Traducido para Rebelión por LB.
Durante su corta visita a Israel el Papa Francisco depositó unas flores sobre la tumba de Theodor Herzl. No fue un gesto habitual. Los jefes de Estado extranjeros están obligados a visitar Yad Vashem, como hizo el Papa, pero no la tumba de Herzl. No es como la Tumba del Soldado Desconocido de París.
Entonces, ¿por qué la tumba de Herzl? Obviamente, ese gesto tenía como objeto subrayar la naturaleza sionista del Estado.
Herzl fue el fundador del sionismo político moderno. Se le denomina oficialmente «el Visionario del Estado». La suya es la única foto que adorna la cámara de plenos de la Kneset. Si tuviéramos santos se llamaría Santo Teodoro.
Probablemente Francisco no le dio mayor importancia a ese gesto. Si es así, es una lástima. El Papa argentino podría haber encontrado muy interesante la figura de ese pintoresco periodista y dramaturgo vienés.
Porque si Herzl se hubiera salido con la suya Francisco habría sido recibido por el presidente Peres y por el primer ministro Netanyahu en castellano. Habría honrado la tumba de Herzl en el Estado judío en algún lugar al sur de Buenos Aires.
Si Francisco nunca ha oído hablar de este episodio, no es el único. La inmensa mayoría de los israelíes tampoco lo ha hecho. No se enseña en las escuelas israelíes. Se oculta de forma un tanto vergonzante.
Los israelíes saben sobre «Uganda». Poco antes de su muerte prematura Herzl fue invitado por el gobierno británico para poner en práctica sus ideas en una parte del África Oriental Británica (en realidad se trataba de las tierras altas de Kenia, una meseta con un clima suave que más tarde se convirtió en territorio de Kenia.)
Para entonces Herzl había perdido la esperanza de obtener Palestina del sultán turco. El proyecto de Kenia, que podía ejecutarse inmediatamente, lo atrajo a él y a su principal valedor, Max Nordau, quien le aconsejó que lo aceptara al menos provisionalmente, como una especie de «asilo nocturno».
Pero los sionistas rusos, el baluarte del movimiento, se rebelaron. Palestina o nada. Herzl fue desbordado por sus propios admiradores y murió poco después con el corazón destrozado, según se dijo.
Este episodio es bien conocido. Mucho se ha escrito sobre él. Algunos dicen que si durante la década de 1930 hubiera existido en África una Comunidad judía muchos judíos europeos podrían haberse salvado de los nazis.
Pero el capítulo argentino ha sido borrado. No encajaba con la imagen del Visionario del Estado que cuelga en las paredes.
La larga senda de Herzl hacia el sionismo comenzó cuando, siendo un estudiante judío de origen húngaro residente en Viena, se dio de bruces con el antisemitismo. Su mente lógica halló la respuesta. Como era dramaturgo, describió la escena: todos los judíos austríacos, excepto él mismo, marcharían de forma ordenada a la Catedral y se convertirían en masa al catolicismo. El Papa se habría entusiasmado.
Sin embargo, Herzl pronto comprendió que ni los judíos aceptarían el bautismo («Los judíos le temen al agua», bromeó en cierta ocasión Heinrich Heine) ni los Goyim nacionalistas soñarían siquiera con aceptarlos en sus filas. ¿Cómo podrían hacerlo? Los judíos estaban en todas partes, dispersos en multitud de países diferentes, así que ¿cómo podrían adherirse sinceramente a ningún movimiento nacional?
Ahí es cuando Herzl tuvo su visión histórica: si los judíos no podían adherirse a ninguno de los movimientos nacionales que brotaban como champiñones por toda Europa, ¿por qué no habrían de constituirse ellos mismos en una vieja-nueva nación independiente?
Para Herzl esa era una idea sobria, racional. No había ningún Dios involucrado, ni Sagradas Escrituras, ni tonterías románticas. Palestina no entró en su plan. Tampoco sentía el más mínimo interés por las fantasías religiosas de los cristianos sionistas de Gran Bretaña y EEUU del tipo de Alfred Balfour.
El proyecto de Herzl fue completado íntegramente hasta el más mínimo detalle y plasmado por escrito en el folleto que se convirtió en la Biblia Sionista, Der Judenstaat, incluso antes de que Herzl comenzara a pensar seriamente en el lugar donde debía ser implementado.
El panfleto inició su andadura como un discurso que pronunció ante el «consejo de familia» de los Rothschild, los judíos más ricos del mundo. Herzl confiaba en que financiarían su proyecto.
El texto está inmortalizado en sus Diarios, un documento muy bien escrito que ocupa varios tomos. En la página 149 del primer tomo de la edición original en alemán, tras explicar sus planes, comenta que «les puedo decir todo sobre la ‘Tierra prometida’ excepto su ubicación». Esa cuestión quedará en manos de una conferencia de destacados geógrafos judíos que decidirán dónde se instalará el Estado judío tras examinar todas las características geológicas, climáticas, «en definitiva, las circunstancias naturales, teniendo en cuenta las investigaciones más modernas». Se trata de una decisión de carácter «puramente científico».
Al final, cuando el panfleto salió a la luz con el título de Der Judenstaat, el asunto de la ubicación quedó prácticamente ignorado. A esa cuestión se le consagraba menos de una página bajo el expresivo título de «¿Palestina o Argentina?».
Claramente, Herzl prefería Argentina. La razón de ello también se ha olvidado.
Una generación antes de Herzl Argentina consistía principalmente en el territorio situado al norte del país, alrededor de Buenos Aires. El gran sur, denominado Patagonia, estaba casi vacío.
En aquel momento Argentina inició una campaña de conquista que hoy en día muchos consideran genocida. La población indígena precolombina, incluida una tribu de «gigantes» (dos metros de altura), fue exterminada o expulsada. A eso se lo llamó, casi en términos sionistas, «la campaña del desierto».
Campañas genocidas de ese tipo eran bastante habituales en aquella época. Los EEUU hicieron la suya contra los «pieles rojas». Los alemanes perpetraron genocidio en la actual Namibia y el asesino de masas fue agasajado en la Alemania del Kaiser como un héroe nacional. El rey de los belgas hizo algo similar en el Congo.
Lo que Herzl vio con el ojo de su mente era un enorme nuevo país más o menos vacío aguardando a convertirse en un Estado judío. Pensó que el gobierno argentino entregaría el territorio a cambio de dinero. La población local restante podría ser expulsada o inducida a trasladarse a otro lugar, pero «sólo después de que hubieran exterminado a todos los animales salvajes».
(Los propagandistas anti-israelíes utilizan esta frase como si estuviera dirigida a los palestinos. Eso es completamente falso. Herzl jamás habría podido haber escrito eso sobre Palestina mientras el califa musulmán fuera el soberano del país.)
La Patagonia es un país muy pintoresco, con muchos paisajes diferentes, desde las costas de los océanos Atlántico y Pacífico hasta las increíblemente hermosas montañas cubiertas de hielo de los Andes. El clima es generalmente fresco, incluso frío. La ciudad más austral del mundo está situada en su extremo sur.
El enfoque racional de Herzl quedó rápidamente engullido por el carácter irracional de su movimiento, una mezcla de fantasías religiosas y de romanticismo de Europa del Este. El plan para reubicar a los judíos en un entorno seguro se transformó en un movimiento mesiánico. Esto ya les había sucedido a los judíos antes y siempre terminó en desastre.
Herzl detestaba Palestina. Pero sobre todo detestaba Jerusalén.
Cosa curiosa tratándose del profeta del sionismo: siempre se negó a visitar Palestina. Recorrió de cabo a rabo toda Europa, desde Londres hasta San Petersburgo, desde Estambul hasta Roma, para reunirse con los grandes del mundo, pero no puso el pie en Jaffa hasta que fue prácticamente obligado a hacerlo por el Kaiser alemán.
Guillermo II, un tipo romántico y bastante inestable, insistió en reunirse con el líder de los judíos en una tienda de campaña cerca de las puertas de Jerusalén. Fue en noviembre, el mes más cálido en este país, pero Herzl sufrió terriblemente por el calor, sobre todo porque nunca se quitaba su pesado traje europeo.
El Kaiser, un antisemita nato, escuchó cortésmente y luego comentó: «Es una buena idea, pero imposible de realizar con judíos».
Herzl huyó de la ciudad y del país lo más rápido que pudo. La Ciudad Santa, por la que sus sucesores están hoy dispuestos a derramar mucha sangre, le pareció fea y sucia. Se escapó a Jaffa y allí se subió en mitad de la noche al primer barco que zarpaba rumbo a Alejandría. Decía que había oído rumores sobre un complot para matarlo.
Todo esto podría haber sido alimento para las reflexiones del Papa si se hubiera centrado en el pasado. Pero Francisco vive en el presente y abrió sus brazos a los vivos, especialmente a los palestinos.
En lugar de entrar en el país a través de Israel, como todos los demás, le tomó prestado un helicóptero al rey Abdallah II y voló directamente desde Amman a Belén. Eso fue una especie de reconocimiento del Estado palestino. En su camino de vuelta desde Belén hasta el helicóptero, de pronto solicitó parar, se acercó al muro de ocupación y posó sus manos sobre su feo cemento, como sus predecesores las habían posado en el Muro de las Lamentaciones. Su oración allí sólo podía escucharla Dios.
Desde ahí el Papa voló al aeropuerto de Ben-Gurion, como si acabara de llegar de Roma. Caminó sobre la alfombra roja flanqueado por Peres y Netanyahu (pues ninguno de los dos estaba dispuesto a cederle el honor al otro).
No sé de qué pudo haber hablado el Papa con esa pareja de superficiales, pero desde luego yo habría disfrutado de lo lindo escuchando una conversación entre los dos inteligentes argentinos, Francisco y Herzl.
Fuente original: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1401455052/