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Nacional-catolicismo: ¡Prietas las filas!

Fuentes: Gara

Uno intenta ser católico, pero la verdad es que muchas veces te lo ponen difícil. Y no voy a entrar en disquisiciones teológicas, sino en algo que vemos todos los días que es la ingerencia de la jerarquía eclesiástica en el ámbito político y, muchas veces, la incongruencia entre lo que predican y hacen. Dentro […]

Uno intenta ser católico, pero la verdad es que muchas veces te lo ponen difícil. Y no voy a entrar en disquisiciones teológicas, sino en algo que vemos todos los días que es la ingerencia de la jerarquía eclesiástica en el ámbito político y, muchas veces, la incongruencia entre lo que predican y hacen. Dentro de los códigos éticos que se nos enseñaron en nuestra más temprana infancia está el Decálogo o Diez Mandamientos de la Ley de Dios; este código es, que yo sepa, algo que sigue defendiendo la Iglesia Católica, al menos nominalmente. Y digo nominalmente, ya que los que hemos conocido el Nacional-catolicismo podríamos cuestionar el cumplimiento o, por lo menos, la permisividad con que contemplaba y sigue contemplando la jerarquía y, muchas veces, la no tan jerar- quía el incumplimiento por parte de algunas autoridades presuntamente católicas de bastantes de los mencionados preceptos, por lo menos los que hacen referencia al «no matar», «no hurtar» o «no levantar falso testimonio ni mentir», por citar algunos.

Algunos podrán decir: «¿a qué viene esto ahora? Eso son cuestiones de tiempos pasados, tiempos en los que en un tótum revolútum se mezclaba, desgraciadamente, la religión y la política, tiempos superados en los que cada una de ellas tiene su propio ámbito, está escrito: ‘Dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios'». Pues bien, a lo que parece esto no es siempre así ni en todos los lugares es lo mismo.

Para empezar, traeré a colación algo que en lo de al «no mentir» se refiere y que me deja perplejo. Recientemente se ha celebrado una Asamblea Plenaria Extraordinaria de los Obispos españoles de la que, el día de su finalización, por boca de su portavoz, Juan Antonio Martínez Camino, podíamos saber que los prelados nunca habían estado tan unidos y que el tema de la unidad de España se había tratado en la Asamblea y se recogería en la Instrucción Pastoral que al efecto se emitiría. Pues bien, el día 28 de junio el obispo de Bilbao y Presidente de la Conferencia Episcopal española, Ricardo Blázquez, decía que el tema de la unidad de España no estaba entre sus preocupaciones ni figuraría en documento pastoral alguno. Puede que se me diga que no hay contradicción entre estas dos declaraciones, pero, al menos en lo que hace referencia a lo de la publicación pastoral, es o sí o no, no creo puedan ser ambas a la vez. Para mí que alguien miente.

Y seguiré con el tema de la, al parecer por algunos no deseada, separación de poderes entre Iglesia y Estado. Hemos podido saber, también, que con el aviso de «urgente» la oficina de información del Arzobispado de Madrid emitió el pasado 30 de junio un comunicado anunciando la petición que el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, vía el obispo auxiliar de la diócesis, Fidel Herraez, hacía para que en todas sus parroquias, en las celebraciones de la eucaristía y otras oraciones públicas, se incluyera una oración en la que, entre otras cosas, se pide «…fomenten en España… la unidad y la concordia… Roguemos al Señor». Si la mencionada «unidad» se refiere a la unidad del pueblo cristiano, no habría nada que decir, pero dado que existe el párrafo precedente en el que explícitamente se cita a «España», es decir, que contra todo lo que siempre se nos ha dicho de que «catolicidad» significa «universalidad», en el mencionado párrafo o sobra la referencia patriótica territo- rial o sobra lo de la «unidad», ya que cada uno, católicos incluidos, debe ser libre de concebir el estado como Dios le dé a entender, sin ingerencias eclesiales de ninguna clase. Es más, esta opinión de a qué tipo de «unión» se está refiriendo el cardenal Rouco viene potenciada por lo que comentábamos en el párrafo precedente, así como por lo que es público de que dentro del episcopado español existe un soterrado conflicto en el que el mencionado Rouco y el también cardenal Cañizares, primado de Toledo, insisten en reflexionar desde la Iglesia sobre el tema de la unidad de España, mientras que otros obispos no opinan lo mismo.

Uno que tiene buena memoria se acuerda de la foto del cardenal Gomá y otros próceres eclesiásticos levantando, la mano en saludo fascista y que, aunque no ha pasado de monaguillo, también se acuerda de aquella oración que en todas las misas, durante los duros tiempos del Nacional-catolicismo, se nos obligaba a rezar por «…Duce nostrum Franciscus …et Exercito suo…», es decir, «…por nuestro Caudillo Francisco (Franco) …y su Ejército…», cuando muchos de nuestros más allegados habían sufrido en su propia carne los excesos del dictador perjuro o eran ellos mismos quienes asistían a la celebración. No dejaba de ser un sarcasmo, por no decir algo peor, y sin que sepamos que la Iglesia española hasta el presente haya entonado ningún mea culpa al respecto, opina, en aras a ir superando esas ingerencias del pasado, y a lo que parece no tan del pasado, que, en vez de obligar a la feligresía a oraciones como la antes mencionada, mejor sería dejar la política fuera de la Iglesia y que los eclesiásticos se ocupen de lo suyo, que bastantes problemas tienen, y si no que me expliquen cómo habiendo recibido una sociedad bautizada al cien por cien, educada gran parte de ella en colegios religiosos y los que no en escuelas en las que la enseñanza de la religión católica era obligatoria, en la que las celebraciones tanto públicas como privadas han girado alrededor de acontecimientos religiosos… han conseguido el éxito de perder y seguir perdiendo unas cotas de feligresía que en cualquier otro campo de actividad supondría el cese de casi todos ellos ¡Ese sí que es su problema!