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Historias de terror de la ocupación israelí

Secuestro en el Valle

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por LB

Fue un secuestro, no hay otra manera de describirlo. Cuando se mete a dos jóvenes pastores en un jeep y se los encarcela durante toda una noche sin ningún motivo en una base del ejército israelí, mientras que sus familias permanecen paralizadas por el terror, eso es un secuestro. Cuando nadie del ejército israelí sabe nada sobre el secuestro y el ejército envía incluso un jeep para ayudar a los padres a buscar a sus hijos, estamos ante algo que es, además, tristemente grotesco. Cuando los secuestradores les dicen a los dos hermanos: «Sabemos que vuestros padres y el ejército [israelí] os están buscando, pero no vamos a decirles que estáis aquí», entonces estamos ante algo realmente grave.

Cada soldado israelí hace su propia ley en los territorios palestinos ocupados. Dos pastorcillos beduinos que apacentaban sus ovejas en terrenos propiedad de sus padres y vecinos, pero donde el ejército israelí no les permite apacentar ganado, fueron detenidos y llevados sin ninguna justificación, sin que mediara ningún procedimiento legal, y aparentemente sin que nadie tuviera noticia del brutal acto. Los soldados israelíes que perpetraron el secuestro no consideraron necesario informar a sus superiores sobre la detención y el encarcelamiento de los niños pastores.

Durante toda la noche el pastor Salah Basharat no dejó de buscar a sus hijos. No fue sino hasta bien entrada la mañana que Saliman, de 15 años, y Mashhur, de 14, llegaron a casa a pie. El miserable campamento de la familia está aprisionado entre los asentamientos judíos del valle del Jordán de Bekaot y Ro’i. No era la primera vez que los soldados israelíes detenían a sus hijos, pero generalmente los ponían en libertad tras retenerlos en el puesto de control durante una o dos horas.

Una enorme nube de polvo se levanta detrás del rebaño. Saliman y Mashhur regresan del pastoreo matutino. La escena es antigua, bíblica, hermosa: cerca de 200 ovejas marchan pisoteando el terreno amarillento detrás de dos jóvenes pastores montados en un asno, mientras que los perros pastores ladran en derredor. Los miembros de la familia Bashirat , los padres y los ocho hijos, se ganan la vida aquí sólo con sus ovejas. Dos meses al año venden queso a los comerciantes de Nablús y el resto del año venden la carne de las ovejas. Una vez al año esquilan el rebaño, aunque ya nadie compra la lana.

Las ovejas se abalanzan al abrevadero para aplacar su sed. Se arremolinan en torno al diminuto caño, sorbiendo el agua y dejando sitio a las siguientes de la fila. Después corren hacia el reposadero para hacerse con una buena sombra desde la que burlar el tórrido calor del valle del Jordán, apelotonándose unas junto a otras. Este campamento está bajo llave: los israelíes cavaron trincheras de tierra, infranqueables para los automóviles, para separar el campamento de la autopista del valle del Jordán. Los israelíes abren la puerta de hierro del camino de tierra sólo tres veces a la semana: domingos, martes y jueves, una hora por la mañana y una hora por la tarde, a fin de liberar por un instante a quienes viven presos en sus propios hogares. En el jeep de Bassam Eid, jefe del Grupo Palestino de Vigilancia de Derechos Humanos, descubrimos un modo de eludir la bloqueada puerta de hierro y la trinchera de tierra. Cada pocos meses la Administración Civil israelí viene y destruye el campamento.

Todos los días Salah va en tractor hasta Kfar Tamun para traer agua. Uno de los hijos de la familia, Yihye, que tiene ahora 10 años de edad, es ciego de un ojo. Cuando tenía 3 años recogió del suelo munición abandonada en el polígono de tiro del ejército israelí y perdió un ojo. El ojo ciego le causa molestias y a menudo se lo rasca. El abandono es también evidente en los otros niños de la familia.

Los jóvenes pastores, Saliman y Mashhur, permanecen sentados exhaustos en sendas sillas de plástico. Como todos los días, esta mañana salieron a las 5 de la madrugada para llevar a las ovejas a pastar. Ahora descansarán del intolerable calor de la tarde y luego saldrán de nuevo a la zona de pastoreo. Eso es lo que hacen todos los días y eso es lo que hicieron aquel miércoles 2 de julio.

Por la mañana Saliman y Mashhur salieron con su rebaño a los campos de pastoreo del sur, regresaron al mediodía y a las 3 de la tarde volvieron otra vez a los campos orientales situados al otro lado de la autopista del valle del Jordán. A las 5:30 de la tarde su padre vio estupefacto que el rebaño regresaba al campamento sin sus pastores. Corrió hacia las ovejas, las ayudó a cruzar la autopista y comenzó a preocuparse. ¿Qué había sido de los niños?

Salah esperó durante una hora, una hora y media. Ya había ocurrido antes que los soldados israelíes detuvieran a los niños mientras cuidaban sus ovejas, que se los llevaran a un puesto de control y que los pusieran en libertad varias horas más tarde. Al caer la noche, y al ver que los niños no regresaban, Salah telefoneó a una activista de MachsomWatch, Daphna Banai, que le había ayudado en el pasado. Ahora cada palestino en peligro tiene el número de teléfono móvil de alguna justa mujer israelí para casos de emergencia. ¿A quién pedir auxilio si no?

Banai comenzó a hacer llamadas telefónicas. Llamó a las oficinas de coordinación y enlace de Jericó, donde una soldado israelí llamada Bar le colgó el teléfono alegando que no estaba autorizada a hablar con ella. La siguiente llamada fue respondida por Yogev, que se comprometió a comprobar el asunto. Más tarde le dijo que los niños no habían sido detenidos por nuestras fuerzas [israelíes]. Banai llamó a la policía de Ariel y Maaleh Ephraim, donde le dijeron: «No es nuestro trabajo buscar niños palestinos, que los busque la policía palestina». También llamó a la sede de coordinación y enlace de Jenin. Allí tampoco sabían nada. Caía la noche. Durante las siguientes cuatro horas, Banai también llamó al parlamentario Ran Cohen, pero nadie conocía el paradero de los niños. Salah estaba «loco de preocupación», según la descripción que hizo Banai en el informe que redactó.

A medianoche, Salah volvió a llamar a Banai y le dijo que tenía una corazonada y que quería salir a las zonas de pastoreo para buscar a los niños. Temía que hubieran tenido un accidente. Tal vez habían jugado con municiones, quizás yacían allí heridos; tres meses antes asesinaron allí a un muchacho de 15 años. Salah temía salir solo en la oscuridad y toparse con el ejército israelí, por lo que le pidió a Banai que le consiguiera un permiso. Banai solicitó un jeep al ejército israelí para acompañar al padre en su búsqueda y los militares se lo enviaron al portón de hierro del cierre que rodea el campamento. Banai le dijo a Salah que aguardara junto al portón con una linterna la llegada del jeep.

Durante las siguientes dos horas Salah y los soldados israelíes buscaron a los niños iluminando los campos con el proyector del jeep. A las 3 de la madrugada los soldados le sugirieron a Salah que regresara a casa y que les llamara por la mañana para que regresaran a reiniciar la búsqueda.

Salah y su esposa Kauthar no sabían qué hacer. No cerraron los ojos ni un minuto y Salah pasó el tiempo fumando un cigarrillo detrás de otro. Por la mañana comenzaron las llamadas telefónicas a sus familiares en Tamun: quizá los niños habían ido allí. Después partió hacia Ein al-Bida: tal vez los niños estaban allí. Nada. Salah había trabajado durante 12 años como ayudante de cocinero en Tel Aviv, entre otros lugares en el Grand Beach Hotel. Ahora se sentía desamparado.

Durante toda esa noche los niños permanecieron encarcelados en la base del ejército israelí próxima al asentamiento de Hemdat. Saliman dice que por la tarde llegó un jeep o una camioneta Toyota de la que salieron tres soldados. Cree que eran sargentos. «¿Qué hacéis aquí?», les preguntaron, y los muchachos respondieron que estaban apacentando su rebaño. Uno de los soldados los abofeteó y los montó en la parte trasera del vehículo. Cuando se acercaban a la base los soldados les vendaron los ojos. Uno de ellos hablaba fluidamente el árabe.

Los israelíes los metieron en una habitación vacía, trajeron dos colchones y una frazada y cerraron la puerta con llave. Los dos niños estaban muertos de miedo. Saliman dice ahora que temía que los soldados lo mataran. Por la noche les trajeron un poco de agua y comida; después, Mashhur se derrumbó sobre el colchón y se quedó dormido. Saliman dice que tenía tanto miedo que casi no durmió en toda la noche. Al amanecer despertó a su hermano y unas horas más tarde los soldados israelíes les trajeron el desayuno. A eso de las 10 de la mañana los soldados obligaron a los niños a firmar un documento escrito en hebreo, un idioma que no dominan, y tras firmarlo los volvieron a montar en el jeep. Los soldados israelíes dejaron a los dos hermanos a unos cuatro kilómetros de su campamento. Antes de que el vehículo desapareciera los soldados les dijeron que caminaran sin mirar hacia atrás. Los muchachos empezaron a caminar hacia casa, directamente a los brazos de su asustada madre, quien corrió a telefonear a su marido, que seguía buscándolos en los campos.

Portavoz del ejército israelí:

El mencionado incidente ha sido examinado cuidadosamente en todas las unidades militares estacionadas en la zona. Cuando trascendió la noticia de la desaparición de los dos niños el ejército colaboró en las tareas de búsqueda. Pocas horas después se recibió la noticia de que los dos niños habían sido encontrados. Las afirmaciones que acusan al ejército israelí de estar involucrado en la desaparición de los niños son totalmente infundadas.

Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/spages/1003133.html