He tenido en mi vida la rara oportunidad de ver el mundo cambiar en dos ocasiones. La primera cambió mi vida para siempre, transformó mi país tan a fondo como no sucedía desde inicios del siglo XVI, criticó la prosperidad desalmada, explotadora y colonialista del Primer Mundo e intentó mudar tan profundamente la vida de […]
He tenido en mi vida la rara oportunidad de ver el mundo cambiar en dos ocasiones. La primera cambió mi vida para siempre, transformó mi país tan a fondo como no sucedía desde inicios del siglo XVI, criticó la prosperidad desalmada, explotadora y colonialista del Primer Mundo e intentó mudar tan profundamente la vida de las personas en gran parte del planeta que hasta hoy se asocia a los años 60 con nuevas formas de vida, nuevas ideas y nuevos valores.
La segunda vez, el cambio intentó deshacer mi vida y borrar su sentido, sumió a mi país en una crisis formidable y le exigió mudanzas profundas, y ha consolidado un abierto dominio reaccionario sobre el mundo, que intenta abarcarlo todo, y dominar desde dentro la vida de las personas y sus ideas y sentimientos. Los años 90 no tienen aún solera y no llevan comillas, pero en realidad es porque no han terminado todavía.
Cuando concluyó el primer milenio del calendario romano-cristiano, utilizado en la parte de Europa que después se llamó Occidente, quedaron hondamente frustrados los que esperaban para esa fecha aquella parusía que el optimismo de los primeros cristianos había creído inminente.
La Peste Negra que desoló el continente fue la protagonista del primer milenio. Cuando se acercaba el segundo milenio ya habíamos gozado -aunque no todos- de la modernidad, que permitió establecer la existencia previa del Medioevo, proporcionó el progreso y la civilización, y otras muchas cosas que pueden encontrarse sintetizadas en el Manifiesto Comunista. Se iniciaron los años 90 con la convicción de que sucedían cambios incesantes, aunque paradójicamente ya no habría más historia, y además el mundo se había vuelto definitivamente redondo.
Pero ya fue sospechoso que no se preparara el gran jubileo del segundo milenio. Es que en realidad no había nada que celebrar, por lo que el protagonista fue esta vez «el error del milenio», una simpática amenaza que tuvo su proceso de la saturación al olvido, como corresponde a las criaturas de los medios de comunicación. Casi de inmediato, hemos pasado al terror del tercer milenio.
Parece mérito de parásito este de vivir a caballo entre 1999 y 2005, dos años tan cercanos, a los que, sin embargo, el capricho de los almanaques separa en dos milenios. ¿Por qué los noventa en el 2005?, me preguntaba cuando me pidieron que preparara una nueva edición de este libro que apareció en Buenos Aires en 1999. Eso me llevó a unas reflexiones que solo en parte acabo de trasladarles a ustedes.
No repetiré aquí lo que dije en la nota que precedió a aquella edición -«Una manera de compartir»-, porque la he dejado en esta, más precisa y clara ahora, y aliviada de los efectos de la endiablada premura con que la escribí entonces. Les agradezco tenerla en cuenta, a pesar de la sana costumbre de tantos lectores de saltarse toda suerte de prólogos, porque dice cosas que efectivamente quiero compartir.
Al inicio del texto que le dio título al libro -escrito en el verano de 1998-, reconocía el extraordinario movimiento que había marcado a cada año de esa década en Cuba y nombraba algunos de sus rasgos contrapuestos. Ahora debo reconocer, en una fase en que las cosas transcurren con más calma, que en Cuba también los años 90 continúan, configurando un «siglo largo» inaugurado por la Revolución de 1895 -si es que hablamos de largas duraciones-, o una tercera etapa de la revolución en el poder, la comenzada a inicios de los años 90, después de la fase crítica en política e ideología con la que terminó la segunda etapa, iniciada durante los primeros años 70.
Paso a dar algunas explicaciones respecto al contenido. Los editores, generosos, consideran que en general el libro mantiene vigencia, y es expresivo de las posiciones de un autor cubano sobre un arco de temas sociales de su país y el mundo, y también del pensamiento comprometido con cambios profundos. Además, la de Ediciones Barbarroja -esforzada, y para mí muy entrañable- fue una publicación reducida.
He dejado fuera, sin embargo, algunos textos de aquella edición, porque aparecieron en mi libro El corrimiento hacia el rojo,[1] aunque me pareció conveniente mantener En el horno de los 90, por razones obvias. Por otra parte, más de la mitad de los textos tuvo un carácter primitivo de ponencias en eventos -constreñidas por el tiempo disponible y el tope de cuartillas-, lo que afectaba bastante la inclusión de detalles necesarios, y hasta ideas, la capacidad comunicativa e incluso la claridad de la exposición. La urgencia no permitió resolver esas deficiencias en la edición de 1999. Para esta sometí a una revisión formal y del contenido a todos los trabajos que lo necesitaban, haciendo más claras y expresas las ideas y la redacción, y les añadí precisiones y datos, aunque en ningún caso cambié tesis o argumentaciones, ni la estructura.
Preferí no actualizar los ensayos revisados, en algunos aspectos en los que se han producido cambios serios, por tres razones. Esas mudanzas no me parecen decisivas respecto a los diagnósticos e ideas generales que expongo, aunque en varios casos abren nuevas coyunturas -promisorias o funestas- y le plantean nuevas exigencias al análisis. En segundo lugar, es impresionante constatar como pasan los años y en muchos casos debemos seguir haciendo las mismas apelaciones, mientras la situación general del continente y el mundo es manifiestamente más grave.
La tercera razón -mucho menos importante, en cuanto personal- es que estos textos tienen su lugar y encuentran su organicidad dentro de una campaña que he sostenido desde hace más de quince años, por la recuperación de la identidad y de la ofensiva intelectual por parte de los que se oponen al capitalismo en su conjunto, y no solamente a aspectos de él o formas suyas de manifestarse; los que afirman que solo el socialismo y la liberación de las personas y los países podrán movilizar conciencias, fuerzas sociales y organización que permitan emprender el largo camino.
Es decir, que el socialismo y la liberación no son solamente utopías u objetivos trascendentes a la situación actual, sino los motores de aquellas prácticas que pretendan ser viables y efectivas frente a la situación actual.
Me decido a agregar esa tercera razón, porque me permite declarar que nunca me he sentido solo en esa campaña, y saludar a una minoría empeñada en ella durante todos estos años, que ha dado un testimonio muy valioso, ha mantenido la autonomía del pensamiento opuesto al capitalismo y le ha hecho aportes significativos, y ha ayudado a establecer la continuidad entre el pensamiento y los valores que acompañaron e inspiraron las luchas del siglo XX y los de una nueva fase que va a venir, en la cual serán nuevas personas y nuevas ideas lo decisivo.
He agregado en esta edición cinco trabajos que no estaban en la de 1999, todos escritos en la década de los 90. Dos son brevísimos; uno es motivado por el martirio permanente a que es sometido el pueblo palestino en medio de un silencio cómplice casi universal, el segundo consiste en respuestas concisas a tres preguntas sobre el siglo XX.
Los otros tres son sobre Cuba, en la dura coyuntura de los primeros 90. El primero es el texto completo de mis exposiciones -en abril y mayo de 1991- en un seminario sobre la democracia en América Latina, organizado por la Universidad Complutense de Madrid y la UNAM de México, y en el 18º Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, celebrado en La Habana; aquí motivó una discusión muy animada. Fue publicado en Cuba por la revista Cuadernos de Nuestra América, en otros países de América y en España.
El segundo fue escrito casi de un tirón, en el verano de 1993, al regresar de un seminario internacional sobre el pensamiento del Che en la Universidad de Matanzas, en el que me había tocado hacer la intervención final. Los autores de la magnífica iniciativa de estudiar y discutir al Che, y a las realidades de los años 90 con ayuda del Che, en eventos sistemáticos, con invitados cubanos y extranjeros, fueron los docentes del Departamento de Ciencias Sociales, uno de esos grupos de hombres y mujeres que uno encuentra en Cuba por todas partes, abnegados ante todas las tareas de trabajo y ante los problemas de la vida cotidiana, que luchan por la sociedad que hemos creado, militantes por eso y porque sostienen sus criterios. Soy muy feliz de haber colaborado con ellos en todo lo que me pidieron.
Esa vez habíamos discutido mucho, conocida la situación universitaria, local y de Varadero, en medio de una crisis que se agudizaba. Desde esas motivaciones -y otras- escribí «Algunas reflexiones», cuyo título ya da idea de algo que comienza, que todavía no es un producto para presentar a discusión ni tiene un contenido totalmente defendible por el autor, y a la vez, que se trata de un ejercicio irrenunciable, el de pensar. Consideré entonces mi deber de participante en este proceso no pretender publicar ese trabajo en las circunstancias que estábamos viviendo. Y entre tantas tareas, naturalmente, nunca lo continué.
Casi una década después redescubrí esas páginas, y ahora las incorporo a este horno de los 90, como un material más, que da idea también de lo que esa década nos hizo meditar a los que la vivimos como revolucionarios, sabiendo que ella fue un momento apenas de lo que el joven Marx -quizás de madrugada- aclaró que sería en la realidad un proceso muy duro y muy prolongado: la superación de la vida y las relaciones sociales basadas en el capitalismo, por la acción real del comunismo.
El tercer texto, escrito aquel otoño del 94, respondía a una petición de Enrique Ubieta, que nos propuso a varios opinar sobre el tema «marxismo y cultura nacional», para Contracorriente, una revista que nacía. Lo hice «con la claridad y crudeza que hoy son necesarias», como advertía al inicio. Traté de situar realidades del marxismo -en vez de alejarme de él-, para requerirle ayuda en un terreno en el que esa teoría es maestra: guiar las ideas de liberación, en un momento en que lo nacional había recuperado su terreno, pero se abrían formidables interrogantes en cuanto a sus combinaciones con las clases sociales, y en general en cuanto a la naturaleza del sistema que emergería de una situación de gran crisis, lucha por la sobre vivencia y riesgosa defensa de la soberanía nacional y popular.
Los dejo entonces con el libro. En materia de hornos -y en otras muchas más- nadie como José Martí. De manera que aprovecho la ocasión para recordar que en horas como estas, a pesar de lo aparente, no se ha de ver más que la luz.
La Habana, 20 de febrero de 2005
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Nota:
1. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2001 y 2002.
Más información sobre este libro en:
http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/socialismo-liberacion-y-democracia/
Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5863