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Sobre los jóvenes viajeros, la USAID y la subversión en Cuba

Fuentes: Rebelión

En el marco de una crisis integral del sistema capitalista mundial, su hegemón, Estados Unidos, ha entrado en una fase de declinación irreversible de mediano o largo plazo. En ese contexto, mientras el imperio transita de manera inexorable por una pendiente resbaladiza, la elite política estadunidense −incluidos los miembros de la Casa Blanca, del Departamento […]

En el marco de una crisis integral del sistema capitalista mundial, su hegemón, Estados Unidos, ha entrado en una fase de declinación irreversible de mediano o largo plazo. En ese contexto, mientras el imperio transita de manera inexorable por una pendiente resbaladiza, la elite política estadunidense −incluidos los miembros de la Casa Blanca, del Departamento de Estado y el Congreso− persiste en intensificar la diplomacia de guerra impulsada por los halcones del Pentágono, que han logrado implementar e imponer todo un sistema mental altamente militarizado, lo que ha derivado en la ampliación desmesurada de sus redes globales de inteligencia para espiar aliados, adversarios y a sus propios ciudadanos.

Junto con la utilización de la guerra como mecanismo de disciplinamiento clasista de la población mundial, en la etapa, Washington ha profundizado una serie de acciones dirigidas a generar cambios geopolíticos en el orbe según los lineamientos de la guerra no convencional; es decir, mediante operaciones irregulares, clandestinas y encubiertas, también asimiladas a la llamada guerra de cuarta generación, que incluyen acciones propias de la guerra psicológica, cibernética y mediática, entre otras modalidades.

Cuba no escapa a los designios subversivos y desestabilizadores de Washington. Desde 1959, once sucesivas administraciones de la Casa Blanca, desde Dwight Eisenhower a Barack Obama −pasando por Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush, Clinton y Bush Jr.− han venido realizando acciones terroristas y de sabotaje contra objetivos cubanos, a los que se suman los intentos de magnicidio en contra de Fidel Castro. Como consecuencias de esos actos, desde el triunfo de la Revolución Cubana a la fecha han fallecido 3,478 personas y 2,099 resultaron mutiladas e incapacitadas. Los daños a la economía cubana se calculan en 121 mil millones de dólares. En contraste, nunca un ciudadano estadunidense ha sido muerto o herido, ni una sola instalación grande o pequeña ha sufrido el menor daño material en el inmenso territorio de Estados Unidos, por alguna acción procedente de Cuba.

Después de medio siglo de conflictivas relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Cuba, la llegada de Barack Obama a la Oficina Oval en enero de 2009 alentó expectativas de un cambio positivo entre ambos países, tendentes a una normalización. Sin embargo, el prometedor «nuevo comienzo» anunciado por Obama en relación a Cuba chocaría pronto con la realidad y exhibiría de manera descarnada el tradicional doble discurso de los mandatarios estadunidenses.

Recientes revelaciones periodísticas vinieron a confirmar que Obama y su primera secretaria de Estado, la hoy presidenciable demócrata Hillary Clinton, no sólo persistieron sino que incrementaron con eje en las nuevas tecnologías las acciones subversivas, ilegales y encubiertas contra la isla, en abierta violación de la soberanía nacional y de la voluntad expresa del pueblo cubano de perfeccionar su modelo económico y social, y consolidar su democracia socialista.

De acuerdo con sucesivas informaciones divulgadas este año por la agencia de noticias estadunidense Associated Press (AP), desde el comienzo de la administración Obama-Clinton, y bajo la pantalla de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), que depende del Departamento de Estado, los servicios de inteligencia de Estados Unidos han venido desplegando diversas acciones clandestinas dirigidas a provocar un «cambio de régimen» en Cuba.

Entre esas actividades subversivas figuraron el programa secreto ZunZuneo, una especie de Twitter o plataforma tecnológica que buscó generar una «primavera cubana» (a semejanza de las revueltas que ocurrían entonces en el norte de África y Medio Oriente) para derrocar a las autoridades de La Habana, y el programa encubierto «jóvenes viajeros», dirigido a influir de manera negativa y manipular a la juventud cubana, para crear, previo reclutamiento y entrenamiento de activistas políticos desafectos al gobierno, una oposición interna para destruir a la revolución.

Según revelaciones de comienzo de agosto, mediante el programa de jóvenes viajeros el gobierno de Estados Unidos envió a Cuba a una docena de latinoamericanos originarios de Costa Rica, Venezuela y Perú, cuya misión −bajo la fachada de programas «cívicos» y de «prevención de salud en VIH»−, era identificar liderazgos en el sector juvenil cubano, reclutarlos, organizarlos y convertirlos en «agentes de cambio», con la finalidad de que posteriormente realizaran acciones subversivas y desestabilizadoras que desembocaran en una rebelión en la isla.

Las características de ese proyecto subversivo lo ubican en la Estrategia de Guerra No Convencional del Pentágono, que ha cobrado protagonismo en los últimos años. La participación de personal «no calificado» en operaciones de inteligencia tradicional, está codificada en la circular de entrenamiento TC-1801 de las Fuerzas de Operaciones Especiales (FOA), y forma parte de un esfuerzo «multiagencias», donde la USAID, dependencia del Departamento de Estado que supuestamente se dedica a financiar labores humanitarias en todo el orbe, ha tenido un papel destacado como pantalla de acciones de inteligencia y militares encubiertas.

Ese es el caso del programa jóvenes viajeros. Bajo la cobertura «humanitaria» de la USAID y la contratista Creative Associates International (empresa con sede en Washington), agentes del gobierno estadunidense a cargo de la operación emplearon métodos encubiertos propios de los servicios especiales y de espionaje, entre ellos, vías de comunicación secretas, fachadas y leyendas; el uso de un lenguaje cifrado y códigos de encriptación de la información para ocultar archivos sensibles; medidas de seguridad para intentar burlar a las autoridades, y la preparación psicológica de los emisarios ante la posible detección por la seguridad del Estado cubano.

Entre los objetivos a alcanzar por los «agentes viajeros» figuraban la búsqueda de información de inteligencia sobre la relación entre la sociedad cubana y su gobierno, el estudio de vulnerabilidades estratégicas y propiciar intercambios de jóvenes cubanos reclutados («contactos estrellas»), que recibirían visas de salida para ser capacitados por agentes estadunidenses en el exterior.

En Cuba, como en el resto del mundo −Estados Unidos incluido−, es ilegal operar bajo la orden de programas para un cambio de régimen financiados desde el extranjero. No obstante, el reclutamiento de contratistas latinoamericanos con métodos similares al empleo de mercenarios centroamericanos para la ejecución de acciones terroristas contra Cuba (como los guatemaltecos y salvadoreños que a mediados de los años 90 fueron reclutados por Luis Posadas Carriles para realizar atentados con bombas contra los hoteles Capri, El Nacional, Tritón, Chateau-Miramar y Copacabana, y La Bodeguita del Medio), exhibe la reincidencia de la USAID, así como la intención de internacionalizar la subversión contra la isla y estimular conflictos entre el gobierno de Raúl Castro y países de la región.

El «viajero» costarricense Fernando Murillo, reclutado por la USAID, montó como cobertura en la isla un taller de previsión del VIH, lo cual, según él −como aparece en un informe de seis páginas que envió a Creative Associates−, era la «excusa perfecta» para encubrir las metas políticas del programa. Sin embargo, la utilización de la epidemia del VIH-sida como pretexto para espiar e intervenir políticamente en Cuba, generó fuertes críticas entre legisladores estadunidenses, como los demócratas Barbara Lee, de California y Patrick Laehy, senador por Vermont. Además de lo paradójico del caso, dado que Cuba tiene una de las tasas más bajas de la región en cuanto al Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, menor incluso que la de Canadá y Suiza, y sólo un tercio de la que posee Estados Unidos.

El uso de programas básicos de salud para objetivos políticos y de espionaje, por la USAID, hizo recordar los casos de Pakistán y Afganistán, donde los talibanes prohibieron vacunas contra la poliomielitis después que se revelaron informes de que Estados Unidos recogía información de inteligencia sobre el paradero de Osama bin Laden, a través de una falsa campaña de vacunación contra la hepatitis B. La polio resurgió en esos países y más de 60 trabajadores pakistaníes de la salud, dedicados a la vacunación contra la poliomielitis, fueron asesinados desde 2012.

La USAID, que admitió pero no detalló el costo ni la duración exacta del programa jóvenes viajeros (que presumiblemente llegó hasta 2012), dijo a través de su portavoz Matt Herrick que el plan no fue «secreto» ni «encubierto», sólo «discreto», y que utilizó fondos aprobados por el Congreso proveniente de los contribuyentes estadunidenses. El uso del término discreto como eufemismo de una acción clandestina con fines políticos desestabilizadores, exhibe una vez más la desvergüenza y la doble moral del organismo que opera bajo la fachada de la «cooperación para el desarrollo» y la «ayuda humanitaria».

El 5 de agosto, la directora general de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores cubano, Josefina Vidal Ferreiro, exigió al gobierno de Obama «cesar de una vez por todas» las acciones subversivas, ilegales y encubiertas contra Cuba. Resulta evidente que proyectos como la plataforma anticubana ZunZuneo y el de jóvenes viajeros, obstaculizan posibles iniciativas para mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y pueden entorpecer el proceso de normalización de las relaciones del Estado cubano con su comunidad en el exterior. Sobra decir que los cambios en la isla son y deben ser articulados por los propios cubanos.