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Sin necesidad de aplicación a los no-judios

Fuentes: Haaretz

Traducido por Carlos Sanchis

 

La bandera nacional israelí ondea alto, desafiante y arrogante sobre la casa palestina en el barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén Oriental. Esta bandera nunca ha parecido tan repulsiva como ahora en el corazón de este barrio palestino, sobre la casa de una familia palestina que de repente lo perdió todo. El cabeza de familia, Mohameed al-Kurd, murió 11 días después del desahucio. Ahora su viuda vive en una tienda de campaña. A la casa se llega a través de una estrecha calleja. Allí Moshe y Avital Shoham, y Emanuel y Yiska Dagan viven alegremente. Son los colonos que se las arreglaron para expulsar a los arrendatarios palestinos y que se encargan de este nuevo puesto avanzado, en el corazón de Jerusalén Oriental. Casa tras casa, el desalojo y traslado aquí es especialmente sigiloso: los medios de comunicación apenas informan de estas disputadas casas.

La codicia israelí no tiene límite. 

Envía sus tentáculos a las casas de refugiados que ya experimentaron, en 1948, el sabor de la expulsión y la evacuación, a los que se les dejó sin nada. Ahora son refugiados por segunda vez. Otras 27 familias de aquí pueden esperar un destino similar, y todo bajo el amparo del sistema judicial israelí, el faro de la justicia y la atalaya de la ley que aprueba, oculta faltas y purifica engañosas y torticeras maneras de desahuciar a estos hijos de refugiados de sus casas por segunda vez. La familia guarda, como un recuerdo eterno, las llaves de la casa en Talbieh que les fue robada y el almacén de plátanos en Musrara que les confiscaron. Ahora tienen otra llave que no abre nada: la llave de la casa de Sheikh Jarrah que recibieron hace décadas del gobierno de Jordania y de las Naciones Unidas como compensación por su casa perdida.

El derecho de retorno .

Los dueños originales de esas casas, el Comité de la Comunidad Sefardí, tienen este derecho para siempre. No hay ningún juez en Jerusalén que pueda explicar este doble rasero, este racista derecho de retorno para los judíos sólo. ¿Por qué se le permite al Comité de la Comunidad Sefardí, y no al Comité de los Palestinos?. ¿Quienes son los magnates y los políticos que están tras esta toma hostil pensada para ellos mismos?. ¿Qué está pasando por las mentes de los jueces que lo permitieron ?. ¿Y qué decir de los policías que violentamente desahuciaron a un hombre enfermo en una silla de ruedas en medio de la noche, sin permitirle siquiera retirar los enseres de su casa ?. ¿Y qué del sentimiento de los judíos que ahora están viviendo en esas casas robadas?

Humo blanco se eleva desde varias esquinas de la parcela vacía a pocos pasos del Hotel American Colony. La parcela se limpió esta semana antes de la Navidad. Son hogueras de ramitas en las que están cociendo pita con za’atar , café calorífico y té preparado para los muchos invitados que han venido a visitar el nuevo campamento de refugiados. El domingo varias comisiones de árabes israelíes de Galilea vinieron a expresar su identificación con Fawziya y con las 27 familias que probablemente pronto se le unirán en esta tienda de campaña. A Israel no le gusta este campamento, el ayuntamiento ya ha intentado evacuarlo. Las fotografías de tiendas de refugiados en el corazón de la capital unificada no son buenas para las relaciones públicas israelíes. Tales fotografías ya han sido esparcidas por varios periódicos internacionales en las recientes semanas – por supuesto no en la prensa israelí que no las tomó en cuenta – recuerdan a sus lectores tiendas de campaña similares, las de 1948.

El letrero árabe al borde de la parcela no deja ningún espacio a concesiones: «Al-Quds (Jerusalén) es árabe, musulmana y Cristiana». Las mesas del refrigerio están llenas de la mejor cocina palestina de Galilea: labaneh , majadera de arroces, lentejas y cebollas, artículos cocidos y más, incluyendo aceite de oliva de reciente cosecha. Los invitados se arremolinan. El profesor Jamal Amro, anterior jefe de la sección de arquitectura de la Universidad de Birzeit, atrae a una muchedumbre. La última vez que nos vimos fue en 1999, en el American Colony. Amro me habló entonces sobre su tortura a manos de los interrogadores del servicio de seguridad, Shin Bet, cuando el «Capitán Dvir» fue a su casa en medio de la noche y le dijo: «Dígales adiós a su esposa e hijos.»

Amro sufrió, un aterrador interrogatorio de 25 días, incluyendo 15 días consecutivos sin dormir y un saco expeliendo orina sobre su cabeza. El Shin Bet intentó reclutarlo como colaborador, y como de costumbre todos los medios eran apropiados: «Chupa, perro, chupa,» le decía uno de los interrogadores, «muchos hombres están haciéndole ahora lo mismo a tu esposa». El capitán «Martin» puso su pie en el cuello de Amro y le dijo a este profesor y arquitecto: «Eres como un perro en el suelo.»

Amro, un impresionante, y acrisolado hombre cuyo hijo murió de cáncer hace sólo unos días, compara las cicatrices del Shin Bet en sus brazos con las de otro visitante, un refugiado de Lifta que también fue torturado.

El impresor Nasser Ghawi, nativo de Sheikh Jarrah, relata la historia en hebreo literario: Tiene 46 años y nació en la casa programada ahora para desahucio. Nací en la casa, enfatiza, no en el hospital.

«La demanda del otro lado, es que ellos vinieron aquí hace 120 años, aunque nuestras casas fueron construidas hace 52». La familia de Ghawi huyó a Jerusalén desde Sarafand (Tzrifin). En 1956 el gobierno jordano y la Agencia de Trabajos y Ayuda a los Refugiados de la ONU, UNRWA, construyeron estas 28 casas en Sheikh Jarrah para las familias de los nuevos refugiados, a cambio de renunciar a sus tarjetas como tales. Nadie puede compararse con Ghawi cuando viene a contar su historia en inglés, sobre todo los hechos de 1972, cinco años después de la captura de Jerusalén Oriental, cuando el tribunal israelí los declaró «arrendatarios protegidos» en las casas que según el tribunal pertenecen al Comité de la Comunidad Sefardí.

A causa de que estas familias se negaron a pagar el alquiler al Comité de la Comunidad Sefardí y al Comité de la Knesset de Israel – ambos cuerpos religiosos – que transfirieron la propiedad a la asociación de colonos Nahalat Shimon, fueron condenadas al desahucio. Igual que en el caso, más famoso, de la «Casa de la Disputa» en Hebrón, hay sospechas de documentos falsificados y juicios biselados, magnates judíos y parlamentarios de la Knesset animando a la discordia, un lugar religioso cercano (la tumba del santo judío Simon Hatzadik que los palestinos dicen que realmente es la tumba de un miembro de la familia Hijazi) y motivos nacionalistas para «crear una barrera» entre Sheikh Jarrah y los barrios palestinos del norte. Pero ante todo, la desigualdad en la discusión del derecho de retorno dirigida por el sistema de justicia israelí clama desde lejos.

En cualquier el caso, la familia de Ghawi fue obligada a dejar su casa en 2002 por orden judicial. En el 2006 ganaron el derecho a volver a ella, después de desocupar y de caras deliberaciones legales. Ahora se enfrentan al desahucio una vez más. El padre de Ghawi, Abd al-Fatah, de 87 años, podría ser enviado a prisión, como el padre de la vecina familia Hanun que ya ha pasado tres meses en la cárcel por desacato al tribunal.

El tiempo es engañoso, un momento soleado, al rato siguiente los cielos se oscurecen sobre la fila de tiendas y un viento frió azota la cara. El 9 de noviembre, los Kurds fueron evacuados de la que fue su casa durante 52 años, desde que fuera construida. Fawziya nunca olvidará esa noche. «No deseo que nadie tenga que ver y ni experimentar nunca, lo que pasé esa noche.»

Ella, a sus 56 años, es madre de cinco hijos y abuela de 16 nietos. Nació en la Ciudad Vieja a la que su familia huyó en 1948 desde Talbieh, en Jerusalén Oeste. En 1970 se casó con Mohammed, un refugiado de Jaffa, y se mudó a su casa en Sheikh Jarrah.

Sus problemas también empezaron en 1972. Desde entonces ha visto de todo. Dice que el diputado de la Knesset, Benny Elon vino hace unos años a su casa, ofreciendo una suma enorme por la casa. Pusieron una pistola en el patio en un intento de intimidarla. Le tiraron pañales sucios a su puerta. La conducción del alcantarillado fue bloqueada por sus vecinos no invitados. Le obligaron a que pagara las facturas de su electricidad cuando ellos tomaron una toma de su contador. Los colonos frecuentemente celebraron ruidosas fiestas en lo que había sido la casa de sus hijos. Fawziya dice que después de su desahucio en 2001 había nuevos colonos cada pocos meses: inmigrantes judíos de Etiopía, Yemen y Estados Unidos, en su patio trasero.

El desahucio.

  «Todo lo que había experimentado hasta entonces no era nada comparado con esa noche,» relató Fawziya. «Sabían que tenia un marido enfermo y paralítico». A las 3:30 de la madrugada aporrearon la puerta. Estaba sosteniendo un calentador de cama para su marido. Varios docenas de Policías Locales y Policías de Fronteras irrumpieron. ¿»Qué están haciendo ustedes»? gritó, y entonces dos policía la agarraron por sus brazos por detrás y la arrastraron fuera. Dice que su marido resbaló y cayó de la cama. Se la llevaron a la fuerza a la calle, lejos de la casa, y arrastraron a su marido a la casa del vecino.

Todo quedaba atrás, todas sus pertenencias. Su marido en pijama, ella en una camisa de dormir; era todo lo que tenían. «Le pedí agua a una mujer policía y gritó: ‘ ¡Cállese! ‘ Eran tan violentos, que nunca los perdonaré. Mi marido estaba llorando y ellos estaban riéndose.»

A la noche siguiente ya estaban en la tienda blanca. » Póngase en el lugar de mi marido, toda su vida en esta casa y de repente en la calle, ¿qué habría dicho usted ? ¿Qué habría sentido? Si usted perdiera un teléfono móvil; cuán enfadado estaría, y él perdió su casa. Todo su dinero y su vida entera y de repente tirado en la calle.»

Mohammed se quedó en la tienda, pero al 11º día su fuerza se vino abajo. Fue llevado de urgencias al Hospital francés de Jerusalén Oriental, después de negarse a que lo llevaran a un hospital israelí.

«Si no muestran misericordia en mi casa, no mostrarán misericordia en el hospital,» le dijo a su esposa. Unas horas antes de que muriera, Mohammed le preguntó a Fawziya: «Si me dan de alta en el hospital, ¿dónde iré «? Fawziya dice que Dios fue misericordioso con su marido y se lo llevó. Ella dice que le gustaría encontrarse con Tzipi Livni y Ehud Olmert, mirarlos a los ojos y preguntarles: «¿Por qué nos hacen esto?. Sólo porque somos palestinos.»

«Cierre sus ojos,» me dice con tranquilidad. «¿Qué ve usted? Oscuridad. Es lo que yo veo». Desde el desahucio no se ha atrevido a acercarse su casa.

Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/spages/1047895.html

Carlos Sanchis pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.