Reseña de Alan Lightman, El universo accidental. El mundo que creíamos conocer. Vilassar (Barcelona), Biblioteca Buridán, 2015. Traducción de Josep Sarret Grau Con la máxima brevedad y urgencia: ¡no se lo pierdan! De verdad: ¡no se lo pierdan! Una joya más, una verdadera y auténtica joya que no hay que perderse insisto, de una gran […]
Reseña de Alan Lightman, El universo accidental. El mundo que creíamos conocer. Vilassar (Barcelona), Biblioteca Buridán, 2015. Traducción de Josep Sarret Grau
Con la máxima brevedad y urgencia: ¡no se lo pierdan! De verdad: ¡no se lo pierdan!
Una joya más, una verdadera y auténtica joya que no hay que perderse insisto, de una gran biblioteca de divulgación científica y filosófica. Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey, filósofos, críticos literarios, políticos no profesionales y amantes de la ciencia hubieran estado encantados con ella.
Les señalo de entrada mis tres críticas, menores, muy menores.
Alan Lightman, modesto en general menos en algún desvarió momentáneo («La física teórica es la parte más profunda y más pura de la ciencia», p. 17), muestra a lo largo del libro su privilegiada ubicación social, sin que hable de ello directamente, en varios de los ejemplos que usa en sus expliaciones. Tal vez incluso no sea sólo su ubicación sino su posición político-cultural, su cosmovisión filosófica y social. Algún apunte crítico, alguna ironía sobre ello no hubiera estado de más. Uno de los grandes maestros lo expresó así: » En cierto modo me interesan menos los pliegues del cerebro de Einstein que la casi certidumbre de que gente con el mismo talento vivió y murió en los campos de algodón y en las fábricas». De hecho, no importa que tuvieran el mismo talento. Lo mismo daría si hubieran tenido un talento muy menor que el autor de Mi concepción del mundo. No sería por ello menos verdadera la reflexión del gran Stephen Jay Gould.
La segunda observación. El universo accidental finaliza con las siguientes palabras: «En tales enclaves, la gente tendrá la sensación de estar preservando algo muy valioso, de estar viviendo una vida más inmediata y más auténtica, de estar más conectados con ellos mismos y con su entorno. Y esta sensación será en parte verdad. Pero también es verdad que estarán desconectados del mundo más amplio que habrá más allá de la puerta de su casa y que a su modo también será invisible» (p. 143). Es oscuro el paso y nadie defiende esos límites domésticos. No es improbable que el paso haya sido sugerido por algún lector/a muy o bastante conciliador, o incluso por la propia editorial usamericana.
La última nota: las conjeturas predictivas que AL apunta al final del volumen tal vez no estén entre los mejor de sus páginas sin ser un disparate. Ni de lejos Esta por ejemplo es una excelente ejemplo: «mi conjetura es que dentro de unos cien años seremos parcialmente máquinas y parcialmente humanos. Puede que tengamos oídos electrónicos, que nos hayan implantado en los ojos unas lentes que nos permitan ver los rayos X y los rayos gamma.» Etc etc. Puede ser así pero no sé si la expresión mejor es «mitad máquinas, mitad humanos».
Más allá de todo ello y en apretada síntesis: El universo accidental es uno de los mejores libros de divulgación científica que he leído nunca, sin exageración, además de estar muy bien escrito. No en vano el autor es físico teórico y escritor y fue el primer docente que impartió en el MIT simultáneamente clases de ciencias y de humanidades.
Así, pues, algunas de las razones que justifican la anterior afirmación serían las siguientes, hay muchas más. Además, en muchos momentos, AL no oculta su posición, declara abiertamente su perspectiva. Un ejemplo: «No puedo creer que la naturaleza sea tan problemática. Aunque hay muchas cosas en la naturaleza que no entiendo, la posibilidad de que esté ocultando una condición o sustancia tan espléndida y tan diferente de todo lo demás es demasiado absurda para que pueda creer en ella» (p. 44).
Mis motivos para el elogio:
1. Hay pocas exposiciones tan brillantes sobre la idea y existencia del multiverso como la desarrollada por el autor en el primero capítulo, cuyo título da nombre al libro.
2. Exactamente lo mismo puede decirse de su explicación crítica del principio antrópico en ese mismo apartado (página 22 y siguientes) y la noción de energía oscura (página 26 y ss). De la teoría de las supercuerdas señala por ejemplo: «Es importante destacar que ni la teoría de la inflación eterna ni la teoría de cuerdas tienen el mismo apoyo experimental que muchas de las anteriores teorías de la física, como la relatividad general o la electrodinámica cuántica. Podría ser que la teoría de la inflación eterna o la teoría de las cuerdas, o ambas, fuesen falsas. Sin embargo, algunos de los físicos más destacados del mundo han dedicado sus carreras al estudio de estas dos teorías» (p. 31).
3. Las páginas dedicada al tema de la vida eterna en el segundo capítulo, «El universo provisional», están también su máxima altura. No baja en ningún momento la sorpresa y admiración del lector. Con referencias además, no es la única vez a lo largo del libro, a aproximaciones no «occidentalistas». ¡E incluso con referencias a la filosofía de Schopenhauer!
4. Su explícita declaración de ateísmo, respetuosa hasta el límite con otras posiciones, está entra lo que hay que exigir a un autor: claridad de pensamiento y de exposición. No es improbable que el lector/a piense al leerla en lo que escribiera Manuel Sacristán en su primera nota a pie de página de aquel texto imperecedero que es su prólogo a su traducción castellana del Anti-Dühring.
5. La aproximación crítica y más que justa a algunas de las posiciones y finalidades de Richard Dawkins tampoco merecen ser olvidadas. Están en el tercer capítulo, «El universo espiritual». Sea como fuere, AL escribe con ecuanimidad: «El mérito de Dawkins, y yo le felicito por ello, es estimular las discusiones sobre el tema y contribuir a conferir mayor autoridad a la expresión del ateísmo» (p. 59).
6. Tampoco se despista un quark AL cuando se introduce en ámbitos epistemológicos. Por ejemplo, cuando habla del concepto de leyes de la naturaleza (que hubiera exigido tal vez algunos matices: ¡no se puede decir todo en tan pocas líneas!) en las páginas 64 y siguientes, o cuando nos hala del segundo principio de la Termodinámica.
7. La exposición de AL del digamos descubrimiento de la partícula de Higgs (capítulo IV: «El universo simétrico») se suma a lo anterior. Lo mismo que su exposición de la teoría standard de las partículas subatómicas o las páginas dedicadas a la simetría en la Naturaleza. Aquí aparece la única ecuación del libro. ¡La de una circunferencia (que erróneamente llama ecuación de un círculo)!
8. Tampoco está nada mal la crítica de AL a las tesis d Berkeley. Está en el capítulo V, «El universo titánico». No filosofa mal nuestro físico humanista
9. En el apartado siguiente, «El universo legal», destaca la forma en que expone la conjetura «alocada» de Pauli en torno a la existencia de una nueva partícula, el neutrino, para que siga rigiendo el principio de conversación de la energía y, más en general, su forma de refutar la (mala) idea de falsaciones inmediatas de nuestras teorías o conjeturas.
10. El universo incorpóreo, el capítulo siguiente, tiene una de las exposiciones más excelentes y sentidas que conozco del experimento de Foucault en torno al movimiento de rotación de la Tierra. Unas páginas magnífica para ser leídas en un clase de física o de historia de la ciencia.
11. Hay, además, un pequeño apunte sobre la biología moderna que honra a un físico tan seguro de la bondad de su disciplina como él (páginas 133 y ss).
12. De lo mejor en mi opinión: la aparentemente sencilla explicación que nos regala del núcleo de la mecánica cuántica y de la idea central de la relatividad general.
13. Tampoco desentona su aproximación no deslumbrada e informada, sin descalificación general, a las llamadas nuevas tecnologías.
Lo dejamos aquí.
Alan Lightman es el autor de «Los sueños de Einstein» una de las novelas científicas que a mi más me han impresionado. Hablé muchas veces de ella con un einsteiniano insigne, con Francisco Fernández Buey (que le sacó, por supuesto, mucha más punta que el que suscribe). Pensarán que he leído entregado, sin capacidad crítica, pensando no con la propia cabeza sino con la cabeza de un autor al que se admira. Verán que no es así. Me ha deslumbrado lo que merece deslumbrarnos.
¿Aún siguen ahí? ¿No han dejado rebelión.org en su mesa de lectura y han salido escopeteados a adquirir un ejemplar de este «universo accidental» tan lleno de belleza y de excelentes explicaciones que nos hace pensar y sentir que no sólo lo pequeño sino que la ciencia también es hermosa?
Por si faltara algo debe ser el único libro de divulgación científica en la que su autor, un físico y escritor, cita a Foucault. Y no el del péndulo.