páginas? Tengo una sorpresa para usted que anunciaré en su momento. No creo que pueda negarse. Sé que no va a negarse

Respondo a su pregunta: añado una reflexión y un agradecimiento. Lo segundo es más breve y más importante: gracias, infinitas gracias por su inmensa e imprescindible tarea. En mi opinión, estaría muy bien recoger todas estas entrevistas (esta última excluida) en un libro. Sería voluminoso pero valdría la pena.

La reflexión: deberíamos entre todos y todas conseguir que este tema, con todas sus aristas (industriales, médicas, sociales, culturales, políticas, ciudadanas, obreras, jurídicas, etc) fueran parte de la formación general de la ciudadanía en nuestro país de países. Deberíamos conseguir que en todas las escuelas e institutos (incluyendo las escuelas concertadas y las privadas mientras existan), y por supuesto, en nuestras universidades, fuera un tema explicado, conocido, vivido y debatido. El asunto, el inmenso sufrimiento que hay detrás, que sigue habiendo detrás, nos lo exige. ¡Sería muy importante que evitáramos de todas-todas que habitara en él el olvido en algún momento o que tuviera una trayectoria político-social como el río Guadiana, que aparece y desaparece!

Por supuesto, lo sé muy bien: estando usted entre nosotros son fáciles de conseguir los objetivos que he señalado. Yo mismo he pasado este curso una película del Col.lectiu Ronda sobre la lucha de los trabajadores de Rocalla de Castelldefels, una población cercana a Barcelona, y no conozco ningún alumno (estudiantes de ciclos formativos de informática entre 18 y 32 años en mi caso) que no se haya interesado y emocionado. De hecho, la mayoría de ellos han valorado bien mi trabajo, mi tarea como profesor… gracias a la película que les pasé comentada en clase. Lo mejor del curso para ellos

En síntesis, sin ser que pretenda ser un saludo taurino: gracias maestro. A la gente buena se la conoce / en que resulta mejor cuando se la conoce.

Perdón, perdón,.. Me olvidaba: una recomendación, una lectura para este verano. Rober Amado, Peregrinos del amianto, Libros.com (A contraluz), 2015. Vale la pena… y le cita por supuesto.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes