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Reseña

Simon Leys. «George Orwell o el horror a la política»

Fuentes: El Viejo Topo

Seguido de «Rebelión y conservadurismo. Las lecciones de 1984», de J. C. Michéa. Traducción: Marisa Pérez Colina e Isabelle Marc. Prólogo: Amador Fernández-Savater. Acuarela & A. Machado, Madrid, 2010, 130 páginas.

«Orwell escribe en un estilo claro y fluido que despierta al lector como un jarro de agua fría», afirma Simon Leys (seudónimo de Pierre Ryckmans) en esta memorable semblanza de George Orwell (nacido Eric Blair, 1903-1950), de quien su biógrafo Bernard Crick señalaba en 1980: «Orwell era para Blair una imagen ideal que debía tratar de alcanzar: una imagen hecha de integridad, honestidad, simplicidad, convicción igualitaria, vida frugal, escritura desnuda y verbo franco». Ocho años antes, E. M. Forster ponía de relieve: «Orwell estaba apasionado por la pureza de la prosa. Si la prosa se degrada, el pensamiento se degrada. La libertad -decía- está ligada a la calidad del lenguaje». El propio novelista y reportero británico, para quien la relación entre pensamiento totalitario y corrupción lingüística constituía una cuestión capital, sentencia: «La buena prosa es como un cristal de ventana».

Leys reconoce a Orwell, entre otras cosas, el mérito de haber sido el primero en elevar el periodismo, o más exactamente el ensayo político, a la categoría de obra de arte: «Truman Capote y Norman Mailer malgastaron mucho tiempo peleándose por saber quién de los dos había creado la novela sin ficción. Olvidaban que Orwell inventó el género mucho antes que ellos». La inteligencia crítica del autor de 1984 (1949),  que ya en las páginas de Subir a por aire (1939) le permitía describir un mundo envenenado por la comida rápida y saqueado por promotores inmobiliarios, concede a su obra una actualidad inagotable, convirtiéndole en el máximo profeta del siglo XX. Consciente de que el capitalismo conduce al desempleo, a la competencia feroz y a la guerra, reclama la nacionalización de la industria, la supresión de los salarios desmesurados y el establecimiento de un sistema de educación igualitario. Como el de Arendt, Adorno o Benjamin, el pensamiento de Orwell contiene las claves para comprender la deriva totalitaria del sistema capitalista que colorea nuestro momento histórico.

Su experiencia de la Guerra Civil española, en la que resultó gravemente herido cuando combatía junto a las milicias anarquistas, ocupa un lugar destacado, cómo no, en el texto de Leys. «La guerra de España tuvo un efecto decisivo: después de ella encontré mi camino. A partir de 1936, cada línea de mi trabajo ha tenido un único objetivo: luchar directa o indirectamente contra el totalitarismo». En Looking Back on the Spanish War, recuerda: «Fue en España donde vi por primera vez artículos de prensa que no tenían absolutamente ninguna relación con la realidad de los hechos, ni siquiera esa clase de relación que siempre conserva una mentira ordinaria». En Homenaje a Cataluña, recapitula: «Si me hubieses preguntado por qué razón me involucré en las milicias, te habría respondido: Para combatir al fascismo, y si me hubieses preguntado por qué ideal me batía, habría respondido: Common decency». Cuando Orwell intentó denunciar la forma en que los comunistas habían traicionado la causa republicana en España, se vio enfrentado a la conspiración del silencio y a la calumnia.

Para el autor de este escrito aparecido en 1984 y reeditado hace un lustro, la originalidad de Orwell en cuanto escritor político se funda precisamente en su odio a la política, esa actividad cuya miseria nos sitúa ante la amarga necesidad de apoyar una alternativa mala frente a otra peor, de resignarnos, en definitiva, a la pésima regla del mal menor. Tanto las palabras de Sonia Orwell -«George se había visto empujado al compromiso político por un accidente de la historia, cuando su verdadera naturaleza era vivir en el campo cual apacible ermitaño»- como las del propio Orwell confirman la tesis de Leys: «Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me ha provocado horror a la política… Los hombres sólo son decentes en la medida en que no tienen poder. El poder es constantemente transferido entre las manos de incapaces. El amor al poder constituye el principal obstáculo que aleja a los hombres de una sociedad justa».

En la segunda parte de este libro bifronte, cuyas caras se ensamblan con admirable armonía, J. C. Michéa enumera los rasgos esenciales del concepto de common decency: el amor, la amistad, la alegría de vivir, la risa, la curiosidad, el valor y la integridad, disposiciones que articulan una práctica cotidiana de ayuda mutua y reciprocidad generosa. Una clarividente cita de Marx -«La burguesía no puede existir sin la revolución constante de los instrumentos de producción. Esa conmoción incesante de la producción, esa agitación e inseguridad perpetuas diferencian la época burguesa de todas las precedentes»- da pie a Michéa para lanzar una carga de profundidad contra la izquierda progresista: «Con su empeño por definirse como el Partido del cambio y como el conjunto de las Fuerzas de progreso, la izquierda moderna estaba abocada a encerrar a los trabajadores y a la gente humilde en una trampa histórica. Desde esta perspectiva, la única posibilidad que restaba al término socialismo era la de convertirse en el otro nombre del desarrollo ad infinitum de la gran industria y de la modernización ilimitada del mundo (globalización de los intercambios, tiranía de los mercados financieros, urbanismo delirante, constante revolución de las tecnologías de la sobrecomunicación). El progresismo se presenta como la simple verdad idealizada del capital». ¿No ilumina este hecho el aparente contrasentido de que asistamos hoy al naufragio simultáneo de la socialdemocracia y de la economía de mercado?

El análisis de Michéa, publicado en 1995, culmina en una interpretación tan paradójica como razonable del legado orwelliano, según la cual ninguna sociedad digna tiene posibilidad de existir si el movimiento radical no es capaz de asumir determinadas exigencias conservadoras: «Es tiempo de adoptar un cierto conservadurismo crítico, que hoy por hoy representa uno de los pilares necesarios para cualquier crítica del capitalismo. Éste fue, en todo caso, el mensaje de Orwell: la idea de un anarquismo conservador». Una idea que nos despierta, en efecto, como un jarro de agua fría.