«Reflexiones sobre Pep Guardiola y el referéndum de autodeterminación de Catalunya» es el título de un artículo de Isidoro Moreno (IM a partir de ahora, uno de los autores que una devoró en su juventud) que apareció haces unos días en rebelión [1]. El «Pep» no es mío; es del autor. Pep Guardiola, señala IM, […]
«Reflexiones sobre Pep Guardiola y el referéndum de autodeterminación de Catalunya» es el título de un artículo de Isidoro Moreno (IM a partir de ahora, uno de los autores que una devoró en su juventud) que apareció haces unos días en rebelión [1]. El «Pep» no es mío; es del autor.
Pep Guardiola, señala IM, «va a tener a partir de ahora una legión de enemigos que le discutirán, incluso, su valía profesional como entrenador y, antes, como jugador de futbol». Nadie hasta ahora ha cometido una falacia tan gruesa y torpe como esa. Nadie ni aquellas que hemos recordado sus elogiosos comentarios sobre Qatar, un gran país defensor de todos los derechos humanos como es sabido. «Tratarán de descalificarlo por asumir su responsabilidad como ciudadano y pronunciarse públicamente en defensa de algo que debería ser tan elemental como que el pueblo catalán, al que él pertenece (y cualquier otro pueblo del Estado español y del mundo) pueda decidir por sí mismo su futuro». La cosa está muy lejos de ser tan elemental como señala IM (y él lo sabe o debería saberlo) pero, sea como fuere, también puede estar tranquilo: nadie hasta ahora ha mal argüido en ese sentido. En todo caso, no creo que Josep Guardiola «pertenezca» al pueblo catalán (ninguna de nosotras pertenece a ningún pueblo), el Estado español no está compuesto de pueblos (España sí, de naciones o nacionalidades y regiones, pero de nuevo la España de Cernuda, García Lorca y Alberti está prohibida), el concepto de pueblo conviene precisarlo todo lo que sea posible y, más allá de la impresión, la vindicación de este nuevo derecho que defiende IM (que no es, por supuesto, el derecho de autodeterminación) habría que defenderla en instancias oportunas y convertirlo en una pieza del derecho internacional. Adelante si parece razonable: todos los pueblos (y aldeas, perdón por la estúpida broma) tienen derecho a decidir su futuro, es decir, entiendo, a formar nuevos muros-Estados.
Puede compartirse o no la opción concreta de Guardiola y de varios millones de catalanes por la independencia y la creación de una República de Catalunya, señala a continuación IM sin precisar esos varios millones y escribiendo, no se sabe por qué, Catalunya cuando no escribiría France para hablar de Francia, pero «lo que no tiene legitimidad democrática, por más constituciones o leyes que puedan invocarse -y habría que analizar cuándo se aprobaron, en qué contextos y con qué presiones-, es impedir (¿también por la fuerza?) que un pueblo se manifieste democráticamente en las urnas». Nadie ha hablado de fuerza policial o militar hasta el momento (y esperemos y deseamos que siga así la situación, aunque nadie desconoce que algunos secesionistas se frotarían las manos si así fuera y abrirían 1.714 botellas de cava ese mismo día); podemos analizar y pensar, por supuesto, las presiones en que fue aprobada la Constitución de 1978 (yo misma me abstuve el 6 de diciembre) y, también, el resultado obtenido, en concreto, sin prejuicios, y, lo más importante, el pueblo catalán al que hace referencia IM se ha manifestado democráticamente (con mucha presión institucional en contra por cierto, y con un contexto marcadamente nacionalista) en las urnas en numerosas ocasiones. En la última, convertida por los secesionistas -no por los otros- en combate plebiscitario, perdió la opción separatista. Consiguieron un 48% de los votos y las opciones que se presentaron como no secesionistas el 52%. Fue una derrota según comentó Antonio Baños, un secesionista cupero en aquellos momentos.
Otra cosa es, en caso de que triunfara la opción independentista, prosigue IM, «la negociación necesaria sobre las condiciones de la ruptura en lo económico y otros ámbitos». Algo similar ocurre en todos los divorcios, afirma, «pero no porque ello sea un problema, casi siempre enconado, sería admisible, ni razonable, impedir que una persona tenga derecho a divorciarse si así lo considera, aduciendo que esto rompería una familia». El uso de la metáfora del divorcio no es nada pertinente. No se trata de un conflicto entre mi señora-compañera y yo (más unidas que nunca). Se trata de un conflicto entre una parte de la ciudadanía de Cataluña (muy cuidada y minada por los medios), otra parte de esa ciudadanía (más numerosa que aquella hasta el momento y más bien despreciada por esos mismos medios) y el resto de la ciudadanía española, que incluye a IM por ejemplo, de ahí que, como vemos, él mismo manifieste su opinión al respecto. Por lo demás, y dado que habla de negociación de asuntos económicos en caso de ruptura del demos común, IM haría bien escuchando o leyendo lo que dicen algunos representantes ilustres del secesionismo catalán. Por ejemplo, Xavier Sala i Martín. Ya verá, ya verá IM qué condiciones quieren imponer a este no-divorcio. ¡Se quedará helado» Recuerdo, porque es pertinente, los lazos secesionistas con grupos tan fraternales como la Liga del Norte, por no hablar del proyecto de Eurovegas tan perseguido por gentes neoliberales y separatistas como Mas y su entonces mano derecha Mas Colell (viajes clandestinos, nada trasparentes, incluidos).
Pues algo similar, remarca IM, «ocurre a nivel de pueblos con identidad histórica, identidad cultural e identidad política». Es una estupidez, afirma con rotundidad, y un insulto además a la Historia y a la verdad, añade, «definir a algún Estado (aunque se autodefina «nacional») como eterno e indivisible». Esto mismo pretenden otros, sin precisar, «que sean el matrimonio y la familia y la realidad diaria les deja en ridículo». Insisto en que la comparación no es importante; son muy pocos, como sabe el gran antropólogo que es IM, los que piensan hoy que el matrimonio es indivisible; «Historia» y «verdad» son palabras muy gruesas que no se corresponden con la situación porque nadie piensa ningún Estado o ninguna nación-Estado como indivisible sin procedimiento de modificación (aunque hay estados como Francia, Italia o Alemania que navegan por esas aguas en su Constitución), y hablando de identidades culturales, políticas e históricas no creo que haya ninguna duda de que en Cataluña, como muchos otros lugares, todas esas identidades se conjugan en plural, no en singular. No existe una única identidad nacional catalana, aunque el secesionismo afirme lo contrario y las otras identidades, no las suyas, no sean propiamente catalanas.
Tras señalar que «alrededor de un 80% de los ciudadanos de Catalunya apoyan la celebración de un referéndum y piden que este sea reconocido por el Estado, aunque no todos ellos, desde luego, sean independentistas», afirma IM usando cifras del mundo secesionista que no están contrastadas en parte alguna y que están muy lejos de ser exacta, pasa a realizar una serie de preguntas. Las intento responder:
«¿Puede defenderse que es democrático impedir su celebración o afirmar que esa decisión no puede ser tomada «solo» por los catalanes sino que ha de serlo por todos los españoles». Sí puede defenderse, lo contrario es lo no democrático. En cualquier colectividad, rigen normas que, por supuesto, pueden ser modificables. La aplicación al derecho de autodeterminación no tiene sentido alguno en el caso de Cataluña como IM sabe muy bien y por eso no lo cita. Otra cosa es pensar en otro tipo de referéndums donde la pregunta o preguntas tengan otras finalidades.
«¿Sería razonable que para que alguien se divorcie hayan de estar a favor el cónyuge, los hijos, los suegros y cuantos puedan convivir en un grupo familiar?». No, no es razonable (aunque de hecho emiten sus opiniones) pero el asunto, me repito, no tiene nada que ver con lo que estamos comentando. Esto no es un divorcio de pareja. Es absurdo y muy confuso verlo así. En asuntos de pareja, aquí, como en cualquier lugar del mundo, no rige el derecho constitucional (y nomas complementarias).
Pues la misma tontería, finaliza IM con un uso indebido del término «tontería», «es plantear que para que Catalunya, o el País Vasco, o Andalucía puedan construir un Estado propio, si así lo creyera conveniente la mayoría de sus ciudadanos, ello haya de depender de lo que opinen al respecto los vecinos de Ferrol, de Medina del Campo o de Albacete». ¡También Andalucía! Ya hemos comentado lo que IM da por verdad indiscutible, postulado, o noción común
Y, con estas palabras finaliza IM, «quizá también convenga recordar qué hizo Blas Infante cuando el gobierno de la República, en 1935, metió en la cárcel del Puerto de Santa María a Lluís Companys, el presidente de la Generalitat de Catalunya y a varios de sus ministros, por proclamar el «Estat Catalá»: fue a visitarlos para solidarizarse públicamente con ellos». Aparte de que de IM debería haber indicado qué gobierno de la II República «metió en la cárcel» al presidente Companys, posteriormente asesinado por el fascismo (como muchos otros, mi abuelo materno entre ellos) y que no fue en 1935 sino en 1934, yo también hubiera visitado a Companys, como hiciera Blas Infante y, lo más esencial, el estado catalán que proclamó Companys en 1934 en un momento de desesperación política -y erróneamente en opinión de gentes muy puestas en el tema como Agustí Calvet, Gaziel, entonces director de La Vanguardia- no era un estado escindido ni separado de España, que es la posición que defienden los secesionistas catalanes, muchos de ellos profundamente neoliberales como Josep Guardiola.
Usando los términos inexactos de IM: Companys no quería divorciarse, quería reconstruir la relación para hacerla mejor. Se trata de eso, no de destruir, no de dividir, no de enfrentarnos.
PS. Por lo demás, y como IM recuerda, esta fuerza, PDCat, la antigua CiU, parte sustantiva del gobierno de Junts pel sí, demostró claramente -y de forma muy significativa- su singular apoyo a los referéndums en una votación de la legislatura anterior (no cuento la breve de 2016). IU propuso una consulta para que la ciudadanía española pudiera decidir su apoyo o desacuerdo con el TTIP. El PP se opuso; el PSOE también. Pero no estuvieron solos: la minoría catalana, la de CiU, también votó en contra, con sus amigos del PP de casi toda la vida. ¿La propuesta de IU no era una sugerencia democrática? ¿Por qué votaron en contra los mismos que ahora apoyan el referéndum secesionista y se llenan la boca de democracia y de que democracia es votar? ¿Están o no están por los referéndums? ¿Entonces no regía el lema de «votar es democrático»?
Nota
1) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227959
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