Traducido para Rebelión por J. M.
La ceguera es lo que permite a los israelíes verse a sí mismos en una democracia, cuando de hecho viven un régimen segregacionista
Trabajadores palestinos de Hebron en el puesto de control de Tarqumiya. Photo by Emil Salman
Hace dos semanas, se eligió al exdiputado de Kadima, Yohanan Plesner, presidente del Instituo de Israel para la Democracia. Este Instituto es una organización independiente, no política ni tampoco partidista, según lo que manifiesta el sitio en internet. La «unión entre la política y la academia», vagando por el sitio revela que, al igual que la democracia israelí, solo se ocupa en el mientras tanto, de la escena dentro de la Línea Verde.
En la época en que vivimos, por supuesto, como judíos, si habríamos encontrado algo que nos distinga a nosotros mismos como demócratas, no estaríamos arrastrando por cuarenta y siete años el control sobre la población extranjera. La distinción entre lo que está sucediendo dentro de la Línea Verde y lo que sucede más allá, es lo que nos permite aceptar la situación actual (llamado status quo), mientras que nos miramos en el espejo y vemos un Estado democrático. Reconocemos que somos incapaces de definir el significado de estado judío, pero estamos confiados en que sabemos a ciencia cierta qué es una democracia.
Solo esta división de la mente puede permitir a los israelíes percibirse a sí mismos como demócratas que viven en la única democracia en el Medio Oriente, a pesar del régimen de apartheid que gestiona. El Primer Ministro Benjamin Netanyahu ha reconocido que la Knesset es judía, tal como lo es nuestra democracia judía. Pero si los árabes son seres humanos, Israel no puede presumir de ser una «democracia» (Netanyahu utiliza la misma lógica para la economía: si restamos a los ultra ortodoxos y a los árabes, no hay pobreza). El hecho de que los israelíes hayan internalizado el status – quo en una narrativa de normalidad, y compraron la mentira que se vendieron, es un crimen. Tal lo que dicen las palabras del ministro de Defensa, Moshe (Bogie) Ya’alon. que es ‘un problema sin solución’, ignorando el hecho de que «el problema» tiene vida y respira.
Esta escisión permite la existencia del Instituto Israelí para la Democracia. Dado que el Instituto se ha comprometido con la democracia, el único lugar que puede encontrar para su existencia es bajo tierra. Si el Presidente del Instituto, fuera un luchador por la democracia, se vería expuesto a la exclusión y la no legitimidad. Desde hace algún tiempo estamos siendo testigos del intento de legislar en contra de adversarios reales del régimen en el país, incluyendo la iniciativa de otorgamiento de la ciudadanía demostrando lealtad al Estado (y, por supuesto, ellos decidirán exactamente lo que es la lealtad) y la Ley Nakba y la Ley de las organizaciones no gubernamentales, que amenaza con drenar sus presupuestos y otras restricciones.
El Instituto de Israel para la Democracia, sin embargo, florece, incluso bajo el régimen actual. Disfruta de un estatus de prestigio en la política y el mundo académico, y las donaciones son legítimas (protegidas contra los juramentos de fidelidad). Claro: en lugar de actuar como «Machson Watch» y B’Tselem, «por ejemplo, protegiendo, interrumpiendo la rutina, resistiendo hasta lograr la democracia, se mantienen ocupados sin más que editando la reglamentación de la Knesset que escribe Yariv Levin (Likud). En la situación actual del Instituto no sólo es una hoja de parra sino que funciona como un tipo de apaciguador chupete diseñado para calmar los bebés. Sus miembros personas son pacificadores simulados, fabricantes de la ilusión de la paz y la normalidad, la ilusión de la democracia.
El único líder que luchó contra este status – quo fue el primer Ministro Yitzhak Rabin, el rival ideológico de Netanyahu. Las conversaciones de Rabinen Oslo no eran sólo una iniciativa por la paz con los palestinos, también eran una revolución paradigmática: un intento serio de tratar a los árabes como seres humanos. Y al igual que otros individuos en la historia que trataron de timonear a una sociedad en su conjunto fuera de un mal paradigma, pagó con su vida.
Es importante retomar la coalición de los Acuerdos de Oslo y quienes la apoyaban desde el exterior. Rabin será recordado por haber querido referirse a los miembros árabes de la Knesset, las voces árabes, como voces legítimas en igualdad a los votos judíos. Él se negó a participar del guiño de ojos de los judíos sobre las cabezas de los diputados árabes. No es una coincidencia que el partido Shas era un socio (activamente o al evitar una votación sobre Oslo I) de ese momento histórico, con lo cual se puede marcar que el nacimiento político de ese partido coincidió con el despertar de los palestinos durante la primera intifada. Oslo es la confluencia de tres revoluciones: la de los palestinos, la de los árabes-israelíes y de los judíos procedentes de países árabes.
Esta es también la tragedia de Oslo. La revolución no se ha completado. Fue interrumpida, y el tratamiento de los árabes sigue siendo el mismo, más deteriorado aún. Al igual que Martin Luther entendió que una línea une a los negros de los Estados Unidos con los negros de Sudáfrica, y que los primeros no serán libres hasta que los últimos lo sean, es importante trazar una línea entre los árabes y los palestinos, los árabes israelíes y los judíos que vinieron de países árabes.
Como dijo el poeta Shlomi Hatuka del grupo Ars poetica: «Aún no entendí dónde los judíos Mizrahim (judíos del norte de África y Medio Oriente) terminan y los árabes comienzan». El poder otorgado a Shas conlleva la responsabilidad histórica que guarda relación con su identidad política. Es posible que destinos de los árabes y los Mizrahim estén más relacionados de lo que éstos últimos podrían admitir, desde el momento en que todos ellos son víctimas del «estado democrático de los Ashkenazíes blancos (los judíos del norte y centro de Europa)».
Es por eso que inducir a los países de afuera unirse al boicot no es patriótico. El verdadero patriotismo sería nuestro boicot hecho a nosotros mismos. Esto no quiere decir boicotear las colonias, sino que cada persona a sí misma. ¿Cuál es el valor de nuestros logros científicos, de nuestra creatividad, de nuestras investigaciones académicas? ¿Cuál es el sabor de los alimentos que comemos y cómo vamos a festejar nuestras festividades si todo está infectado por el virus del apartheid? Hasta que despertemos como sociedad y reclamemos imbuir de nuevos significados la palabra democracia, no vamos a ser un pueblo libre en nuestra tierra.