El problema que tiene Occidente con la resistencia palestina no es el terrorismo. No es el ataque contra civiles. No es la resistencia armada. Es la resistencia y punto. (Mouin Rabbani)
Las élites políticas de Occidente y sus medios corporativos siempre han buscado demonizar y descalificar la resistencia palestina, y muy en particular la resistencia armada. También han negado por completo el derecho del pueblo palestino a defenderse y a luchar por su autodeterminación, derechos plenamente reconocidos en el derecho internacional y en la misma Carta de las Naciones Unidas. En cambio, una y otra vez han cacareado el derecho (inexistente) de Israel, la potencia ocupante, a «defenderse» del pueblo al que ocupa, adoptando el discurso colonial y alineándose con el opresor.
Antes de Hamás, los «terroristas» y cucos de turno fueron la Liga Árabe, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat y, sobre todo después del 11 de setiembre de 2001, los grupos islamistas palestinos, colocados en la bolsa común del terrorismo junto con Al Qaeda, el DAESH (o ISIS), Al Nusra, los salafistas y sus variantes. Todos sirvieron a su turno para deslegitimar la lucha palestina, incluyendo la larga lucha anterior a la existencia de Hamás, o la resistencia popular no violenta en lugares y momentos cuyos protagonistas no tenían nada que ver con Hamás. No cabe duda, no obstante, que después del 7 de octubre el prejuicio orientalista, el racismo antiárabe y la islamofobia se desataron con furia para justificar el genocidio que Israel comete ante los ojos del mundo.
En esa ola de indignación que el 7 de octubre generó en Occidente –y que nunca antes se había expresado con tanta vehemencia ante las numerosas masacres israelíes, sus crímenes sistemáticos o sus ataques periódicos a Gaza–,1 de pronto muchos analistas, dirigentes políticos y opinólogos se convirtieron en expertos en «el terrorismo de Hamás». Ninguno se molestó siquiera en estudiar un poco de historia antes de hablar, mucho menos de poner los hechos del 7 de octubre en contexto y perspectiva.
La actitud de las izquierdas merecería un artículo aparte. El «progresista excepto con Palestina» (PEP) asume acríticamente el relato sionista y occidental sobre el «terrorismo» palestino, pero no condena el terrorismo de Estado israelí ni su régimen de apartheid; critica a Hamás porque no reconoce a Israel, pero no pregunta si Israel alguna vez reconoció el derecho del pueblo palestino a su autodeterminación.
Qué es y qué no es Hamás
Hamás es el acrónimo árabe de Harakat al Mukawama Al Islamiyya (Movimiento de Resistencia Islámica). Es un partido político palestino que articula islamismo con nacionalismo y que surge únicamente como respuesta a la ocupación colonial israelí; de ahí que en su desarrollo político el segundo elemento ha primado sobre el primero, en paralelo con su demostrado pragmatismo para priorizar los intereses estratégicos sobre los principios ideológicos.2
Hamás no es un grupo terrorista al estilo DAESH-ISIS, no pretende crear un califato en Gaza ni tiene una agenda fuera de Palestina. Tampoco es un grupo extremista; de hecho, ha coordinado con Egipto para combatir a los salafistas que entraban a Gaza desde el Sinaí. Ha desarrollado relaciones con los países de la región, sabiendo adaptarse a las coyunturas y los equilibrios de poder cambiantes. Más allá de su retórica antiterrorista, Israel siempre ha negociado con Hamás cuestiones de interés mutuo, en particular el intercambio de prisioneros y el alto el fuego. Jeroen Gunning señala que Hamás tiene una larga historia de negociaciones –la mayoría, exitosas– con diferentes actores, incluyendo a Fatah.
Por sobre todo, Hamás es parte del movimiento de liberación nacional palestino y de la lucha anticolonial contra el proyecto sionista. Durante dos décadas ha solicitado integrarse a la OLP y ha chocado con la negativa de Fatah (y en particular de Mahmoud Abbas), que controla la organización.3 A Hamás no le interesa gobernar Gaza aislada del resto del territorio palestino; por el contrario, ha buscado siempre superar la fractura política y territorial, reconstruir la unidad nacional y legitimarse en la arena política dentro y fuera de Palestina, como se vio en las recientes reuniones en Rusia y en China. En el ámbito regional, Hamás y la Yihad Islámica Palestina integran el Eje de la Resistencia, liderado por Irán, junto con Hezbolá, Ansarolá (los hutíes) de Yemen y las milicias chiíes de Irak (Badr, Kataeb Hezbolá y Asaib Ahl al Haq).
El movimiento surge en Gaza en 1946 como la rama palestina de la Hermandad Musulmana, una organización religiosa fundada en Egipto en 1928 por Hasan al Banna. Desde los años setenta se dedicó a realizar trabajo social y proselitista en los sectores más pobres de Gaza, especialmente los campos de refugiados (mujayyam), y años después, a apoyar a familias de mártires o de militantes encarcelados. La Hermandad no tenía actividad política y por ello era criticada por Fatah y la OLP, que la veían como una fuerza retrógrada dedicada a la religión y la caridad en lugar de participar en la resistencia a la ocupación. La rama política del movimiento empieza a desarrollarse a partir de la invasión israelí a Líbano en 1982 para destruir la resistencia palestina. La derrota que significó la expulsión de la OLP de ese país y la masacre de Sabra y Shatila fueron determinantes en esa evolución.4 Y la gran diferencia con la OLP es que esta operaba desde el exilio, mientras que Hamás y la Yihad surgen dentro de Palestina.
En 1987, durante el levantamiento popular masivo conocido como primera intifada –que se inicia en el mujayyam Yabalia de Gaza–, Hamás se constituye como organización política independiente con su nombre actual. Su fundador, líder político y espiritual fue el jeque Ahmed Yassin (asesinado por Israel en 2004). Hamás surge por oposición a Fatah, al que acusa de haber claudicado por estar dispuesto a dejar las armas, reconocer a Israel y aceptar la partición de Palestina (un proceso que se plasmó en la Declaración de Independencia palestina de 1988). Cierto relato occidental sostiene que Israel apoyó a Hamás para debilitar a Arafat y la OLP, casi presentándolo como una creación israelí. Es verdad que en los años setenta dirigentes israelíes apoyaron a la Hermandad Musulmana financiando la construcción de mezquitas, organizaciones caritativas y centros de formación como la Universidad Islámica de Gaza; pero, tras el estallido de la primera intifada y la aparición de Hamás en la escena política con acciones armadas, la represión israelí fue tan despiadada que casi acaba con el movimiento en 1989. En 1992 Israel deportó a más de 400 combatientes a Líbano, y así involuntariamente favoreció su acercamiento a Hezbolá. También es cierto que durante los 16 años de bloqueo a Gaza Israel ha permitido la entrada de dinero de Catar y otros países para financiar al gobierno de Hamás y así mantener cierta estabilidad en la Franja, pero ha sido parte del tire y afloje que ha dominado las relaciones entre ambos.
Israel y Estados Unidos utilizaron la amenaza del «terrorismo de Hamás» para minar la creciente legitimidad de la primera intifada y frustrar el establecimiento de un Estado palestino. También Occidente la ha utilizado para justificar su apoyo a Israel y avalar el statu quo, incluyendo 17 años de bloqueo a Gaza. En la coyuntura actual la satanización de Hamás tiene un propósito calculado al que los medios contribuyen: deshumanizar a la población de Gaza para justificar el genocidio. Varios países occidentales consideran «terroristas» a Hamás y a la Yihad Islámica, como lo fueron el Congreso Nacional Africano de Sudáfrica, el Frente de Liberación Nacional de Argelia, el IRA o Ejército Republicano Irlandés, o el Viet Cong.5
Como señalan algunos analistas, no debe perderse de vista que Hamás es un movimiento multifacético que combina funciones de gobierno, de partido, sociales y militares. Sus distintas facetas adquieren relevancia según el momento y las circunstancias, pero está indiscutiblemente enraizado en el tejido social y político palestino mucho más allá de Gaza. Como dato interesante, Reuven Paz, exdirector de investigación del Shabak (el servicio secreto israelí), dijo en 2012 de Hamás: «Aproximadamente el 90 por ciento de sus actividades son de asistencia social, culturales y educativas, y solo el resto es la lucha armada».
En efecto, Hamás es un movimiento político con una sólida estructura organizativa, amplia base social y componentes en Gaza, Cisjordania, las prisiones y la diáspora. No solo aprendió a luchar contra un enemigo militarmente muy superior, sino también a reemplazar a sus cuadros y líderes asesinados para que no afecte su accionar. Sus dirigentes aprendieron en la cárcel que los israelíes solo ceden cuando sienten la presión; y las acciones armadas buscan alterar un equilibrio de poder que siempre favorece a Israel, y así negociar desde una mejor posición. Hamás aprendió de los errores de la OLP que deponer las armas antes de obtener compromisos de Israel (en lugar de usarlas como factor de presión) y negociar desde una total asimetría de poder es tan absurdo como poner al abusado a negociar con su abusador.
Entre maximalismo y pragmatismo
En 1991, mientras Arafat y Fatah iniciaban el proceso de negociaciones con Israel y Estados Unidos que culminaría en los engañosos Acuerdos de Oslo, Hamás anunció la fundación de las Brigadas Izzedin Al-Qassam, su brazo militar. Desde entonces, la mayoría de sus líderes militares y políticos han sido blanco de asesinatos selectivos por parte de Israel.6 Mohamed Deif, el líder de las Brigadas Al Qassam y cerebro militar del 7 de octubre, pasó 20 años en la cárcel y sobrevivió a varios intentos de asesinato; durante el ataque israelí a Gaza en 2014, una bomba asesinó a su esposa y a sus dos hijos. Una trayectoria similar a la de Yahya Sinwar, que también ha eludido intentos de asesinato y sufrido la pérdida de su familia.7 Antes de ser asesinado en Teherán, Haniyeh había perdido a más de 60 integrantes de su familia en el actual genocidio.
Hamás se opuso a los Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995 por considerarlos una claudicación y a la Autoridad Palestina (AP) creada por ellos, acusando a los dirigentes de Fatah de entreguistas; una postura compartida por intelectuales como Edward Said y por otros diez partidos palestinos, como el marxista FPLP y la Yihad Islámica. La historia les dio la razón: treinta años después, la población colona ilegal se triplicó en Cisjordania y Jerusalén Este, el pueblo palestino tiene menos territorio y menos libertad, e Israel domina toda el área entre el Mediterráneo y el Jordán. Pero el aspecto más cuestionado de los Acuerdos –y de consecuencias más devastadoras– fue el absurdo mandato que encarga al ocupado velar por la seguridad del ocupante. Así, la AP se comprometió a coordinar con la inteligencia israelí para desarticular la resistencia armada; un mandato que ha cumplido a cabalidad, reprimiendo de paso toda forma de crítica y oposición a su gestión autoritaria y corrupta.
En febrero de 1994, el colono judeoestadounidense Baruch Goldstein asesinó a 29 palestinos mientras rezaban en la mezquita de Abrahán (Hebrón) durante el Ramadán. Esto llevó a Hamás a radicalizarse e iniciar una ola de atentados suicidas en territorio israelí. Los medios occidentales recuerdan siempre ese período que terminó en 2005, pero no la masacre que le dio origen; quizás porque el terrorismo permanente y creciente de los colonos judíos contra la población palestina nunca es noticia.
Menos aún han tomado nota de que Hamás, desde los noventa y en reiteradas ocasiones, ha ofrecido a Israel poner fin a la violencia a través del concepto de hudna: un cese de hostilidades prolongado (aunque temporal), basado en un compromiso ético-religioso y como paso previo para negociar una solución definitiva. Incluso ha ofrecido deponer las armas si Israel pone fin a la ocupación y la colonización y reconoce el derecho al retorno de la población refugiada.
En 2000 estalla la segunda intifada, en un momento de frustración y desesperación por las desastrosas consecuencias de los Acuerdos de Oslo. Israel respondió de inmediato con extrema violencia, lo cual llevó a una rápida militarización del alzamiento. Hamás supo capitalizarlo liderando la resistencia; la popularidad de las Brigadas Al Qassam fue en aumento, pero también pagaron un alto precio en mártires. Al mismo tiempo, los atentados suicidas en territorio israelí –que buscaban presionar a Israel para obtener concesiones– afectaron negativamente la imagen de la intifada en la opinión pública de Occidente.
Tras la misteriosa muerte de Arafat en 2004, la AP convoca a elecciones presidenciales en 2005. Abbas (que había sido su primer ministro y también su rival dentro de la AP) resulta ganador con apoyo de Estados Unidos, Israel y los grandes medios. Pero el mismo año Hamás –que había boicoteado la elección presidencial–, en un giro que sorprendió a todo el mundo, y tras un proceso de consulta interna en el que los prisioneros jugaron un papel clave, anunció su decisión de participar en las elecciones al Consejo Legislativo Palestino.8
Bajo el liderazgo de Haniyeh y con la lista Cambio y Reforma, Hamás hizo campaña poniendo el acento en sus programas sociales y económicos, criticando la corrupción y el mal gobierno de la AP, su colaboración con Israel y el fracaso del proceso de Oslo. Su plataforma y su programa ideológico marcan un cambio significativo respecto a la carta fundacional de 1988: afirman el nacionalismo palestino, dejando el islamismo y la lucha armada en un segundo plano; distinguen entre judíos y sionistas, explicitando que su lucha es contra estos porque ocupan Palestina, y la destrucción de Israel (objetivo explícito en su carta fundacional, que también estaba en la de la OLP de 1964) es sustituida por la aceptación del «consenso nacional» (una forma implícita de aceptar los dos Estados). En enero de 2006, Hamás ganó las legislativas.
Pero sus intentos de adaptarse al consenso nacional e internacional, así como de formar un gobierno de unidad nacional con Fatah, fueron inútiles: Washington y la Unión Europea se negaron a reconocer el resultado de unas elecciones democráticas que habían impulsado y monitoreado, y empezaron a trabajar para provocar un cambio de régimen. Además de cortar la ayuda al nuevo gobierno para hacerlo inviable,9 junto con Israel persuadieron a Abbas de sumarse a la conspiración para dar un golpe contra el gobierno electo. La maniobra para ejecutarlo estaba a cargo de Mohamed Dahlan, el jefe de seguridad de la AP en Gaza. El intento de golpe fracasó en Gaza: tras una confrontación que dejó como saldo un centenar de muertos, Hamás expulsó a Fatah, pero en Cisjordania Abbas formó un «gobierno de emergencia» que dura hasta hoy.10 También con complicidad de Occidente, Israel –que en 2005 había retirado unilateralmente sus colonias de Gaza– impuso a la Franja un total bloqueo por aire, tierra y mar. 17 años después, el bloqueo sirve para provocar la muerte indirecta de la población gazatí al negarle el acceso a alimentos, agua y atención médica.
La división política y territorial se mantiene y ha hecho imposible la reconstrucción de un proyecto de liberación nacional. También ha sido el pretexto esgrimido por Abbas para no volver a celebrar elecciones.11 Israel, por su parte, ha intervenido y ha saboteado los intentos de poner fin a la división política palestina, asesinando a los dirigentes con mayor capacidad articuladora y lanzando ataques sobre Gaza en coyunturas estratégicas.
Así, Hamás se enfrentó al hecho no buscado de tener que gobernar Gaza bajo un férreo bloqueo (impuesto con la complicidad de Egipto) que devastó la economía,12 agravado por ataques israelíes que destruyeron progresivamente la infraestructura de la Franja, la hicieron cada vez más inhabitable13 y crearon una crisis humanitaria en lo que pasó a ser conocido como la prisión a cielo abierto más grande del mundo. Su mejor época fue el corto período en que Mohamed Morsi gobernó en Egipto; esto permitió a Hamás construir túneles subterráneos hacia ese país que dinamizaron la economía y reactivaron el mercado interno. Tras el golpe que lo llevó al poder, Abdelfatah el Sisi clausuró la economía de los túneles y ha colaborado con Israel para endurecer el bloqueo.
Hamás no se limitó a administrar la prisión de Gaza: a través de las Brigadas Al Qassam ha liderado la resistencia armada, en la cual participan en forma coordinada las Brigadas Al Quds (del partido Yihad Islámica), las Brigadas Abu Ali Mustafa (del FPLP, marxista y secular), las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa (del partido Fatah), los Comités de Resistencia Popular y otros grupos menores. Dado que desde 2005 el Ejército israelí no estaba presente en la Franja, sino que la controlaba desde fuera, la única manera de «combatir» que han tenido estos grupos es lanzar hacia el territorio israelí cohetes de fabricación casera; su alcance e impacto es radicalmente incomparable al poder bélico israelí, considerado uno de los más poderosos del mundo y el que más ayuda militar recibe de Estados Unidos.
Como los medios occidentales suelen empezar el relato de cada crisis con el primer cohete gazatí o la primera víctima israelí, nunca les interesa conocer la causa de la reacción palestina. Sin embargo, los antecedentes muestran que Hamás no es el que rompe el alto el fuego, que ha hecho advertencias antes de disparar cohetes desde Gaza, y los ha usado con alguno de estos fines: presionar a Israel para que frene sus periódicas escaladas de provocaciones y ataques a la mezquita de Al Aqsa (el sitio más sagrado para la población palestina); exigir un afloje del bloqueo y la entrada de insumos fundamentales para la vida en Gaza; y, sobre todo, negociar un intercambio de prisioneros, como hizo otras veces con éxito.
No pocos han dicho que Hamás, además de su agenda social conservadora, ha gobernado Gaza con mano dura y autoritarismo, persiguiendo a sus opositores, reprimiendo protestas y aplicando la pena de muerte a acusados de colaborar con Israel (hechos denunciados por organizaciones de derechos humanos de Gaza). Lo que casi nunca se dice es que la AP en Cisjordania es responsable de pecados similares y peores. Por ejemplo, a diferencia del autoritarismo de Abbas, el liderazgo de Hamás es más colectivo y democrático en su consulta a las bases para cada decisión importante, y a Hamás no se le puede acusar, como a Abbas, de colaborar con los israelíes para aplastar la resistencia. Aún en pleno genocidio la AP no ha dejado de arrestar a miembros de Hamás y de otros grupos armados en Cisjordania ni de reprimir las protestas de apoyo a Gaza. Sin embargo, para la visión neocolonial y neoliberal de Occidente el autoritarismo de la AP es aceptable y funcional, mientras que los méritos de Hamás son siempre invisibles.
Tampoco se reconoce su pragmatismo político y su capacidad de escucha, que se plasmaron en la nueva carta fundacional de 2017. Allí Hamás insiste en que su conflicto es con el proyecto colonial sionista y no con las personas judías a causa de su religión.14 También reconoce y adhiere a lo que llama «una fórmula de consenso nacional» (que es la de la ONU): el establecimiento de un Estado palestino soberano e independiente con Jerusalén Este como capital según las fronteras previas a la ocupación de 1967 y con el regreso de la población refugiada.
Algunos han dicho que esta postura es meramente táctica, oportunista o demasiado ambigua. Una posible respuesta la han dado sus mismos dirigentes. Basam Naim, miembro del buró político, explicó que la visión de Hamás es que toda la Palestina histórica pertenece a quienes vivían en ella antes de 1948 (independientemente de su religión o etnicidad). Pero, dijo, «si tenemos un consenso palestino, si la comunidad internacional puede ayudarnos a tener un Estado independiente y soberano en las fronteras del 67, con Al Quds como capital, preservando el derecho al retorno, no bloquearemos ni socavaremos esta opción […], seremos parte de esta solución».15 Más allá de las dudas y los debates justificados sobre la viabilidad de la llamada solución de dos Estados, parecería que Hamás quiere estar abierto a considerar las distintas propuestas y no ser visto como un obstáculo. Es la misma postura que ha mostrado durante las negociaciones para lograr un alto el fuego, pese a las acrobacias de Estados Unidos para mostrarlo como responsable del estancamiento y aún después que Israel asesinó a su principal dirigente y negociador.
El juicio de la historia
Del lado palestino, las críticas al 7 de octubre señalan dos consecuencias que Hamás parecería no haber previsto: por un lado, que no iba a ser tan fácil como en el pasado negociar un intercambio de prisioneros con un gobierno israelí tan extremista como el actual; por otro, que la respuesta israelí tendría la magnitud que ha tenido y que la comunidad internacional (léase: las potencias occidentales aliadas de Israel) le permitiría cruzar todas las líneas rojas. Muchas voces palestinas, y sobre todo gazatíes, han reprochado a quienes planearon la operación no haber tomado medidas para proteger a la población de Gaza y prever suministros esenciales para su sobrevivencia.
Es imposible evaluar ahora el impacto a largo plazo del sismo que provocó el 7 de octubre. El genocidio en curso –con su versión atenuada pero alarmante en Cisjordania– constituye la fase más grave y mortífera de la historia de un siglo de resistencia palestina al proyecto colonial sionista. Sus cifras han superado largamente las de la Nakba de 1948, y el trauma personal, colectivo e intergeneracional que ha infligido sobre la población de Gaza y más allá, en especial sobre las nuevas y futuras generaciones, también será mucho más profundo y extendido.
La gente en Gaza está exhausta tratando de sobrevivir cada día. Desde ese presente agónico no puede levantar la mirada para ver la luz que analistas e historiadores anuncian al final del túnel. Las encuestas recientes son contradictorias y tampoco ofrecen certeza sobre el sentir de la población gazatí hacia Hamás: mientras que el Institute for Social and Economic Progress dice que menos del 5 por ciento quiere a Hamás en un futuro gobierno de transición, el Palestinian Center for Policy and Survey Research (PCPSR) encontró que más de la mitad de los gazatíes mantiene su apoyo a Hamás y solo un 10 por ciento lo culpa de la crisis actual. En cualquier caso, nadie ha levantado la bandera blanca; y el objetivo israelí de destruir Gaza para que sus habitantes se vuelvan contra Hamás no se ha cumplido. En cambio, su popularidad en Cisjordania no ofrece dudas: ambas encuestas registran un altísimo porcentaje de apoyo a Hamás (70 por ciento), al 7 de octubre y a la lucha armada en general, así como un fuerte rechazo a la AP: el 94 por ciento en Cisjordania y el 83 por ciento en Gaza quieren que Abbas renuncie. En cuanto a las expectativas de futuro (desenlace de la guerra, castigo a Israel, reconstrucción y control palestino de Gaza), se percibe mayor pesimismo entre la población gazatí que entre la de Cisjordania. Marwan Barghouti sigue siendo el político preferido para liderar un futuro gobierno. Y según el PCPSR, más del 60 por ciento considera que la solución de dos Estados ya no es viable.
La escritora palestino-estadounidense Susan Abulhawa, que viajó dos veces a Gaza durante estos meses, dijo que al hablar con la gente sobre cómo veían a Hamás percibió «perspectivas complejas y matizadas». «El trauma es profundo. Y te dirán dos ideas contradictorias al mismo tiempo. Por un lado, están enojadas. Y a veces algunos culpan a Hamás, pero todo el mundo sabe quién los está bombardeando. Todo el mundo.»
Más allá de la incertidumbre sobre el futuro, nadie discute el altísimo precio que está pagando la población de Gaza, pero también que la situación era insostenible. Antes del 7 de octubre, 2023 ya era el año más mortífero en Cisjordania: en 9 meses Israel había asesinado a 200 personas, incluyendo 50 niños. Abulhawa señala, además, que el pueblo palestino probó todas las formas de lucha no violenta: desobediencia civil, diplomacia y cabildeo internacional, huelgas y boicots, protestas pacíficas; pero solo pudo sacudir la conciencia adormecida de la sociedad israelí y del mundo cuando recurrió a la resistencia armada.
La referencia más cercana en la memoria palestina es la Gran Marcha del Retorno, la mayor protesta civil y masiva que la población de Gaza llevó a cabo entre 2018 y 2019. Pese a su carácter pacífico y festivo, Israel respondió con francotiradores que apuntaron a niños, periodistas, paramédicos y discapacitados, asesinaron a 230 personas e hirieron y mutilaron a más de 36 mil. Los crímenes fueron documentados en un informe de la comisión de investigación nombrada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Pero los gobiernos, los medios y la opinión pública internacionales ignoraron estos hechos. Según Tareq Baconi, «Quedó más claro que nunca que cuando a los palestinos se les dice que eviten la resistencia armada, lo que en realidad se les está diciendo es que eviten cualquier tipo de resistencia, que sucumban y acepten su suerte como súbditos colonizados.» Del mismo modo, ¿qué impacto tuvieron los informes de los últimos años sobre el apartheid israelí? ¿Por qué el mundo le ha enseñado al pueblo palestino que solo lo toma en serio cuando empuña las armas?
Para Mouin Rabbani todavía es impredecible cómo juzgará finalmente la población de Gaza (y de toda Palestina) la responsabilidad de Hamás por esta devastación apocalíptica. Al mismo tiempo, no duda que el 7 de octubre representa un capítulo histórico en la liberación palestina, y lo compara con otros momentos cruciales de las luchas anticoloniales en Sudáfrica y en Vietnam que se saldaron con un importante número de víctimas civiles. «No se puede negar las consecuencias catastróficas», afirmó. «Pero mi sensación es que los cambios a largo plazo –por supuesto, sin tratar en modo alguno de minimizar el daño enorme e insoportable que se ha infligido a todo un pueblo– serán vistos, al final, como un punto de inflexión crítico similar al de Sharpeville, Soweto o Dien Bien Phu».15
Notas:
1. Lo inédito es la magnitud de la devastación genocida en estos 11 meses; pero en todos los ataques anteriores contra Gaza (2008-2009, 2012, 2014, 2021) Israel apuntó siempre a la población civil, a la niñez, a aniquilar familias y barrios enteros, a hospitales, escuelas, refugios e instalaciones de la ONU, a periodistas, personal médico y humanitario, ambulancias, viviendas e infraestructura civil crítica. Entre 2008 y 2022 Israel asesinó a 5.500 gazatíes.
2. El académico Khaled Hroub advierte que, para comprender la realidad política palestina, y a Hamás en particular, no sirven los análisis binarios del tipo islamismo/nacionalismo, secular/religioso, conservador/progresista, izquierda/derecha. Para la población oprimida, lo que centraliza o marginaliza a un actor político es si resiste o no resiste, porque la gente apoya a quienes resisten; esto puede verse en el giro del apoyo popular a la OLP (hasta los años noventa) hacia Hamás (a partir de entonces). Y el analista Abdaljawad Omar agrega que el clivaje clave es: resistencia/colaboracionismo, en particular en Cisjordania, donde la gente vive bajo la «doble ocupación» de Israel y la Autoridad Palestina.
3. Es un consenso general que Abbas no tiene interés en la unidad palestina ni en reformar la OLP, convocar elecciones o escuchar las demandas de los demás actores palestinos, que incluyen romper con el esquema de Oslo. De hecho, Abbas se ha negado hasta ahora a implementar el acuerdo alcanzado en julio en Beijing entre 14 partidos palestinos para formar un gobierno de unidad nacional, como denunció recientemente Mustafa Barghouti, redactor del texto y líder del partido Iniciativa Nacional Palestina.
4. En ese desarrollo influyó igualmente la fundación en 1981 de la Yihad Islámica, también islamista y nacionalista y que ha sido siempre cercana a Hamás. Recomiendo la entrevista reciente de Jeremy Scahill en Drop Site News: «Palestinian Islamic Jihad: “Oslo is over”».
5. Destaco la importancia de abordar el estudio de Hamás y la resistencia armada teniendo en cuenta el campo de los estudios críticos sobre terrorismo (surgido a partir del 11 de setiembre de 2001), que cuestiona el concepto occidental de terrorismo y su aplicación a las luchas de liberación.
6. Todos los partidos palestinos han sufrido asesinatos selectivos israelíes, destinados no solo a descabezarlos, sino también a eliminar a los líderes más carismáticos. Y, de paso, para declarar que no tiene interlocutores con los que negociar.
7. Ambos fueron liberados en 2011, junto con otros 1.000 presas y presos palestinos a cambio del soldado israelí Guilad Schalit. Israel asegura que asesinó a Deif (y a 90 gazatíes) en un bombardeo sobre el área de Al Mawasi. Hamás no lo confirmó.
8. La decisión pudo estar en la necesidad de apostar a otras vías tras la derrota de la segunda intifada, que mostró los límites de la lucha armada. Según Tareq Baconi, Hamás no tenía interés en «administrar la ocupación» como la AP de Fatah, sino desde un lugar de poder reformar la OLP, romper el encuadre de Oslo y reconstruir el proyecto nacional palestino.
9. Los Acuerdos de Oslo exoneraron a Israel de la responsabilidad hacia la población ocupada y la trasladaron a la AP, la cual, por carecer de soberanía territorial, económica y política, solo puede cumplir con esas funciones mediante una gran inyección de fondos del exterior.
10. El gobierno de unidad duró de marzo a junio de 2007, liderado por Haniyeh; pero Abbas, en una decisión ilegal, lo disolvió y sustituyó a Haniyeh por Salam Fayyad. El legislativo no volvió a sesionar y desde entonces Abbas (cuyo mandato legal terminó en 2009) gobierna por decreto.
11. Las últimas (legislativas y ejecutivas) que estaban anunciadas para 2021 fueron canceladas a último momento por Abbas, con el pretexto de que Israel no permitía poner urnas en Jerusalén Este; pero la decisión estuvo motivada por el pésimo resultado que auguraban las encuestas para el oficialismo.
12. Los índices de pobreza y de desempleo en Gaza superaban el 50 por ciento. Con un alto índice de natalidad, la población de Gaza, pese a su alto nivel educativo, terminó dependiendo para sobrevivir de la ayuda humanitaria internacional, principalmente de la ONU y de algunos países árabes.
13. Un informe de la ONU alertó en 2012 que para el año 2020 Gaza podría ser un lugar inhabitable debido al bloqueo, la infraestructura en ruinas, la crisis energética, la falta de servicios básicos, el desempleo crónico y una economía paralizada, en medio de un creciente desastre ambiental. Otro informe, de UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), de 2015 presentó un panorama aún más sombrío.
14. Hamás reiteró la distinción entre judaísmo y sionismo, y afirmó el respeto a todas las identidades religiosas y étnicas en Palestina, y su propia razón de ser como movimiento de liberación.
15. «On the record with Hamas», Jeremy Scahill (Drop Site News).
Intifadas
Por Intifada se designa a las rebeliones que sacudieron a Cisjordania y la Franja de Gaza. Hubo dos grandes: una en 1987, alrededor del vigésimo aniversario de la ocupación de ambos territorios por Israel. Consistió en una serie de actos de desobediencia civil y de manifestaciones callejeras y se la conoció como «la guerra de las piedras», porque fue protagonizada fundamentalmente por jóvenes que se enfrentaban a menudo a pedradas con los soldados israelíes, que respondían usualmente a balazos. Se extendió hasta los acuerdos de Oslo de 1993 y en ese lapso murieron alrededor de 3.160 palestinos y 120 israelíes.
La segunda intifada estalló en setiembre de 2000, el día que el primer ministro israelí Ariel Sharon decidió visitar la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén oriental, una iniciativa tomada como una provocación por los palestinos. Ese fue su detonante inmediato, pero fue la frustración que siguió al fracaso de los Acuerdos de Oslo de 1993 lo que la explica más profundamente. Fue una rebelión mucho más militarizada que la primera, pautada por una sucesión de atentados suicidas. Se extendió hasta 2005 y dejó más de 5.000 palestinos y alrededor de un millar de israelíes muertos, en su mayoría colonos.