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Patética nostalgia del trasnochado imperio español

Sin tregua (II)

Fuentes: Rebelión

El gobierno de Rajoy hace aguas por todos lados. En tan sólo 100 días ha mostrado todas sus debilidades, incongruencias y falsedades, mostrando a las claras su talante autoritario (por ser benévolos), al servicio de los intereses de la clase empresarial y de los bancos y especuladores financieros del mundo entero, en particular alemanes. En […]

El gobierno de Rajoy hace aguas por todos lados. En tan sólo 100 días ha mostrado todas sus debilidades, incongruencias y falsedades, mostrando a las claras su talante autoritario (por ser benévolos), al servicio de los intereses de la clase empresarial y de los bancos y especuladores financieros del mundo entero, en particular alemanes.

En tan poco tiempo se ha despojado de todas las caretas con las que lograba engañar a una parte del electorado que buscó en el PP la confianza que había perdido en un partido socialista que traicionó a las bases obreras que todavía le quedaban.

La caída en picado de la valoración de Gallardón, irónico ministro de justicia tras una gestión plagada de ilegalidades en el Ayuntamiento de Madrid, y considerado progre por tantos otros progres fuera de la realidad, es el símbolo de este desprestigio tan acelerado que ha cosechado el gobierno que parecía destinado a rescatar a nuestro país de la miseria y el abismo. La desmoralización del pueblo y los riesgos de bancarrota son cada vez mayores.

Cuanto más trata el gobierno de mostrarse ante los alemanes como un alumno aplicado que cumple con todo lo que le mandan, peores resultados cosecha, disparándose sin control los indicadores más negativos. Imponen una reforma laboral esclavista, recortan todos los servicios posibles, refuerzan los cuerpos represivos, y el paro sigue aumentando, los mercados se muestran insaciables, el peligro de quiebra y rescate es cada vez mayor y los ciudadanos no dejan de protestar, sin dejarse amedrentar por las amenazas represivas.

Y por si fuera poco, dos acontecimientos se han unido a esta imparable decadencia del panorama social y político en nuestro país.

La monarquía, institución considerada intocable (irresponsable, como pone la Constitución), soporte principal de este sistema injusto y antidemocrático, se ha sumido en poco tiempo en el mayor de los desprestigios, por la corrupción y degeneración de los componentes de la llamada familia real (si es que queda algo de eso que llaman familia).

Y el otro acontecimiento es la nacionalización efectuada por el gobierno argentino, en un acto de legítima soberanía, de parte del capital de una empresa petrolera que es propiedad de inversores extranjeros y españoles. La reacción del gobierno de Rajoy no ha podido ser más patética, mostrando sus miserias y la nostalgia de un imperio que ya sucumbió hace muchos siglos.

El gobierno de un país en peligro de rescate financiero, muestra al mundo una prepotencia que resulta jocosa y vergonzosa. Al poco de producirse la noticia de la nacionalización, salen dos ministros en rueda de prensa para decir que esto es inadmisible, que Repsol «somos todos», y que los argentinos «se van a enterar». Pero tras varios días de amago de lo que finalmente se ha producido, son incapaces de decir qué piensan hacer. Porque en realidad ni pueden (este país, afortunadamente, no es la Gran Bretaña de Thatcher que envía su ejército colonial a rescatar un archipiélago robado a un país soberano) ni deben hacer nada, pues se trata de una decisión soberana que permitiría devolver a sus habitantes los recursos de la nación. No sabemos si el actual gobierno argentino hará esto, o, como ya hizo en su día Menem, lo contrario, privatizando la petrolera (igual que Felipe González con CAMPSA a favor de Repsol, empresa a la que ha tratado de beneficiar de nuevo con sus gestiones). Estos que se proclaman patriotas y demócratas de toda la vida, venden a sus ciudadanos al mejor postor y tratan de esquilmar todo lo que se les ponga a tiro, sean elefantes, servicios públicos, recursos naturales o los propios ciudadanos.

Lástima que en este caso el irresponsable borbón no podrá acudir en ayuda del gobierno para «mandar callar a alguien» (¡qué miedo!), o para darse otro nuevo viaje por el golfo, (que de tanto ir allí algo se le pega), para traerse unos litros de petróleo. Y cuando desaparece la fachada de la monarquía, quedan a la luz pública las vergüenzas del gobierno.

Como se titula este artículo, no podemos dar tregua a este gobierno ni a esta monarquía que muestran su deterioro más relevante. Pasemos a la ofensiva y exijamos el cambio de sistema, que este hace aguas por todos lados, estrangula la economía, deja en la calle a muchas familias habiendo cientos de miles de viviendas vacías, no proporciona puestos de trabajo pese a que las necesidades en equipamientos y servicios son cada vez mayores, y un largo etcétera.

Sigamos el ejemplo de Islandia, cuyos ciudadanos se negaron a pagar una deuda que no habían generado ellos y procesaron a su gobernante. O el ejemplo de algunos países sudamericanos, a los que desde Europa se aconsejaba no pagar la deuda, y que se están soltando las cadenas neoliberales que les impusieron por medio de sanguinarias dictaduras militares.

Exijamos que se vayan, que dimita el rey (no que abdique en su hijo), y que se restaure la república segada por el fascismo asesino. Y que se convoquen nuevas elecciones democráticas, pues ninguna de las actuales medidas impuestas por este gobierno fueron votadas en las pasadas elecciones, y por tanto, el gobierno no es legítimo.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.