Si alguien no entiende el significado del título de este artículo breve, su lectura y la constatación de los hechos históricos y evidentes, les permitirá comprender la ilógica y reprobable de la política y falta de ética de los gobernantes estadounidenses en torno a este asunto crucial de la contemporaneidad. Hoy una mayoría de países […]
Si alguien no entiende el significado del título de este artículo breve, su lectura y la constatación de los hechos históricos y evidentes, les permitirá comprender la ilógica y reprobable de la política y falta de ética de los gobernantes estadounidenses en torno a este asunto crucial de la contemporaneidad.
Hoy una mayoría de países padecen de una epidemia consustancial a la política entronizada en el mundo. Los hechos de terrorismo en Europa y en muchos otros países del mundo, concita la condena de los gobernantes y habitantes de los países donde tales sucesos ocurren con la consecuencia de decenas o cientos de muertos y decenas, cientos y miles de heridos. La sangre derramada a consecuencia de la insania y el odio de grupos de militantes terroristas, carece de justificación alguna. Y por eso, en las Naciones Unidas y oros grupos regionales de países, la condena a tales prácticas es unánime y categórico. También el Papa se ha referido varias veces a este tema. Hasta los gobernantes y voceros de los Estados Unidos cacarean en torno a este asunto y adoptan políticas discriminatorias y represalias que se sustentan en este fenómeno.
Los hechos terroristas, vengan de donde vengan, y cualquiera que sea su causa, son actos criminales de lesa humanidad, pues involucran a los supuestos culpables según los terroristas y procuran sembrar el terror de poblaciones inocentes, que finalmente también son víctimas del odio y la sevicia de los ejecutores, suicidas o no. Y como todo acto de crimen de lesa humanidad, según el derecho internacional, estos no prescriben, nadie puede proteger a tales agentes de un terror que resulta incompatible con la naturaleza y prácticas humanas.
Piense ahora mismo, queridos lectores, qué pasaría si algunos de los terroristas recientes o pasados, identificados y confesos en Francia, Inglaterra y otros países, se refugiaran en cualquier otro país para eludir la justicia que procura su captura y enjuiciamiento. Sí, piense: ¿qué pasaría? ¿Qué le sucedería al gobierno y al país que protegiera a tales criminales de lesa humanidad? ¿Qué determinaría el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la Secretaría General y los voceros de los mismos? ¿Cómo actuaría el gobierno de los Estados Unidos? ¿No tendría una justificación más para lanzar la «madre de todas las bombas» sobre el país involucrado en tal hecho condenable?
Pero por favor, recuerde que los crímenes de lesa humanidad no prescriben según lo establece el derecho internacional, y a consecuencia de este atentado a la aeronave CU-455 de Cubana de Aviación, 73 pasajeros perecieron, de los cuales 57 eran cubanos, 11 estudiantes guyaneses que venían a estudiar medicina en Cuba y cinco coreanos.
Ahora corresponde analizar el asunto del terrorismo bueno para los gobernantes y la justicia de los Estados Unidos. Pudieran mencionarse tantos hechos con este carácter, que se requeriría un libro para abordar los detalles y circunstancias. Pero, estimado lectores, un solo hecho basta para conocer la verdad irrefutable. El 6 de octubre de 1976 un avión civil de Cubana de Aviación fue derribado en pleno vuelo a los pocos minutos de su salida de Barbados con una carga de dos bombas de explosivo C4, colocado por dos agentes pagados por los autores intelectuales de tal hecho terrorista: Orlando Bosch y Luís Posada Carriles. Ambos fueron procesados por tales hechos en Venezuela, ambos fueron defendidos y protegidos por los servicios de inteligencia de la CIA, que por otra parte conocieron de antemano la conjura para tal atentado criminal, y ni lo impidieron ni alertaron al gobierno cubano. Además, se opusieron en el Consejo de Seguridad de la ONU para que se condenara tal atentado.
A consecuencia del derrumbe del avión, murieron 73 personas, repitámoslo una vez más, entre los cuales se encontraban los jóvenes atletas del equipo nacional de esgrima que habían alcanzado todas las medallas de oro en una competencia internacional celebrada en Venezuela. Los terroristas Orlando Bosch y Posada Carriles llegaron a afirmar en prisión: «Pusimos la bomba, y qué?» Pasó el tiempo, para no hacer larga esta historia dantesca, y Orlando Bosch se refugió en los Estados Unidos y fue indultado por Bush, padre, y murió tranquilamente en Miami sin jamás arrepentirse de tales hechos y continuando su planeación de actos terroristas contra Cuba.
Luego de otro largo tiempo, al servicio de la Cía, Posada Carriles trató de dinamitar el anfiteatro de la Universidad de Panamá para provocar, con una inmensa carga de explosivo C4, la muerte de Fidel Castro, orador en el acto y a la mayoría de los asistentes al mismo, fundamentalmente estudiantes. Fue detenido con otros compinches. Pasó el tiempo, como se dice en los cuentos de hadas o de terror, y Posada Carriles, después de muchas trapisondas, entró ilegalmente en territorio de los Estados Unidos. Las autoridades hicieron un paripé (un gesto de farsantería hipócrita) de acusación y de prisión, y al poco tiempo EL TERRORISTA BUENO para los Estados Unidos fue exculpado y pasó a disfrutar la dulce vida en Miami y a continuar sus planes terroristas contra Cuba, causando muerte y heridas a muchas personas. Los pedidos de extradición de Venezuela, y por supuesto de Cuba, jamás fueron tramitados ni tomados en cuenta, ni le juzgaron en su territorio como correspondía. ¿Qué donde radica el terrorista?, Ud. se preguntará. Por supuesto, es obvio que en su guarida en territorio estadounidense, y allí morirá sin que la justicia le pueda tocar ni un pelo por el crimen de lesa humanidad. Todos los presidentes de esa época, republicano y demócrata, actuaron con la misma falsía y complicidad con un criminal descollante que cometió un crimen, mejor es decir varios, calificados de lesa humanidad.
Finalmente, reto a cualquiera que se atreva a negar alguna de estas afirmaciones y verdades tan luminosas como los rayos del sol, y autorizo libremente la reproducción y traducción de este material, porque la justicia como la verdad deben llegar con su luz a lo más recóndito de los seres humanos y a un mundo que quieren, los terroristas y sus padrinos ideológicos y estratégicos, convertir en una carnicería para descuartizar y luego comerciar con los restos de sus supuestos enemigos. El dinero y las armas constituyen los instrumentos de la ola de odio y violencia que pretende asolar el mundo mientras los «ilustres» personajes que dominan el mundo con su descomunal poder y sus riquezas inconmensurables se pavonean con sus declaraciones puramente retóricas y sus vestimentas de caballeros atildados y de «buenos y sensibles personas».
Mientras todo este episodio dantesco ha ocurrido a la faz del llamado «mundo libre», el pueblo cubano, en voz de su líder Fidel Castro, expresó una frase que perdurará para todos los tiempos: «Podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.