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Sobre la satanización de la lucha euskaldun

Fuentes: Rebelión

Aprovechando el escaso margen de acción que, tal vez, le reste a la ya trasquilada «libertad de expresión» en esta España, (pues muchos son los signos que auguran una nueva Inquisición para la disidencia con el régimen de continuismo pos franquista, pactado con las oligarquías y por ende falsificado), procedo desde una muy modesta opinión […]

Aprovechando el escaso margen de acción que, tal vez, le reste a la ya trasquilada «libertad de expresión» en esta España, (pues muchos son los signos que auguran una nueva Inquisición para la disidencia con el régimen de continuismo pos franquista, pactado con las oligarquías y por ende falsificado), procedo desde una muy modesta opinión a bosquejar algunas consideraciones acerca de uno de los aspectos del tan vapuleado y no reconocido «conflicto vasco». Desde el momento en que el Movimiento de Liberación Nacional Vasco prescindiera de su componente armado (ETA) estará condenado a ocupar un espacio en la izquierda residual, domesticado y convertido en una pura y simple minoría testimonial o, aun peor, pintoresca.

A la burguesía y sus instituciones judiciales o armadas no le «duelen prendas» a la hora de extirpar la vertiente militar del enemigo, pues lo que en realidad le duele, daña y arredra es, precisamente, la contingencia de la violencia en sus propias carnes y en la de sus lacayos. Cualquier otro medio de rebelión o reivindicación siempre será susceptible de ser comprado, neutralizado, vilipendiado o asimilado.

«Terrorismo: dícese de cualquier escaramuza violenta que ponga en cuestión o agreda los fundamentos del capital y a sus valedores, es decir, aquello que por su extremado cariz expeditivo aterroriza a estos y la posibilidad con ello de la pérdida de sus privilegios o su misma desaparición y derrota».

Dicho de otro modo y sin salir del tema que nos ocupa: ¿cómo entonces se habría de liberar Euskal Herria?. Pues tal renuncia significará el comienzo de la neutralización y liquidación del proyecto de construcción de un país independiente y socialista (supuesto que la geoestrategia imperialista nunca estaría dispuesta a consentir) y la consecuente «vascongadización» provincial del pueblo vasco, como fórmula definitiva en el marco regionalista español.

Sin una vanguardia en armas y disciplinada, el discurso de las izquierdas revolucionarias o libertadoras no se sostiene. Su propio sesgo utópico lo hace impopular, su eterno lamento impotente lo convierte en inútil. Nadie conquistó nunca nada (entre adultos) con caramelos, pues el mapa del imperio permanece trazado previamente y nadie más que sus politicastros tienen el visto bueno para transformarlo en la medida que la casta financiera así lo indique.

En este orden de cosas, la «rendición incondicional» correspondería no tanto a la prevención de la «sangría» como a la perpetuación de los intereses burgueses y españolistas por un lado, y a la inviolabilidad irrefutable de los estados nación configurados en occidente desde los restos de los antiguos imperios y en función, hoy día, de los nuevos mapas europeístas auspiciados por Washington (el nuevo imperio) que procuran con afán una cartografía indeleble para el occidente y por contra una sospechosa permisividad, cuando no fomentación del independentismo en los llamados segundo y tercer mundo (el sur y el oriente), pues ahí se aplicará la máxima del «divide y vencerás» y también, es obvio, por aquella inconfesable razón en que se asienta el capital: la creación de nuevas naciones a su imagen y semejanza, lo que equivale a nuevos mercados ¡y nuevos beneficios!

La dramatización hipertrófica de los atentados (del enemigo) por parte de los voceros del sistema, es una táctica sensacionalista para «encoger el corazón» de la opinión pública. Resultará aburrido recordar que un muchacho de Dakota, pongamos, descerebrado y sin causa política que lo estimule (unas anfetaminas con alcohol, tal vez) es capaz de pilotar un bombardero y masacrar cientos o miles de seres sin por ello correr el más mínimo riesgo de acabar sus días en la trena. Observemos esto, pues la satanización del fuego guerrillero (especialmente si es de filiación marxista) es el sostén de una tan vieja como cínica argumentación burguesa: «cuando una guerra no interesa se le llama terrorismo«.

Y aquí llegamos, por fin, a la solución perversa: la criminalización del contrincante e incluso el no reconocimiento de este como tal (se trata a aquellos como a un atajo de asesinos, mafiosos, dementes, etc. hasta hacer creer al ciudadano medio que una cuadrilla de pistoleros sanguinarios y psicópatas anda suelta y que «siempre hubo gente muy mala por el mundo»). No hay que olvidar que matar sólo es legítimo si son los ejércitos «democráticos» del capital quienes lo practican. Por lo que uno tiene visto desde que la infamia es la filosofía del poder en estos imperios: una parte asesina y la otra (la suya), simplemente «abate». He aquí el peligro de la diferencia (y de la prepotencia). Clasismo hay hasta para disparar.

En cualquier caso, y en sentido genérico, el derribo del sistema capitalista y la suplantación de este por el natural establecimiento de un orden político social o socialista, pasará siempre por un traumático episodio (violento) que, desgraciadamente, es un trámite consustancial con un cambio verdadero de la realidad en el «estado de cosas». Y en esa lucha de liberación se inscribe la organización armada vasca, en un proceso lento pero tenaz para la consecución del socialismo en las tierras euskaldunes.

Y aquí llegamos al punto, por la naturaleza de la lucha, que los poderes fácticos de la burguesía españolista no puede llegar a consentir: la orientación marxista-leninista de ETA y su vigencia en la Europa de los mercaderes y banqueros, una vez hubieran sido aniquiladas progresivamente, desde los años 70, el resto de organizaciones armadas revolucionarias en el occidente continental (Brigadas Rojas en Italia, RAF en Alemania, IRA en Irlanda, Acción Directa en Francia, GRAPO en España, Terra Lliure en los Paises Catalanes, etc.).

El ejército de ocupación español en tierras vascas, con sus ramificaciones «civiles» (las FSE), cuenta con un nuevo factor que la execrable estrategia capitalista ha puesto en boga: «el soldado profesional» y muy pronto quizás, emulando al modelo imperial norteamericano, la contrata de criminales mercenarios para la realización de trabajos sucios y la consecuente declinación de responsabilidades a la empresa que «legalmente» recluta matones, pues para tal efecto fue reconocida y licenciada como empresa.

De esta abominable forma nos encontramos ante la privatización del ejercicio de la violencia dentro de la lógica de un marco «legítimo» donde la mercantilización del todo es la primera y prioritaria de las leyes.

Y así un gañán con el cerebro hueco (o lleno de inmundicia) ignorante de todo y aun más de la realidad euskaldun patrullará sus calles como quien patrulla un coto de caza donde cualquier «alimaña» puede sobrevenirles por la espalda.

De lo anteriormente expuesto y ante este ciego panorama, cualquiera cosa será válida para mantener las ataduras heredadas del franquismo, porque nunca hay que olvidar, que el españolismo rancio no dudará en usar la tortura, aun siendo advertido por la propia ONU y otros organismos internacionales, ni tampoco en el uso de las armas (como es natural) siempre que fuera (o no) necesario por parte de sus perros guardianes. Porque cuando en un conflicto armado uno de los contendientes no es capaz de reconocer al contrario como tal, la arrogancia, la prepotencia y la impunidad serán las (sucias) estrategias de esa guerra.

En la historia de la humanidad, lamentablemente, sólo las armas transformaron la realidad. Cientos y miles de manifiestos y declaraciones de principios antiimperialistas y anticapitalistas, revolucionarios y «redentores» pasan, cada día y en un instante, de ser bellas intenciones a concluir en un hermoso papel mojado y claudicado.

Y conclusión: la trascendencia de la lucha por una Euskal Herria libre y socialista sólo es atribuible a los gudaris sin desaliento, pereciendo en el empeño unas veces y terminando otras en las cárceles «democráticas» españolas. Dicho todo esto por pretender ser justo, puede que aun así y a día de hoy en esta «grande y libre» España acabe de cometer un apologético delito.

Robert de Mombeltrán es artista plástico (Robert García), diseñador gráfico y escritor.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.