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Siria, ese equilibrio asesino

Fuentes: Al-Hayat

Desde hace meses, pero especialmente desde que el régimen sirio logró evitar el golpe militar estadounidense y salió reforzado del acuerdo ruso-estadounidense sobre la renuncia al arsenal químico, el escenario sirio que presenciamos es un ejemplo deformado de equilibrio, cuya característica principal es el trastorno de los parámetros políticos y éticos. Por su parte, el […]

Desde hace meses, pero especialmente desde que el régimen sirio logró evitar el golpe militar estadounidense y salió reforzado del acuerdo ruso-estadounidense sobre la renuncia al arsenal químico, el escenario sirio que presenciamos es un ejemplo deformado de equilibrio, cuya característica principal es el trastorno de los parámetros políticos y éticos.

Por su parte, el régimen parece bien cohesionado y capaz de dominar política y securitariamente las zonas bajo su influencia en los centros de las grandes ciudades y el cinturón costero, además de que muestra una capacidad increíble de mantener organizadas la administración y la vida de dichas zonas, manteniendo una economía política exitosa, en gran medida, gracias a que ha logrado que las cosas sigan atadas, mucho más de lo que cabría esperar. En cuanto a las zonas liberadas, las cosas van de mal en peor: la carencia y las deficiencias predominan en cada localidad y pueblo. Y a ello ha de unirse la total ausencia de seguridad, ya sea porque el régimen tiene la capacidad de seguir matando diariamente desde el aire en cualquier punto de la geografía siria, o bien por el tremendo aumento de mafias y bandas de pillaje y secuestros. Pero sobre todo, esta situación se debe a la presencia de un horrible régimen dictatorial y opresor -el Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS, según sus siglas en inglés)-, que va ganando metro tras metro en su enfrentamiento con el ESL, que nunca fue un ejército ni en el más básico sentido de la palabra, sea cual sea el significado que se le da al concepto, y que hoy es víctima de la decadencia, como si fuera un terrón de azúcar disolviéndose en agua caliente. Entre estos dos opuestos, las brigadas islamistas se unen en ejércitos y alianzas distintas entre sí en muchos aspectos, pero a las que unen dos cuestiones principales: el rechazo a la legitimidad de la Coalición Nacional o cualquier otro grupo político, y que el islam salafí ha de ser la única referencia.

Hoy ya no se habla en ninguna parte de las zonas liberadas de un proyecto político o administrativo constructivo más allá de lo referente a sobrevivir a día de hoy. Mañana, si se puede, las palabras clave serán ISIS, los bombardeos aéreos, los SCUD, los enmascarados, el pillaje, los secuestros, el comercio petrolero, los enfrentamientos militares entre las brigadas islamistas y los kurdos, los enfrentamientos entre ISIS y el ESL, los enfrentamientos entre los islamistas… Todas estas palabras clave resuenan en el creciente sufrimiento diario -y pesan sobre la espalda- de aquellos civiles que no se han desplazado, un sufrimiento que comenzó desde la salida de la primera manifestación contra el régimen de Bashar al-Asad y que creció exponencialmente cuando los aparatos de represión del régimen mostraron su carácter sanguinario y aumentaron la letalidad de sus instrumentos y el numero de asesinatos. Es un sufrimiento que hoy ha llegado, con todas sus variantes, a ser insoportable. Hoy, también, parece que este sufrimiento ya no significa nada para el mundo, pues parece que la opinión pública internacional está harta de las imágenes de muerte y tortura de los sirios. Aquí, lo más probable es que la mayor parte de la culpa recaiga en el discurso político de la revolución, que no ha hecho durante más de dos años y medio, otra cosa que mostrar estas imágenes con profusión y esperar que el mundo hiciera algo. Pero ¿qué «realismo» ha permitido al mundo permanecer como un mero espectador durante más de treinta meses ante la continua masacre? ¿Puede ser la «política»?

Como si la creciente incapacidad de hacer llegar las imágenes de tortura no bastase, nos encontramos que el hacer llegar esas imágenes al mundo peligra. Al inicio de la revolución, el régimen impidió la llegada de los medios a territorio sirio, e intentó imponer una cortina que tapase los crímenes que cometía contra los revolucionarios y su entorno social. Pero fracasó en su intento de mantener el silencio mediático gracias a los periodistas ciudadanos que la propia revolución creó, a pesar de todos los fallos que este fenómeno pueda tener. Más aún, según el régimen iba perdiendo el dominio de los límites de Siria, se fue abriendo el camino a la entrada de reporteros y periodistas extranjeros. Hoy esto ya no es así, y ahora estos periodistas apenas se atreven a entrar en las zonas liberadas, pues a ojos de ISIS y sus semejantes son «espías», o una oportunidad de negociar desorbitados rescates, o incluso las dos a la vez. Un informe de Sky News, tras perder el contacto con uno de sus periodistas, informó de que los periodistas secuestrados en Siria son ya 21, aunque este número no expresa la magnitud de la situación. Existen casos que no llegan a los medios ni a las organizaciones de DDHH y que las familias o las partes para las que trabajan prefieren tratar en silencio. Este número tampoco incluye a los activistas locales que trabajan en los ámbitos de los medios o los derechos, y que se han convertido en un objetivo principal de los carceleros de ISIS, por lo que muchos se han visto obligados a detener sus actividades y esconderse, como cuando dominaba el régimen.

Frente el «realismo» con que la comunidad internacional trata la cuestión siria, hay una escena simplificada: el régimen de Asad ha logrado mantener su cohesión tras los primeros meses de rápida decadencia, y ha recuperado la iniciativa militar en muchas zonas. También mantiene un fuerte dominio sobre las zonas en las que está presente. En contrapartida, hay una oposición política semi-virtual, que no tiene presencia efectiva sobre el terreno, ni voz en tan solo un kilómetro cuadrado de terreno liberado, y cuyas figuras se canibalizan entre sí en una lucha delirante por nada. Mientras, el caos de las armas se extiende sobre un terreno que se ha convertido en zona de torbellinos en que se deleitan organizaciones yihadistas nihilistas que provocan el miedo de Occidente y traen de vuelta a la memoria antiguas pesadillas. No sorprende que el regreso de las comunicaciones y las coordinaciones, secretas y no, entre el régimen y varios Estados árabes y occidentales sea un tema recurrente en los medios del régimen y los de sus aliados. Al margen de lo que mienten y exageran estos medios, no hay duda de que algo de lo que dicen es cierto, sobre todo en el contexto del acuerdo ruso-estadounidense que ha rehabilitado de hecho, aunque sin expresarlo directamente, al régimen sirio como un socio político y securitario.

El tiempo transcurre a favor del régimen en este increíble equilibrio, y no sorprende que la desesperación se haya apoderado de la oposición. ¿Hay alguna posibilidad de romper este equilibrio parcial o totalmente? ¿Sigue siendo posible recuperar la iniciativa política o militar? Las respuestas son dolorosas, pero ciento cincuenta mil muertos, cientos de miles de detenidos y millones de refugiados esperan esas respuestas de las élites de la sociedad de la revolución, políticas e intelectuales.

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