Declaró recientemente Sergei Gornostayev, soldado israelí que se negó a tomar parte en el actual conflicto de Israel con El Líbano: «Comencé lentamente a comprender el sentido de las políticas israelíes y de la ocupación, y empecé a involucrarme, más o menos activamente, en la acción política de la izquierda. También decidí negarme a prestar […]
Declaró recientemente Sergei Gornostayev, soldado israelí que se negó a tomar parte en el actual conflicto de Israel con El Líbano: «Comencé lentamente a comprender el sentido de las políticas israelíes y de la ocupación, y empecé a involucrarme, más o menos activamente, en la acción política de la izquierda. También decidí negarme a prestar el servicio de reserva. Creo que lo obvio y más irritante de esta guerra es su falta de sentido. Para todos está claro que no hay conexión entre los dos soldados capturados por Hezbollah y la operación en El Líbano. Hoy, después de un mes, incluso ni los ministros recuerdan mencionar a esos pobres muchachos, y están buscando justificaciones para el conflicto». Es decir: hay más de un judío que no avala la agresión que realiza Israel contra los palestinos, ni hoy contra El Líbano, aunque la imagen mediática dominante es que todos los judíos están en una guerra -justa y necesaria, por otro lado- contra sus vecinos.
¿Por qué el Estado de Israel se ha transformado en una potencia agresora, militarista, invasora? ¿Por qué esa guerra perpetua que mantiene con sus vecinos árabes? ¿Por qué esta armado hasta los dientes, y siempre dispuesto a utilizar ese armamento? Dicho sea de paso: con un potencial nuclear -oficialmente negado y siempre imprecisamente conocido- que lo coloca como la cuarta o quinta potencia atómica del mundo, con alrededor de 400 cabezas atómicas.
«Los árabes», expresó en alguna ocasión el ultraderechista mandatario israelí Ariel Sharon, «sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen». «Y como solíamos ser tratados», agregó con mucha perspicacia el politólogo palestino-estadounidense Edward Said.
¿Qué ha pasado ahí que el colectivo judío, de víctima de una segregación histórica milenaria, y víctima de las peores atrocidades durante el período nazi en la Alemania de los años 30 del siglo pasado, pasó a ser ahora un azote para sus vecinos árabes del Medio Oriente? ¿Cómo y por qué ha pasado de víctima a victimario? Su posición de potencia militar regional, su alta belicosidad, el martirio a que somete al pueblo palestino, ¿tiene que ver con un real derecho a defenderse, o hay algo más? ¿Es legítima defensa contra el «monstruoso terrorismo» al que se ve sometido?
La explosiva situación de Medio Oriente, seguramente la región más convulsionada de todo el planeta, lejos está de explicarse por motivos religiosos. Se juegan ahí otros intereses. Económicos básicamente: ahí están las principales reservas de petróleo del mundo. Israel no las tiene, ni en su geoestrategia aparece como la principal potencia ávida de esa materia. Si presenta esa belicosidad, siempre mostrando los dientes y lista para entrar en combate, ¿será que el pueblo judío, históricamente discriminado y víctima del escarnio, ha cambiado tanto, ha pasado a ser tan perverso, tan maléfico? ¿A quién favorece esta guerra perpetua que parece no tener fin? ¿Por qué el gobierno de Estados Unidos está tan involucrado en esto, proveyendo armamento a Tel Aviv por valor de 3.000 millones de dólares anuales? ¿Con qué necesidad el estado de Israel es una potencia nuclear?
La prensa occidental de las grandes corporaciones mediáticas nos tiene acostumbrados a presentar la convulsa situación del Medio Oriente como producto del terrorismo islámico del que es víctima el estado de Israel. Pero como dijo Adrián Salbuchi: « Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel han declarado a Hamas y Hezbollah como «organizaciones terroristas». Conviene recordar, sin embargo, que el origen de las Fuerzas de Defensa Israelíes (el Ejército de Israel) surge de la fusión en 1948 de tres grandes organizaciones terroristas: los grupos Stern, Irgun y Zvai Leumi que previo al surgimiento del Estado de Israel, perpetraron crímenes terroristas como el asesinato del mediador de la ONU en Palestina, Conde Bernadotte (organizado por la guerrilla a cargo de Ytzakh Shamir, luego primer ministro israelí), y el ataque terrorista con bombas en 1947 contra el Hotel Rey David de Jerusalén, sede de la comandancia militar británica (perpetrado por la guerrilla de Menahem Beghin, luego también primer ministro israelí). Una de dos: o todos estos grupos -Hamas, Hezbollah y Ejército Israelí- son catalogados como «fuerzas de defensa»; o son todos catalogados como «grupos terroristas».
Y conviene recordar también que las voces más racionales surgidas de entre judíos, como la de Ytzakh Rabin, ex primer ministro que buscaba un entendimiento con sus vecinos árabes, fueron silenciadas por los fundamentalistas guerreristas que tienen secuestrado el estado israelí. Rabin -como dijo Saluchi- «fue acribillado a balazos en Israel NO por un terrorista musulmán; NO por un neonazi; sino por Ygal Amir, un joven militante sionista israelí estrechamente vinculado al movimiento ultra-derechista de los colonos, y próximo al Shin-Beth, el servicio de seguridad interna israelí». Si alguien no quiere la paz en esta zona, parece el gobierno israelí precisamente.
No todos los judíos avalan esta política agresiva y pro-estadounidense. Hay voces, como la de Ytzakh Rabin, como la del soldado Sergei Gornostayev, y la de tantos otros, que no comparten el sionismo ultra derechista que busca ser el gendarme nuclear de la región, haciéndole el juego a los intereses petroleros estadounidenses y británicos. «Toda la humanidad se encuentra horrorizada ante el terrible sufrimiento en el Medio Oriente. Inocentes de ambos lados están siendo barridos en un espiral de al parecer interminable derramamiento de sangre. El mundo busca una solución. El reclamo de Israel de representar a los judíos del mundo vincula a todo nuestro pueblo a los actos de violencia del estado en contra del pueblo Palestino. Esta es una frustrante y vergonzosa mentira. Nada puede estar más alejado de la realidad. No hay necesidad para los judíos de ser vistos como los enemigos del mundo islámico», dice, por ejemplo, la organización judía no gubernamental «Judíos contra el sionismo». De todos modos, esas voces quedan silenciadas dentro del mismo estado de Israel, y opacadas en el concierto internacional. El discurso «oficial» dominante es que Israel es víctima del ataque indiscriminado del fundamentalismo musulmán, siempre sanguinario y visceralmente anti-judío.
Pero «Israel está haciendo perder el capital de compasión, de admiración y de respeto que el pueblo judío merecía por los sufrimientos por los que pasó. Ya no son dignos de ese capital», manifestó recientemente el portugués Premio Nobel José Saramago. Afirmación fuerte, demasiado fuerte. Lo importante es no perder de vista que judíos no es equivalente a Estado de Israel.
¿Qué es el terrorismo finalmente? ¿Poner una bomba en un lugar público? ¿Atacar un país en nombre de la libertad para robarle sus recursos? ¿Hacer de la fabricación de las armas el principal negocio del mundo? Si Israel está enclavado en esta problemática zona como valuarte del antiterrorismo, evidentemente su función no se cumple muy bien que digamos, porque los grupos integristas, en vez de disminuir, crecen a diario.
Valga agregar que con la estructura económico-social que presenta nuestra aldea global -no muy justa, por cierto- actualmente se dan a nivel planetario 6.000 muertes diarias por diarrea, 11.000 muertes diarias por hambre, 3.800 personas mueren a diario por la infección de VIH/SIDA, mientras que cada día personas 150 fallecen por consumo de drogas y otros 720 seres humanos mueren por accidentes automovilísticos, en tanto que el siempre mal definido «terrorismo» produce, en promedio, 11 muertos diarias.
Sin llegar a la afirmación de Saramago, quizá podemos decir que los judíos, víctimas del infame Holocausto en que murieron 6 millones de ellos, siguen siendo dignos de respeto como colectivo, y su masacre a manos de los nazis continúa siendo una vergüenza histórica para toda la humanidad (como lo son las víctimas de cualquier holocausto: los armenios a principios del siglo XX, los 25 millones de soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial, los mayas-guatemaltecos en la guerra civil de la década de los 80 con la política de tierra arrasada, los hutus en la carnicería de Ruanda, los palestinos masacrados por el ejército israelí, etc., etc.)
Los judíos, pueblo históricamente marginado y aborrecido, se merecen algo más que un estado como el que manejan los genocidas sionistas hoy en el poder, tanto en Tel Aviv como en Washington.