En estos últimos días, estamos sufriendo el bombardeo de los medios de comunicación por esa evaluación del nivel formativo de ciudadanas y ciudadanos de 23 países, en la que los españoles hemos quedado a la «altura del betún». Sin la más elemental reflexión los informativos, y esos pseudotertulianos, se han limitado a dar la noticia, […]
En estos últimos días, estamos sufriendo el bombardeo de los medios de comunicación por esa evaluación del nivel formativo de ciudadanas y ciudadanos de 23 países, en la que los españoles hemos quedado a la «altura del betún». Sin la más elemental reflexión los informativos, y esos pseudotertulianos, se han limitado a dar la noticia, y a echar la culpa al empedrado: que si es culpa de las leyes anteriores, que si el rango de la muestra se extiende a un largo periodo que abarca tiempos de la dictadura, etc. etc.
El asunto no deja de ser una táctica más de distracción de las que se utilizan para embelesar, y evitar entrar en temas importantes que afectan a amplias capas sociales, como son el paro, la precariedad, la corrupción, las mentiras de los políticos y, entrando en asuntos algo más profundos, la supeditación de aquellos, de los políticos, a los dictados del poder real.
La práctica educativa, encuadrada en el actual sistema, juega el papel que le corresponde, muy alejada del auténtico desarrollo integral de las personas. En algún momento pensé que la dinámica del propio sistema entraría en contradicción, y forzaría el cambio de lo educativo en beneficio de la producción y del consumo. Ahora, con algún dato más, y un mayor tiempo de reflexión, me atrevo a decir, con rotundidad, que no son posibles cambios aislados de cualquiera de las estructuras que sustentan al sistema, a saber: el modelo político, la función de los medios de comunicación (que hoy se emplean sólo para alienar) y el modelo educativo y cultural, así como la propia organización productiva y social. El cambio debe de ser global y simultaneo.
La historia, y la propia experiencia, avalan lo que digo. Reformas y más reformas desde las administraciones no han variado en lo más mínimo la práctica docente. Con la LOGSE, Ley de 1990, se hizo un intento para cambiar, al menos, la forma de presentar los procesos de aprendizaje. Después de un cierto periodo de confusión en las aulas, las aguas volvieron a su primitivo cauce, cauce primitivo, ineficaz, anquilosado y arcaico. El profesorado se ha erigido en un «rodillo» que aplasta cualquier intento de mejora. Pero, ¿por qué ocurre esto?, ¿por qué todo este colectivo no se moviliza para adquirir una profesionalidad de la que carece?, ¿cuáles son las verdaderas razones? El profesorado, como tantos otros colectivos, como la sociedad en su conjunto, está enajenado, conducido. En el terreno laboral, sus «propios actos se convierten para él [para el(la) profesor(a)] en una fuerza extraña, situada sobre él y contra él, en vez de ser gobernada por él» (K. Marx, el Capital). Se trabaja al dictado, aplicando programas definidos por otros sin que él o ella intervengan, los órganos de control de las administraciones se encargan de presionar para que esto sea así, las editoriales hacen el resto. (http://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico, pág. 136).
La sociedad, incluidos los «expertos», entienden la educación como una simple transmisión de conocimientos, tal como escuchamos, hasta la saciedad, en los medios. El interés de algunos, y la ignorancia de otros, centran la instrucción en la adquisición desestructurada (y no constructiva) de contenidos, olvidándose o desconociendo que la auténtica formación debería centrarse en el desarrollo de capacidades intelectuales, cultivando tres dimensiones a saber: el razonamiento, la resolución de problemas (y no de ejercicios) y la creatividad.
Esta deformación interesada de la enseñanza justifica estos resultados que se han obtenido. Pienso que esa demostrada ignorancia de los nuestros en ese estudio desborda fronteras, es decir, es extrapolable a los demás países de nuestro entorno. La confección del ranking sólo responde a leves diferencias entre unos resultados y otros, origen del absurdo y desenfocado planteamiento de la prueba.
El diseño de un verdadero modelo educativo que permita la mejora de las capacidades innatas está por encima de las múltiples leyes que regulan la estructura educativa, a veces cargadas de ideología, como es el caso que nos ocupa ahora con el actual Gobierno conservador. Pero, tal como hemos señalado, es imposible llevarlo a cabo en el marco del actual sistema. Tiene más interés para el poder formar seres obedientes e ignorantes que necesiten ser guiados, aunque les lleven por un camino de autodestrucción, y pérdida de esas capacidades naturales que pidieran tener. «El sistema capitalista necesita personas que cooperen sin pensar, individuos que quieran ser mandados, hacer lo que se espera de ellos y adaptarse sin fricciones al mecanismo social» (Fromm, 1971).
A mi modo de ver, la verdadera evaluación del nivel intelectual de la ciudadanía de este mundo globalizado se puede llevar a cabo a través de los hechos y los comportamientos que observamos, y que no han sido mínimamente enmendados a lo largo del tiempo. Estos son algunos ejemplos:
La terrible pobreza en el mundo. Los fuertes desequilibrios entre unos países y otros, entre diferentes naciones, pueblos o razas. La desigualdad galopante entre habitantes de un mismo país.
La guerra como cobertura para la invasión imperialista con el consiguiente resultado de asesinatos indiscriminados de personas, que a veces se convierten en genocidios.
La permanencia de monarquías y su cohorte en lo que se supone son estados modernos.
Las grandes fortunas de magnates y mafiosos.
Asumir, sin vislumbrar alternativas, el sistema capitalista como única forma de producción y de organización social.
La creencia ciega en lo que se conoce como instituciones democráticas, de carácter netamente formal, incuestionables y ausentes de toda crítica.
La inamovible e ineficaz práctica educativa.
Ese desmedido afán de confundir lo deseable con lo posible.
La generalizada contradicción entre la paciencia (algunas veces) y la impaciencia (en otras).
Las desmedidas «retribuciones» de unas nuevas clases adineradas: gestores financieros, políticos, deportistas, actores y actrices, periodistas y «tertulianos», cantantes, etc.
La aceptación incondicional de magias, religiones y/o sectas (incluida la católica).
La utilización fetichista y patriotera de signos y símbolos tales como himnos o banderas.
La afición y la pasión por los deportes, inducidas por los medios de comunicación.
La formas vigentes de administrar el ocio, condicionadas por los medios de comunicación, plasmadas en hechos tan aberrantes como las salidas masivas en fiestas, «puentes» y fines de semana, con el consiguiente sufrimiento que supone soportar los atascos de tráfico que se originan, así como asumir sin reflexión el riesgo de padecer accidentes mortales.
La degeneración de la juventud entregada a la bebida incontrolada, y a otros tipos de sustancias, como medio de evasión de un mundo que se les ofrece complicado.
Nota añadida: Torpeza y maldad.
Existe una circunstancia que justifica el comportamiento de algunos seres, y que se convierte en un «cáncer» social. Esa circunstancia se concreta en la confluencia de la torpeza con la maldad. La unión de ambas la estamos observando, por ejemplo, en nuestros días en nuestro país. Los torpes gobernantes actuales son malos, son malvados. Están castigando con dureza a las capas sociales más desposeídas, más humildes. Con su torpeza es posible que nos arrastren a situaciones irreversibles de las que ellos mismos pudieran lamentarse.
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