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En memoria de Pedro Lemebel

Si yo te contara, Pedro Lemebel…

Fuentes: Rebelión

Texto leído en la Primavera del Libro de Santiago de Chile

Si yo te contara, Pet…, si te contara en medio de esta invitación pública de la que me han dicho que No quiere ser un homenaje para ti, porque imagino es la primavera del libro y no su compra/venta. Elucubro que tal vez este encuentro no quiere la sumisión, ni la veneración solemne de un acto en tu honor, para inscribirse erróneamente entre esos honores/ horrores de este país dedicados a ‘gente importante de la literatura’. Sé que tú no desearías esa pose, que le tenías fobia a la genuflexión programada, pactada, negociada, calculada. Esa que circula tintineante como moneda fácil. Estarías gozoso de que fuera una negación de ello. En eso nos parecemos a Sor Juana y a Gabriela Mistral.

Entonces, si yo te contara…que saboreo cada gesto memorioso de nuestro primer benéfico encuentro en San Miguel, la comuna «brava» así llamada en los setenta, esa que nos cobijó para iniciar un vínculo posible entre amantes, hace ya tantos años, en los noventa: la cama de mimbre ancha, echados allí, tu voz entera entonces, mis interrogantes, aguijones que querían saber de tus posicionamientos políticos, estéticos, éticos; tu búsqueda en la escritura, tu resistencia a la academia, la elección de tu nombre propio; si me animara a decirte lo feliz que quedé de tu entrega y de las coincidencias vitales porque éramos, habíamos sido «vecinos» de pobla, de barrios, de memoria barrial de esos peladeros que incluían canchas de tierra, cerros de piedras, callejones riesgosos, ferias libres, amores comunes de militantes del PC; si te hablara bajito, Pet, sobre las emociones compartidas en un vínculo entre dos que se reconocen; si te dijera que había una hebra, -hilacha, dirías-, que nos unía porque compartíamos secretamente, y se nos notaba, cuando nos encontrábamos en el departamento de San Miguel, o en la casa de Dardignac o en las calles y plazas de esta ciudad; si te susurrara el goce de bailar juntos, un rápido o un lento, no importaba, como si la vida fuera un instante eterno; nuestros cuerpos moviéndose al son de una música que amabas, la tuya, tu selección, la que anhelamos escuchar hoy; cómo te importaba seleccionar la música, la perfecta para ese momento, una que resuena hoy con un eco melancólico; si pudiera poner en el verbo esquivo una sensación que aun pulsa en mi piel cuando surgía un tono de confesión acerca de nuestra memoria común de la pobreza vivida, algunos trajines, ires y venires, que a boca de hoy resultan vergonzantes porque nadie quiere ser pobre, ni siquiera haberlo sido en sueños; si te dibujara en colores una criatura rara, monstruosa que hablara de nuestros temores, ironías, sarcasmos, miedos de vivir enfermos; si te confesara al oído que el mejor piropo dicho de tu boca ocurrió cuando me declaraste el indecente deseo: si hubieras sido hetero, te habrías enamorado de mí, ¡ay!; si alcanzara a grabar en un filme en blanco y negro ese día compartido en un beso de a tres; si te esculpiera en tu propia piel la fuerza vivificante del idear compartido; si balbuceara tus rugidos impotentes frente al cáncer de mierda; si fuera capaz de poner en mis labios heridos cada una de tus deseantes aventuras amorosas con muchachos de mala fama y su disfrute/fracaso; si fuera posible describir tu paso firme, rápido, apurado, marcando con fuego los pisos de esta city; si me atreviera a narrar la escena llena de ternura de tu llegada a mi casa con un ramo de claveles rojos para aliviar mi pena enferma el año 2008; si pudiera describir algunas danzas de tus dedos preparando una once especial, nadie la preparaba como tú , con quequito verde o huevos con cebolla; si atisbara a contar sobre tu disposición para achoclonar, para juntarnos, reunirnos en torno tuyo a los más disímiles sujetos y producir una magia en el encuentro fortuito que podría ser definitivamente benéfica o, por el contrario, desatar una antipatía feroz, pero eso no te importaba; si me dejaras retratar tu rostro alegre de niño ávido cuando llegaba un regalo a tus manos sedientas; si te recordara alegre agradecerme «el aluvión» de flores buscadas para ti; si me atreviera, Pet, a contar acerca de tus sinsabores con la escritura obturada, ocluida, pero siempre ahí, esperando aparecer desde el «placer preliminar» y parir así una ‘trisa’ irremediable; si reprodujera en sonido nuestras risas excesivas y abundantes en los encuentros de siempre a partir de escenas que nos pertenecían o de otras/otros y desatar las palabrotas procaces, groseras, coprolálicas, hirientes y cínicas; si fuera posible volver a reír de ese modo escandaloso, mordaz, de todo cuanto se atreviera a rodearnos con un halo de santidad o respeto de algún tipo; si ocurriera que dibujara a mano alzada nuestra complicidad amorosa hacia las dos grandes mujeres, Andrea y Violeta, que nos parieron en un día intenso del que no sabemos mucho; tú visitaste a mi Andrea agónica en algún hogar de viejas del que no quiero acordarme, yo pude atisbar a tu Violeta moribunda en el departamento del bloque sanmiguelino; si me atreviera , Pet, imaginar que mi trabajo de sueño contigo, luego de tu viaje, ha sido el ‘primero sueño’ vivido en su condensación y desplazamiento poderosos; si dijera enfática tus iras impetuosas contra la injusticia de todo tipo, contra las maléficas malas artes chilensis de quienes usan y abusan de los y las frágiles, vulnerables; si bajito, muy bajito, murmurara siquiera tus desatinos hirientes, rabiosos contra quienes no los merecían porque me censuro de enjuiciarte; si contara de tus soledades confesadas como arrepentimiento; si me permitieras repetir tu fracaso cuando afirmaste triste que conociste la fama, pero no el amor; si dijera que tu escritura se quedó fijada como un alfabeto en llamas en mi corazón loqüelo y que luego de apagar su fuego quedaron las letras esculpidas en su barroso relieve en negro, en blanco, en posibles paletadas de iracundo multicolor, fijadas en esa escalera sin peldaños en la que te atreviste a subir para quedar colgado, cimbreante para siempre, en el vaivén del trapecio de tu inigualable escritura, una que ilumina poética-política, atrevida y memoriosa a este estrecho/mezquino país.

* Gilda Luongo, escritora, crítica e investigadora feminista chilena.

San Miguel, octubre, 2015,

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.