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Sobre el aborto y la dimensión humana de la vida

Fuentes: Rebelión

«Traer a un niño al mundo tiene sentido sólo si el niño es deseado consciente y libremente por sus padres. Si no, se trata simplemente de comportamiento animal y criminal. Un ser humano se convierte en humano no sólo por la convergencia causal de ciertas condiciones biológicas, sino a través del acto de voluntad y […]

«Traer a un niño al mundo tiene sentido sólo si el niño es deseado consciente y libremente por sus padres. Si no, se trata simplemente de comportamiento animal y criminal. Un ser humano se convierte en humano no sólo por la convergencia causal de ciertas condiciones biológicas, sino a través del acto de voluntad y amor de otras personas. Si este no es el caso, la humanidad se vuelve –lo cual ya ocurre– no más que una madriguera de conejos. Sólo aquéllas personas que están 100% convencidas de poseer la capacidad moral y física no sólo de mantener a un hijo sino de acogerlo y amarlo, tienen derecho a procrear. Si no es el caso, deben primeramente hacer todo lo posible para no concebir, y si conciben, el aborto no representa sólo una triste necesidad, sino una decisión altamente moral que debe ser tomada con completa libertad de conciencia (…)»

(Italo Calvino, en su alegato contra Claudio Magris)

Ante la posible retirada por parte del Gobierno del proyecto de ley de reforma del aborto, los llamados Grupos «Pro-Vida» se manifestaron recientemente en varias ciudades, exigiendo que dicha reforma se apruebe en la presente legislatura, reclamando política de abortos cero, y todo ello bajo amenaza de hacer campaña en contra del voto al PP para las próximas citas electorales de 2015. Bien, lo curioso es que una de las pancartas principales de dichas manifestaciones ilustraba muy claramente la concepción que estos grupos tienen de la vida humana, ya que la consideraban literalmente «Don de Dios«. Y para ellos, debe ser una concepción muy generalizada, ya que ante los medios de comunicación hablaban de que «los españoles no vamos a consentir que nos traicionen en este tema«. Ha coincidido, como es natural, con la misma exigencia por parte de los dirigentes de la Iglesia Católica y de la Conferencia Episcopal.

En el fondo, una muestra más del pensamiento dominante, que se extiende a toda una cosmosivión religiosa en torno a la concepción de la vida humana, por efecto e influencia de los preceptos de la religión católica en nuestra sociedad, desde tiempos inmemoriales. En efecto, es tanta la difusión de la fe y de los dogmas religiosos en nuestra sociedad, que incluso personas de ciencia, ilustres científicos (médicos, biólogos, químicos, físicos, etc.), muestran a veces, o bien sus dudas al respecto, o bien su posición religiosa sobre el asunto (según ellos e incomprensiblemente, compatible con la visión científica). Pero centrándonos en el aborto, vamos a intentar rebatir y dejar al aire las tremendas contradicciones que dichas personas manifiestan. De entrada, y por mucho que quieran negarlo (que lo niegan muchas veces) la connotación religiosa en torno a la concepción de la propia vida humana es el auténtico argumento, es el guión de fondo que sostienen estas personas para defender las políticas de penalización al aborto, o si se quiere, para estar en contra de las políticas del aborto libre, dentro de una supuesta ley de plazos, como la actual.

No son los plazos lo que les preocupa, ni que la vida de la madre pueda correr peligro, ni que el embarazo en cuestión sea consecuencia de una violación, ni las posibles malformaciones que el feto pueda presentar, ni las condiciones socioeconómicas que rodean a dicha familia, ni, por supuesto, los derechos y las libertades de la mujer. Ellos no están en estos temas «terrenales». Porque su visión dogmática y fundamentalista se basa únicamente en el sumo precepto de que la vida humana es un «don de Dios», y de que dicha vida existe desde el mismo momento de la concepción. Por tanto, es la concepción «divina» de la vida humana lo que les interesa, lo que prevalece, la razón última de la defensa de sus políticas. Pero frente a esto, nosotros, los que nos colocamos a la otra orilla, los que no creemos en ningun dogma religioso, los que anteponemos la visión únicamente humana de la vida, no podemos aceptar dicha concepción.

Porque, al no creer en ninguna dimensión «divina» de la vida humana, al no creer que es un «don de Dios», la colocamos en la única dimensión posible: la dimensión humana. Y por tanto, no nos interesa la posible «vida» (que no es tal) de un grupo de células en constante división y reagrupamiento sin fin en diversas fases que los anatomistas estudian perfectamente (mórula, blástula, etc.), sino que nos interesa la dimensión de la vida en cuanto persona, en cuanto humana. Nos interesa la dimensión social de la vida, porque nos interesan los posibles derechos y libertades de las personas, sus posibles problemáticas, su protección y amparo social, desde que nace hasta que muere, en todas sus dimensiones, en todas sus facetas, en todas sus edades, ante todos sus problemas. Nos suena a rancio y a fundamentalismo religioso eso de los «derechos del concebido y no nacido» (¿quién es el concebido?), porque además suele ser la misma gente que defiende la ley del darwinismo social, que proclama que la sociedad debe, después de que haya nacido, abandonar a cada cual a su suerte, para que venza y triunfe el más fuerte, el más poderoso, el que posea más medios.

Parece ser que a estos Grupos «Pro-Vida» no les interesa toda la dimensión de la vida, sino sólo la dimensión de la vida del no nacido, sólo ese tramo de la vida, al parecer, es digno de ser protegido. Pero para ellos, una vez nacido, parece que no importa si no puede ser criado y alimentado por sus padres, si no pueden darle una buena educación, si la sanidad no puede atender sus posibles enfermedades, si (en el caso de ser una persona discapacitada) la sociedad renuncia a su deber de asistencia, si una vez adulto no puede disfrutar de un trabajo digno, de una vivienda digna, o si una vez ancianos/as, la sociedad no le garantiza unas mínimas prestaciones para seguir viviendo dignamente. Parece ser que esta dimensión de la vida, como ya es humana, no es divina, ya no interesa tanto, y las personas se pueden ver abocadas a su suerte, y continuar viviendo en la pobreza, en la miseria, en la barbarie, en la indigencia, en la precariedad, en la exclusión, en el desempleo o en el exilio. Para ellos da igual, porque ya en su momento, protegimos la vida del «ser humano» antes de nacer, y ahí acabó la responsabilidad de la sociedad, del Gobierno, del Estado. Por cierto, que si tanto defienden la vida, deberían hacerla también extensible no sólo a los humanos, sino también al resto de los animales de la «creación divina» de Dios, y enfrentarse también, como lo hacen los grupos animalistas y ecologistas, a tanta «tradición» bárbara que tenemos en este país, en la mayoría de cuyas fiestas populares se maltratan y/o asesinan a inocentes animales (caballos, toros, bueyes, gallos, cabras, perros, etc.).

En resumidas cuentas, frente a tanta creencia sobrenatural, frente a tanto fundamentalismo religioso en la concepción de la vida, nosotros creemos únicamente en la dimensión humana de la misma, que es aquélla que no parte de ningún ser sobrenatural, sino de la reproducción humana como un proceso meramente natural y científico, descrito y estudiado hasta la saciedad, tanto en la especie humana como en el resto de especies vivas del Universo. Y a ello, añadimos la capa social de la vida humana, y por eso nos preocupa, en vez del aborto (tildado de «asesinato» porque interrumpimos, porque impedimos que llegue a su fin esa obra de Dios), la completa garantía y protección que la propia sociedad otorga a dicho individuo, a dicho «ser social». Y por eso nos preocupa la protección de la infancia, y la educación, y la sanidad, y nos preocupan los servicios sociales, y nos preocupan los derechos fundamentales que debe tener garantizados esa persona humana, como la alimentación, el trabajo, la salud, la vivienda, y un larguísimo etcétera, que parece no preocuparles nada (incluso atacar) a aquéllos que defienden vehementemente los derechos de los no nacidos, de los concebidos, porque la vida es un don de Dios, es algo que nos viene por ley divina, por una ley sobrenatural. Pues no, la vida y la muerte son manifestaciones de la naturaleza, y lo que debemos procurar los humanos es garantizar una buena vida, una vida digna, a todos los nacidos, es decir, a todas las personas.

Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog

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