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Carta a mi hija Aisha

Sueños en un mundo desigual

Fuentes: Rebelión

Ya van a hacer dos años que viniste al mundo, a mi vida. Ya van a hacer dos años que conocí lo que es el amor incondicional: el saber que tu sonrisa ilumina toda mi existencia, llenándome de alegría y de amor. Desde que estuviste en el vientre de mamá, me sentí bendecida. Nunca he […]

Ya van a hacer dos años que viniste al mundo, a mi vida. Ya van a hacer dos años que conocí lo que es el amor incondicional: el saber que tu sonrisa ilumina toda mi existencia, llenándome de alegría y de amor. Desde que estuviste en el vientre de mamá, me sentí bendecida. Nunca he creído en dioses ni diosas, pero saber que estabas creciendo dentro de mi barriga llenaba todo mi ser. También van a hacer tres años que estoy en paro. Que soy una más en las listas del INEM. Que soy una más que parece que no tiene derechos, ni sueños, ni vida, ni futuro. A veces pienso que la vida se apaga cuando las frustraciones pueden más que todos los sueños juntos. Aunque, gracias a ti, sigo el camino hacia esas metas que una vez me propuse cumplir.

Quizá el fracaso mayor que he vivido fue que me despidieron, que me dejaron tirada cuando más lo necesitaba. Después de tres años y medio con ellos, decidieron abandonarme a mi suerte, a nuestra suerte, porque ya no estaba sola. Me tiraron a la basura cuando ya no les hacía falta. Todavía hoy siento dolor por ello, todavía siento rencor. Sé que este no es buen compañero de viaje, pero no lo puedo evitar, porque tener que regresar a casa de la abuela se me hizo muy duro y se me sigue haciendo muy duro cada día. Pasé de ser independiente, a tener que volver a depender del lecho materno. Aunque, gracias a la abuela, hoy contamos que tenemos techo donde vivir; donde levantarnos cada día y poder contar una historia de esperanza.

Me siento fracasada, ¿quién lo diría con 28 años? Soy joven, con una vida por delante, con una formación a punto de finalizar. Pero me veo encerrada en cuatro paredes sin poder conseguir mis objetivos, un puesto de trabajo y una vida digna para nosotras. Al principio pensé que el trabajo lo encontraría en cuanto me pusiera a buscar; ahora, he perdido la esperanza de encontrarlo alguna vez. Aunque bien es verdad que «no tiro la toalla». Muchas veces pienso si debería haber elegido otro camino, pero te veo a ti, y cambio radicalmente de pensamiento. Tienes una mamá muy luchadora, pero si tú no me acompañaras en mi lucha, ésta no tendría sentido, quizá seguiría otro camino pero éste no sería junto a ti.

Siempre he reclamado mis derechos, nuestros derechos como personas y seres humanos, y eso ha sido una piedra en mi camino. La unión de los que estamos en esa base de la sociedad es fundamental. Sin ella no somos nadie. ¿Por qué iban a tener a una persona intransigente e inconformista que revolucionara a las demás?, ¿qué beneficio sacaban de una trabajadora que informara a sus compañeros de sus derechos? Evidentemente, nada. Tarde o temprano tenía que pasar y escondieron «un as debajo de la manga». La empresa se refugió en una reforma laboral aprobada por unos representantes de la sociedad que viven en una burbuja. Ésta se incluyó en esa parte de la ley, en la que suponían como brujos que tendrían perdidas si me mantenían en el puesto de trabajo que hasta entonces estaba desempeñando.

Estando embarazada de ti, de dos meses, me dieron mi carta de despido y me dijeron: «mucha suerte». Les iba a llevar a los tribunales por despido nulo, alegando que lo hacían por el embarazo, pero no pude. Puse en camino los papeles a través de un sindicato de trabajadores llamado CC.OO (Comisiones Obreras), pero mi conciencia, cosa que ellos no tenían, no me dejó. No me dejó porque además llevaba mucho tiempo agonizando en ese puesto. Estaba deseando cerrar esa etapa de mi vida que me había traído más penas que alegrías. Sin embargo, nunca pensé que en el futuro me fuera a costar tanto reinsertarme en el trabajo. Volver a la dinámica laboral. Quizá, hoy, si pudiera volver con una máquina del tiempo al pasado, habría seguido adelante con ello.

A veces escucho, de individuos, porque no se le puede llamar personas, que los desempleados no queremos trabajar, que vivimos de las prestaciones y de los subsidios. ¡Ojalá ellos vivieran en nuestras circunstancias, hija mía!: vivir de la caridad y sentir que no valemos para nada. Pasar noches en vela pensando si tendré algún día la oportunidad de volver a trabajar, de encauzar nuestra vida como cualquier otra persona. De no ser números para los políticos, de no ser unos excluidos sociales, de estar fuera de este sistema tan injusto y depredador. Sin trabajo no eres nadie, no cuentas. Simplemente eres uno más en una vida superflua, sin salida, sin sentido. Estamos en reserva, somos los sobrantes del mercado laboral y del sistema, porque no aportamos nada al modelo productivo.

Sin embargo, nosotras podemos dar las gracias de tener un apoyo. Hay personas que viven peor que nosotras, que se han quedado sin nada, hasta sin dignidad. Por lo menos nosotras vivimos con la abuela y tenemos todo lo necesario para que tú no veas lo que nos rodea. La necesidad de muchos otros niños que fluye diariamente en distintas partes del país y del mundo. De eso no me puedo quejar. La abuela nos está sacando adelante con mucho esfuerzo. Nunca pensó que tendría de vuelta a su hija y menos con un bebé en camino. Nunca pensó que tendría que llevar sobre sus espaldas, a su edad, una familia. Hace dos años que también su vida cambió, y tuvo que enfrentarse a algo muy duro. Después de compartir toda una vida con alguien cerró una página en su propia historia. ¡ Imagínate qué duro es el camino de la vida!

No siempre es así, ya que depende mucho de dónde hayamos nacido. Mi vida estuvo marcada por unos padres que tenían problemas. Lo que se conoce como cabeza de familia en este sistema patriarcal, era una persona con problemas en el juego, que nunca lo ha reconocido. Por eso, nunca te hablo de tu abuelo. Y prefiero dejarlo estar. Muchas veces pienso que si hubiera tenido otra infancia y adolescencia, habría tenido más posibilidades de desarrollarme tanto en el ámbito de la educación como luego en el futuro profesional. Pero eso, tampoco se sabe. No puedo hacer hipótesis que no se van a poder probar nunca. Prefiero ceñirme al pasado más cercano, al presente que recorremos y al futuro que vamos a construir juntas.

Doy las gracias de haber trabajado en aquella empresa, de la que ya te he hablado. Allí conocí a tu padre. Tú no lo conoces porque él decidió seguir su camino. Pero, gracias a eso, hoy tú estás aquí. La gente me dice que un día, no muy lejano, me preguntarás por él, y te preguntarás por qué no está junto a ti. Pienso, muy sinceramente, que tú no tendrás esa pregunta porque has nacido y estás creciendo sin él. Que en tus recuerdos que estás formando, en esa cabecita, no aparece la figura paterna. No me importa que un día me lo preguntes, que tengas tus dudas al respecto, ya que tienes tu derecho a saber cuál es tu pasado. Sin embargo, no quiero que tu pasado sea como el mío, lleno de rencores y malestar. El día que decidas conocer tu historia, o nuestra historia, te la contaré encantada.

Somos una familia monoparental. Difícil en un mundo construido por y para hombres. Si ya de por sí, ser mujer, es un impedimento para estar en igualdad de condiciones con el hombre en todas las facetas relacionadas con la vida, ¡imagínate!: mujer, madre, en una familia de un solo progenitor y desempleada, enfrentándose a un mercado laboral hecho para no tener hijos, y enfocado al género masculino. Nosotras, por desgracia, tenemos muchos obstáculos. No sabes lo que vas a tener que luchar para hacerte un hueco en el camino. Intentaré dejarte hecho una parte, yo y muchas otras mujeres que cada día exigimos la igualdad. También hay muchos hombres que se han unido a nuestra lucha, pero muy a nuestro pesar, todavía tenemos que derribar muchos muros. Mentalidades que creen que nosotras somos un ser inferior, asociado a la naturaleza y que nuestro papel está fusionado al hogar, a la crianza y al cuidado de los demás.

Aún con todos esos impedimentos doy gracias de haber nacido mujer. De tener el don, que nos ha regalado esa naturaleza tan incierta, de ser madres. De tener la posibilidad de haber sentido tus primeros movimientos en la barriga. De haberte podido cantar y acurrucar en tus primeros llantos. De haberte podido amamantar; y ver tus primeros pasos, palabras o cánticos. De poderte besar cada día. De sentir que eres parte de mí. De emocionarme cuando escribo sobre ti. De tener ese instinto animal de protección, que en el ser humano se convierte en amor. Quizá si ese instinto se diera en el género masculino, que no lo sé, el mundo sería muy distinto. Me gustaría saber qué siente un hombre cuando tiene un hijo. Me gustaría saber por qué son capaces de hacer las atrocidades que hacen. Me gustaría saber por qué nos dejaron a un lado, cuando nosotras podríamos haberles aportado esa parte de naturaleza incierta. Sin embargo, prefirieron apartarnos y construir su mundo en el que nosotras no contamos para nada.

Hoy ha cambiado un poco. Nuestras madres y abuelas, nuestras antepasadas, tuvieron un camino mucho, pero que mucho más difícil. Hoy contamos un poquito más que ayer, pero seguramente mañana contaremos un poquito más. Hija, quiero que sepas que tú eres igual que todos los hombres. Que todas nosotras somos iguales que todos los hombres de la tierra. Que no porque nazcamos mujeres tenemos menos posibilidades de hacer lo que deseemos y nos guste. Únicamente nos diferencia una cosa, ovular cada veintiocho días y llevar dentro de nuestro vientre seres humanos durante nueve meses. El resto son construcciones sociales y culturales. Tú puedes ser lo que quieras. Tú puedes jugar con camiones, con pelotas o muñecas. Puedes ser científica, ingeniera o maestra. Puedes ser aquello que te haga soñar cada día. Da igual de qué sexo seamos cuando nacemos. No hay nada que nos diferencie. Al principio somos asexuados. Se nos confunde. Sin embargo, estamos nosotros para crear la diferencia.

Hija, te puedes vestir como quieras. Si quieres llevar falda o pantalón, esa es tú decisión, por ello no vas a ser menos femenina. Porque, ¿qué es eso de ser femenina o masculina?, ¡tonterías! Me encanta vestir pantalones, ir cómoda como cualquier otra persona. Pero parece ser que para la sociedad, la mujer tiene un papel guardado, distinto al del hombre. Debemos ser recatadas, vestir con ropa «de mujer», pintarnos y parecer débiles. Siempre han querido que parezca que necesitamos la protección de un hombre. Las películas o la publicidad, todo va dirigido a que nos supeditemos a ellos. ¡No hagas caso! En el trabajo verás que también tenemos nuestro papel. Solo tienes que ver quiénes están en los puestos de mayor responsabilidad en las empresas. Aunque para mí, no hay mayor responsabilidad que educar a un hijo. Que transmitirle toda la sabiduría de la vida.

El papel de la educación es fundamental, tanto dentro de la familia como fuera de él. La abuela fue mi ejemplo, yo seré el tuyo y tú serás el de tus hijos. Así generación tras generación es como se va encauzando la sociedad. Seguramente los hombres no se han dado cuenta de que los niños y jóvenes son el futuro y que lo que vean en sus familias será lo que se refleje en la sociedad de su tiempo. Que el papel que jugaron sus madres y sus padres fue fundamental para su carrera profesional y vital y que seguramente les marcó parte de su personalidad. Me gustaría tener una sociedad igual, en todos los sentidos de la palabra. Que el papel de todas nosotras estuviera en iguales condiciones que el papel de los hombres, pero, ¿cómo hacerlo si se nos excluye? Estamos ante una sociedad excluyente donde aquello que estorba se echa a un lado. El trabajo es imposible conciliarlo con los hijos y, por eso, algunas mujeres deciden aparcar su carrera profesional. Pero no solo eso.

Cuando decidí traerte al mundo, aun conociendo todas las fronteras impuestas, nunca pensé que los niños estuvierais tan excluidos de la sociedad en su conjunto. Que hubiera un mundo de adultos y otro de niños. Que pareciera que los adultos, por tener una razón y un conocimiento superior de la vida, tuviéramos que aislaros de nuestro mundo imaginado, en vez de complementarnos con vuestra frescura e inocencia. Las conferencias en los ámbitos de formación, los centros comerciales que se pusieron tan de moda hace un par de décadas, los hoteles, los restaurantes, los teatros, en la mayoría, tenéis zonas específicas para vosotros y en otros casos tenéis vetada la entrada. Hace poco tiempo que pusieron en marcha la opción de poder viajar en un vagón de tren en el que vosotros tampoco podéis ir. Algunas compañías aéreas tienen una dinámica parecida. Solo podéis estar en aquellos lugares que nosotros, los adultos, hemos decidido que sean para vosotros. ¡Te das cuenta qué manía tienen de excluir a los que ellos creen que estorban!

No solo ha pasado con vosotros, los niños. En esta sociedad occidental, llamada civilizada, también las personas más mayores han sufrido en estos tiempos cambios radicales. Quién se lo iba a decir a todas esas personas que una vez fueron los grandes «jefes» en esas familias tradicionales, y que su experiencia de la vida era el ejemplo de todos, niños, jóvenes y adultos. Existen unos lugares llamados residencias donde se apartan a los abuelitos porque ya no sirven «para nada». Ya son un estorbo porque no pueden trabajar y tampoco pueden ayudar en el hogar. Se cree que no aportan nada a la sociedad. Y como cada vez hay que trabajar más para poder vivir, y el papel de la mujer ha cambiado, pues la mejor opción que se ha visto es llevarlos a centros donde acaban sus últimos días como desechos sociales. ¡Qué pena de sociedad! Primero fueron las mujeres y los niños, ahora también lo son las personas con más sabiduría de la vida, los que un día nos cuidaron, nos ayudaron y nos guiaron en el camino.

Bien es verdad, que lo que te acabo de contar es solo para aquellos que tienen posibilidades y unos recursos económicos suficientes, tanto para poder abandonar a los mayores a su suerte como para poder hacer un ocio basado en el abuso de recursos. Nosotras hacemos una vida parecida a cuando yo era niña, allá a finales de los años 1980 y durante los años 1990. Vivimos apartadas de la urbe. Compartimos nuestra vida con la abuela. Nuestro ocio es ir al parque, pasear por el campo, leer, ver la tele, jugar o escuchar la radio. Como ya te he dicho, a finales de la década de los 1990 empezó la locura del crecimiento basado en el abuso del «consumir por consumir» y el ocio se convirtió en «ir de compras, ir a restaurantes, ir a parques temáticos…». En la actualidad, todo está basado en consumir bienes y servicios. La vida se ha convertido en un «tirar, comprar, tirar». No obstante, la crisis nos ha hecho replantearnos nuestro modelo social, político y económico. No solo porque es insostenible sino porque además ha dejado tiradas en la calle a muchas personas a lo largo del transcurso ¿Cómo cambiarlo en un mundo de exclusión continua? Porque…

Y ¿qué sucede con las personas discapacitadas? Nosotras tuvimos un familiar, el tío Eladio. El hermano de la abuela nació con un problema cerebral, que le imposibilitaba llevar una vida sin que alguien le cuidara. Mi abuela, tu bisabuela, cuidó de él hasta el día de su muerte. Nada más nacer a sus padres y hermanos les cayó «un jarro de agua fría». En los años 1960 eran considerados como seres de otro mundo, no podían estudiar ni realizar la bendecida comunión, tan sagrada en esos años del franquismo. La abuela siempre me ha contado que le daba vergüenza decir que tenía un hermano enfermo. Si ahora es difícil tener un familiar dependiente, antes era peor todavía. Recuerdo cuando era niña y le íbamos a ver a Ciempozuelos, lo contento y alegre que se ponía, ¡su cara era el espejo del alma! Yo era muy pequeña, pero lo recuerdo como si fuera hoy. Estaba empotrado en una silla y sólo podía mover la cabeza y un poco los brazos. ¿Te imaginas que tuviera que pasar una prueba de verificación para ver si podía o no trabajar? Sería indignante para él y para nosotros. Hoy esas pruebas que se realizan hacen ver el tipo de sociedad que ha fermentado, demonizados y echados a un lado como si fueran bichos, parásitos. Lo triste de todo es que ellos no han elegido ser enfermos, sino que la divinidad decidió por ellos. Son los peor parados de este sistema tan injusto y deshumanizado que sólo nos hace ver que somos números y no seres humanos. Lo más triste de todo es la demagogia de los políticos que defienden la no vida y luego cuando ya nacemos nos tiran a un estercolero. ¡Qué lástima de sociedad!

Te preguntarás que por qué te explico esas cosas tan raras, pero es que es fundamental para entender lo que nos está pasando. Por qué mamá se quedó sin trabajo, por qué los niños estáis en una situación de exclusión, por qué los más mayores se ven abocados al abandono por sus seres que una vez fueron queridos y por qué las personas discapacitadas han sido el último rincón de la cólera. Gracias al modelo económico, si se le puede dar las gracias, cada vez más, por motivos económicos y laborales, se retrasa la maternidad. En él la tecnología está supliendo la mano del ser humano. En otros muchos casos, la llamada competitividad de las empresas hace que se reduzca la mano de obra, trabajar más horas por el mismo salario, dejando la mano de obra sobrante sin empleo y en riesgo de exclusión, porque… ¡hay qué ser más productivos! También, cada vez vivimos más años y a veces teniendo que depender de máquinas y medicamentos para ampliar esa longevidad, generando situaciones de subordinación total a las maquinas y en otros muchos casos a cuidadores. Además, a veces por desgracia un fallo en la formación de los bebés en la tripa de las mamás marca una vida de dependencia. Hemos creado una sociedad dentro de una distopía, en la que aquello que no deseamos para nosotros lo hemos cumplido inconscientemente. Puedo seguir contándote todos los errores que han cometido o que hemos cometido y que cometemos, porque todos hemos participado en destruirnos a nosotros mismos y hacer que cada día el mundo sea más desigual e injusto.

Aquellos países de los que solo se habla de vez en cuando, y que parece que están muy lejos, se les ha explotado para que nosotros podamos avanzar. No sé si conocerás qué es eso de la globalización, uno de los males de nuestro tiempo, y que han aprovechado las grandes empresas para poder obtener más beneficios a menor coste, pero que nos ha afectado a todos nosotros, porque nos hemos quedado muchos sin trabajo, y cada vez hemos sido más los desahuciados del sistema y cada vez han sido menos los que han ido quedándose en él y con él. Una vez los inmigrantes fueron bienvenidos al mundo occidental, el que parecía el nuevo mundo de esa época imperialista, donde las oportunidades florecían como las flores en los jardines. Sin embargo, ahora, con la supuesta crisis, se está intentando cerrar toda frontera para imposibilitar la entrada de todo ser humano que no sea nacional. Nos hacen ver que esas personas son como las malas hiervas, que han hundido al Estado porque se han aprovechado de él y han crecido sin consentimiento y de forma descontrolada. Otra vez exclusión. En este mundo que te estoy contando, la palabra exclusión aparece mucho. La igualdad y la justicia tan alabadas en la mayoría de estos países con tinte democrático están en casi todas las cartas que fundamentan los principios de los mismos. Existe una carta de Derechos Humanos, pero ¿sabes qué? no es vinculante para ninguno de ellos. ¡Qué hipocresía!, ¿has visto los adultos qué tonterías hacemos? Creamos cosas que luego si no queremos no cumplimos. ¿Y nosotros los adultos somos vuestro ejemplo? Que venga Dios y lo vea.

Todo lo que te estoy contando es cierto. Puede ser que tenga una parte muy subjetiva, no lo puedo evitar como ser humano porque tengo sentimientos y nunca los he podido esconder, aunque a veces las circunstancias de la vida me hayan hecho tragármelos y guardarlos en los más profundo. No obstante, quiero que veas que no somos perfectos. La perfección no existe, aunque se quiera buscar y conseguir como el ideal de felicidad. Es imposible llegar a todas ellas si no se trabaja cada día. Al tenerte a ti me he dado cuenta de muchos errores que he ido cometiendo a lo largo de mi vida. No valoramos verdaderamente las pequeñas cosas, sino que nos imponemos unos ideales que muchas veces nos embargan el camino, llenándonos de frustraciones y de sentimientos contrapuestos. Nunca olvidaré cuando naciste y te pusieron sobre mi pecho. Eras tan pequeñita y te veía tan débil que sentí que nunca me debería separar de ti. Desde ese instante cambió mi vida y mi forma de pensar.

Hoy puedo decir que gracias a ti estoy acabando uno de mis sueños. Hacía tiempo, antes de que estuvieras en mi vida, que había dejado a un lado los estudios, no entendiendo que son fundamentales para poder ser independiente, o por lo menos para poder aspirar a la independencia que siempre he anhelado tanto. A veces, se buscan los caminos más fáciles no sabiendo que después pueden truncar el camino principal. Tú me has ayudado a continuar ese camino que hasta tu llegada estaba perdido. Tú me estás ayudando a cerrar una etapa de mi vida. Este año podré decir que esto es un punto y seguido en mi historia. Que no existen imposibles siempre y cuando las metas sean alcanzables. Que el mundo se puede transformar con todos esos pequeños pasos y que cada uno puede encauzar ese cambio. No existen barreras reales. Solo construcciones mentales que nos cierran esa capacidad que tenemos los seres humanos para hacer posible lo imposible.

Lo que deseo para ti es que nada ni nadie te impida elegir tu camino y te diga qué es lo que tienes que hacer. Hija, eres libre. Nacemos para que cada uno pueda decidir sobre su destino. Éste no existe, según elijas unas alternativas u otras así irás construyendo tus pasos. Te encontrarás muchos obstáculos a lo largo del mismo, pero éstos, con tesón y fuerza, podrás derribarlos sin problemas. Si te caes te volverás a levantar. No hay vencedores, ni vencidos, simplemente personas que tienen diferentes formas de ver la vida. Nunca te dejes responsabilizar de los errores de otros, cada uno es responsable de sus actos y no se puede cargar a los demás con cosas que podrían haber evitado en el pasado ellos mismos. Es mejor arrepentirse de lo que no se ha hecho que de lo que se ha hecho. Lo hecho, hecho está y no lo vas a poder cambiar, sin embargo, puedes arrepentirte de lo que no has hecho y una vez pasado el tren quizá nunca lo podrás volver a coger. No dudes de aquello que anheles y que tu corazón dicte a tu cabeza, y no al revés. Te deseo lo mejor en el futuro. Tu mamá, que te quiere cada día más.

Nota aclaratoria. Esta carta es la parte final de un trabajo que Elisabet hizo para una asignatura que imparto en la Universidad Complutense. En esa parte, yo pedía a los alumnos que volcaran sobre una experiencia personal el marco conceptual logrado tras la lectura de sendos libros de Federico Engels y Guy Standing, respectivamente, sobre la clase obrera inglesa del XIX y el precariado actual. Carta a mi hija Aisha me impresionó y me conmovió por su profundidad, por su sinceridad, por su dignidad, por su amor. Inmediatamente pensé que debía ser leída por un púbico más amplio y le propuse intentar publicarla. Es para mí un honor haber tenido de alumna a Elisabet Ruano. Andrés de Francisco (Universidad Complutense de Madrid). 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.