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Todos nosotros somos víctimas de la ocupación

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

Bassam Aramin pasó nueve años en una prisión israelí. Pertenecía al partido Al Fatah, de Yasser Arafat, e intentó arrojarle una granada a un jeep del ejército israelí en el Hebron ocupado. La mañana del miércoles pasado, un soldado israelí de patrulla en su pueblo de Anata, en Cisjordania, le disparó a la cabeza a […]

Bassam Aramin pasó nueve años en una prisión israelí. Pertenecía al partido Al Fatah, de Yasser Arafat, e intentó arrojarle una granada a un jeep del ejército israelí en el Hebron ocupado. La mañana del miércoles pasado, un soldado israelí de patrulla en su pueblo de Anata, en Cisjordania, le disparó a la cabeza a su hija de nueve años, Abir. El soldado no pasará ni una hora en prisión. En Israel, no se encierra a soldados por haber matado a algún árabe. Nunca. No importa si se trata de árabes jóvenes o viejos, terroristas potenciales o reales, pacifistas o tiradores de piedras. El ejército no ha hecho ninguna investigación sobre la muerte de Abir Aramin. Ni la policía ni la justicia han imputado a nadie. No habrá investigación. Hasta donde las Fuerzas de Defensa Israelíes les concierne, el incidente no ocurrió. El relato del militar responsable de su muerte es que ella fue alcanzada por una piedra que uno de sus compañeros de clase le estaba tirando «a nuestras fuerzas».

Nosotros, que vivimos en Israel, sabemos que las piedras arrojadas por un niño de 10 años no te perforan el cerebro. Así como nosotros vemos todos los días los jeeps israelíes que acosan a los niños palestinos en su camino a la escuela saludándolos con bombas de estruendo, balas de goma y gases lacrimógenos.

Una bala penetró el cráneo de Abir Aramin mientras se dirigía a la escuela con su hermana. Yo la vi poco después, en el hospital Hadassah, donde ella se durmió calladamente en una cama enorme para su tamaño. La cara de Abir era blanca. Sus grandes ojos estaban cerrados. Para entonces, su cerebro ya estaba muerto, y los doctores decidieron permitir que el resto de ella se muriese. Yo vi claramente que su cabeza tenía el orificio de una bala y lo testificaré bajo juramento. Un joven estudiante que dio testimonio del tiroteo les dijo a los periodistas que la policía fronteriza israelí que es parte de las FDI siguió a las chicas cuando salieron de sus exámenes escolares. «Las muchachas tuvieron miedo y empezaron a correr. La policía fronteriza las siguió. Abir tuvo miedo y se hizo encima junto a un negocio, a la vera del camino. Yo estaba cerca de ella. El policía fronterizo le disparó a través de un agujero en la ventana de su jeep, que estaba detenido muy cerca de nosotros. Abir se desplomó y yo vi cómo le sangraba la cabeza.»

Abir Aramin está muerta. Los doctores del hospital Hadassah no revelarán la causa de su muerte a sus padres o amigos. Su familia ha pedido una autopsia. Su padre, Bassam Aramin, es uno de los fundadores de Combatientes por la Paz. Mi hijo, que sirvió como soldado israelí en los territorios ocupados, también es miembro de la organización. Ellos son amigos. Bassam nos dijo que no podrá descansar hasta que el asesino de Abir lo convenza de que su hija de nueve años amenazaba su vida o la de los otros soldados en su jeep. Me temo que no tendrá la oportunidad de descansar.

Abir Aramin se ha unido a miles de otros niños asesinados en este país y en los territorios que ocupa. A ella le dará la bienvenida mi propia pequeña hija, Smedar. Smedar fue asesinada en 1997 por un militante suicida. Si su asesino hubiera sobrevivido, sé que estaría purgando su crimen en prisión.

Mientras tanto, yo me siento junto a su madre, Salwa, e intento decirle: «Todos nosotros somos víctimas de la ocupación». Cuando lo digo, sé que su infierno es más terrible que el mío. El asesino de mi hija tuvo la decencia de matarse cuando asesinó a Smadar. El soldado que mató a Abir probablemente esté tomando cerveza, mientras juega al backgamon con sus compañeros y va por la noche a las discotecas. Abir está en una tumba.

El padre de Abir fue un soldado que luchó contra la ocupación -oficialmente, un «terrorista», aunque es una lógica extraña esa que llama terroristas a quienes resisten la ocupación de su pueblo. Bassam Aramin todavía es un militante, pero en favor de la paz. Él sabe, como yo lo sé, que su pequeña hija muerta se llevó a su tumba todas las razones para esta guerra Sus huesos pequeños no podrían llevar la carga de la vida, la muerte, la venganza y la opresión con que cada niño árabe crece aquí.

Bassam, como musulmán devoto, cree que él debe pasar una prueba y como hombre de honor no buscar la venganza, no rendirse, no bajar los brazos por la dignididad y la paz en su propia tierra. Cuando él me preguntó de dónde sacaremos nosotros las fuerzas para seguir, yo le dije la única cosa en que podría pensar: en los niños que nos quedan. Sus otros niños, mis tres hijos vivientes. Los otros niños palestinos e israelíes que tienen derecho a vivir sin que sus mayores los fuercen a ser los ocupantes o los ocupados. El llamado mundo ilustrado, Occidente, no sabe lo que está pasando aquí. El mundo civilizado está parado, al lado, y no hace nada que pueda salvar a las niñas de los soldados asesinos. Los reproches del mundo civilizado se descargan en el Islam, como antes se culpó al nacionalismo árabe, por todas las atrocidades que el mundo no islámico le está infligiendo a los musulmanes. El civilizado Occidente le teme a las niñas con sus cabezas perforadas. Se aterra de los muchachos con turbantes. Y en Israel, se educa a los niños para temer, fundamentalmente, los frutos del útero musulmán. Cuando ellos se convierten en soldados, no ven nada malo en matar a niños palestinos «antes de que crezcan». Pero Basam y Salwa y todos nosotros -las víctimas judías y árabes de la ocupación israelí- queremos vivir juntos en lugar de morirnos juntos. Nosotros vemos a nuestros niños sacrificados en el altar de una ocupación que no tiene ninguna base legal o de justicia. Y afuera, el mundo civilizado justifica todo y sigue enviándole dinero a los ocupantes.

Si el mundo no recupera la cordura, no habrá nada más para decir, escribir o escuchar en esta tierra, excepto el llanto silencioso de los niños muertos.

La fuente: Nurit Peled-Elhanan es una docente universitaria israelí, hija del general Matti Peled, célebre por su lucha en pro de la paz y del progreso. La hija de Peled-Elhanan, Smadar, fue, a los 14 años, una de las víctimas de un atentado suicida perpetrado en Jerusalén por un kamikaze palestino. Su artículo fue publicado en Counterpunch. La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.

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