Traducción de Antonio Martínez Castro
Las ensordecedoras manifestaciones de protesta de ayer, «viernes de la perseverancia», en todas las ciudades sirias suponen un cambio esencial, tanto entre las filas del pueblo como en los pasillos del régimen, que permite esbozar el escenario previsto para los próximos días.
Los sirios que participan en esta brisa de protestas acaban de demostrar con claridad que ya no tienen miedo y que poseen la misma determinación que los otros pueblos árabes sublevados a que se escuche su voz, a demostrar su valor y a continuar con el movimiento político de protesta hasta conseguir que se cumplan todas las demandas de cambio y reforma.
El régimen sirio, por su parte, parece haberse dado cuenta de que recurrir al asesinato con el objetivo de sembrar el pánico da peor resultado que tratar a los manifestantes de forma menos violenta. Más aún cuando a todo el mundo le ha quedado claro el compromiso del pueblo sirio con las vías pacíficas, sin dejarse arrastrar por la violencia confesional a la que algunos les querían empujar.
Los asesinatos sucedidos en Deraa, Banias, Jebla y Homs no se han repetido con la misma intensidad ayer. Hemos visto a los cuerpos de seguridad usar, por primera vez, mangueras de agua para dispersar a los manifestantes y no balas. Salvo alguna excepción.
De repente, las bandas «espectrales» se disiparon, también desaparecieron los infiltrados que disparaban de forma arbitraria por las calles, tampoco escuchamos la muerte de decenas de efectivos de los cuerpos de seguridad, tal como veníamos oyendo, todo esto pone un punto de interrogación sobre la versión que los medios oficiales venían divulgando los días pasados a este respecto.
Está claro que la estrategia de usar la fuerza desproporcionadamente por parte de las fuerzas de seguridad contra los manifestantes ha sido revisada. Los políticos se han dado cuenta de que derramar sangre conduce irremediablemente a reavivar las protestas y no a apagarlas, y que los entierros se convierten siempre en festivales multitudinarios en busca de venganza.
Quizá la razón más importante para que los políticos sirios se relacionasen ayer de forma «pacífica» con los manifestantes es el miedo a una intervención exterior, regional o internacional, especialmente después de las declaraciones de la Secretaría de Estado estadounidense: «Irán se propone enviar refuerzos para ayudar al régimen sirio a enfrentarse con las protestas». No creemos que el régimen sirio precise ayuda iraní, o de nadie, para reprimir a los manifestantes pues dispone de ingentes fuerzas de seguridad para cumplir esa misión. El objetivo real de esa declaración estadounidense es advertir al régimen de las consecuencias que se derivan de repetir la lamentable experiencia libia.
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Abrigamos la leve esperanza de que el régimen sirio se haya convencido de que las soluciones en términos de represión para resolver la aguda crisis que atraviesa el país están abocadas al fracaso. Recurrir a las fuerzas de seguridad ha sido el método que ha utilizado el régimen a lo largo de los últimos cuarenta años. Todos los gobiernos que han recurrido a la fuerza en Oriente y Occidente han fracasado, entre ellos EEUU en Afganistán e Iraq, Reino Unido en Irlanda, Servia en Kosovo y Bosnia, y no hablemos de Egipto o Túnez. La lista es larga.
Tampoco «la amenaza de la guerra civil movida por agentes externos e internos» ha dado fruto, las manifestaciones del «viernes de la perseverancia» daban fe de la cohesión social, la unidad nacional y la hermandad entre las distintas regiones, confesiones y etnias. Hay que interpretar los lemas que se corearon a favor de la convivencia como una respuesta directa a la alarma de división que esgrime el gobierno.
La sociedad siria ha estado siempre por encima de las divisiones confesionales y ha superado todos sus retos, es más, ha sabido exportar más allá de sus fronteras la idea del nacionalismo por todo el mundo árabe y ha acogido a cualquier árabe independientemente de su nacionalidad y credo. Más de un millón y medio de iraquíes se refugiaron en Siria huyendo de la guerra civil y la ocupación en su país, un cuarto de millón de palestinos también antes que los iraquíes, y todos fueron recibidos en calurosa bienvenida, con hospitalidad y honor, trato de igualdad con los hijos del país, sin reproches.
El presidente Bashar al-Asad ha recibido un gran número de autoridades municipales y personalidades de las confederaciones de familias, conversó con ellos con franqueza y les dio la palabra de satisfacer sus demandas regionales. Entre ellos se contaban los de Deraa y Banias. También repitió sus promesas de reforma a nivel nacional.
Este es un buen paso, aunque creemos que es corto y que se ha dado tarde. Los sirios quieren que se empiece de inmediato con las reformas y la reconciliación nacional porque la distancia entre el régimen y el pueblo se agranda de forma súbita con cada nueva gota de sangre que las fuerzas del orden hacen correr. Esperábamos que el joven presidente iba a disculparse, en calidad de máximo responsable, ante las familias de los mártires y los heridos en un discurso público. Todavía queda algo de tiempo para salvar lo que sea posible.
El mayor error que ha cometido el régimen sirio a lo largo de los últimos diez años es no haber transportado al pueblo y al país de la etapa del fallecido presidente Hafez al-Asad a la de su hijo Bashar mediante reformas políticas, sociales y económicas radicales. Las enojadas brisas populares son el reflejo de esa realidad. La represión de hace veinte o cuarenta años ya no vale hoy, la época ha cambiado, el pueblo ha cambiado, sin embargo el régimen no ha cambiado, es más, se resiste a cambiar por culpa del dominio de la vieja guardia y su primitivo sistema de seguridad.
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La revuelta popular siria entra hoy en su quinta semana y es triste comprobar que el régimen no ha hecho una sola concesión ni ha respondido favorablemente a ninguna de las exigencias de los manifestantes: sigue estudiando suprimir el estado de excepción, no hay una nueva ley de información, ni tampoco ha derogado el octavo punto de la constitución que establece el dominio del partido Baaz.
¿Cómo puede el presidente decir que acepta la pluralidad política mientras detiene a todo aquel que tiene una opinión diferente? ¿Cómo promueve una nueva ley de información que recoja la libertad de expresión y al mismo tiempo cesa a la directora de redacción del periódico oficial Tishreen por pedir que se abra una investigación sobre los excesos de las fuerzas de seguridad al desobedecer las directrices del presidente en lo tocante a no disparar a los manifestantes? Y no le sirvió decir también que ha educado a sus hijos en la doctrina del amor a Bashar al-Asad.
El nuevo gobierno formado por el Sr. Adil Safr es decepcionante, incluye a la mitad de los antiguos ministros y no cuenta con nadie de la oposición juvenil, ni con una sola personalidad de reconocimiento nacional. Este gobierno nos recuerda al formado por Ahmad Shafiq antes de que se echara a Hosni Mubarak del poder.
Los sirios quieren ser libres y restablecer su dignidad a la sombra de reformas que garanticen la democracia, la justicia, la igualdad, el estado de derecho y el techo más amplio posible para las libertades. El camino en esta dirección ha empezado y va a ser muy difícil que se detenga o que se pueda siquiera frenar, no hay vuelta atrás, imposible. Todavía queda una minúscula posibilidad de salvación aunque no somos muy optimistas en la creencia de que el régimen la sepa explotar.
El pueblo sirio es generoso y por sus venas corren los genes de la civilización y la vanguardia, no se para a medio camino, y quien diga lo contrario, no conoce a ese pueblo ni ha leído su historia. Y si no ya lo veremos.
Fuente: http://alquds.co.uk/index.asp?