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¡Te odio, Shoah!

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por J. M.

Como suelo hacer regularmente, ayer regresaba a casa por la tarde y me bajé del autobús en la parada del monumento a los caídos de Ra’anana. La calle donde se emplaza el monumento estaba preparada para la ceremonia recordatoria del Holocausto. Pensé que siempre hay alguien que gana en estos días de recordatorio, la empresa que publica el acto, el negocio que vende los ramos de flores incrustados dentro y delante de la escenografía montada para la ocasión. Y hay una funcionaria de la municipalidad que puede aparecer una vez al año sobre un escenario, después de preparar en casa un discurso emotivo. Esta funcionaria casi siempre será obesa y vestirá pantalones negros ajustados y una camiseta negra con sus cabellos teñidos de rojo. Y están las sillas de plástico, tristemente ordenadas en filas para recibir a los participantes. El escenario estará decorado en tela de yute negra con un tablón de aglomerado que representará a los blancos cráneos dolientes. El día del holocausto, pensé, es un día de regresión a la infancia.

Justo recibí un mensaje en el Messenger del banco diciéndome que mi cuenta está en el límite más bajo. Parece ser el castigo a una vida loca que hice una semana atrás en Estambul. Durante el Holocausto, los problemas eran más dramáticos que el estado crónico de mi cuenta bancaria, pero para mí este es mi drama y tengo el legítimo derecho de quejarme por ello. Y entonces me dije para mi interior que uno de los «aprendizajes» de la Shoah que no aparecen en las publicaciones oficiales, pero que están muy presentes en nuestras vidas, es que no tenemos derecho a protestar sobre nada mientras no nos pongan dentro de cámaras de gas y nos incineren dentro. Asimismo, tampoco los palestinos tienen derecho a quejarse por la ocupación, porque ¿acaso los están llevando a cámaras de gas? ¿Nosotros los incineramos? No, entonces que se callen.

Otro de los «aprendizajes» del Holocausto que no se publican en forma oficial es, según mi parecer, que la Shoah se transformó para nosotros los israelíes en nuestra errónea visión de creernos parte de Europa. Porque la Shoah ocurrió en Europa, entonces nos corresponde ser parte de Europa. Este tema se ha hecho cada vez más dominante, a la vez que nos vamos alejando en los hechos de Europa desde todos los ángulos, torpes, rudos y desconsiderados. Ante estas realidades, el consuelo que queda, auque sea mínimo, es la entrada libre en Europa para visitar el circuito que recorre la Shoah.

La Shoah también es una forma sensible de diferenciarnos del mundo árabe y musulmán. La Shoah es también una manera de sentirnos exclusivos en la zona. Vean cómo los iraníes y los árabes sienten celos porque nosotros tuvimos Shoah y ellos no. Y cuánta energía invierten en la negación de la Shoah. Y nosotros, en definitiva, gozamos de cada momento. Porque la verdad histórica está de nuestro lado.

Cuanto más se empeña occidente en la negación de la Shoah, más triunfa la negación. Y yo intuyo la razón para hacer tanto escándalo en respuesta a los que niegan la Shoah en el mundo. Está claro que la negación de los iraníes, por ejemplo, es una especie de táctica para poner nerviosos y avergonzar a occidente y a Israel, y nosotros caemos en esta trampa y nos ponemos nerviosos. Para satisfacción de los negacionistas. Si pudiéramos declarar que desde ahora y en adelante no nos importa que nieguen o no la Shoah, podríamos quitarles a los negacionistas el arma más fuerte que poseen. Desde un punto de vista personal debo decir que realmente no me importa lo que cada uno piense, en cualquier rincón del mundo, sobre la Shoah. La Shoah no es propiedad de nadie, y cada persona tiene el derecho a creer en lo que quiera creer. El hecho de que nosotros, y el resto del mundo que se considera ilustrado, pongamos en marcha la artillería pesada cada vez que alguien se atreve a insinuar algo relacionado con la negación del holocausto, induce a los que ya tienen alguna inclinación antisemita a pensar que existe algún tipo de conspiración judía, que los judíos quieren dominar al mundo por medio de la Shoah.

Por la noche hice todo lo posible para no dejarme llevar por la tentación y no encender el televisor para ver las ceremonias y las películas sobre el día de la Shoah. Pero al final claudiqué y ví una parte de la ceremonia en Iad Vashem (el museo del Holocausto, N.d..T). Se veía como una extraña ceremonia del regreso de los muertos de una tribu lejana, donde la magia del retorno de los espíritus ya no funciona desde hace un tiempo e intentan cada año una y otra vez rehabilitarla con éxito, cada año con una atracción diferente. La atracción de este año fue la ausencia del presidente y la presencia de quien lo reemplaza en sus funciones, Dalia Itzik. Aquí teníamos un buen chiste para el día de la Shoah: que quien encabeza el Estado que se propuso representar a la Shoah está acusado de violación, por lo cual se lo oculta dentro de un armario y en su lugar se lleva a hablar a Dalia Itzik.

No tengo nada contra Dalia Itzik. Pero ella habla y parece la maestra Iojeved (típica maestra israelí, autoritaria y castradora: N. de T). Y pensar que alguien que habla y parece la maestra Iojeved está en la presidencia del Estado que pretende representar al gigantesco holocausto (porque como ya se dijo se esconde en algún lugar al verdadero presidente, que representa realmente este estado maloliente) me hace gracia. También estaba claro que todo lo que decía eran frases artificiales repetidas y prefabricadas que alguien recogió para ella o que ella misma hilvanó. Otra atracción de esta ceremonia fue la presencia de la canciller polaca. Parecía como la cena de los nuevos ricos, a quienes se les anuncia la llegada de una duquesa. Así finalizaron las atracciones de este año.

En vez de las películas sobre la Shoah, vi en la televisión una miniserie sobre la escritora francesa Colette. Después salí a un paseo nocturno por los silenciosos alrededores de Ra’anana. Era después de medianoche. Algunos gatos se paseaban silenciosos. Algunos jóvenes trasnochados fumaban en las esquinas. Alguien buscaba desalentadoramente algún cajero automático en funcionamiento porque el que está en el banco al lado del monumento a los caídos estaba estropeado. En la plazoleta del monumento a los caídos las sillas de plástico habían sido retiradas, el suelo estaba sucio de pañuelos de papel con mocos y lágrimas, amén de otro papelerío. Esta suciedad muestra que tendrá que pasar mucho tiempo hasta que seamos realmente europeos.

¿Acaso me está permitido decir que odio la Shoah? Así es, yo te odio, Shoah. Y también siento el mismo odio por aquellos que pretenden ser hoy tus abanderados, políticos miserables que no hace mucho enviaron jóvenes a la muerte en una guerra innecesaria y fracasada. Es cierto que esos jóvenes no murieron en cámaras de gas ni tampoco fueron humillados antes de su muerte. Pero murieron igualmente, y los políticos miserables niegan su responsabilidad. Después de todo, ellos también niegan.

Resumiendo: de alguna manera el día de la Shoah me vuelvo más «antisemita» de lo que soy en otros días normales. Porque descubro cuánta falsedad y cuánta mentira se oculta bajo de la decoración preparada para las ceremonias holocáusticas. Me dan ganas, en este día, de irrumpir en estos escenarios adornados con flores y tela de yute y en esos cráneos de aglomerado y hacerlos volar por los aires. Este acto, que lamentablemente no tengo suficientes fuerzas físicas para acometer, sería a mi entender el más adecuado para honrar la memoria de las víctimas. Simplemente para decir de esa manera que basta ya de quejidos vacíos; que Israel, en la situación en que se encuentra hoy, ha perdido el derecho a ser portavoz de la Shoah, y que es preferible un prolongado silencio a este hipócrita llanto que se renueva cada año.

A las 10 horas de esta mañana, se escuchó la sirena recordatoria del Día de la Shoah. Me encontraba justamente en el autobús de la línea 47 en dirección a Tel Aviv, en medio de una aglomeración en la calle Sokolov en Ramat Hasharon. El autobús paró y todos nos pusimos de pie. Había un negro, trabajador extranjero, y tres filipinos. No entendían qué pasaba, pero finalmente se pusieron de pie como los demás. Era raro verlos pararse para rendir homenaje a víctimas que no eran sus víctimas. Esto fue más emotivo que todo lo demás porque, después de todo, nosotros, los judíos, solamente nos ponemos de pie para honrar a nuestras propias víctimas y sería bueno que alguien propusiera sumar las víctimas de otros holocaustos a las víctimas de nuestro holocausto. ¡Qué escándalo sería entonces! ¡Qué atrocidad! Y dirían que el hecho de comparar las víctimas judías con las víctimas de otros pueblos, entra en la escala de la negación de la Shoah, y es probable. Y es probable que no ocurra.

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