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Entrevista a Ernest Cañada

«Si nos centramos en la masificación turística ponemos la alfombra roja al turismo de ricos»

Fuentes: El Salto

Investigador en temas de turismo y participante del colectivo Alba Sud, Ernest Cañada lleva dos décadas trabajando en los impactos sociales, ambientales y laborales de una actividad que está experimentando un nuevo boom y un nuevo ciclo de protestas.

Investigador del turismo desde una perspectiva crítica, Ernest Cañada lleva dos décadas trabajando sobre el impacto de una actividad y un sector que no ha hecho más que crecer en las últimas décadas: en 2024 se prevé que el número de visitantes internacionales supere los 90 millones.

Las movilizaciones iniciadas el pasado marzo en Canarias, Baleares, País Valencià, Andalucía, Cantabria, Madrid y Catalunya han revivido un debate con décadas de historia que cuestiona los límites ambientales y sociales de un modelo que no solo tensiona la convivencia en las ciudades y fuerza la expulsión de vecinos por los altos precios de la vivienda sino que compromete el futuro de amplios territorios devastados por el turismo.

Ernest Cañada participa en el colectivo de investigación sobre turismo Alba Sud y ha firmado una batería de artículos y libros sobre este fenómeno. Entre ellos, Viajar a todo tren (2005), Las que limpian los hoteles (2015), Turismo de proximidad (2021), Cuidadoras (2021) o El malestar en la turistificación (2024), todos ellos publicados con la editorial Icaria.

Desde Alba Sud lleváis mucho tiempo hablando de turistificación y de los efectos que causa en la ciudad, en el trabajo, en el medioambiente. Parece que el tiempo os está dando la razón.
Pues sí, aunque no es muy gratificante tener razón en este caso. Desde los años 70 tuvimos una generación de investigadores, como Mario Gaviria, que empezó a darse cuenta de que las promesas del boom turístico que había empezado en los 60 generaba un montón de problemas. Luego de un tiempo de una cierta sequía, de institucionalización de los estudios, donde el turismo dejó de ser un foco de atención, a mediados de los 2000 una nueva generación de investigadores volvimos a poner en cuestión este modelo. 

¿Cómo se ha llegado a este nuevo boom del turismo y a este ciclo de protestas?
El turismo ha jugado un papel muy importante para el capitalismo, fundamentalmente a partir de 2008, con la crisis financiera global, cuando el capital encontró serios problemas para seguir reproduciéndose a través de las dinámicas de los activos tóxicos y los activos vinculados a la construcción. Una de las vías que encontró el capital para seguir expandiéndose fue el turismo y eso provocó una fuerte dinámica de turistificación global que empezó a notarse a partir de 2014. 

Entre ese año y 2017 vivimos un primer ciclo de protestas muy vinculadas a este crecimiento del turismo, que también supuso un cambio cualitativo. El turismo no solo estaba creciendo, también está mutando. Antes, el turismo estaba acotado a espacios muy concretos. Estaba muy centrado en torno a los muros de los hoteles y podía crecer más y podía abarcar más terreno, pero no ocupaba la vida cotidiana de la gente.

Ahora el turismo ya no se organiza sobre la base de resorts ‘todo incluido’ —que también—, ahora cualquier cosa se ha vuelto atracción turística y, por lo tanto, también las vidas y las ciudades. En el último catálogo de AirBnb antes de la pandemia hablaba de los diez barrios que no te puedes perder. Y uno de ellos era Usera. Esto genera problemas con el encarecimiento de la vivienda, pero también con el transporte público o la pérdida de espacios públicos, con la pérdida de tejido comercial de proximidad, problemas vinculados a necesidades básicas.

Hay una percepción de pérdida de la ciudad y además en un ciclo de explotación laboral de sobrecarga, de intensificación del trabajo. Este primer ciclo de protestas, que arrancó con la movilización de la Barceloneta en 2014, coincide y marcó el debate electoral en el tiempo de los Gobiernos del cambio a nivel municipal, unos ayuntamientos que acogieron este malestar social y en algunos lugares se introdujeron, de forma mucho más tímida de lo que habría sido necesario, iniciativas y el debate de que había que gobernar el turismo, debates sobre los límites del turismo.

¿Cómo cambia el turismo con la pandemia?
Con la pandemia llegó el cierre de la actividad. Cuando se fue recuperando el turismo, vimos varias cosas. Por un lado, ya no estaban estas administraciones que de alguna u otra manera podían ser sensibles a estos discursos de poner ciertos límites al turismo, sino que teníamos una administración municipal volcada hacia el crecimiento, comprometidas claramente con los capitales. El segundo elemento de cambio fue la percepción de la gente de lo que había sido vivir la ciudad sin turismo, un sentimiento que no habíamos tenido desde que éramos chicos. Todo esto generó una experiencia nueva que chocó con la reactivación del turismo, que se produjo en forma de botella de champaña: todo estaba constreñido y, cuando se abrió, todo salió a lo bestia. Tras la pandemia se ha producido otro cambio: empezamos a ver un elemento nuevo que marcará este nuevo ciclo de protestas, que es la apuesta por el turismo de alto poder adquisitivo. 

Lo que estamos viendo ahora es que hay demasiadas incertidumbres sobre la posibilidad de seguir creciendo turísticamente de forma infinita. Tenemos una crisis climática, una crisis energética, tenemos tensiones geopolíticas, elementos que revelan la vulnerabilidad que tiene el sector que ya se habían visto durante la pandemia. Todo esto también fue identificado por el capital y en este contexto se dibujan estrategias para orientarse hacia un turismo de mayor poder adquisitivo. ¿Qué significa esto? Pues que crece la presión hacia las administraciones públicas para adecuar el territorio para atraer a esos turistas ricos con la promoción de macroeventos como la Copa América de Vela en Barcelona o dedicando más dinero público a infraestructuras para transformar destinos hacia ese turismo de élite, que es lo que ha ocurrido en Mallorca. 

A diferencia de la clase media y las clases trabajadoras, el turismo de alto poder adquisitivo es reducido y esto significa que hay que competir mucho más entre territorios y ciudades por acceder a ese segmento. Y esto no es algo que solo ocurre solo en Barcelona. Ocurre en Palma, en Málaga, en Tenerife, en Ámsterdam, en todas partes. Porque están trabajando para consolidarse en una liga de gente con mucho dinero. 

Esta elitización genera una derivada, que es nueva, que es una percepción de desigualdad mucho más grande. Porque estos turistas de alto poder adquisitivo son muy poco discretos, son ostentosamente ricos, y lo que hacen es cerrarte el Park Güell, te privatizan el espacio y la gente que protesta recibe palos. Al mismo tiempo, va creciendo el número de personas que no puede tomarse unas vacaciones. En España, el 30% de la población no puede irse de vacaciones, pero cuando miras Andalucía es la mitad de la población la que no puede pagarse una semana fuera de su casa.

¿Es acertado el enfoque de las recientes movilizaciones que se centran en los límites de la masificación turística?
Los límites siempre son relativos, es decir, hasta Mad Max hay mucho margen. El límite depende de la percepción de la gente. Pero si hay conflicto, es que hay un límite claro que se ha superado. Sin embargo, pedagógicamente es interesante hablar de límites, porque tenemos límites planetarios clarísimos que no podemos superar. Pero dónde veo problemas conceptuales es en hablar de “masificación turística”, porque si no vamos con cuidado, lo que haremos poniendo el acento en el número de turistas es ponerle la alfombra roja a esta estrategia de capital que es la elitización. La masificación es uno de los efectos de la turistificación, pero la turistificación puede desarrollarse con muchos o con pocos visitantes, con ricos o con clase trabajadora inglesa.

El problema está en la turistificación. Yo creo que es la palabra clave que tenemos que posicionar desde la izquierda, no tanto la “masificación”, porque, si no, la respuesta puede ser asumir cierto decrecimiento y centrarse en los turistas de mayor poder adquisitivo. Y que alguien pague mucho no significa que esto se redistribuya mejor. Además, este tipo de turismo tiene un gran impacto ambiental, con el desplazamiento en jets privados o con un consumo de recursos naturales mucho mayor que el turista medio y mucho mayor que la población local.

Se trata de una estrategia suicida porque es una carrera en la que no todos pueden ganar ya que el mercado es mucho más pequeño y eso significa que no estás apostando por una transición socioecológica que te permita no solo decrecer, sino transformar la economía haciéndola mucho más diversificada. Esta apuesta también deja de lado el debate de cómo transformamos el sector turístico para ese 30% de la población que no puede irse de vacaciones o cómo ponemos en el centro las necesidades de la población local. Yo creo que el problema gordo lo tenemos cuando situamos la discusión en términos de turismo masivo y creo que ahí nos pueden colar un gol claro.

También resulta suicida un modelo en el que los trabajadores del sector no pueden pagarse una vivienda.
Tenemos un problema grave, pero además con muy poca capacidad y voluntad de resolverlo, porque están acostumbrados a un modelo de explotación basado en muy bajos costos laborales y no están dispuestos a renunciar tan fácilmente a eso. Esto produce un desequilibrio enorme: no hay suficiente personal, las escuelas de Turismo están perdiendo alumnado de una forma dramática, están cerrando las carreras de Turismo, porque la gente no quiere trabajar en esto, porque los salarios son miserables, porque los horarios son interminables y resulta imposible conciliar.

Lo que están haciendo es tirar el balón para adelante y, en lugar de estar pensando en cómo mejorar las condiciones de trabajo, están presionando para que haya más facilidades para la contratación en origen de población migrante de países empobrecidos. Igual que en el campo, están con esta lógica de seguir incorporando gente que asuma esas condiciones de precariedad. Todo esto también es contradictorio. La ausencia de personal y la falta de cualificación va en contra de la calidad del servicio, va en contra de la profesionalidad y contra la estrategia de elitización del turismo. 

Al mismo tiempo, como la presencia de fondos de inversión en el sector cada vez es mayor, todo esto les importa muy poco. Están tomando decisiones muy a corto plazo, con cálculos de cinco años. Llego, invierto y salgo. No hay ningún compromiso ni con la actividad ni con el territorio ni con el personal ni con la misma empresa. Hay poca capacidad de planificación, estamos gobernados por esta lógica que tiene que ver con el proceso de financiarización que se da en el sector a partir de la crisis de 2008.

Muchas veces el problema del turismo se ve como lejano en los barrios y localidades con menos presión. ¿Cómo puede afectar este proceso de turistificación más allá de las zonas puramente turísticas?
El turismo se ha intensificado mucho en ciertas zonas, pero siempre hay un tipo de turista que ya no quiere eso, un turista que está constantemente insatisfecho y huye de sí mismo y busca otros lugares. Esa dinámica se va reproduciendo. Son procesos en los que el turismo entra en un territorio, lo deteriora, lo explota y luego salta al siguiente. Además, con la crisis climática, el turismo empieza a abrir nuevos espacios en lugares del norte de España, más proclives para el desarrollo turístico, y los debates en torno a la turistificación están llegando también allí. 

¿El proceso de gentrificación y la crisis de vivienda que están experimentando tantas ciudades y barrios de España están vinculados con este boom turístico?
La gentrificación no es solamente producto de la turistificación. Hay una gentrificación turística en algunos lugares y en otros hay una gentrificación que responde a otras lógicas. Pero lo que sí es cierto es que los lugares con mayores niveles de intensidad turística acaban generando este proceso de desplazamiento de población que va incrementando los precios. Y eso es algo que en estas protestas también está muy presente: estamos perdiendo la ciudad, estamos perdiendo el territorio donde hemos nacido, donde decidimos construir nuestra vida. Pero el problema es la percepción de que ya no hay dónde ir porque en otros lugares se está multiplicando también el problema.

¿Cómo se desmonta la idea de que el turismo no es un problema porque trae riqueza?
El mejor indicador sobre esto es que las zonas con mayores niveles de desarrollo turístico son las de rentas medias por habitantes más bajas. Y luego, cuando miras los salarios del sector turístico, te das cuenta de que están muy por debajo de la media. Estas dos vías ya te sirven como para situar la discusión y creo que cada vez más gente, con argumentos distintos, según la parte que le toque, se da cuenta de que esto nos lleva a una situación muy vulnerable y que lo que ocurrió durante la pandemia puede volver a ocurrir. Hay demasiados factores críticos. Estamos demasiado expuestos al riesgo en un sector que no controlamos.

Se ha hecho mucho hincapié últimamente en el tema de los pisos turísticos, incluso desde sectores empresariales o incluso políticos de derechas. ¿Hay un interés del lobby hotelero detrás de estos posicionamientos?
Los pisos turísticos son un problema, efectivamente, y hay que limitarlos, regularlos y, si puede ser, desmontarlos, pero al mismo tiempo estamos asistiendo a una pelea entre fracciones del capital, que no tiene que ver con el bienestar de la gente. Las declaraciones de Jaume Collboni, el alcalde de Barcelona, son muy evidentes: frente al anuncio de que iba a limitar los pisos turísticos —limitándose a aplicar la norma de la Generalitat para 2029, cuando el ya no esté—, dijo que habría que empezar a pensar en cómo incrementar la capacidad de alojamiento de la ciudad con hoteles singulares.

Ante el crecimiento de la protesta, algunas instituciones han intentado mostrar algún tipo de sensibilidad sobre uno de los ámbitos más sensibles, dandole al mismo tiempo al sector hotelero la posibilidad de que se pueda quedar con una parte importante del mercado. En el tema de los pisos turísticos hay un conflicto entre distintas facciones del capital. Ninguno de los dos son angelitos ni responden a las necesidades del común.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/turismo/entrevista-ernest-canada-nos-centramos-masificacion-turistica-ponemos-alfombra-roja-al-turismo-ricos