Recomiendo:
0

Pablo Iglesias presenta el proyecto "Podemos" en la Facultat de Geografia i Història de Valencia

«Si Podemos no sirve para el empoderamiento de la gente, estamos perdiendo el tiempo»

Fuentes: Rebelión

El propulsor de la iniciativa Podemos -o al menos su rostro más visible-, Pablo Iglesias, presenta en público objetivos ambiciosos. «Quiero hacer mítines con más gente que los que organizan el PP y el PSOE, pero a los que vengan personas que les votan a ellos, y digan de nosotros: ésta gente es decente». Aunque […]

El propulsor de la iniciativa Podemos -o al menos su rostro más visible-, Pablo Iglesias, presenta en público objetivos ambiciosos. «Quiero hacer mítines con más gente que los que organizan el PP y el PSOE, pero a los que vengan personas que les votan a ellos, y digan de nosotros: ésta gente es decente». Aunque el presentador de La Tuerka y Fort Apache confiesa que prefiere organizar los mítines en la calle, en las plazas, «para que nos vean los malos», en la puesta en escena de Podemos en Valencia ha elegido el Aula Joan Fuster de la Facultad de Geografia i Història, repleta de público sobre todo gente joven.

A Iglesias le acompañaron activistas sociales de diferentes movimientos, que tomaron la palabra antes que el politólogo. Teresa Rodíguez, sindicalista y miembro de las «mareas verdes»; Ricardo Romero («Nega»), vocalista de «Los Chikos del Maíz»; Miquel Garcia, sindicalista del Sindicat de Treballadors de l’Ensenyament del País Valencià (STEPV); Reis Juan, extrabajadora de Radiotelevisió Valenciana y la activista social Imma Sabater.

Pablo Iglesias pretende marcar una señal de ruptura con los políticos convencionales y con la política al uso. «Estamos acostumbrados a que la política sea un terreno de gentuza, mediocres y cobardes». Pero realmente es otra cosa. Reivindica la calle. «Como en la primavera valenciana, hay que salir a la calle para que nos vean y también nosotros ver que somos muchos; Gamonal no era hace unos días sino el cortijo de un constructor, Méndez Pozo, hasta que los vecinos perdieron el miedo», apunta el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense.

Dirige sus palabras a la gente común y corriente, insiste también en que a la gente «decente», de la calle, que sigue su sentido común, vive al día y padece el azote de la crisis. Recuerda que no hace mucho se le acercó un policía y le espetó: «estoy de acuerdo con lo que dices». Cree Pablo Iglesias que esto se debe a la autenticidad de su discurso, propagado sobre todo a través de las tertulias televisivas: «Lo importante son tus palabras pero también cómo las expresas». «Cuando consigues que un votante del PP te diga que tienes razón, es que has dado con la tecla correcta».

Intenta que el mitin no se convierta en una arenga, por la que el guía espiritual se dirige a sus epígonos. Por eso apela a la reflexión. ¿Qué es la democracia? «Aplicar el poder cotidianamente, como decían los griegos, y no sólo depositar una papeleta en una urna cada cuatro años; la democracia no se practica delegando en otros», explica. Por eso se marca un reto ambicioso: «si Podemos no se convierte en un instrumento para el empoderamiento de la gente, estamos perdiendo el tiempo».

Ha preparado el discurso en el tren. Un discurso que apele al juicio crítico y no exclusivamente a la emotividad. Los mítines decaen habitualmente por el lado contrario, el de la empatía emocional y a veces el de la fusión mística. En la «Poética» Aristóteles se refería al efecto de «catarsis» en el teatro. El espectador de la tragedia griega se emociona y empatiza con el héroe, siente el efecto catártico. De ahí, explica Pablo Iglesias, se deriva asimismo la técnica Stanislavski en la formación de actores. En términos simples, se trata de que el actor se lo crea. Incluso un mal artista, si se funde con el personaje y hace suyo el papel, puede emocionar al público. Iglesias advierte de estos riesgos.

Hace esta acotación previa porque se dispone a contar una historia personal, pero que no se ha de entender, advierte, como un mero cuento. «Hay que distanciarse, como proponía Bertolt Brecht, para politizar las historias biográficas». Pone el ejemplo de un familiar suyo, militante del PSOE y afín a Indalecio Prieto, que acabó fusilado. Se encargaba de la seguridad personal del dirigente socialista (en la época esta ocupación corría a cargo de las bases del partido).

Más allá de este episodio. ¿Qué ha ocurrido con los miles y miles de ciudadanos y militantes asesinados/represaliados durante la guerra civil o la posguerra? A pesar del discurso oficial, «la guerra del 36 no fue una desgracia natural, como una tormenta, que enfrentó a hermanos contra hermanos y pueda explicarse por el carácter pasional de los españoles; esto es mentira», sentencia el politólogo. Ahora bien, hay un nudo en el que coinciden la memoria personal y la historia colectiva. Si a partir de los hechos concretos no se formula una interpretación política, que los trascienda, «será imposible que nos sintamos políticamente orgullosos de nuestros abuelos».

¿Por qué nos han «robado» la historia?, se interroga Pablo Iglesias. «Porque nos cuentan que lo bueno que tenemos aquí se lo debemos a un rey millonario y que juró los principios fundamentales del franquismo; gracias a él, supuestamente, llegó la democracia, mientras que lo anterior (la segunda República) era un caos». ¿Qué significa libertar la Historia de España de los grilletes que la secuestran? Decir lo que verdaderamente supuso la guerra civil y el franquismo: «que una minoría de dueños de todo, con el apoyo del fascismo italiano, del nazismo alemán y del Reino Unido, decidió que había que liquidar la democracia». En el bando antagónico, la gente, que luchó en defensa de la democracia y la revolución (en aquella época significaban lo mismo), por el futuro y la dignidad de sus hijos.

Pablo Iglesias traza una comparación entre las dos épocas. Hoy ocurre lo mismo: la gente lucha por el trabajo digno, la escuela pública, la universidad sin tasas y la sanidad pública y gratuita. Lucha, en definitiva, para que se cumpla la Declaración Universal de Derechos Humanos. «Esto es lo que en 1936 dividía al país en dos bandos», remata el politólogo. Sin embargo, «hoy parece que los patriotas sean ellos, con sus cuentas en Suiza, la banderita española en la pulsera y clamando que en el país sólo hay una lengua». Por eso deviene tan necesario el estudio de la historia. «Nosotros hemos de estar orgullosos de nuestra patria; y reivindicar que, para ser demócrata, hay que ser antifascista. Así de sencillo».

Los dos bandos, en 1936 y hoy. En el lado de los poderosos, de los opulentos, de los «ganadores», puede entreverse un hilo que engarza las dos épocas. «Son una casta que ha mandado siempre», afirma Pablo Iglesias. «Antes eran fascistas que aparecían con el saludo romano; luego -eran los mismos: mediocres, babosos y cobardes- alardeaban de que el PP era el partido más votado de Europa». Pero eran los mismos: «esa casta que ha tenido siempre el poder y que, si tienen mucho dinero, es porque son unos ladrones, como todos los ricos de este país». En «La Escopeta Nacional» y en otros filmes, Berlanga dibujaba este retrato antañón, de maridaje y compadreo entre la casta política y unos hombres de negocios «que se forraban a costa de lo público».

La postal tenebrosa de Berlanga conserva el vigor. Según Pablo Iglesias, «la corrupción es una forma de gobierno por la que aquellos que no se presentan a las elecciones compran, mediante sobres y maletines, a los representantes de los electores. El «boom» inmobiliario y del ladrillo, las complicidades entre políticos y constructores, la liberalización del suelo promulgada por el PP….»Es la corrupción gobernando». En el País Valenciano, donde se escenifica la presentación de Podemos, huelgan los ejemplos: los edificios de Calatrava, el aeropuerto (sin aviones) de Castellón, los «grandes eventos», menores estudiando en barracones… «Es una manera de hacer política». A fin de cuentas, «si la gente no hace la política, se la acaban haciendo los poderosos».

Aunque el bipartidismo acumule una fuerza descomunal (económica, mediática, legislativa), Pablo Iglesias se pregunta «por qué el PP y el PSOE han de ganar las elecciones siempre». Sobre todo, «si tenemos en cuenta que la gente tiene claro que en sus filas hay muchos golfos». «No hay que resignarse a la victoria del bipartidismo en las elecciones europeas». E insiste: «la democracia se construye cada día, empoderando a la gente».

La posible unidad entre los partidos de izquierda, las polémicas -dialógicas o cruentas- entre sectores, la articulación entre formaciones políticas y movimientos sociales, las discrepancias en torno a ingresar o no en las instituciones, los eternos debates sobre las esencias. Pablo Iglesias resuelve de cuajo estas discusiones: «la unidad ha de darse con el pueblo; no se trata de discutir sobre un programa para ver quién es más anticapitalista, para ver quién está más a la izquierda; uno prioriza las auditorías de la deuda, otro la nacionalización de la banca, el de más allá el socialismo, o el marxismo-leninismo». Iglesias considera que estas querellas conducen a un bucle sin salida. La idea es acercarse a la gente común y a sus problemas cotidianos, expoliada por los de «arriba» con la coartada de la crisis.

Da cuenta el politólogo de una carta que recientemente ha recibido de una mujer de 37 años, militar de profesión y con un hijo, en la que reseña cómo ha recibido más apoyo en el seno del ejército que en la UGT («Me dolió esta carta, porque el sindicalismo es imprescindible, y me venía a la memoria cuando Marcelino Camacho decía que el derecho de huelga «se gana haciendo huelgas»; la lucha como praxis cotidiana). En la carta escribía la remitente: «no sé si soy de izquierdas, pero lo que tengo claro es que no soy de derechas; estoy en el paro, quiero vivir modestamente y que si mi hijo o compañera se ponen enfermos, tengan la posibilidad de ir al hospital». «Ésta es la unidad que necesitamos», zanja Pablo Iglesias, «y no la de las etiquetas o los programas comunes».

El poder, los de «arriba», se mantienen rocosos, firmes y enrocados en sus privilegios. No sienten, por ahora, ninguna amenaza inmediata. Según Iglesias, «lo que realmente les da miedo es la unidad con la gente, no los debates de siglas dentro de la izquierda: eso lo saben manejar perfectamente». Para visibilizar el punto crítico hacia el que deben encaminarse las luchas, el politólogo ha recurrido más de una vez a las palabras que Allende dirigió a los jóvenes del MIR: «tenemos el gobierno, pero no el poder». Para cuestionarse el poder establecido, no basta con la calle, también hace falta -según Pablo Iglesias- ingresar en las instituciones. Porque desde estas instancias se adoptan múltiples decisiones, por ejemplo, sobre los medios de comunicación: «arruinar Radiotelevisió Valenciana para venderla en pedazos a sus amigos; o que Esperanza Aguirre reparta licencias televisivas entre el TDT Party».

En los círculos de izquierda todavía se le pregunta al presentador de La Tuerka y de Fort Apache por qué asiste a las tertulias de televisión convencionales, y también de extrema derecha. Su camino, dice siempre, es muy distinto al que emprende la izquierda «divina» que lee a Althusser y no se quiere mezclar con la gente. Son programas que influyen en las mentalidades colectivas y en la vida cotidiana de las personas. «¿Por qué me llevan a sus televisiones Lara o Berlusconi? Claramente, porque les doy audiencia; para mí, es una forma de llegar a mucha gente». De esto cabe extraer una conclusión general: «Hay que ocupar todos los espacios de poder político; si no los ocupamos nosotros, lo harán ellos».

Se aproximan las elecciones europeas. También en el parlamento continental se reproduce el sistema de castas, de prebendas en medio de la crisis, de diputados que por sistema viajan en «Bussiness». «Así es imposible que cambien las cosas», señala Pablo Iglesias. El discurso de la «decencia» y de entremezlarse con la gente implica, entre otras muchas cosas, desplazarse en clase «turista». Por un puro ejercicio de coherencia. Sobre la importancia de estos comicios, y de participar en los mismos, el docente pone un ejemplo de actualidad. En el recurso del gobierno de España ante el Tribunal Constitucional por el decreto «antidesahucios» de la Junta de Andalucía se alega que, ante medidas como la implementada por el gobierno del PSOE e IU, es necesario el permiso previo de la Troika. «Este guión hemos de cambiarlo».

«Hay que decirle a la gente que sí se puede», exclama Pablo Iglesias. Ocurre, sin embargo, que la gente tiene miedo. Es ésta una de las grandes barreras. Miedo a perder el trabajo, la pensión, a hacer huelgas, a vivir en la precariedad. Por ello es tan importante, como cantan «Los Chikos del Maíz», que el miedo cambie de bando. «Para así recuperar la democracia», remata el politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.