Traducido por Jorge Aldao y revisado por Guillermo F. Parodi
No se podrá salir de la criminal huída hacia delante de la política israelí frente a los palestinos sin una ruptura con el sionismo. Desde hace algunos años, una crítica radical por parte de diversas personalidades israelíes ataca esa ideología. Porque en Israel la educación, la historia, la ley, la propiedad, las maneras de pensar y hasta el aire que se respira son sionistas. Se prohíbe dudar. Sin embargo, algunos logran liberarse. Son periodistas, escritores, cineastas o historiadores. A veces, antes de la ruptura han actuado políticamente en partidos de izquierda y pasan una parte de su tiempo en el extranjero, como el 15% de los israelíes. Son (entre otros) Amira Hass, Michel Warschawski, Ilan Pappé, Nurit Peled, Gideon Levy, Avi Mograbi, Idith Zertal…
Se han editado dos libros muy diferentes en 2008. Sus títulos son «Derrotando a Hitler» (Defeating Hitler), de Abraham Burg y «Cuándo y cómo fue inventado el pueblo judío» (When And How the Jewish People Was Invented), de Shlomo Sand (ambos editados, en su versión francesa, por Fayard). Son dos libros muy diferentes pero indispensables para comprender y combatir la opresión.
Una crítica radical nacida en el interior
Abraham Burg no es «uno de los nuestros», hecho que a veces indispuso a los militantes comprometidos con Palestina. Burg es un producto puro del establishment sionista. Su padre, Yossef Burg, fue el representante del principal partido religioso en los diferentes gobiernos israelíes desde 1951 hasta 1986 y uno de los dos ministros que se opusieron a la ejecución de Eichmann. Pero fue más tarde cuando el Partido Nacional Religioso se convirtió en un partido de extrema derecha y en la avanzada de los colonos fanáticos. Abraham creció en el universo protector de los hijos de la dirigencia. Fue líder en el Partido Laborista, presidente de la Agencia Judía y presidente de la Knesset (Parlamento de Israel). En el sionismo, las rupturas, parciales o totales nos traen la imagen de Nahum Goldman o Théo Klein (quienes dirigieron, respectivamente, el Congreso Mundial Judío y el CRIJF [Consejo Representativo de las Organizaciones Judías de Francia]). Burg rompió bruscamente con el sionismo, abandonando todas sus funciones oficiales. «Burg redescubrió el judaísmo combatiendo por la libertad«. Sueña con crear un gran partido de izquierda que sobrepase y margine al laborismo, experiencia que probablemente fracasará, visto el estado de la sociedad israelí.
El libro de Burg abunda en «perlas» reveladoras de la siniestra y cínica mentalidad de los dirigentes sionistas. Así, Abba Eban, quien fue durante años el Ministro de Relaciones Exteriores de Israel (y se convirtió en «paloma» al fin de su vida), declaró en respuesta a una pregunta de la ONU después de la guerra de 1967, que estaba fuera de cuestión que Israel volviera a las «fronteras de Auschwitz « (la línea verde de 1949). Y cuando las tropas de Sadat atacaron sobre el Canal de Suez en 1973, Moshé Dayan comparó este ataque con «una destrucción del tercer templo». Cuando el ejército israelí atacó a la OLP en Beirut en 1982, Menahem Begin declaró: «Tuve la impresión de estar atacando el bunker de Hitler». El mismo Begin dirá que la alternativa a la invasión del Líbano era Treblinka. Ehud Barak fue también lamentable cuando afirmó, durante el aniversario de la insurrección del gueto de Varsovia, que «los soldados israelíes llegaron con 50 años de retraso».
Burg disecciona la mentalidad israelí producida por la ocupación (de Palestina, NdT) y la negación del Otro (de los árabes palestinos, NdT). «Nosotros somos los buenos y ellos los enemigos perversos. Cuanto peores son los adversarios, más buenos somos nosotros». Burg describe el rumbo racista de su sociedad, en la que pululan impunemente las pintadas «muerte a los árabes» o «sin árabes no hay atentados». Frente a la propaganda incesante que asimila «árabes» con «nazis», Burg se pregunta si no es a la inversa, cuando la víctima se convierte en victimario: «¿Estamos completamente atrapados en esta espantosa semejanza con nuestros verdugos?»
En el proceso que lo condujo a la ruptura, aparece una porción de historia familiar. La madre de Abraham pertenecía a una familia asentada en Palestina durante muchas generaciones, en Hebrón. En 1929 ocurrió la primera revuelta palestina contra la colonización sionista y mataron a sesenta y siete judíos en Hebrón. La madre de Abraham se contó entre los supervivientes gracias a una familia palestina que los ocultó. Más de sesenta años después, «Abraham encuentra a esta familia de «justos»» para retomar la terminología aplicada a aquellas y aquellos que salvaron vidas judías durante la segunda guerra mundial. Este episodio y este encuentro fueron seguramente determinantes de su deseo de una paz verdadera, basada en una igual dignidad. Antes que él, el filósofo Yeshayahou Leibowitz, espantado por las consecuencias de las conquistas de 1967, fue el primero en hablar del nazismo judío y Burg considera que «poner bajo su tutela a millones de personas significa cuestionar la esencia del judaísmo».
Burg es implacable con la instrumentalización del genocidio nazi. El título del libro –Venciendo a Hitler-La Nación y la muerte, la historiadora Idith Zertal llega a la misma constatación. Burg lo confirma: «Nos comportamos como si la Shoah fuera nuestro monopolio». Y observa que, por otra parte, «muchos israelíes niegan el genocidio armenio» por temor a que este reconocimiento ensombrezca el único genocidio valedero a sus ojos: el de los judíos. Concluye diciendo: «Basta de un judaísmo temeroso y de un sionismo paranoico». E insistiendo en la idea de que «acordarse de los genocidios pertenece a la humanidad» para que no se repitan, Burg recuerda un genocidio olvidado, el de la casi totalidad del pueblo Herero, en Namibia, por parte del colonialismo alemán. Nadie ha condenado este crimen de su época. Uno de los criminales fue el padre de Goering. implica terminar con la victimización y con la celebración patológica, significa rechazar que la memoria de una masacre pueda legitimar la conducta de una sociedad. En su libro
Burg elogia a Marek Edelman, subcomandante de la insurrección del gueto de Varsovia, siempre vivo, siempre bundista (1) y hostil hacia el Estado de Israel. Y se opone a todas las tentativas de excluir a Edelman de la historia porque es antisionista.
Burg, que es profundamente creyente, propone vaciar a la religión judía de todo texto que pudiera ser explotado para promover el colonialismo o el odio. Y desea que las otras religiones hagan lo mismo. Una colosal propuesta… Porque, al contrario de las lecturas integristas de los textos sagrados, Burg antepone la idea de la responsabilidad de cada ser humano ante sus actos.
Cuando Shlomo Sand disecciona la mitología sionista
Sand es un historiador cuya familia huyó de Polonia. Es un hombre de izquierda, ajeno a la religión. Realizó parte de sus estudios en París, con Pierre Vidal-Naquet, quien prologó su anterior libro (Las palabras y la tierra, los intelectuales en Israel).
En las conferencias en que presenta Cómo fue inventado el pueblo judío, Sand se disculpa de antemano por la cantidad de notas que complementan su libro. Sabe que este libro, que ya es un best seller en Israel, será objeto de violentas críticas y quiere precisar sus fuentes y sus investigaciones.
El concepto central del libro de Sand es el siguiente: Para crear el Estado de Israel y para llevarlo a su realidad actual, «los sionistas debieron fabricar todo: una historia, una identidad, un pueblo, una mentalidad y unos valores». Sin embargo y fundamentalmente, todo esto es más que discutible. La historia antigua está extensamente basada en leyendas. Y, sobre todo, «no existió un exilio ni un retorno». Los judíos no fueron masivamente expulsados después de la destrucción del Templo por el emperador romano Tito. Dicho de otro modo, «los descendientes de los hebreos de la antigüedad son principalmente los palestinos». El propio Ben Gurion escribió en 1918 (con Ben Zvi (2), el futuro presidente de Israel) que estos «fellahs» (campesinos árabes, NdT) probablemente eran descendientes de los judíos y se integrarían en el proyecto sionista. Pero cambió de opinión luego de la revuelta palestina de 1929, volviéndose partidario de la idea de expulsarlos.
Sand explica detenidamente que los judíos de hoy son los descendientes de los conversos de diferentes épocas.
Podemos discutir sobre el título provocador del libro de Sand. ¿Existe o no un pueblo judío? Se puede discutir sobre el origen kazario de los (judíos) askenazíes en relación con su origen en la Europa del Este o discutir sobre lo que escribe sobre el marxismo. Pero para todas y todos aquellos que consideran, con razón, que el sionismo es una ideología criminal contra los palestinos y suicida a largo plazo para los israelíes, el libro de Sand es fundamental: el corazón de la historia, tal como la cuentan los sionistas (el exilio y la Diáspora como un paréntesis antes de que la creación del Israel permitiera a los judíos retornar a la tierra de sus antepasados para restablecer el reino unificado (3) ,«toda esta fábula es FALSA e inventada a sabiendas para justificar un proyecto colonial». Y éste es un argumento fundamental en la tenaz lucha ideológica que debemos mantener contra el sionismo y sus estragos.
«El nacionalismo crea las naciones, no a la inversa», escribió Ernest Gellner (un teórico de la modernidad fallecido en 1995). En el caso del sionismo, se debió comenzar por una historia «políticamente correcta» de los judíos.
Antes de la aparición del sionismo, los historiadores judíos alemanes, muy influenciados por las ideas raciales de la época, imaginaban a los judíos como un pueblo-raza. Esta idea fue luego compartida por los nazis con las consecuencias ya conocidas. Las ideas de razas arias, semitas, etc… son tan estúpidas e inexactas como peligrosas.
En su mayoría, los fundadores del sionismo no eran creyentes. Algunos hasta eran ferozmente antirreligiosos y consideraban a los rabinos como representantes de una forma de retraso mental. Por su parte y durante largo tiempo, los ortodoxos religiosos fueron hostiles hacia el sionismo. Todavía hoy, corrientes religiosas como los Neturei Karta (4) o los Satmer (5) condenan el sionismo como hereje, porque sostiene la idea (falsa en su opinión) de que el Mesías es el Estado de Israel. Pero a partir de 1967 la corriente nacionalista-religiosa retoma las teorías del rabino Kook, incorporándose al sionismo y al colonialismo. Esta corriente representa hoy cerca de un cuarto de la sociedad israelí.
«Los fundadores del sionismo y, más tarde, los historiadores «oficiales» del Estado de Israel comenzaron a investigar en la Biblia todo aquello que pudiera justificar la decisión, tomada en un congreso sionista, de crear el «hogar» judío y más tarde el «Estado Judío»». Sobre la historia antigua los arqueólogos israelíes Finkelstein y Silberman hablan de «la Biblia descubierta» mientras que Sand habla de una «historia mitológica». Están de acuerdo en lo esencial. De todas formas, entre las comunidades de los arqueólogos y de los historiadores, no hay más que divergencias de detalle. La Biblia difiere poco de la Ilíada y la Odisea. Es un libro extraordinario que impactó e impresionó a millones de seres humanos a través de los siglos. «Pero es una historia llena de leyendas».
Sand lo ratifica: los episodios de la llegada de los hebreos desde la Mesopotamia o el de la llegada y la salida de Egipto son inventados. Responden a la voluntad de los autores de la Biblia de crearse un origen, una historia y una razón de ser políticamente correctos. Cuando el fascista Baruch Goldstein masacró a veintinueve palestinos (en 1994) en la Tumba de los Patriarcas, en donde se considera que está enterrado Abraham, la ficción se volvió mortífera.
Es también un invento el episodio más horrible de la Biblia, la conquista sangrienta de la Tierra de Canaán por Josué, con el que se escribe el primer texto apologético de la «limpieza étnica». Los hebreos son un pueblo autóctono que no ha conquistado nada. Este texto constituye el sustento ideológico de la corriente religiosa nacionalista, para la cual «Dios otorgó esta tierra al pueblo judío». A causa de este texto, cerca de la mitad de la sociedad israelí está a favor de la «transferencia» o deportación de los palestinos más allá del Jordán.
El reino unificado de David y Salomón es igualmente una invención. En la época en que se supone que ocurrió el episodio de la Reina de Saba, Jerusalén era un pueblo y las incesantes excavaciones bajo Jerusalén confirman dicha tesis. Es probable que el reino de Israel (destruido por los asirios en el año 586 a.C.), así como el de Judea (destruido en el 586 a.C. por los babilonios) hayan sido siempre dos entidades diferentes. Pero el sionismo pretende hoy resucitar el Reino Unificado y ocupar todas las tierras sobre las que se habría extendido.
La Biblia fue escrita, principalmente, durante el exilio en Babilonia. Y una parte importante del pueblo judío no retornó (a las Tierras de Canaán, NdT). Sus descendientes actuales son los judíos iraquíes, iraníes o los de Samarcanda.
Sand analiza los documentos históricos sobre la guerra emprendida por el emperador romano Tito y sobre la última rebelión judía de Bar Kochba, sesenta años más tarde. Analiza el texto más importante, el libro La guerra de los judíos, de Flavio Josefo. Muestra que no hubo expulsión y que ya antes había importantes comunidades judías en Babilonia, Alejandría o Roma. «No hay vestigios de una salida masiva de la población». Es la historia oficial sionista la que inventó, exagerando las cifras, el mito de la expulsión.
Además, algunos miles de judíos escapados no hubieran podido engendrar la importante población judía del Imperio Romano (la cifra de ocho millones parece probable). Sencillamente, hasta que el emperador Constantino convierte el cristianismo en religión oficial, «la religión judía buscaba conversos» compitiendo con los cristianos o con el culto de Mitra.
Las persecuciones del cristianismo detienen el proselitismo (del judaísmo) que se mantendrá en otras regiones. A partir de personajes históricos (Kahina, Tariq, el que conquistó España), Sand muestra la importancia de las conversiones al judaísmo de tribus bereberes y no duda de que los judíos del Magreb y, en parte, los judíos españoles son los descendientes de estos conversos. Para los askenazíes (los judíos de la Europa Oriental), Sand vuelve sobre la historia de kazarios, pueblo turco que estableció durante varios siglos un imperio entre el Mar Caspio y el Mar Negro. Está probada históricamente la conversión de la aristocracia de este pueblo al judaísmo y Sand considera que la población de este imperio (incluidos los esclavos) dieron origen al pueblo yiddish.
Señala, también, la existencia de antiguos reinos judíos en el Kurdistán y en el Yemen, «en resumen, los judíos de hoy son descendientes de conversos». Esta minoría religiosa no expresó jamás el deseo concreto (6) de un «retorno» a Jerusalén. Por otra parte, ni los judíos de Babilonia (que prefirieron Bagdad), ni los judíos españoles expulsados (que optaron por el Magreb o por las grandes ciudades otomanas) eligieron Jerusalén cuando tuvieron la ocasión de hacerlo. El retorno es una ficción y la «ley del retorno» (que permite a todo judío convertirse rápidamente en ciudadano israelí) está fundada en una mentira.
Para Sand, «la existencia de un pueblo judío es una ficción». La religión es el único elemento común a los judíos yemenitas, españoles o polacos.
Con semejante diferencia entre la realidad histórica y la historia oficial, hizo falta «crear a partir de todos los que componen Israel la definición de qué es un judío». Esta política identitaria dio la espalda a las ideas progresistas del Bund (1), que promovían la autonomía cultural del pueblo yiddish allí donde se encontrara, en el marco de la revolución, y se opone a toda la historia de los judíos como una minoría religiosa dispersada. Lo que se ha impuesto en Israel es una definición a la vez biológica y religiosa del judaísmo. Una definición que excluye a los no judíos en un Estado que no es el suyo. Sand explica que definirse como «Estado judío y democrático es un oxímoron» (asociación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador (RAE), NdT). Y que las incesantes caídas de la sociedad israelí en el racismo están dentro de la lógica de semejante definición.
Se trata, verdaderamente, dos libros que es necesario leer.
Autor: Pierre Stambul, vicepresidente de la Unión Judía Francesa por la Paz (UJFP) y de la IJAN (International Jewish Antizionist Network).
Notas del traductor
1) La Unión General de trabajadores judíos de Lituania, Polonia y Rusia (en yiddish: Algemeyner Yidisher Arbeter Bund in Lite, Poyln un Rusland) suele citarse con el término alemán Bund, que significa federación o unión. Se trata de un movimiento político judío de corte socialista creado a finales del siglo XIX en el imperio ruso. El bundismo estuvo siempre contrapuesto al sionismo y a las tendencias centralistas de los bolcheviques rusos. (fuente: Wikipedia)
2) Se refiere a Yitzjak Ben-Zvi, historiador, líder del Partido Laborista y segundo presidente de Israel (1952-1963) fallecido durante su mandato. Este historiador y Ben Gurion escribieron en 1918 un libro en el que afirmaban lo señalado en la nota.
3) Se refiere al primer reino unificado de las tribus de Israel concretado, según narra la Biblia, por el rey David, quien se apropió de la fortaleza jebusea de Sión, sobre la que fundó la «ciudad de David», hoy conocida como Jerusalén.
4) Neturei Karta (en arameo, Guardianes de la Ciudad) es un grupo minoritario de judíos ultraortodoxos que rechazan cualquier forma de sionismo y se oponen activamente al Estado de Israel. Otras comunidades judías ortodoxas, incluso algunas que también se oponen al sionismo laico, han condenado públicamente las actividades anti-israelíes de Neturei Karta. (fuente: Wikipedia)
5) Satmer (o Jasidim de Satmer) es un movimiento que adhiere al judaísmo jasídico originario del pueblo de Szatmárnémeti (ahora llamado Satu Mare, Rumania), ubicado en su momento en el Reino de Hungría. El autor no se refiere a la totalidad de los judíos Satmer, sino sólo a aquellos movimientos jasídicos húngaros que adhieren al antisionismo y que se identifican con Satmer. (fuente: Wikipedia)
6) El autor de la nota se refiere, probablemente, a cuando los judíos cantan en la Pesah (Pascua Judía) «el año próximo en Jerusalén», anticipándose a la objeción de que los judíos de la Diáspora sí expresaban el deseo del retorno. Sin embargo, esas palabras no expresan un deseo concreto, sino sólo simbólico.
Fuente: Si vous n’avez pas lu Burg ou Sand …
Artículo original publicado el 11 de diciembre de 2008
Jorge Aldao y Guillermo F. Parodi son miembros de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor, al revisor y la fuente.