Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas
Según uno de los grandes teólogos de la liberación, el jesuita Jon Sobrino -que escapó por suerte de los asesinos de don Óscar Romero en El Salvador-, el mundo en que vivimos hoy exige que seamos reales. Ser real significa vivir de tal manera que no tengamos que avergonzarnos de vivir en este mundo. Es una exigencia radical cuando son tantos los motivos para avergonzarnos y cuando, para vencer la vergüenza, serían necesarias intervenciones y cambios de tal magnitud que la acción individual parece irrelevante, si no ridícula. Pero la exigencia de ser reales es aún más radical si tenemos en cuenta que muchos de los motivos de vergüenza se nos escapan, porque no sabemos sobre ellos, porque sus víctimas son invisibles, están en silencio o silenciadas.
Entre tantos otros motivos, estoy avergonzado de vivir en un mundo donde existe Al Walajeh. Estamos en Navidad. A 4 kilómetros de la ciudad donde nació Jesucristo está la pequeña aldea palestina de Al Walajeh. No nos es fácil llegar y aún más difícil para sus habitantes es salir de allí: porque no quieren marcharse definitivamente y porque no pueden salir siempre que necesitan tratar un asunto fuera de la aldea. Antes de 1948, cuando se creó el Estado de Israel, Al Walajeh era una próspera y bella comunidad agrícola bordeada por suaves colinas recubiertas por la floresta nativa de la región. Desde entonces, ha perdido el 75% de su área, muchas de sus casas fueron demolidas por orden del municipio de Jerusalén, bajo pretexto de no tener licencia de construcción, y gran parte de su floresta fue arrasada para crear las áreas en las que se fueron construyendo los asentamientos judíos de alrededor. Lo poco que quedaba acaba de ser destruido para construir unos kilómetros más del nuevo Muro de la Vergüenza que, cuando esté terminado, tendrá cerca de 703 kilómetros. Al Walajeh es hoy un campo de concentración y los nombres de este cerco infame son, además del muro, los asentamientos de Gilo, Har-Gilo y Giv’at Yael. Las demoliciones continúan y algunas casas ya han sido demolidas varias veces. El objetivo de esta política de sistemática humillación y destrucción es llevar a los 1700 habitantes a abandonar la aldea. Sin embargo ellos se niegan a hacerlo porque fue ahí donde nacieron, tal y como sus antepasados.
Al Walajeh es el símbolo del sistema de apartheid y de la limpieza étnica que el Estado de Israel tiene previsto consolidar en Palestina con total impunidad. Es esta impunidad la que me avergüenza. Y me avergüenza aún más cuando, a pesar de monstruosa, es tan sólo una pequeña pieza de un sistema mucho más vasto de impunidades que está poniendo a hierro y fuego todo Oriente Próximo y, tal vez mañana, el mundo entero. En el centro de ese sistema está Israel con el apoyo incondicional de los Estados Unidos, la complicidad cobarde de la Unión Europea y la corrupción de los líderes de los Estados árabes de la región. Este sistema está al borde de una prueba crucial, Irán. Es sabido que los tres últimos conflictos militares de la región -Afganistán (2001), Iraq (2003) y el Líbano (2006)- fortalecieron mucho más a Irán que a Israel. Por razones parcialmente diferentes -control del petróleo de Eurasia o seguridad militar- ni a los Estados Unidos ni a Israel les conviene un Irán fuerte e independiente. Pero las estrategias para contenerlo pueden, de momento, divergir debido sobre todo a condiciones internas. Los servicios secretos de los Estados Unidos -los mismos que se embarcaron en las falsedades de G. W. Bush para imponer la invasión de Iraq a toda costa- decidieron que esta vez sería demasiado peligroso arriesgar una Tercera Guerra Mundial, anticipada por Bush, con base en una falsedad más: la de que Irán está a punto de tener una bomba nuclear. La reacción violenta de las autoridades israelíes muestra hasta qué punto puede ser destructiva su paranoia securitaria, la misma que impedirá siempre la constitución de dos verdaderos Estados en Palestina y, mucho menos, un verdadero Estado pluricultural (la única solución justa). Como antes en Iraq y Siria, Israel puede actuar «solo», pero ahora las consecuencias son más imprevisibles. Y no olvidemos que la relativa disminución de la violencia en Iraq se debe a la intervención directa de Irán.
Para que yo sea real, denuncio lo que pasa en Al Walajeh, apelo al boicot a Israel y dejo a los habitantes de esta pequeña aldea dos signos de esperanza. En un informe de la ONU del pasado febrero, se afirma por primera vez que las políticas de Israel «se asemejan a las del apartheid«. Por otro lado, ya por tres veces en los últimos años, altos dirigentes israelíes han renunciado a desembarcar en un aeropuerto europeo con miedo a ser detenidos por acusaciones de crímenes de guerra.
Fuente: http://www.ces.uc.pt/opiniao/bss/195en.php
Artículo original publicado el 20 de diciembre de 2007.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Antoni Jesús Aguiló es colaborador externo de Rebelión y Tlaxcala. Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor, al revisor y la fuente.