Con la notable excepción del PP, seguramente es CeC-Podemos quien ha sufrido el mayor batacazo electoral el pasado 21-D. Pero, también seguramente, es quien con menos sobresaltos está digiriendo los resultados electorales, posiblemente por darlos ya por descontados previamente. Lo malo es que esta digestión se basa en anteponer los intereses cortoplacistas de quienes dirigen […]
Con la notable excepción del PP, seguramente es CeC-Podemos quien ha sufrido el mayor batacazo electoral el pasado 21-D. Pero, también seguramente, es quien con menos sobresaltos está digiriendo los resultados electorales, posiblemente por darlos ya por descontados previamente. Lo malo es que esta digestión se basa en anteponer los intereses cortoplacistas de quienes dirigen la marca electoral a los verdaderos intereses y necesidades de aquellos a quienes, presumiblemente, deberían representar. Y, peor aún, las poquísimas fuerzas de izquierda consecuente organizada que forman parte de esta «confluencia» ni siquiera son capaces de darse cuenta de ello (basta leer la valoración hecha el día 23 en el CC del PSUCviu). De que ya somos oficialmente superfluos, por irrelevantes.
Es evidente que los dirigentes de CeC-Podemos ya daban por descontados los malísimos resultados (algo anunciado en las encuestas y en nuestra anterior nota del 21 de noviembre) y habían decidido que esto no iba a alterar en ningún modo su línea política. De aquí su empeño en saludar como un éxito el que el PP, con sus 4 diputados, haya visto reducido hasta casi el extraparlamentarismo su fuerza en Cataluña. Esta fijación obsesiva con algo muy puntual dentro de la compleja y amplia realidad social que habría que analizar, se encontraba también presente en la respuesta que el Sr. Nuet dio a la consulta de Alberto Garzón a todos los coordinadores territoriales de IU sobre el tema de la ruptura, o no ruptura, en el ayuntamiento de Madrid, tras la cesión de la alcaldesa a las presiones de Montoro. Después de apoyar la no ruptura (como, por cierto, hicieron todos los coordinadores de territorios donde hay acceso a algún presupuesto, frente a la digna y consecuente postura democrática de los demás) proseguía anunciando que, pese a los malos resultados que se auguraban a CeC-Podemos para el 21-D, todo iba viento en popa por cuanto el PP iba a quedar el último en la carrera electoral.
Más allá de estas excusas va la persistente insistencia, tanto en los mensajes de Xavier Domènech, como en la valoración de IU, acerca de la necesidad del diálogo y los puentes y de como solamente CeC-Podemos (y sus «partners» en el resto de España) pueden ejercer esa función. Por más que lo sucedido hasta ahora muestra abiertamente hacia que orilla van las simpatías de los presuntos pontífices. Motivo fundamental del continuo descenso electoral en las tres últimas elecciones autonómicas catalanas y del que se avizora en el resto de España. Así que no parece que seguir esperando a que cambie esa clarísima tendencia a ignorar a los aspirantes a «bisagra» vaya a tener mejor resultado que el «esperar a Godot».
No obstante, decíamos, nada se ha movido, ni se va a mover. La razón puede que sea eso de huir del «derrotismo» que dicen algunos, pero más probablemente radique en esa vieja regla de no moverse nadie del sitio en las barcas que sufren una fuerte marejada para impedir que se zozobre. Lo malo es que esta «barca» no es que sufra una marejada, es que va directa contra los escollos, a no ser que se imponga una nueva mano al timón y vire inmediatamente a babor. Algo muy difícil de suceder, por cuanto la corrección del análisis de la situación política y el hacer caso al sentir de la base militante (como ya mostramos en nuestra mencionada nota del 21 de noviembre), no es algo que parezca estar en el ADN de Cec-Podemos. Más bien, y ojalá erráramos, es previsible el enrocamiento en lo ya fracasado, achacando esto a las circunstancias y confiando en que no haya nuevas lizas electorales (esto sí se cumplirá seguramente) hasta la primavera del 2019. Mientras tanto se insistirá en mejorar la extensión y organización territoriales, olvidando que las cuestiones organizativas son vasallas de las políticas y que mientras no se rectifique lo fundamental nada se logrará en lo subordinado.
Y en lo fundamental las cosas no pueden pintar peor para CeC-Podemos. Su cantinela de que la política de bloques impide que se imponga su línea de dar prioridad a lo social (y en este instante vamos a hacer caso omiso de que esa presunta prioridad es esto, presunta y no real, así como del hecho, demostrado ya, de que la dirección, no la base, hace tiempo que tomó partido por un bloque concreto), es una evasión de la realidad, pues lo que hay que hacer es analizar el porqué ocurre así, el porqué hay una política de bloques, el cómo es cada uno de esos bloques y las líneas de fractura que existen en el interior de cada uno de ellos. Es decir, habría que hacer algo que la izquierda renunció a hacer hace muchos años: estudiar la realidad sociopolítica en la que nos movemos, estudiar la realidad de los humildes dentro de ella y tratar de ser útil para resolver sus problemas.
Naturalmente esta es una ardua tarea y aquí no vamos a intentar solucionarla. Pero solamente con dar un breve vistazo a la realidad, veremos que esta no se parece en nada a las entelequias en que se basa la línea política de CeC-Podemos. Y esto lleva ya años siendo visible en Cataluña, pero es que, tras el 21-D, más que visible es deslumbrante.
Quienes llevan la voz cantante en CeC-Podemos (y sus «partners») siguen insistiendo, con machaconería digna de mejor causa, en que el bálsamo curalotodo que se necesita en Cataluña es el referéndum pactado, seguido de la república federal y solidaria. Por más que esto sea un oxímoron, ya que la base del referéndum pactado es el troceamiento de la Soberanía Popular (es decir, que unos pocos ciudadanos decidan sobre lo que afecta a todos), mientras que en las repúblicas federales no hay tal troceamiento (como demuestra lo que pasó en Estados Unidos, cuando ciertas asambleas legislativas usaron del «derecho a decidir»). Sin embargo, fuera de estos principios democráticos de manual, lo importante ahora es que esa mercancía del «referéndum pactado» no la quiere comprar nadie. A todos nos han aburrido con esa cantilena del 80% de ciudadanos catalanes que estaban a favor de ello. Pero, cuando han tenido que comparecer en las urnas, ese 80% se ha reducido a unos míseros 8 diputados sobre 135, ya que es evidente que intentar añadir otros no significa más que hacerse trampas al solitario y guiños, nunca correspondidos, al bloque de la DUI. Más aún, los resultados del 21-D demuestran que hay más de un 35% de ciudadanos en Cataluña a quienes no les importaría que desaparecieran las autonomías. Por supuesto no son mayoría, pero es una cifra mucho más respetable que la del referéndum pactado. Más aún, la mayoría de esos ciudadanos son trabajadores, y no de la administración (que siempre son propensos al clientelismo), sino de centros productivos y viven en la parte de Cataluña que crea casi toda la riqueza social de la que luego se aprovechan otros. Dato que tendría que ser muy significativo para quienes se reclaman de izquierdas. En cuanto al federalismo pasa tres cuartos de lo mismo. Se suele repetir, y la repetición nunca es sinónimo de cierto, que el federalismo adolecía de falta de partidarios en el resto de España. Ahora ha quedado claro (nos remitimos a lo anterior) que tampoco goza de mucho predicamento en Cataluña. Es más toda esa milonga del plurinacionalismo, sobre la que se pretende basar el federalismo, si en algún lugar debería aplicarse es en Cataluña, ¡jamás en el resto de España (salvo el País vasco)! Pese a lo cual, sus partidarios en CeC-Podemos, para Cataluña sólo quieren oír hablar de la unidad más férrea. Y es que la última lección del 21-D, y la más importante, es que eso de «un sólo pueblo» sí que es una entelequia. Y cualquier línea política que no lo reconozca así, solamente podrá aspirar a decir, como hace el bloque de la DUI, que ellos son el único y trabajar para hacer desaparecer al otro. Línea política que no carece de precedentes, y hasta de éxitos, pero que nunca podrá llamarse democrática.
En conclusión, o quienes todavía tienen algo de organización y capacidad rectifican y rompen amarras con todos los errores de estos años, o seguiremos en la superfluidad más absoluta hasta la extinción total.
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