Los bombardeos aéreos y el lanzamiento de misiles Tomahawk de las últimas horas sobre territorio sirio son el más reciente eslabón de una cadena de agresiones militares, diplomáticas y políticas contra este milenario país por cuenta de Estados Unidos, en busca del derrocamiento del presidente Bashar Al Assad y la destrucción de su régimen, es […]
Los bombardeos aéreos y el lanzamiento de misiles Tomahawk de las últimas horas sobre territorio sirio son el más reciente eslabón de una cadena de agresiones militares, diplomáticas y políticas contra este milenario país por cuenta de Estados Unidos, en busca del derrocamiento del presidente Bashar Al Assad y la destrucción de su régimen, es decir, de su gobierno e instituciones.
Ciertamente, los bombardeos no se han dirigido contra Damasco, capital siria, ni contra instalaciones militares o de gobierno. Han estado dirigidos contra las fuerzas del llamado Estado Islámico, una organización insurrecta y opuesta a Al Assad. Pero tal hecho cierto no debe ser factor de distracción sobre el objetivo central de Estados Unidos en ese país, que es la eliminación física absoluta del gobierno sirio. Lo mismo que buscó y consiguió Washington en Afganistán, Irak y Libia.
Y lo mismo que desde hace tiempo anda buscando la Casa Blanca en Irán y en Palestina. Y lo mismo que pretende respecto de la resistencia libanesa contra la ocupación israelita de Palestina, encarnada en la milicia Hezbollá.
A primera vista y sin mucha reflexión puede parecer que los ataques estadounidenses contra el Estado Islámico favorecen al gobierno sirio de Al Assad. Pero esta es una tesis que olvida o soslaya el objetivo de largo plazo de Washington que es el derrocamiento del régimen sirio y su reemplazo por un gobierno funcional a los afanes de conquista y dominio de Estados Unidos en ese país y, más aún, en esa región del planeta.
Podría ser que momentáneamente Al Assad se vea aliviado de la presión y hostigamiento bélico del Estado Islámico. Pero es evidente que incluso en el caso de la improbable derrota de los insurrectos, la meta central de Estados Unidos, que es el derrocamiento y muerte de Al Assad, no habrá variado un ápice. Y tampoco variará si, como cabe esperar, la situación se empantana y no le es posible a Washington destruir a la agrupación rebelde.
En ambas circunstancias, el presidente sirio seguirá sometido a la constante agresión estadounidense, adicionada con la insurrección yidahista, lo que le impedirá gobernar plenamente y lo sujetará a un permanente proceso de desestabilización.
De modo que una interpretación menos ilusa de los bombardeos yanquis contra el Estado Islámico lleva a concluir que no hay razones para pensar que tales acciones significan un beneficio para Al Assad y su régimen.
Esta manera de ver las cosas puede ir más adelante: en realidad el único beneficiado de los ataques aéreos contra el Estado islámico es Estados Unidos, por al menos las dos siguientes razones.
Primeramente y violando la legalidad internacional ha logrado comenzar su ansiada presencia y actuación militar en territorio sirio. Y si ya logró meterse, ¿por que habría de salirse?
Es cierto que los puros bombardeos aéreos no implican la ocupación del terreno. Pero (y he aquí una segunda razón) es igualmente cierto que la preparan y anticipan. Digamos que esos ataques aéreos son la primera fase de una intervención militar más amplia, que, como enseña la experiencia, incluye necesariamente el posterior despliegue de tropas terrestres en esa parte del territorio sirio. Y todo él, si las condiciones lo permiten o posibilitan.
A estas breves reflexiones de lógica elemental no puede ser ajeno el presidente Al Assad. Con toda seguridad él comprende que se enfrenta a una perversa operación de pinzas: por un lado Estados Unidos y por el otro el Estado Islámico. Y son mucha las evidencias de que el puño que aprieta esas pinzas se encuentra en Washington. ¿O no es verdad que el Estado Islámico es un engendro del imperialismo yanqui, como lo fue y lo sigue siendo Al Qaeda?
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor.
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