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Siria, una nación de penas y sufrimiento (Parte III)

Fuentes: Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

«Nuestros enemigos no cruzaron nuestras fronteras

Se deslizaron como hormigas a través de nuestra debilidad»

Nizar Qabbani, «Apuntes en el cuaderno de la derrota» [«Hawamesh ‘ala Daftar al-Naksah», 1967]

(Véanse la Parte I , Refugiados, y la Parte II , Vecinos, de esta serie de tres artículos)

III. Los planes de Occidente

El 12 de diciembre, los Amigos de Siria se reunieron en Marrakech, Marruecos, para celebrar su cuarta conferencia. Hillary Clinton no pudo asistir porque había contraído un virus estomacal. Los Amigos de Siria dieron un reconocimiento político total a la Coalición Nacional Siria (CNS). De repente dejaron de llamarla gobierno en el exilio y de intentar nombrar un gabinete que se haga cargo del gobierno cuando el régimen de Asad caiga. Dos son las razones que han impedido que eso suceda: en primer lugar, los rusos no tolerarían un nuevo gobierno que no integrara a algunos de los miembros del régimen de Asad; en segundo lugar, la misma CNS está plagada de desavenencias, con las secciones laicas muy nerviosas a causa del incremento del poder del Islam político con sus diversas corrientes. La declaración reiteró la integridad de Siria, pidió un inmediato alto el fuego pero también reconoció «la legítima necesidad de que el pueblo sirio se defienda a sí mismo contra la violenta y brutal campaña del régimen de al-Asad».

En base a su lectura de los informes de inteligencia occidentales, Hillary Clinton había dicho hace una semana: «Parece que ahora la oposición en Siria es capaz de mantenerse firme y combatir a las fuerzas del gobierno». El reconocimiento del derecho del pueblo sirio a «defenderse» aparece en el juego con cierto retraso. Los sirios llevan ya inmersos en el fragor de una desigual batalla militar desde al menos septiembre de 2011. Las bajas masivas entre los combatientes pobremente armados y entrenados no han disuadido a la resistencia, que siguió enfrentándose de forma extraordinaria a un régimen que estaba dispuesto a utilizar una fuerza considerable y que ya había demostrado su crueldad con el arresto y tortura de los niños de Banyas, Daraa, Damasco, Duma, Homs y Al-Tal, incluyendo la brutal tortura y asesinato de Hamza Ali al-Jatib el 29 de abril de 2011. La seguridad estatal (Amn al-Dawla), la seguridad política (Amn al-Siyasi) y la seguridad militar (Amn al-Askari) no paraban mientes respecto a la edad o culpabilidad; en una manifestación pacífica, tuvo que morir aplastado un niño antes de que la rebelión entrara en su fase armada. Esos penosos incidentes endurecieron a la oposición, cuya capacidad de resiliencia contra el régimen parece ahora haber cambiado su curso.

EEUU ha decidido meter más la nariz en el proceso porque, según señala The New York Times, «parece que los combatientes de la oposición estaban empezando a tomar impulso y que cada vez estaban más dominados por los islamistas radicales». Mientras sus Eminencias se reunían en Marruecos, los comandantes rebeldes formaban en Turquía el Consejo Militar Supremo. Las noticias sugieren que son los qataríes y los saudíes quienes han impulsado esta formación para canalizar mejor su ayuda militar. Los islamistas radicales, que han sido muy eficaces en el campo de batalla sirio, no están dispuestos a quedarse excluidos de este Consejo, aunque el recientemente prohibido Frente Al-Nusra no fue invitado.

Como señal de que Al-Nusra podía no ser tan marginal como la Casa Blanca espera, el alto dirigente de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Faruk Taifur, dijo que esta decisión era «demasiado precipitada». Taifur, que es el interventor general adjunto de los Hermanos Musulmanes y está en la junta directiva del Consejo, es de Hama, ciudad bombardeada hasta lo indecible en 1982 por Asad padre, pero no hasta que la misma Vanguardia Combatiente de Taifur (Attali’a el-Mukatillah) hubo asumido por sí misma la lucha armada contra el régimen. Fue su grupo quien dirigió la infame masacre de la Escuela de Artillería de Alepo en 1979 contra oficiales alauíes, por tanto, siente ciertas simpatías por los métodos desplegados por Al-Nusra y, probablemente, capta perfectamente que Occidente desea debilitar a los islamistas políticos en la futura Siria.

Washington se halla en un dilema respecto al aspecto más duro de los islamistas y a su capacidad. Nuevos detalles acerca de los envíos qataríes de armas a Libia han hecho que EEUU se cuestione si es una buena idea la de armar a los rebeldes sirios. Los qataríes, le dijo un funcionario del Departamento de Defensa estadounidense a The New York Times, estaban entregando armas a grupos en Libia que son los «más antidemocráticos, los que mantienen una línea más dura… y más cercana a una versión extremada del Islam». Un traficante de armas estadounidense dice que los qataríes no seguían método alguno en sus entregas: «Reparten armas como si fueran caramelos». Los informes sobre niños decapitados y masacres de civiles por parte de los grupos rebeldes (como los del 11 de diciembre en el pueblo alauí de Aqrab, en Hamah, que informaban que había varios cientos de muertos y heridos) insuflan complejidad al conflicto sirio. El ataque contra el consulado de EEUU en Bengasi (Libia) se sitúa entre ese tipo de historias.

Occidente está en un brete. Siente reticencias a armar completamente a la rebelión siria. Esto crea el potencial para que quienes han estado armándoles (los qataríes y otros árabes del Golfo) consigan que los grupos existentes sobre el terreno se inclinen más hacia el lado del extremismo. Si Occidente no empieza a enviar armamento más sofisticado, no hay garantía de que éstas no fueran a parar en cualquier caso a los extremistas, ya que ellos, a diferencia de los liberales, tienen presencia sobre el terreno junto a los comités de la resistencia, que no son ni extremistas ni están dirigidos por los liberales. Occidente apoyó a los liberales, por tanto no va a poder controlar ni influir en los grupos que consiguen las armas. Esos temores no los tiene solo Washington. Como EEUU señaló que reconocería a la Coalición, el Dr. Kamal Labwani, uno de los liberales más destacados, dijo el 11 de diciembre desde Turquía: «Si los estadounidenses quieren reconocer a esa Coalición, entonces van a tener que asumir la responsabilidad de poner a los Hermanos Musulmanes en el poder y todas las consecuencias que eso acarree».

Una tercera teoría es que Occidente apruebe secretamente el apoyo a los grupos de línea dura, confiando en que una vez que el juego se acabe para Asad, esos irritantes sujetos sean una preocupación para los liberales, que serán débiles y estarán en deuda con Occidente. Esta tercera teoría sugiere que no hay tanta distancia entre las maniobras de Qatar y las supuestas reticencias del gobierno de EEUU. Mis conversaciones con responsables políticos estadounidenses sugieren que no tienen las cosas tan claras y que hay en efecto una división en la Casa Blanca de Obama, con una parte del aparato mostrándose muy cautelosa acerca de actuar sobre el terreno y otra parte ansiosa por ir.

Las alertas desde Tel Aviv sobre los temores ante una toma del poder islamista de Siria se corresponden con los de la elite de Washington que no quiere que EEUU se extienda hacia Siria. Prefieren que continúe el baño de sangre, que Siria quede herida de muerte y que después los liberales de la Oposición aparezcan milagrosamente en Damasco como los nuevos dirigentes. Washington no quiere repetir el Modelo Libio en Siria. Prefiere el Modelo Yemení, aunque con las escasas opciones que quedan en el círculo más cercano a Asad, dejará que sea uno de esos de traje de la Coalición el que se ponga al frente. Washington y Tel Aviv quieren un asadismo sin Asad, lo que se conoce como «moderación autoritaria» (un término acuñado por Anthony Cordesman y Ahmed Mashim en 1997, respecto al cambio de régimen en Iraq).

Los Hermanos Musulmanes ocupan 40 escaños de los 120 del Consejo. Esto no molesta a EEUU, que tiene una larga relación con los Hermanos Musulmanes de Siria, incluyendo el hecho de haberles utilizado como «sustitutos» (en palabras del ex agente de la CIA Robert Baer) contra el régimen de Asad desde los años ochenta. Pero los israelíes tienen alergia del jefe titular de la Coalición, Muaz Al-Jatib. El pasado año, Al-Jatib escribió un ensayo en el que llamaba al Sionismo «movimiento cancerígeno», insultando a la ideología que rige en Israel. No importó nada que diferenciara este movimiento de los «judíos como seguidores de una religión muy respetada en el Islam». Fue suficiente con que fuera antisionista para alertar a Tel Aviv a ponerse en contra suya, a pesar del hecho de que al-Jatib ha moderado sus opiniones desde su nombramiento a primeros de noviembre. Los israelíes están nerviosos sobre el final de Asad. Les gustaba su ambivalente dictador, que les permitía alardear de ser la «única democracia en Oriente Medio» y que defendía su frontera desde 1973. La derrota estratégica de Israel en Gaza debe abrir un período de replanteamientos en Tel Aviv acerca de si quiere arriesgarse a un gobierno más hostil en sus fronteras.

El portaaviones USS Eisenhower navega ahora por el Mediterráneo Oriental. Solo se le hubiera permitido aproximarse a la zona que rodea la base rusa en Tartus (Siria) si Moscú le hubiera dado permiso para hacerlo. El Primer Ministro ruso, Putin, estaba en Ankara, donde besó la mano del Bajá en la esperanza de aumentar el comercio ruso-turco. Se habló con audacia de triplicar los lazos económicos para caldear las congeladas relaciones entre esos dos adversarios de la Guerra Fría. En París, Putin quitó importancia a los vínculos entre Moscú y Damasco: «Rusia no tiene unas relaciones especiales con el Presidente Asad. Esas relaciones existían entre la Unión Soviética y su padre, pero no existen entre nuestro país y el actual Presidente sirio». El Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Lavrov, dijo a Argumenty&Fakty que su país no estaba dispuesto a apoyar a Asad hasta el final, y que estaban buscando abrir conversaciones directas entre Ankara y Damasco para restablecer el estancado diálogo regional. Para Moscú está razonablemente claro que el Sultán de Damasco está luchando por su supervivencia y que esto le ha dejado sin opciones: no hay flexibilidad para Asad, por tanto no hay influencia para los rusos. Están buscando otras avenidas para sus propios intereses nacionales.

Lo que Rusia teme es la expansión de la influencia de la OTAN, y por eso Lavrov está preocupado por las baterías defensivas de la OTAN que van a situarse en el sur de Turquía. La OTAN ha indicado en varias ocasiones que no quiere entrar en conflicto en Siria. Las baterías son, señaló el Secretario General de la OTAN Anders Fog Rasmussen, la posición máxima que puede asumir la Alianza. Eso llega acompañado de la cuestión de las Armas de Destrucción Masiva, que es un temor legítimo dada la ligereza con que el régimen de Asad ha utilizado la violencia contra la población. Se debe a esa ligereza que Washington pueda desear aprender una lección que Moscú ha digerido ya: Asad va a estar luchando hasta el final, siente que la ausencia de acción internacional hasta ahora (a pesar de los 40.000 muertos) le da impunidad para actuar, y la idea de que se irá al exilio a Latinoamérica es una broma cruel frente al exagerado sentido que tiene de su propio patrimonio.

El reconocimiento de la Coalición por EEUU, las baterías de la OTAN, los buques por el Mediterráneo Oriental, la charla familiar sobre las armas de destrucción masiva, nada de todo eso va a conseguir que Asad negocie. Como el escritor y disidente Yasin al-Haj Saleh expuso en una reciente entrevista desde Damasco: las presiones sobre Assad sin que haya un cambio en el equilibrio de las fuerzas sobre el terreno, servirán solo para empujarle hacia opciones más extremadas de autodefensa. «El que quiera negociaciones serias con el régimen debe ser más fuerte que él», señala. Si los rusos empiezan cortar sus líneas de suministros al ejército sirio, este se quedaría realmente más aislado y debilitado. Los sirios que se oponen a Asad tildarían al régimen de «banda» o «fuerza de ocupación», lo que indicaría que su temor ante el régimen se habría evaporado. Todo lo que queda de él es su superioridad en armamento. Cuando eso finalmente se acabe, Asad tendrá que pedir la paz. «Esta es una realidad muy dolorosa para nuestro país», dice Saleh, «al convertirlo en un campo de juego para una batalla muy violenta y a gran escala. Pero esa es nuestra situación y tenemos que reconocerla con la mente muy clara. Hacerse ilusiones sobre el régimen de Asad puede ser más costoso y más penoso que todo lo que ha sucedido hasta hoy». Es muy importante el énfasis en «nuestra situación». Eso es lo que los sirios tienen entre manos, a costa de muchas vidas. Si Occidente decide entrar ahora sobre un Caballo Blanco, será sencillamente para tomar el mando de la situación post-Asad. Y no será por motivos humanitarios.

Queda una frágil esperanza en la revitalización del nacionalismo sirio o árabe como un cordón que una a la gente a través de las crecientes divisiones sectarias. Pero las mazmorras del Baaz asfixiaron el nacionalismo sirio. Quizá sea confiar demasiado que ahora pueda reavivarse en medio de esta torturada lucha. La política es desconcertante, el sufrimiento humano intolerable.

Vijay Prashad es profesor y director de Estudios Internacionales en el Trinity College, Hartford. Su último libro publicado es Arab Spring, Libyan Winter (AK Press). Es también autor de Darker Nations: A People’s History of the Third World (New Press), con el que en 2009 ganó el premio Muzaffar Ahmed Book.

Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/8994/a-nation-of-pain-and-suffering_syria-(part-3)