Este año, el 26 de Julio, Día de la Rebeldía Nacional en Cuba, marcó un momento de trascendental importancia para la solidaridad cubano venezolana. No tuvo lugar el acontecimiento que el imaginario popular y los medios le habían pronosticado: el primer abrazo de Hugo Chávez y Fidel Castro en público tras los cuatro años de […]
Este año, el 26 de Julio, Día de la Rebeldía Nacional en Cuba, marcó un momento de trascendental importancia para la solidaridad cubano venezolana.
No tuvo lugar el acontecimiento que el imaginario popular y los medios le habían pronosticado: el primer abrazo de Hugo Chávez y Fidel Castro en público tras los cuatro años de convalecencia de este último. Pero un conjunto de circunstancias determinó, no obstante, que la fecha resultara muy significativa en los anales de las relaciones revolucionarias entre La Habana y Caracas.
En un islote turístico a 350 kilómetros de La Habana, tuvo lugar los días 25 y 26 de julio la Primera Cumbre Presidencial Cubano Venezolana que examinó los resultados de la Segunda Reunión de Alto Nivel de la Unión Económica Cuba-Venezuela efectuada en Caracas entre el 15 y el 19 de julio. Los dos países acordaron priorizar, por su mayor viabilidad a corto o mediano plazo, 139 proyectos de colaboración económica del total de 370 que fueron evaluados con el objetivo estratégico de marchar hacia la unión económica de ambos países sustentada en los principios de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
El Presidente Chávez estuvo ausente porque, «como siempre, escogió mantenerse al frente de su pueblo, en la primera línea de combate, en defensa de nuestra asediada Revolución Bolivariana», según palabras del Vicepresidente venezolano Rafael Ramírez, quien encabezó la delegación de su país, designado por el líder bolivariano.
En tiempos que presagian graves acontecimientos para la humanidad por la agresividad de fiera amenazada que denota la superpotencia y su incapacidad de salir airosa de la grave situación a que ha sido conducida, derrota tras derrota, por su irresponsable belicismo, Venezuela corre grave peligro de ser agredida.
Por evidente encargo de Washington, el presidente colombiano Álvaro Uribe, próximo a dejar su cargo el 7 de agosto de este año, denunció en la Organización de Estados Americanos (OEA) la supuesta presencia en territorio venezolano de 85 campamentos guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) con no menos de 1500 efectivos.
La acusación, rechazada por Caracas enérgicamente, carece de todo fundamento, entre muchos otros motivos, porque el propio gobierno colombiano reconoce que las FARC y el ELN controlan el 30% del territorio del país y el más elemental principio militar desaconsejaría distraer tantas fuerzas fuera del área de combate.
El saliente mandatario colombiano, que pasará a la historia de su país como aquel que lo convirtió en el más servil instrumento de la superpotencia contra la unidad latinoamericana y lo entregó a una cúpula militar corrupta, a paramilitares al servicio de la oligarquía y a los narcotraficantes dependientes de mercado norteamericano de estupefacientes, aportó con ello el expediente que habitualmente fabrica el imperio para sus intervenciones militares.
La falaz denuncia colombiana está llamada a servir de pretexto para una intervención militar que derroque al gobierno bolivariano o que, al menos, le perjudique en las elecciones próximas a efectuarse.
No se trata de una manipulación aislada o casual. Han sido muchas las acciones conducentes al mismo propósito que han sido vistas en tiempos recientes. Sin seguir un orden cronológico ni de importancia, allí están las siete bases militares en Colombia; sus similares en Aruba y Curazao, muy cerca del litoral venezolano; las bases en El Salvador y en Honduras y, ahora, la introducción de no menos de 7000 marines con toda clase de armamento en la Costa Rica, en tanto la Cuarta Flota continúa, amenazante, en la costa atlántica del continente suramericano.
Los manejos dirigidos a promover discordias y enfrentamientos entre las naciones del continente no corresponden a los intereses ni aspiraciones del pueblo colombiano. Algo así, solo puede provenir de intereses geopolíticos del poder hegemónico, que considera que debilitar la unidad entre los pueblos de Latinoamérica es factor coadyuvante para someterles.
Cuba ha considerado en todo momento que el despliegue en Colombia de bases militares estadounidenses pone en peligro la estabilidad regional y atenta contra la soberanía de los estados vecinos.
«Luchamos por la paz y la armonía entre nuestros pueblos hermanos y nuestras gestiones siempre tendrán ese objetivo; pero en caso de cualquier problema, que nadie tenga la menor duda del lado de quien estará Cuba», declaró el presidente cubano, Raúl Castro, en el acto de clausura de la Primera Cumbre Presidencial Cuba-Venezuela.
En aras de que América Latina logre sobreponerse a esta nueva maniobra estadounidense contra su unidad, es de desear que el nuevo mandatario que se instalará en Bogotá el 7 de agosto disponga de suficiente autonomía como para plantearse objetivos de paz, tanto en lo interno como en la proyección de una política latinoamericana e internacional independiente, sin condicionamientos del norte.
La unidad es la única opción de supervivencia que tiene América Latina. Los pueblos lo comprenden; las oligarquías, no.
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