Es bien conocida la metáfora empleada por Karl Marx en El Capital cuando, al referirse al proceso de acumulación originaria y al metódico saqueo que ella exigía, decía que el capitalismo vino al mundo chorreando sangre y barro por todos sus poros. Pero hoy podríamos completar el razonamiento de Marx con dos agregados: primero, que […]
Es bien conocida la metáfora empleada por Karl Marx en El Capital cuando, al referirse al proceso de acumulación originaria y al metódico saqueo que ella exigía, decía que el capitalismo vino al mundo chorreando sangre y barro por todos sus poros. Pero hoy podríamos completar el razonamiento de Marx con dos agregados: primero, que aún después de concluida aquella fase fundacional el capitalismo continúa chorreando sangre y barro de manera aún más violenta y salvaje que antaño. Su estabilización como el modo de producción dominante en la economía mundial lejos de apaciguar sus instintos más agresivos ha potenciado -en esta, su actual fase imperialista- su crueldad y su vocación predatoria y sanguinaria hasta extremos nunca vistos. Segundo, que esos rasgos se combinan con otro: la apelación constante y sistemática al engaño, la mentira y la manipulación de la ciudadanía y la opinión pública. Ejemplo notable y reciente de ello es el enésimo ataque que la revista Forbes lanza contra Fidel Castro. No es el único ejemplo: en realidad, si hiciéramos un listado de las mentiras y calumnias deslizadas por las clases dominantes del imperio, sus representantes políticos en Washington, sus paniaguados en el periodismo y el mundo intelectual y sus obsecuentes lacayos en la periferia imperial (comenzando por Europa y siguiendo por América Latina) este artículo alcanzaría las dimensiones del directorio telefónico de Manhattan.
Pero, podría alguien ingenuamente preguntarse: ¿por qué una clase dominante imperial necesita mentir, calumniar e injuriar? Respuesta: porque su proyecto de dominación mundial se encuentra cada vez más cuestionado. Rechazado por las armas en Iraq, Afganistán, Palestina; resistido también por el creciente policentrismo de la economía mundial y el formidable ascenso de China como una de sus mayores potencias; y acosado cada vez con más fuerza en la estratégica «batalla de ideas» que se libra en gran parte del Tercer Mundo, y muy especialmente en América Latina. Y Fidel y Cuba han sido el baluarte inexpugnable contra el cual se estrellaron todos los planes del imperialismo para reconstruir el mundo a su imagen y semejanza; de demostrar en la práctica que no existe otra alternativa y que debemos resignarnos ante la supuesta superioridad económica, política y civilizatoria del imperio. Se derrumbó el campo socialista, implosionó la Unión Soviética, y China y Vietnam parecen haber sido seducidos por el productivismo capitalista (aunque muchos en Washington alberguen serias dudas acerca de la sinceridad de esta supuesta conversión). Pero el que queda en pie es Fidel, y Cuba. Y, para colmo, el prestigio internacional de la Revolución Cubana -atacada como nadie en la historia, criminalmente bloqueada por casi medio siglo como ningún imperio jamás lo hiciera con una pequeña nación rebelde- lejos de erosionarse se ha venido fortaleciendo de manera notable a lo largo de los años. Hoy en América Latina la Revolución Cubana es más popular que nunca. Fracasaron estruendosamente las distintas artimañas estadounidenses que pretendían demostrar la existencia práctica -no meramente retórica- de fórmulas superadoras de las que se estaban ensayando en La Habana: desde el «Estado libre asociado» en Puerto Rico hasta el salvajismo neoliberal impuesto mediante el Consenso de Washington y los TLCs desde las décadas finales del pasado siglo, pasando por la «revolución en libertad» de Eduardo Frei padre en el Chile de los sesentas, la Alianza para el Progreso en esa misma década, el apoyo a las feroces tiranías «de libre mercado» de los setentas y los ochentas -con sus miles y miles de desaparecidos, con sus escuadrones de la muerte, con sus manuales de interrogatorios para torturar «científicamente» y sus sesenta y tantos mil militares entrenados en la Escuela de las Américas- todo, absolutamente todo eso ha fracasado. Y América Latina sigue siendo «la tierra de la gran promesa»; la región más injusta y desigual del mundo; el habitat de una colección de naciones sin estados que las representen, carentes de soberanía y de legitimidad popular. Un conjunto de países desunidos por los ardides de sucesivos imperios y sumidos en el subdesarrollo y la pobreza, y alejándose cada vez más de las naciones desarrolladas.
Frente a este cuadro desolador queda en pie la imagen ejemplar de Cuba como el país con mejores índices de atención médica no sólo de América Latina sino también del mundo; el país en donde no existen analfabetos, ni mendigos, ni «niños de la calle», y en donde todos tienen acceso libre y gratuito a una educación de calidad, inalcanzable aún pagándola en los demás países de la región. Un país que produce los mejores deportistas de las Américas, incluyendo en esto a naciones que cuentan con veinte o treinta veces más población que Cuba, porque Cuba es una sociedad mejor, donde la gente se alimenta mejor, se educa mejor, cuida mejor de su salud y se la protege mejor que en cualquier otra parte. Y por eso tiene los mejores deportistas de las Américas, y en cada olimpíada mundial, o en cada competencia panamericana, los deportistas cubanos avergüenzan a sus gigantescos rivales. Y es por eso que los deportistas estadounidenses saben que, salvo en algunas pocas disciplinas, sólo Cuba es el rival a derrotar en esas justas deportivas. Un país, en suma, donde la democracia participativa, protagónica, directa, cotidiana, es una realidad que contrasta favorablemente con las desprestigiadas «pseudodemocracias» que prevalecen en América Latina, a las cuales es hora ya de llamarlas por su verdadero nombre: «plutocracias», es decir, gobierno de las minorías adineradas en provecho propio levemente disimulado por un ligero barniz electoral. Una democracia en donde, a diferencia de la gran mayoría de las que suscitan tan encendidos elogios de la Srta. Condoleezza Rice, gobernantes y gobernados viven bajo las mismas condiciones de espartana y digna austeridad. No hay en Cuba ese degradante espectáculo que es moneda corriente de las alabadas (por la Srta. Rice) democracias latinoamericanas: políticos y gobernantes millonarios que medran en un pueblo hambriento y desesperado, habitantes de dos mundos separados por una distancia abismal que desmiente brutalmente la retórica supuestamente democrática de los primeros.
Por todo ello es preciso mentir, «manufacturar consensos» como dice Noam Chomsky, seguir el consejo de Goebbels cuando decía que de tanto mentir algo quedaba en la cabeza de la gente. Mentir para desprestigiar a la Revolución Cubana y su líder. Por eso, aunque Forbes reconoce que no tiene ninguna prueba de la existencia de una cuenta bancaria de Fidel en el exterior, o de lo estrafalario de su cálculo, inventa la historia que lo caracteriza como uno de los gobernantes multimillonarios del planeta. No tienen más remedio que apelar a estas calumnias, y quien lo hace es esa revista del mundillo de los negocios y las finanzas de los Estados Unidos, en realidad un maloliente submundo en el cual se lavan centenares de miles de millones de dólares por año producto del narcotráfico, la venta de armas, el tráfico de personas y de órganos humanos y todas las formas imaginables de contrabando. El dueño de Forbes es el señor Malcolm Stevenson Forbes Jr., y conviene detenerse un momento para conocer al personaje.
Steve Forbes es heredero de una familia que forma parte de la elite tradicional norteamericana, un multimillonario íntimo amigo de George W. Bush y los «halcones-gallina» republicanos y relacionado con varios tanques de pensamiento de la derecha reaccionaria y medios de comunicación como la Fox, esa formidable maquinaria de manipular conciencias creada por la derecha de los Estados Unidos. Steve Forbes fue en dos ocasiones precandidato por los sectores más recalcitrantes del Partido Republicano (en 1996 y en 2000). Según el periodista norteamericano Harley Sorensen en un artículo aparecido en el San Francisco Chronicle («Rich Man Talking«, 10 de Enero de 2005) Steve Forbes es un republicano de pura cepa, que en sus dos postulaciones a la presidencia propuso como eje de su campaña una política tributaria que penalizaba a los pobres y favorecía a los ricos de una manera mucho más radical aún que la que pusiera en marcha George W. Bush. Un verdadero «Robin Hood al revés.» Lo interesante del caso es que a diferencia de otros candidatos Forbes jamás hizo públicas sus declaraciones de impuestos. Por algo habrá sido. Al igual que George W., Steve fue un niño rico, ultraconservador y partidario del militarismo más desenfrenado, y tan cobarde y corrupto como el actual ocupante de la Casa Blanca: aprovechando de sus privilegiados contactos de clase en 1969 evadió sus obligaciones militares durante la Guerra de Vietnam registrándose en la inocua Guardia Nacional donde cumplió seis meses de servicio activo en las tareas normales de la fuerza: vigilar que se respete la veda de la pesca de la trucha y el salmón en los períodos indicados y monitorear el nivel de los ríos y embalses de las represas hidroeléctricas en épocas de deshielo. Luego de eso quedó en reserva durante los cinco años y medio siguientes mientras más de cincuenta y cinco mil jóvenes norteamericanos morían en Vietnam para defender en el Sudeste asiático los privilegios de su clase. Como decía Jorge Luis Borges de unos de sus personajes, «este bravo varón jamás sintió el silbido de una bala pasar cerca de su cabeza.»
Pero Steve Forbes no sólo dirige una revista dirigida al mundo económico y financiero. Es, como se sabe, uno de los directores de la archi-conservadora Heritage Foundation, uno de los tanques pensantes más importantes de la derecha reaccionaria norteamericana. En realidad, no sólo tanque pensante sino también -y tal vez principalmente- instancia articuladora de la multiplicidad de grupos fundamentalistas, racistas, cristianos renacidos, supremacistas blancos, militaristas y anti-comunistas que pululan en la sociedad norteamericana. No sorprende que alguien de sus cualidades sea también Presidente Honorario de la Fundación Nacional Cubano Americana, antigua organización terrorista basada en Miami de enorme influencia en la política doméstica e internacional de los Estados Unidos y responsable de innumerables crímenes de todo tipo. En los ochentas la irresistible vocación democrática y libertaria de Steve lo condujeron a desempeñarse como miembro del fideicomiso que supervisaba las actividades de la Radio Free Europe y la Radio Liberty, cuya prédica incesante a favor de la libertad económica y el liderazgo norteamericano inspiró la infame Radio Martí con la cual se pretende engañar a los cubanos. En la actualidad, aparte de sus contribuciones a la Fundación Nacional Cubano Americana Forbes promueve la defensa de los valores civilizatorios del capitalismo desde su puesto en el Directorio de la Universidad de Princeton, confirmando una vez más la íntima vinculación que, lamentablemente, se ha establecido entre los magnates capitalistas y las grandes universidades norteamericanas, otrora refugios relativamente seguros del pensamiento crítico de ese país y hoy por hoy meras agencias de reclutamiento de intelectuales y científicos para ponerlos al servicio del capital imperialista.
Como miembro del Directorio de la Heritage Foundation, sin embargo, Forbes no se da por satisfecho. Poco después de la re-elección de George W. Bush envió una carta a las distintas organizaciones de la derecha norteamericana diciendo que la batalla ideológica y política en la que estaban empeñados podía perderse si el control que ejercía la derecha se limitase tan sólo a las dos cámaras del Congreso, la Casa Blanca, la Corte Suprema y buena parte de la riqueza del país. Es preciso, decía Forbes, ir mucho más allá. Hay que acabar con los restos del Estado de Bienestar surgido del New Deal rooseveltiano de los años treintas; con los sindicatos, crecientemente dominados por izquierdistas de distintos pelajes ; con la Seguridad Social; con la permisividad en materia de abortos y derechos sexuales; con el progresismo de los medios de comunicación de masas, siempre críticos de las posturas de la derecha; y con el predominio de la izquierda en las escuelas y universidades norteamericanas, que enseña que los Estados Unidos son una sociedad tan injusta que no es merecedora de la lealtad de sus ciudadanos.
En resumen, Steve Forbes es una de las expresiones más retrógradas, agresivas y bárbaras del capitalismo norteamericano. El ataque hecho por su publicación a Fidel debe ser entendido en el marco de la cruzada reaccionaria lanzada por las clases dominantes del imperio mediante uno de sus instrumentos de lucha ideológica, dispuestas a imponer su plan de dominación mundial a sangre, fuego y mentiras. No existe sustancia alguna en sus calumnias. Es un episodio más de una larga lucha en contra de una revolución gracias a cuya sobrevivencia hoy América Latina ha comenzado a abrir promisorios senderos de esperanza -principalmente en Venezuela y Bolivia- y atisbos de un futuro cargado de mejores perspectivas en otros países de la región. Pero, no es ocioso repetirlo, este renacimiento de la izquierda en América Latina no hubiera sido posible si Cuba no hubiese resistido como lo hizo; y sin una figura como la de Fidel -quijotesca en el más bello sentido de la palabra: lúcido, austero, ético, incorruptible- que aún en los momentos en que parecía que el mundo se venía abajo, a comienzos de los noventas, mantuvo inquebrantable su fe en el socialismo y en la causa de los pueblos. Por eso, a un personaje de esa estatura el imperio lo ataca sin reparar en escrúpulos de ningún tipo. Las mentiras de Forbes son el furioso e impotente ladrido de los perros guardianes de la burguesía mundial. Salvo pocas excepciones, los medios serviles de América Latina reprodujeron la noticia sin mayores comentarios. Como lo señalan hasta el cansancio las encuestas de opinión levantadas país tras país, la credibilidad de los grandes medios es casi nula; y cuando se dedican a hablar mal de Fidel y de Cuba, es igual a cero. Volviendo al Quijote, «ladran Sancho, señal de que estamos cabalgando.»