Ahora que hay tregua – relativa – las informaciones sobre Siria han caído en picado. ¿Qué casualidad? Y, no obstante, sigue habiendo noticias; quizás las mejores en mucho tiempo. La noticia fundamental es la ronda de conversaciones iniciadas a instancias de Rusia, Turquía e Irán – los garantes del alto el fuego de diciembre – […]
Ahora que hay tregua – relativa – las informaciones sobre Siria han caído en picado. ¿Qué casualidad? Y, no obstante, sigue habiendo noticias; quizás las mejores en mucho tiempo. La noticia fundamental es la ronda de conversaciones iniciadas a instancias de Rusia, Turquía e Irán – los garantes del alto el fuego de diciembre – en la capital del Kazajstán, Astaná, como paso previo a un nuevo intento de conferencia de paz en Ginebra que, dada la evolución militar del conflicto, tiene en principio más posibilidades que intentos anteriores. El desenlace de la batalla de Alepo ha dado paso a una situación nueva, reforzada por el cambio de posición del gobierno turco y por la expectativa sobre la política de Trump en el área.
El punto clave en estos momentos de la nueva situación es que – salvo un nuevo vuelco en la correlación internacional – las diversas facciones rebeldes han perdido la posibilidad de derrotar militarmente al régimen (mientras la han tenido se han negado a participar en ninguna negociación política); también que el divorcio Turquía-EUA en el período final de Obama ha potenciado la iniciativa rusa que ha pasado plenamente al plano político, después de haber sido decisiva en el plano militar evitando la caída de Siria en manos de las facciones islamistas.
La cuestión de Turquía es larga y merecería reflexión aparte, pero al hilo de su presencia en el conflicto conviene resaltar de entrada dos cuestiones. Una es la política intervencionista de Erdogan, que quiere recuperar el pasado otomano – todo lo modificado que se quiera – para culminar su victoria plena en Turquía (la re-islamización de Turquía no puede completarse sin la re-otomanización del estado turco); su gran competidor es el eje Arabia-Saudí/Quatar, que tiene ventaja sobre Turquía por las características no exportables del islam turco en el mundo árabe, a diferencia de las corrientes wahabitas mediante las cuales Ryad se proyecta sobre el mundo musulmán. En ese sentido, la intervención de Turquía en el avispero regional tiene límites. Los saudo-quataries se llevan la simpatía de la mayoría de los sectores que aquí llamamos fundamentalistas; están detrás del frente Al-Nusra (vinculado con Al-Quaeda, aunque disfrace su relación para tener una mejor posición en un conflicto como el sirio, del que EEUU es factor fundamental) del actual Ahrar al-Sham y, de la manera que sea, hay sospecha fundada de que también del ISIS. Turquía necesita aliados internacionales y una frontera controlada y activa en el conflicto. Pero el entendimiento con EUA se rompió, seguramente ya antes del extraño golpe de julio, como consecuencia de la priorización del eje AS/Q por parte de Obama; y el control de esa frontera se ha debilitado mucho ante el avance en ella de los kurdos-sirios y del renacimiento de una hipótesis kurda como entidad política dentro del estado, supraestatal (con el acuerdo de una comunidad kurda reconocida a pesar de continuar repartida entre diversos estados) o en el extremo independiente.
La segunda cuestión, muy incómoda para Erdogán, es precisamente el peso creciente del protagonismo kurdo en el conflicto sirio; los kurdos sirios aprovecharon la crisis bélica de la república para constituir en 2012 Rojava, un territorio de control propio que ha resistido tanto los ataques de ISIS (batalla de Kobane) como de Turquía, que teme que el Partido de la Unión Democrática y su brazo armado, YPG (Unidades de protección del pueblo), sean una proyección del PKK, aunque lo cierto es con quien han pactado acuerdos los kurdos sirios de Rojava ha sido con los kurdos iraquies.
Respecto a la pugna por la hegemonía en la región la situación actual parece muy lábil. El entendimiento turco-ruso está determinado por las debilidades turcas y la respuesta de Erdogan al entendimiento saudí-norteamericano; pero si esos dos factores cambian, las cosas pueden volver a cambiar, a su vez, entre Turquía y Rusia. Entre ellos hay contradicciones y la mayor es el objetivo ruso de que sobreviva una Siria estable en la zona que integre a los kurdos y el escaso interés de Turquía en lo primero y aún menos en que los kurdos sirios mejoren su presencia política. Supongo que algo importante será ver si Trump mantiene la opción de alianza con Arabia Saudí y Quatar o la rectifica. Lo que es evidente es que EEUU no se retira del escenario; no puede retirarse ahora con el revés de la política norteamericana después de Alepo y aún menos dejando, como es el caso hoy, toda la iniciativa política a Rusia. Una opción de Trump es bloquear/no apoyar las conversaciones de Astana y las inmediatas de Ginebra; es lo que está haciendo: en Astana solo ha estado presente, como observador, mediante el embajador norteamericano en Kazajstán. La otra es volver a estar activo militarmente en la región: situación debilitada por la deriva de ISIS, por el desenlace de la batalla de Alepo, y por el desencuentro de Turquía que hace que necesite tener completada su nueva base militar aérea en Irak para poder tener iniciativa en el radio operativo adecuado (está en ello en Qayyarah, a 60 Km al sur de Mosul) y volver a ser alguien – como suministrador- en el conflicto interno.
Y en esto último entran de nuevo los kurdos. El movimiento kurdo hasta hace poco tenía sus territorios de protagonismo en Irán, Irak y Turquía, pero desde 2012 han entrado en escena los kurdos sirios. El PUD-YPG domina por completo Rojava y las Fuerzas Democráticas Sirias, que incluyen otros grupos menores, cristianos y musulmanes a la vez enfrentados a la insurgencia fundamentalista y al gobierno de Bachar Al Assad. Actúan como terceros en discordia y ahora pueden ser determinantes como segundos para la concordia (perdón por el chiste fácil). Como terceros en discordia recibieron ayudas de unos y de otros: de los EEUU primero (otro factor de distanciamiento con Erdogan), pero también de Rusia; y desde la batalla de Alepo, en la que han compartido bando conel ejército sirio, han pasado de ser una «oposición diferente» a Bachar Al-Assad a querer ser interlocutor. En estos momentos no solo están recibiendo equipo militar – incluido según sus propias fuentes blindados- de EEUU, sino que son huéspedes directos de la diplomacia rusa. Son en la práctica los principales receptores de la iniciativa política de Rusia en Astana. Serguei Lavrov, Ministro de Asuntos Exteriores ruso, ha sorprendido proponiendo incluir en la agenda de discusión una constitución nueva que selle la paz y materialice la resolución 2254 del Consejo de Seguridad de la ONU de XII-2015 sobre la transición a un estadio democrático que puedan compartir todas las partes que estén de acuerdo con ese estado. Y ha presentado incluso unas líneas generales para el diseño del estado, sobre el equilibrio de poderes y el reconocimiento de la diversidad interna; incluso sobre el cambio de denominación del estado de República Árabe Siria a República Siria, para evitar que una mayor concreción signifique una mayor exclusión. Esa iniciativa ha diferenciado a Rusia de una tacada al resto de las intervenciones internacionales en Siria. Los kurdos comparten en particular la propuesta rusa del nuevo estado multiétnico y multiconfesional. Su esperanza es que Rusia pueda decantar a Bachar Al-Assad a aceptar esa solución, que ellos- los kurdos – desearían que llegara hasta una fórmula federal.
Contra ese proyecto constitucional se sitúan los grupos insurgentes patrocinados por Turquía y patrocinados por Arabia Saudí y Quatar que, hasta el momento siguen siéndolo también de EEUU, que no quieren hablar de ninguna de las dos cosas y que confunden multiconfesionalidad con laicismo; y desde luego las coaliciones denominadas salafistas (con mayor o menor propiedad) que no firmaron el alto el fuego de diciembre y no están presentes en las conversaciones. El Ejército del Islam, cuyo portavoz Muhammad Alloush actúa como portavoz de la insurgencia contra Assad en las conversaciones de Astana, sostenía por boca de su fundador, Zahran Alloush – muerto en 2015 – que el Islam «no puede llegar al poder mediante la democracia como no puede crecer la uva en las espinas del endrino»; pero es probable que la pérdida de Alepo les lleve a aceptar, tácticamente, ese camino.
Si en la etapa anterior del conflicto he tenido muy claro que la caída de Bachar El-Assad, de la República Arabe Siria, habría sido un desastre en todos los sentidos – un desastre que se sumaría a la barbarie innegable de la guerra – pienso que a partir de ahora si El Assad no es capaz de consolidar una nueva relación con los kurdos perderá la ocasión de una transición democrática que legitime la supervivencia de una Siria, en la que quepan el Baas, el Frente Nacional Progresista, el PUD y los partidos confesionales – musulmanes o cristianos – no sectarios. Pongamos una vela a las habilidades de San Nicolás.
Las conversaciones de paz no son menos complicadas que los enfrentamientos armados y sigue presente el peligro de que para algunos de los participantes la política no sea más que la guerra por otros medios. Desde el primer día en que se reunieron en Astaná Muhammand Alloush ha condicionado de manera pública la continuidad de la presencia de los insurgentes a concesiones del gobierno de Al-Assad. Y la escasa entidad de la representación norteamericana no es un buen augurio. Por otra parte Rusia ha reforzado el proceso de paz con una dinámica de conversaciones paralelas en Moscú que incluye a los kurdos, que no pueden estar en Astaná por el veto turco y por el momento Turquía e Irán mantienen el apoyo y frente a los rumores de que la nueva ronda de conversaciones en la capital kazaka se aplazara a finales de mes, hoy 7 de febrero los tres garantes internacionales han vuelto a reunirse hoy para acelerar esa segunda reunión. Las incertidumbres, las contradicciones, que aguardan al proceso de paz se resolverán si esa actuación conjunta se mantiene y según cual sea el paso que finalmente de Trump. Y no hay que perder de vista que, de todas maneras, si el proceso de Astaná-Ginebra concluye de manera positiva, quedará en Siria, como en Irak, por resolver las derivadas que dieron lugar al ISIS y a la expansión de los grupos extremos, más tafkiristas que salafistas, que se mueven bajo el paraguas financiero e ideológico de los saudíes y quataríes; aunque el camino del final de esas derivadas pasa por la supervivencia de una Siria plural.
Por cierto, el tema de la organización territorial de la nueva República Siria ha planteado una cuestión que por aquí nos suena algo. Rusia propone para los kurdos la autonomía; los kurdos piden ir más allá y llegar a una solución federal pero no se niegan a la autonomía – por ahora-; en el Baas parece que cuesta aceptar que se llegue a soluciones sobre la cuestión territorial en los acuerdos de paz y quieren remitir esa cuestión a un referéndum en toda Siria. EEUU ahí tiene un margen de maniobra; quizás esté tentando a los kurdos a no quedarse solo en lo que los rusos planteen y a propugnar la independencia. Si eso fuera así, nueva patada al tablero, volver a empezar y en ese caso la iniciativa podría ser recuperada de nuevo por EEUU, con ayuda de los kurdos iraquíes de la Unión Patriótica. Quizás la opción de esa maniobra esté en la batalla de Mosul.
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